MARIA ZAMBRANO y la DEMOCRACIA

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Esta filósofa malageña discípula de Ortega y Gasset y Xavier Zubiri escribe: ´ Si se hubiera de definir la democracia, podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona. En un fragmento titulado de la Aurora dice: " Vivimos en estado de alerta, sintiéndonos parte de todo lo que acontece, aunque sea como minúsculos actores en la trama de la historia y aun en la trama de la vida de todos los hombres. No es el destino, sino simplemente comunidad -la convivencia- lo que sabemos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los que aquí viven y aun con los que vivieron. El planeta entero en nuestra casa. "



Por Juan Manuel García Ramos
(Canarias7, 25/4/04)

Si se hubiera de definir la democracia, podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.

Se cumplen cien años desde que naciera en Vélez-Malaga la escritora María Zambrano, peregrina de la Guerra Civil española y pensadora de excepción. De María Zambrano y de la escritura femenina hemos estado hablando esta semana en la Universidad de Valladolid en el marco del Y Congreso Imagen y Palabra de Mujer (La mujer en la literatura española). Lo que transcribimos a continuación es una síntesis de nuestra intervención del pasado viernes.

El género ensayístico practicado por Zambrano – cuya prosa ha sido situada en la generación del 36 española, junto a la de José Ferrater Mora o la del mismo Ricardo Gullón – es una suma equilibrada de prudencia académica y de audacia artística, un estilo propio donde las citas y el aparato bibliográfico quedan supeditados a la capacidad creadora, al coraje por encontrar respuestas personales e intransferibles a viejas preguntas.

Aquí el estilo es la mujer misma, por quitarle algo de razón al Conde de Buffón. Una manera excepcional de acercarse a la idea, de merodearla, de dialogar con ella y de sacar algunas conclusiones.

El uso frecuente en la prosa de Zambrano de la conjunción adversativa mas es un instrumento para la autointerrogación, para instaurar la duda como un método de conocimiento. Ortega dijo en su momento que el ensayo era el resultado de una demostración sin la carga de la prueba. Afirmar, repara, concluir provisionalmente: ése es el proceder del estilo de Zambrano, una fórmula que nos recuerda, en versión contemporánea, el diálogo platónico.

El género ensayístico practicado por Zambrano es, por la elegante y refinada escritura que lo cubre, inconfundible. Deudor acaso de la tradición española que inicia Clarín y que prosiguen Unamuno, Ortega o Azorín, pero reconocible a primera vista en ese escenario del pensamiento a medio camino entre lo filosófico y lo literario, la literatura hecha filosofía.

Para comprender desde el principio la finalidad de un libro como Persona y democracia – publicado por Zambrano en Puerto Rico en 1958 – tenemos que adentrarnos en algunas de sus páginas y atenernos a lo que María Zambrano opina acerca de las palabras: «Pues las palabras, sobre todo ciertas palabras vigentes, no dicen en realidad lo que está contenido en su significación, sino mucho más. Están cargadas de sentidos diversos, cuya explicación depende del momento en que han sido usadas, de cómo y hasta por quién. De ahí, ciertas palabras queden inservibles después del uso inmoderado que de ellas se ha hecho, o desacreditadas cuando se las emplea para enmascarar fines inconfesables, o vacías, huecas o gastadas y sin valor como moneda fuera de curso y sin belleza.»

¿Qué era la democracia cuando María Zambrano redactó este libro suyo en la Europa de los años cincuenta? Persona y democracia fue finalizado el 23 de julio de 1956 en Roma y publicado, como ya dijimos, dos años más tarde en Puerto Rico.

Esa vieja Europa estaba muy cerca de su segundo fracaso civil y aún se relamía las heridas de la reciente contienda bélica sin explicarse muy bien qué era lo que había sucedido y hasta qué punto no estaba en peligro de volver a repetirlo. También la España republicana de Zambrano había desaparecido y nuestra autora había sido obligada a exiliarse tras el nuevo orden de la dictadura impuesta.

Es decir, el concepto de democracia estaba en crisis y las preguntas sobre su vigencia eran más numerosas que las respuestas que se podían dar.

¿Y qué ocurre hoy con expresiones tan aparentemente cristalinas como democracia? ¿Tiene algo que ver la democracia de nuestros días con la democracia originaria ateniense?

La democracia criticada por Sócrates, por Platón y por Aristóteles era en su nacimiento el gobierno (kratos) del pueblo (demos). Pero, ¿quiénes formaban parte de ese pueblo? En principio, tres grandes sectores de la población en general quedaban fuera de ese tratamiento. En primer lugar, las mujeres; después, los extranjeros, que vivían y trabajaban en Atenas, pero no habían nacido en la ciudad, en tercer lugar, los esclavos.

Por lo tanto, la ciudadanía, los individuos que tenían derecho a opinar y a votar las decisiones, era una cuarta parte de la población. Con lo que queda de manifiesto la distancia conceptual que existe entre la democracia de la antigüedad y la democracia a la que aspiramos en estos tiempos y a la que aspiraba Zambrano en los años cincuenta postbélicos.

¿Es la democracia una simple receta política y jurídica? ¿Existe la democracia en un país donde pervivan las desigualdades culturales, educativas y sociales?
Estas son las cuestiones que se plantea María Zambrano en su libro aludido.
Para la María Zambrano de 1956, la democracia es todavía un proyecto, algo que se encuentra en estado naciente.

Y para llegar a la perfección democrática, a la perfección de una sociedad democrática, es necesario que esa sociedad experimente la misma mutación que se ha dado en la historia de la humanidad del individuo en persona.
Por eso Zambrano cuando intenta su definición particular de democracia invoca esos principios aludidos: » Si se hubiera de definir la democracia, podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.»

No es difícil establecer una ecuación desde el pensamiento de Zambrano donde el individuo sería a la masa lo que la persona al pueblo. La persona, para Zambrano, es una forma con la cual afrontamos la vida, la relación y el trato con los demás, con las cosas divinas y humanas, y se es más persona cuando somos capaces de pensarnos a nosotros mismos, de tener conciencia y de activar el pensamiento ante lo que nos rodea. Si esas condiciones se aceptan por la colectividad, entonces estaríamos en una sociedad verdaderamente democrática. El individuo significaría para nuestra autora aquel comportamiento que representa una oposición a la sociedad, un antagonismo con cualquier forma de relacionarse y de desarrollar potencialidades como las adjudicadas a la persona.

Para la María Zambrano que deja atrás dos guerras mundiales y una guerra en su propio país, la democracia teórica a la que se ha referido antes como proyecto, como camino de perfección donde la persona tendrá tanto que ver, es sólo eso: un proyecto, pues la realidad de su entorno histórico no le dice lo mismo en un periódico histórico tan influido aún por los acontecimientos bélicos recientes.

En Persona y democracia, Zambrano contrasta constantemente los monolitismos absolutistas con los equilibrios democráticos. Igual que la persona ha de exigirse una atención constante al cambio de las situaciones vitales y una acción constante para reacomodarse a la vida, así la democracia será el régimen de la unidad de la multiplicidad, del reconocimiento, por tanto, de todas las diversidades y las adversidades, de todas las diferencias de situación. La batalla que libra la persona para adaptarse gradualmente a la realidad, es la misma que libra la democracia para encontrar salidas colectivas a las nuevas circunstancias.

Feliz es la comparación que María Zambrano establece entre los absolutismos políticos apegados a la quietud, al estatismo, de los órdenes arquitectónicos, y los sistemas democráticos, apegados al movimiento de los órdenes musicales.

Un ejemplo de la quietud absoluta bien podría ser el Palacio-Panteón de San Lorenzo del Escorial, donde Felipe II quiso simbolizar su ideal de la historia, de la realidad vida-muerte. Detener la historia en un eterno presente.

La democracia participaría de las características de la sinfonía, que «hemos de escucharla, actualizarla cada vez: hemos de rehacerla en cierto modo, o sostener su hacerse: es una unidad, un orden que se hace ante nosotros y en nosotros. Nos exige participación. .
Hemos de entrar en él para recibirlo.»
La democracia no es un edificio, es una pieza musical.

Se ha dicho que María Zambrano, al superar en sus ensayos el dictado abusivo del racionalismo y al reclamar la razón intuitiva, inauguró el pensar del siglo XXI. Acaso tal mérito le pertenece, pero nada de eso era posible conseguirlo si no se hacía a través de la escritura creadora que nunca perdió el pulso frente a los prejuicios académicos, y de la pasión tan continuada por discernir el ser profundo de los humano en todas sus dimensiones. Ahí residen las fortalezas de la delicada obra de Zambrano.