TESTAMENTO INTEGRO DE JUAN PABLO II

2484

Expreso mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para afrontar, según su voluntad, cualquier tarea, prueba y sufrimiento que quiera pedir a su siervo, en el transcurso de la vida. Confío también en que no permita nunca que, a través de cualquier actitud mía –palabras, obras u omisiones–, pueda traicionar mis obligaciones en esta santa Sede de Pedro.
«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Cf Mateo 24, 42). Estas palabras me recuerdan la última llamada que llegará en el momento en el que quiera el Señor. Deseo seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrena me prepare para este momento. No sé cuándo llegará pero, al igual que todo, pongo también este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: «Totus Tuus». En estas mismas manos maternales, dejo todo y a todos aquellos con los que me ha unido mi vida y mi vocación. En estas manos dejo sobre todo a la Iglesia, así como a mi nación y a toda la humanidad. Doy las gracias a todos. A todos les pido perdón. Pido también oraciones para que la Misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad e indignidad.

Durante los ejercicios espirituales, he releído el testamento del Santo Padre Pablo VI. Esta lectura me ha llevado a escribir este testamento.

No dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar disposiciones. Por lo que se refiere a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que los apuntes personales sean quemados. Pido que vele sobre esto don Stanislaw, a quien agradezco su colaboración y ayuda tan larga a través de los años y por haber sido tan comprensivo. Todos los demás agradecimientos los dejo en el corazón ante Dios, pues es difícil expresarlos.

Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dejó el Santo Padre Pablo VI [aquí hay una nota al margen: el sepulcro en la tierra, no en un sarcófago, 13.3.92).

«apud Dominum misericordia et copiosa apud Eum redemptio»

Juan Pablo pp II

Roma, 6.III.1979

Tras la muerte, pido santas misas y oraciones. 5.III.1990

Hoja sin fecha

Expreso mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para afrontar, según su voluntad, cualquier tarea, prueba y sufrimiento que quiera pedir a su siervo, en el transcurso de la vida. Confío también en que no permita nunca que, a través de cualquier actitud mía –palabras, obras u omisiones–, pueda traicionar mis obligaciones en esta santa Sede de Pedro.

24.II – 1.III.1980

También durante estos ejercicios espirituales he reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de Cristo en la perspectiva de ese tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a este mundo para nacer al otro, al mundo futuro, signo elocuente [arriba añade: decisivo] que es para nosotros la Resurrección de Cristo.

He leído por tanto testamento registrado del último año, realizado también durante los ejercicios espirituales. Lo he comparado con el testamento de mi gran predecesor, el padre Paolo VI, con ese sublime testimonio de su muerte de cristiano y de Papa, y he renovado en mí la conciencia de las cuestiones a las que se refiere el testamento registrado del 6.III. 1979, preparado por mí (de manera más bien provisional).

Hoy quiero añadir sólo esto: que cada quien debe tener presente la perspectiva de la muerte. Y debe estar dispuesto a presentarse ante el Señor y Juez, y contemporáneamente Redentor y Padre. Yo también tomo en consideración esto continuamente, confiando ese momento decisivo a la Madre de Dios y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.

Los tiempos en los que vivimos son inenarrablemente difíciles e inquietos. Se ha hecho también difícil y tenso el camino de la Iglesia, prueba característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para los pastores. En algunos países, como por ejemplo en uno sobre el que he leído informes durante los ejercicios espirituales, la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal que no es inferior a la de los primeros siglos, es más, la supera por el nivel de crueldad y de odio. «Sanguis martyrum – semen christianorum». Además de esto, muchas personas desaparecen inocentemente, también en este país en el que vivimos…

Deseo una vez más ponerme totalmente en manos de la gracia del Señor. Él mismo decidirá cuándo y cómo tengo que terminar mi vida terrena y el ministerio pastoral. En la vida y en la muerte «Totus tuus», mediante la Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esta muerte, espero que Cristo me dé la gracia para el último paso, es decir, la Pascua [mía]. Espero que también la haga útil para esta causa más importante a la que trato de servir: la salvación de los hombres, la salvaguarda de la familia humana, y en ella de todas las naciones y pueblos (entre ellos, me dirijo también de manera particular a mi Patria terrena); que sea útil para las personas que de manera particular me ha confiado, para la Iglesia, para la gloria del mismo Dios.

No deseo añadir nada a lo que ya escribí hace un año: sólo expresar esta disponibilidad y al mismo tiempo esta confianza, a la que me han predispuesto de nuevo estos ejercicios espirituales.

Juan Pablo II

«Totus Tuus ego sum»

5.III.1982

En los ejercicios espirituales de este año he leído (en varias ocasiones) el texto del testamento del 6.III.1979. Si bien sigo considerándolo como provisional (no definitivo), lo dejo en la forma en la que existe. No cambio (por ahora) nada, ni siquiera añado nada a las disposiciones que contiene.

El atentado contra mi vida, el 13.V.1981, en cierto sentido me ha confirmado la exactitud de las palabras escritas en el período de los ejercicios espirituales de 1980 (24.II – 1.III)

Siento cada vez más profundamente que me encuentro totalmente en las Manos de Dios y me pongo continuamente a disposición de mi Señor, encomendándome a Él en su Inmaculada Madre (Totus Tuus).

Juan Pablo pp. II

5.III.82
En relación con la última frase de mi testamento del 6.III 1979 («Sobre el lugar –es decir, el lugar del funeral– que decida el Colegio Cardenalicio y los compatriotas»). Aclaro que con esto pienso en el arzobispo metropolitano de Cracovia o en el Consejo General del Episcopado de Polonia. Mientras tanto, al Colegio Cardenalicio pido que responda en lo posible a las eventuales peticiones de los antes mencionados.

1.III.1985 (durante los ejercicios espirituales)

Vuelvo sobre lo que se refiere a la expresión «Colegio Cardenalicio y los compatriotas»: el «Colegio Cardenalicio» no tiene obligación alguna de consultar sobre este argumento a «los compatriotas»; puede hacerlo si, por algún motivo, lo considera justo.

JPII

Ejercicios espirituales del Jubileo del año 2000

(12-18.III)
[para el testamento]

1. Cuando en el día 16 de octubre de 1978 el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: «La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio». No sé si repito exactamente la misma frase, pero al menos éste era el sentido de lo que entonces escuché. Lo dijo el hombre que ha pasado a la historia como el primado del milenio. Un gran primado. Fui testigo de su misión, de su total entrega. De sus luchas: de su victoria. «La victoria, cuando llegue, será una victoria a través de María», solía repetir el primado del milenio estas palabras de su predecesor, el cardenal August Hlond.

De este modo, he sido preparado en cierto sentido para la tarea que el día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en el que escribo estas palabras, el Año jubilar de 2000, ya es una realidad en acto. La noche del 24 de diciembre de 1999, se abrió la simbólica Puerta del Gran Jubileo en la Basílica de San Pedro, después la de San Juan de Letrán y la de Santa María la Mayor –a final de año–, y el 19 de enero la Puerta de la Basílica de San Pablo Extramuros. Este último acontecimiento, a causa de su carácter ecuménico, ha quedado grabado en la memoria de manera particular.

2. A medida que avanza el Año Jubilar 2000, va quedando día a día a nuestras espaldas el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los designios de la Providencia, se me ha concedido vivir en el difícil siglo que está quedando en el pasado y ahora, en el año en que mi vida alcanza los ochenta años («octogesima adveniens»), es necesario preguntarse si no ha llegado la hora de repetir con el bíblico Simeón: «Nunc dimittis».

En el día del 13 de mayo de 1981, el día de atentado contra el Papa durante la audiencia general en la Plaza de San Pedro, la Divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. El mismo único Señor de la vida y de la muerte me ha prolongado esta vida, en cierto sentido me la ha vuelto a dar de nuevo. A partir de este momento le pertenece aún más a Él. Espero que me ayude a reconocer hasta cuándo tengo que continuar este servicio al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando Él mismo quiera. «Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos… del Señor somos» (Cf. Romanos 14, 8). Espero que hasta que pueda cumplir el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para este servicio.

3. Como en todos los años, durante los ejercicios espirituales he leído mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones que contiene. Lo que entonces, y durante los sucesivos ejercicios espirituales se ha añadido, refleja la difícil y tensa situación general que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño del año 1989, esta situación ha cambiado. La última década del siglo pasado ha quedado libre de las precedentes tensiones; esto no significa que no haya traído consigo nuevos problemas y dificultades. Sea alabada la Providencia Divina de manera particular por el hecho de que el período de la así llamada «guerra fría» ha terminado sin el violento conflicto nuclear, peligro que se cernía sobre el mundo en el período precedente.

4. Al estar en el umbral del tercer milenio, «in medio Ecclesiae», deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, al que junto con toda la Iglesia, y sobre todo con todo el episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo se les concederá a las nuevas generaciones recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha ofrecido. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primero hasta el último día, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a realizarlo. Por mi parte, doy gracias al eterno Pastor que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa en el transcurso de todos los años de mi pontificado.

«In medio Ecclesiae»… desde los primeros años del servicio episcopal –precisamente gracias al Concilio–, se me ha permitido experimentar la fraterna comunión del episcopado. Como sacerdote de la archidiócesis de Cracovia, había experimentado lo que significaba la comunión fraterna del episcopado. El Concilio ha abierto una nueva dimensión de esta experiencia.

5. ¡Cuántas personas debería mencionar! Probablemente el Señor Dios ha llamado a su presencia a la mayoría de ellas. Por lo que se refiere a quienes todavía se encuentran en esta parte, que las palabras de este testamento les recuerden, a todos y por doquier, allí donde se encuentren.

En los más de veinte años que desempeño el servicio petrino «in medio Ecclesiae», he experimentado la benevolente y particularmente fecunda colaboración de tantos cardenales, arzobispos, y obispos, de tantos sacerdotes, de tantas personas consagradas –hermanos y hermanas– y, por último, de muchísimas personas laicas, en el ambiente de la Curia, en el vicariato de la diócesis de Roma, así como fuera de estos ambientes.

¡Cómo no abrazar con un agradecido recuerdo a todos los episcopados del mundo, con los que me he encontrado en las visitas «ad limina Apostolorum»! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos, no católicos! ¡Y al rabino de Roma y a tantos representantes de las religiones no cristianas! ¡Y a quienes representan al mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social!

6. A medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la memoria a los inicios, a mis padres, a mi hermano y a mi hermana (a la que no conocí, pues murió antes de mi nacimiento), a la parroquia de Wadowice, donde fui bautizado, a esa ciudad de mi amor, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero, y después a la parroquia de Niegowic, a la de San Florián en Cracovia, a la pastoral de los universitarios, al ambiente… a todos los ambientes… a Cracovia y a Roma… a las personas que el Señor me ha confiado de manera especial.

A todos sólo les quiero decir una cosa: «Que Dios os dé la recompensa».

«In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum»

A.D.
17.III.2000

[Texto original polaco. Traducción realizada por Zenit a partir de la edición italiana distribuida por la Santa Sede]