Señor López Aguilar:

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Lamento leer sus declaraciones en relación con el Estado laico. Compruebo cómo, día a día, usted contribuye a que se crispe más el ambiente, que no es bueno para una convivencia pacífica…

Lamento leer sus declaraciones en relación con el Estado laico. Compruebo cómo, día a día, usted contribuye a que se crispe más el ambiente, que no es bueno para una convivencia pacífica. Hace pocos días, el Presidente italiano recibía en el Quirinal al Papa Bemedicto XVI, y hablaron sobre este tema. Ambos coincidían en lo bueno de un Estado laico, respetuoso y objetivo en el momento de valorar a las instituaciones del Estado que velan por el bien común. Decía: «Recorriendo la historia italiana, impresionan las innumerables obras de caridad que la Iglesia, con grandes sacrificios, ha puesto en marcha para aliviar todo tipo de sufrimientos. Por esta misma senda la Iglesia quiere proseguir hoy su camino, sin buscar el poder y sin pedir privilegios o posiciones de ventaja social o económica. Cuando su mensaje es acogido, la comunidad civil se hace también más responsable, más atenta a las exigencias del bien común y más solidaria con las personas pobres, abandonadas y marginadas». Cualquier español que haya tenido contacto con marginados, pobres, indigentes, enfermos de sida, inmigrantes, ancianos…, sabe que la Iglesia española está ahí, que nunca defrauda. Lo he constatado con trabajadores sociales, educadores de las Juntas Municipales, miembros de ONG, y público en general.
Señor Aguilar, deje ya de obsesionarse y abra los ojos. «La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres» (Gaudium et spes, 76). El ignorarlo es cometer una injusticia. Y usted es el ministro de Justicia.

Encarna Moreno
Madrid