De la Europa sin alma a las guerras desalmadas

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En un mundo en guerra no caben buenismos ni ingenuidad para interpretar una realidad confusa. Vivimos en un estado de guerra cada vez más generalizada, donde la primera víctima es la verdad. La transición de los medios de comunicación a transmisores de propaganda oficial es quizás la mejor demostración de estar en «modo bélico».

Rainer Uphoff, periodista y empresario

Un colega periodista con décadas de experiencia comenta: «Nunca había visto algo así: o sigues la línea oficial o te cancelan e incluso te ‘empapelan’. Desde la pandemia y aún más con la guerra de Ucrania, te niegan acceso a fuentes de información ‘alternativas’. Incluso nos tenemos que someter a la versión neoliberal de la censura, los fact-checkers como Newtral, generalmente disfrazados de ‘superioridad moral progresista’.»

La vuelta a que estados y estructuras transnacionales se arroguen el derecho de definir qué es verdad y qué es mentira es quizás la prueba más fehaciente de que formamos parte de un bando en una guerra, donde se prohíbe incluso evaluar la perspectiva del contrario.

En este entorno de ceguera colectiva impuesta, es fácil sentir el síndrome del impostor al opinar. ¿Rusia es el malvado agresor o se le provocó pasando todas sus líneas rojas de seguridad nacional? ¿Israel se ha convertido en una dictadura sionista responsable de un terrible holocausto contra el pueblo palestino, o no ha tenido más remedio que defenderse?

Probablemente, la única afirmación que podemos hacer sin equivocarnos es que todo debe contextualizarse en una guerra por el nuevo reparto del mundo. Las guerras de Ucrania, Israel, Yemen y otras decenas oficialmente admitidas, además de guerras ocultas, convierten el momento histórico actual en algo descorazonador.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Durante los años 1990, EE. UU. cometió graves errores estratégicos. Por un lado, impulsó su «globalización» integrando a China en su orden económico como inofensiva «fábrica del mundo». Por otro lado, se sirvió de la dependencia de sus vasallos europeos para despedazar la Unión Soviética con el botín del acceso a energía barata en Siberia.

El atentado del 11 de septiembre de 2001, el discurso de Putin en Munich en 2007 contra la ideología del mundo unipolar, la crisis financiera de 2008, la transición de EE.UU. de importador a exportador de energía y el avance de China a potencia de primer orden terminaron por convencer a los estrategas norteamericanos del fin del «fin de la historia».

Una serie de movimientos geoestratégicos nos están lanzando hacia un futuro de grandes conflictos

  1. Los superávits comerciales de China le han permitido financiar sus propias tecnologías militares y crear su red de países aliados, los BRIC.
  2. Los petrodólares árabes están permitiendo forjar nuevas alianzas anti-occidentales. Arabia Saudí no renovó en junio de 2024 el acuerdo de vender su petróleo sólo en dólares.
  3. El acercamiento de Europa, especialmente Alemania, a Rusia y su gas barato fue una línea roja para EE. UU.

Su intervencionismo en el mundo «subdesarrollado» ha facilitado que el «tercer mundo» se lance a los brazos de los nuevos poderes globales.

Un imperio sin autoridad moral

Occidente ha perdido su «relato» cohesionador. El buen vivir económico a costa de la explotación neocolonial ha estado acompañado de una insufrible superestructura de «superioridad moral». Su intervencionismo en el mundo «subdesarrollado» ha facilitado que el «tercer mundo» se lance a los brazos de los nuevos poderes globales.

De pronto, Occidente, y especialmente la buenrollista Europa, se encuentra frente a frente con su “realidad real”. Usando dos asonancias cinematográficas potentes: vivimos en plena “zona de interés” donde ignorar el humo de las chimeneas (de los crematorios de las víctimas y de las fábricas de armas, sin las cuales nuestro PIB estaría en recesión galopante) exige cada vez un esfuerzo mental mayor para poder tapar la pesadilla que se desarrolla ante nuestros ojos y continuar con nuestra particular “danza de los malditos” del cada vez más banal y hediondo hedonismo consumista, relativismo cultural e individualismo social que ha dejado nuestra sociedad sin alma y sin ideales por los que merece la pena arriesgarse.

En geopolítica existen entes estatales y corporativos que usan la fuerza para conseguir sus fines y aumentar su poder. Los mecanismos de dominación son principalmente:

  1. Político-militar: limitando la soberanía nacional hasta su aniquilación física.
  2. Económico-financiera: creando dependencias, imponiendo reglas de mercado o sanciones, endeudando.
  3. Socio-cultural: neutralizando las resistencias, debilitando las personas y sus lazos sociales, empezando por los familiares, y sustituyendo el pensamiento crítico y valores que dan “razones para luchar” por ideologías.

El siglo XX: guerra tras guerra

Existe un paralelismo histórico del que tal vez se pueda aprender. El siglo XIX fue dominado por «la angloesfera». Tras neutralizar a España y Francia, parecía haber llegado a su propio «fin de la historia».

El historiador Paul Kennedy esboza en su libro cómo Inglaterra y Alemania, tradicionalmente amigos, terminan en una espiral de hostilidad que lleva a la guerra. Inicialmente, Inglaterra apoyaba la unificación alemana de 1871, esperando beneficios económicos. Sin embargo, las élites prusianas iniciaron un proceso de expansión e inversión interna para construir un proyecto de nación creíble, exigiendo un «nuevo orden internacional más justo».

Alemania entró en una fase de industrialización moderna, grandes inversiones en universidades, crecimiento económico, establecimiento de alianzas internacionales y colonias propias, acompañado de un enorme crecimiento del poder militar. Sentía que podía mantener su crecimiento solo si contenía al poder británico.

Este proceso parece reflejar paso a paso el desarrollo de la relación de EE.UU. con China durante las últimas tres décadas. Como sabemos, la irrupción del Reich alemán como gran potencia llevó a las dos guerras mundiales. ¿A qué nos llevará la irrupción de China?

Gran Bretaña reaccionó estableciendo restricciones al comercio con Alemania y reforzando su poder militar y alianzas internacionales. El emperador Guillermo II de Alemania (primo hermano del rey Jorge V de Gran Bretaña y del Zar Nicolás II de Rusia) llegó a exclamar poco antes de la Primera Guerra Mundial: «Inglaterra ha conseguido su malintencionado plan de rodear a Alemania de enemigos».

Un elemento clave que contribuyó al inicio de la Primera Guerra Mundial fue la traición de los principios internacionalistas por parte de la izquierda parlamentaria, que terminó aprobando los «créditos de la guerra» que llevó a Rosa Luxemburg a lamentar el «suicidio de la clase trabajadora europea».

Las iglesias tampoco se cubrieron de gloria, con pocas excepciones reclamando el universalismo. No fue hasta la toma de posesión del papa Benedicto XV en 1914, con la guerra ya empezada, cuando éste, resistiéndose a las enormes presiones de algunos episcopados nacionales, hizo suya la lucha por la paz contra los nacionalismos y contra las ideologías materialistas como origen de las guerras. 

Su mediación contribuyó a la reconciliación entre Austria e Italia, muy a diferencia del tratado de Versalles que aumentó la hostilidad entre Alemania y Francia, y contra él se opuso por no responder a un arbitraje independiente e imponer indemnizaciones inviables y generadoras de pobreza a una parte.

No permitamos otro siglo de barbarie materialista

Nuestro momento histórico es diferente. Pero 110 años más tarde, estamos nuevamente presenciando una guerra militar, económica y cultural mundial por el dominio global. A diferencia de 1914, hoy no existe una sociedad estructurada que pueda enarbolar un “no a la guerra”, ni siquiera a nivel de discurso. Mientras que la marxista de origen judío Rosa Luxemburg denunciaba la profanación de las iglesias por el materialismo de la guerra, hoy se ridiculizan a quienes defienden el Padrenuestro como el mayor manifiesto pacifista de la historia, al convertir en todos los seres de cualquier raza, sexo, religión, clase social y nación en hermanos e hijos igualmente amados por Dios.

A pesar de este análisis descorazonador de una sociedad que se ha quedado “sin alma”, es nuestra obligación como seres humanos asociarnos para formar núcleos de resistencia contra esta guerra que en gran parte nos están ocultando. Los amigos de la Rosa Blanca, el grupo estudiantil anti-nazi, tuvieron un gran impacto en su entorno a pesar de la debilidad: sembraron esperanza y prepararon algunas bases para una estructura política más justa en la sociedad de la posguerra. Nosotros podemos hacer lo mismo.

Es posible que en algún momento se nos presente una Europa autónoma de los intereses de la angloesfera “moralmente superior”. No caigamos en la trampa. Seguirá siendo una Europa desalmada que, en el mejor de los casos, se posicionaría como una gran Suiza: hipócritamente neutra, pero una cueva de ladrones de guante blanco y de traficantes de armas. 

¡Reconstruyamos una sociedad de pueblos solidarios, dando nueva vida a esa Europa humanista, espiritual, acogedora y fraternal que fue nuestra patria antes de su secuestro por los poderes corporativos y sus ideologías de “izquierdas” y “derechas”!

Epílogo

Finalizo con una cita del Premio Nobel de Literatura Alexander Solzhenitsyn, víctima del totalitarismo soviético y que nos puede iluminar el camino a tomar en la actual situación geopolítica: “Los fallos de la conciencia humana, privada de su dimensión divina, han sido un factor determinante en todos los mayores crímenes de este siglo, que se iniciaron con la Primera Guerra Mundial, a la que se remontan la mayor parte de nuestras desgracias. Esa guerra se produjo cuando Europa, que por entonces gozaba de una salud excelente y nadaba en la abundancia, cayó en un arrebato de automutilación que no pudo más que minar su vitalidad quizá para siempre. Esa realidad sólo puede explicarse por un eclipse mental de los líderes de Europa, debido a la pérdida de su convicción de que por encima de ellos existía un Poder Supremo”.

Artículo publicado en la revista solidaria Autogestión