A uno, como a tantos, le gusta por principio eso de la alianza entre las civilizaciones, pero cuando dedica un poco de atención a tan comercial sintagma, le asaltan muchas dudas.
La cosa, además, no es nueva. La ONU ya trató largamente, entre 1998 y 2001, la propuesta del Presidente de la República Islámica de Irán, el chiita moderado, dentro del fanático régimen iraní, Mohamed Jatamí. Su curiosa iniciativa se tradujo en la declaración por la ONU del año 2001 como Año del diálogo entre civilizaciones y, tras amplios debates, el mismo Jatamí presentó ante la Asamblea General el Proyecto de programa mundial para el diálogo entre civilizaciones, mientras humeaban todavía los restos de las Torres Gemelas abatidas por musulmanes terroristas y suicidas de Al Qaeda. La UNESCO organizó una Conferencia internacional en Lituania, y los encuentros se sucedieron: un simposio en París, un forum regional en Macedonia, una conferencia internacional de ministros en Nueva Delhi, y hasta un congreso internacional de civilizaciones, religiones y culturas en Nigeria. Después de todo lo que en esos foros se dijo, ¿queda algo por decir sólo dos años más tarde?
Para muchos, no hay más que una civilización, que es la universal. Si hay una sola civilización, ¿qué sentido tiene hablar de diálogo, menos aún de alianza de civilizaciones? ¿O alguien entiende por civilización cada una de las grandes religiones? No creo que ésta sea la opinión del Presidente del Gobierno español, que, con su propuesta, repite y remacha la idea anterior del Presidente de Irán, que sí pudo pensar algo parecido a eso. ¿Podría alguien sostener hoy, por ejemplo, hablando de civilizaciones a la pata la llana, que Japón (secular y sintoista) o Rusia (secular y ortodoxa) no pertenecen a la civilización occidental (secular y cristiana)?
Y si ponemos el acento en el diálogo y en la alianza, ¿entre quiénes se dan? Porque las civilizaciones, si existen, no dialogan, y menos se alían. Dialogan los hombres con diferentes visiones y estilos de vida, con diferentes conjuntos de valores materiales y espirituales creados por unos y por otros. ¿Y desde cuándo las civilizaciones han estado representadas por políticos?
Pero una cosa es una y otra es otra. No es posible equiparar, verbi gratia, la civilización llamada occidental, que hace mucho tiempo es ya universal, al menos de derecho, aunque no de hecho, con las civilizaciones que, en sus extremos más antirracionales, cultivan y promueven los dirigentes de Corea del Norte, Vietnam, Cuba, Sudán, Congo, Arabia Saudí, Kuwait o China, por citar sólo unos cuantos ejemplares. ¿Qué clase de diálogo, no digamos de alianza, sería ésa?
Diálogo muy crítico, en todo caso.