El EJERCITO de EEUU, una CASTA PRIVILEGIADA

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Un ciudadano de a pie cobra la mitad que un sargento de las Fuerzas Armadas. El año pasado, Exxon Mobil vendió combustible a las Fuerzas Armadas de EEUU por 750 millones de dólares. El 40% de los efectivos proceden del sureste del país, una de las zonas más deprimidas de EEUU. El presupuesto del Pentagono para 2005 es de 401.700.000 millones de dólares.

Por Pablo Pardo
Revista Autogestión nº54, julio 2004

Un soldado medio estadounidense cuesta 99.000 dólares al año, de los que el 43% es sueldo. Eso sin contar entrenamiento, equipo ni paga extra por ir a la guerra.

Su máximo responsable, el secretario de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, ha llamado al departamento que dirige «el último bastión de la economía planificada en el mundo». Cada año, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos dan empleo a millones de personas, compra anualmente bienes y servicios por valor de más de 150.000 millones de dólares al sector privado, subvenciona -y, en ocasiones, directamente paga- la educación de sus miembros y hasta garantiza sus pensiones. Todo con dinero público.

Y el monstruo sigue creciendo. Según el general Peter Schoomaker, jefe de personal del Ejército de Tierra, las Fuerzas Armadas de EEUU van a incrementar el número de uniformados en 30.000 personas en los próximos cuatro años. Esa cifra más que triplica los 9.000 funcionarios civiles que Rumsfeld ha anunciado que va a despedir. En cualquier caso, no es un número de despidos elevado: el Pentágono tiene a 671.000 civiles en nómina, que se suman a los 1,4 millones de soldados en el Ejército, la Fuerza Aérea, los marines y la Marina.

Por si no está clara además la función asistencial de las Fuerzas Armadas, el 40% de sus efectivos proceden del sureste del país, una de las zonas más deprimidas de EEUU.

A esa cifra hay que sumar el aproximadamente millón y medio de empleos directos en el sector de la defensa, según la Oficina de Estadísticas Laborales del Departamento de Trabajo. En total, un 2,3% de la población de Estados Unidos trabaja en o para el Pentágono. Si contamos los empleos indirectos, la proporción puede fácilmente duplicarse. Porque los gastos del Pentágono van más allá de las compras de aviones, ametralladoras y comida.

El año pasado, por ejemplo, ExxonMobil vendió combustible a las Fuerzas Armadas de EEUU por 750 millones de dólares. Las mutuas sanitarias Healthnet y Humana suministraron servicios médicos por 1.756 y 2.362 millones de dólares, respectivamente. Y el Instituto Tecnológico de Massachusetts realizó investigaciones que le valieron 514 millones de dólares. Toda la economía estadounidense, de arriba a abajo, está traspasada por el Departamento de Defensa.

El impacto económico de esta tremenda maquinaria es abrumador.Sólo la compra de nuevo material por las Fuerzas Armadas supone alrededor del 2,2% de la demanda interna de Estados Unidos. De no haber invadido Irak, el crecimiento de EEUU en el segundo trimestre del año pasado habría sido un punto porcentual inferior al 3,1% que registró en tasa intertrimestral anualizada.

Pero las Fuerzas Armadas estadounidenses no sólo miman a las empresas. También a sus empleados. Ser militar en Estados Unidos supone algo más que pasar unos años vestido de verde y, con suerte, aprender a conducir un camión. Los soldados de EEUU son trabajadores altamente cualificados. Si no lo son al llegar, lo son cuando se van.

Cuando se examina el currículo de los generales más famosos de EEUU, como Schwarzkopf, Powell, Abizaid, o Clark, siempre aparece un master en alguna de las escuelas más prestigiosas del país (en el caso de Abizaid, Harvard). Esos programas son pagados por completo por el Ejército, que además mantiene el sueldo al militar mientras éste estudia. Como señala un mayor de los boinas verdes al que el Pentágono le pagó un curso cuya matrícula es de 30.000 dólares en la Universidad Johns Hopkins, «es normal que me paguen. Mi trabajo consiste en estudiar».

Ese sistema no se reserva sólo a los oficiales más destacados.Muchos soldados estadounidenses se han alistado simplemente para obtener facilidades económicas y créditos para estudiar la carrera.Eso, paradójicamente, se ha convertido ahora en un problema, puesto que muchos reservistas y miembros de la Guardia Nacional que estaban en las Fuerzas Armadas por esa razón se han encontrado de pronto patrullando Bagdad en una guerra de verdad.

Claro que un viaje de un año a Bagdad con los gastos pagados también puede tener sus ventajas. Por ejemplo: encontrar esposa (o marido). Las Fuerzas Armadas de EEUU incentivan de hecho los matrimonios de sus soldados ofreciendo alojamiento a las familias con militares. La consecuencia ha sido un tremendo incremento de los matrimonios de soldados muy jóvenes: el 31% de los militares estadounidenses se casan antes de cumplir los 21 años de edad, frente a tan sólo el 7,5% de los civiles.

A ello se suman las ayudas del Ejército para la educación y la asistencia sanitaria a las familias de uniformados. La consecuencia es que, por ejemplo, un soldado estadounidense casado le sale al contribuyente 12.000 dólares más caro que si está soltero.Si está destinado en Hawai, la cifra alcanza los 15.000 dólares.Sólo el capítulo de la vivienda de los soldados le costó al Pentágono 16.000 millones de dólares el año pasado, según datos de la Oficina Presupuestaria del Congreso. Con ese dinero, se podrían construir tres portaviones nucleares.

La vivienda se suma a otro paquete asistencial que incluye sanidad, seguros y hasta descuentos en muchas tiendas. El resultado, según los datos oficiales, es que el soldado americano medio cuesta 99.000 dólares al año, de los que sólo 44.000 dólares -el 43%- corresponden a su salario. Todo eso sin contar entrenamiento, equipo ni paga extra en el caso de que esté destinado en una zona de guerra.

Sin embargo, y a pesar de su gigantesco coste, esa generosa política de recursos humanos es inevitable para atraer personal cualificado desde que Nixon acabó con el servicio militar obligatorio. De hecho, en la expansión económica de la Presidencia de Bill Clinton, cuando EEUU alcanzó pleno empleo, las Fuerzas Armadas se quedaron con decenas de miles de vacantes sin cubrir. Pero el problema es que en EEUU los precios de la vivienda, la sanidad y la educación crecen muy por encima de la inflación. Un ejemplo: entre 1988 y 2002 el gasto sanitario por soldado creció un 300%, descontada la inflación.

A eso se suma que los salarios de los soldados llevan dos décadas subiendo por encima del IPC. Entre 1988 y 2002, la remuneración salarial media de un militar estadounidense ha aumentado un 39% más que la inflación. Sólo en 2004, el Pentágono se ahorraría 4.000 millones de dólares si los sueldos de sus soldados crecieran al igual que el IPC previsto, es decir, como los de los demás funcionarios, y no dos puntos más.

Claro que las diferencias no sólo se dan entre militares y civiles.El personal no militar que trabaja en el Departamento de Defensa también cobra «al menos un 50% más que sus homólogos en otros departamentos», según Carlton Meyer, analista militar responsable del portal de información de temas de defensa.

Es el precio de tener las mejores Fuerzas Armadas del mundo.Estados Unidos no gasta en sanidad, y de hecho tiene un 13,3% de la población -40 millones de personas, el equivalente de toda España- sin asistencia sanitaria porque el sistema de atención es privado, lo que explica que un varón estadounidense tenga en promedio la misma esperanza de vida que uno de Costa Rica.Los ciudadanos de la primera potencia mundial tienen un salario mínimo de apenas 5,15 dólares brutos -aunque en el caso de los camareros, por ejemplo, cae hasta 2,13 dólares porque se da por hecho que con las propinas van a igualar o superar el mínimo legal- que, además, lleva sin revisarse desde 1997. No hay protección social, las pensiones son mínimas y la posibilidad de tener ayudas públicas para estudiar son muy limitadas. Salvo en el Ejército.Es una táctica que ya descubrió Esparta: mimar a los guerreros.Veinticinco siglos más tarde, Washington ha seguido el mismo camino.

OBSTACULOS a la ‘TRANSFORMACIÓN’

Desde que asumió su cargo, hace más de tres años, el secretario de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, ha convertido la ‘transformación’ en el eje de su política. En esencia, este proyecto supone unas Fuerzas Armadas más basadas en la tecnología, más flexibles y con menos soldados. En otras palabras: aplicar criterios del sector privado al Pentágono.

Pero lo cierto es que el plan de Rumsfeld avanza a trancas y barrancas por el carácter estatalista no sólo del Pentágono, sino de toda la industria militar de EEUU. Dado que los contratistas de defensa sólo tienen un comprador -el Departamento de Defensa- las relaciones entre esa administración y sus proveedores son frecuentemente incestuosas. Es el famoso concepto de ‘la puerta giratoria’, como se le conoce en EEUU, según el cual una misma persona pasa de desempeñar un cargo público a ser un directivo de una empresa que mantiene grandes contratos con el Estado. La reciente dimisión del presidente de Boeing, Phil Condit, por un escándalo de tráfico de influencias con la Fuerza Aérea, responde al intento del Rumsfeld de evitar esas prácticas.

Pero el secretario de Defensa tiene un enemigo mayor para llevar a cabo su proyecto: los oficiales y los trabajadores. Los generales rechazan las ideas de Rumsfeld de abandonar la organización del Ejército en función de divisiones y de cambiar tanques por nuevos sistemas de armas. Esa crítica llevó a la revista de las Fuerzas Armadas a publicar en 2001 una portada en la que se veía a Rumsfeld con la leyenda: «¿Por qué odia al Ejército?».

La oposición es igualmente fuerte entre la tropa y los civiles.Porque Rumsfeld dice que quiere cerrar numerosas bases, lo que inevitablemente ocasiona despidos. Y ahí los estados también juegan en contra de los planes del secretario de Defensa. Y es lógico. En California, por ejemplo, el 1% de los trabajadores ocupados son militares o civiles que trabajan para ese Departamento.La idea de cerrar bases no tiene ninguna popularidad en ese estado