El `zapaterismo´ y su lenguaje

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Para Zapatero, las palabras no significan lo mismo que para todo el mundo, porque su mundo, el mundo idílico de Zapatero, no se corresponde con la realidad.
El «pensamiento Alicia», característico del presidente Zapatero, es expresar ideas sin medir las dificultades lógicas.
 


 Si algo caracteriza al llamado zapaterismo es el lenguaje. Ese lenguaje anfibológico, con el empleo de frases y palabras con más de una interpretación (disemia o polisemia) y que puede significar tanto una cosa como la contraria, se ha puesto de manifiesto, con toda su crudeza, en la primera gran crisis que ha vivido el país, y sobre todo su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, con la ruptura de la tregua por parte de ETA el pasado 30 de diciembre y el balance de dos ecuatorianos asesinados y la destrucción del aparcamiento de la T-4 de la capital española.


 


Para Zapatero, las palabras no significan lo mismo que para todo el mundo, porque su mundo, el mundo idílico de Zapatero, no se corresponde con la realidad. Es lo que el filósofo Gustavo Bueno ha bautizado como Pensamiento Alicia (editorial Temas de Hoy 2006).


 


El Pensamiento Alicia se caracteriza por crear un mundo distinto al mundo real, un mundo al revés de nuestro mundo, propio del mundo de los espejos. Por ejemplo, en el mundo representado por el Pensamiento Alicia ya no hay fronteras entre las naciones, porque no hay naciones; no hay diferencias entre las personas humanas y los simios (Proyecto Gran Simio); se llama contrayentes de un matrimonio homosexual a cónyuge A y B; se trata de recuperar la memoria de una guerra civil en la que la revancha se antepone a la Historia o se busca una Alianza de Civilizaciones, que es el primer paso obligado para alcanzar la Paz Universal.


 


Gustavo Bueno, calificado por la izquierda como «profeta del aznarismo» a pesar de su procedencia cercana al anarquismo, la tradición de lo que él llama el Pensamiento Alicia, está en una evolución de la Institución Libre de Enseñanza y, sobre todo, de Sanz del Río.


 


Hay que señalar que la masonería y el pensamiento de Krause caló en nuestro país de manera definitiva a través de la Institución Libre de Enseñanza. Sanz del Río escribió El Ideal de la Humanidad, un libro en el que se apoya, en gran medida, la Primera República. Pero, antes de eso, uno de los principales libros de Krause es La Alianza de la Humanidad. De ahí, de la evolución natural del krausismo, es de donde Zapatero ha sacado ese término de «Alianza de Civilizaciones».


 


Lo característico del zapaterismo o del pensamiento Alicia, tal como Gustavo Bueno lo define, es expresar pensamientos sin medir, sea porque se eluden, sea porque se ignoran, las dificultades lógicas (anfibologías, contradicciones…) que encierran. Alicia, por su inconsciencia lógica, lo que viene a ser su simplicidad infantil, ignora las dificultades y obstáculos que su propia imaginación produce, pasando a habitar, a través del espejo, ese País de las Maravillas en el que «el fuego arde pero no quema».


 


Mentira racionalizada


 


En el caso de Zapatero, la mentira racionalizada es la bondad: «Yo soy un hombre bueno y voy a construir un mundo bueno, y no importa quién se oponga a mi destino, porque los demás son unos malos malísimos, que lo único que quieren es impedir que el bien reine en nuestro país y en nuestro mundo».


 


Dentro de ese «mundo bueno» o bondadoso, está el proceso de paz, ese «alto el fuego permanente» que tantas esperanzas suscitó y tantos apoyos cívicos tuvo desde el primer momento, en la confianza de que el presidente del Gobierno tenía más información que cualquiera de los españoles que habían decidido apoyar el proceso.


 


El comportamiento de Zapatero en el tema del proceso de paz responde perfectamente a esa descripción que Gustavo Bueno hace del pensamiento Alicia. Hay que alcanzar la paz y hay que alcanzarla desde su posición de hombre que se considera a sí mismo «buena persona», antes que presidente eficaz o inteligente, y que está convencido de que con buena voluntad se puede alcanzar cualquier objetivo, entre ellos la paz, que otros no han conseguido, si se mantiene la tenacidad, la constancia, el diálogo y el talante.


 


Por eso insiste en que el proceso es «largo, duro y difícil» y por eso su reacción ante el atentado del 30 de diciembre, cuando 48 horas antes había manifestado su irrefrenable optimismo, es tan confusa y anfibológica, que no puede ser entendida ni por la oposición ni por una opinión pública que había depositado toda su confianza en él.


 


Su tendencia natural, y ahí están sus declaraciones contradictorias en las que en ningún momento se atrevió a romper clara y decididamente un proceso que está roto a pesar de todas las declaraciones de ETA y de su entorno, es que hay que volver a intentarlo y que todo ha sido un accidente en el camino.


 


El de Zapatero es un lenguaje propio con el que se puede sostener una cosa y la contraria y, por eso, cuando en la pasada Pascua Militar anunció que «el proceso ha llegado a su punto final», ese punto final tiene varias interpretaciones que posteriormente serán explicadas por el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, por el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, o por la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega.


 


Para Zapatero ese punto final no significa que dentro de unas semanas lo vuelva a intentar ya que ETA ha anunciado su peculiar alto el fuego permanente y ahora su misión en la tierra es conseguir con tenacidad lo que se ha propuesto… Esa es la interpretación del lapsus linguae cuando calificó el atentado de «accidente». Acto fallido freudiano.


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