Carta a un Bienaventurado

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Hace ya un año del día que naciste. Un año desde tu Bautismo, al ratito de nacer, ya en la cajita transparente que fue tu cuna y tu hospital los 7 días que viviste; te bautizaron a solas, tu padre y aquel sacerdote irlandés. Un año desde que, con tus dedos minúsculos, agarraste el dedo tembloroso de papá. Y un año desde que te fuiste al cielo, en mis brazos.

Querido hijo:


Hace ya un año del día que naciste. Un año desde tu Bautismo, al ratito de nacer, ya en la cajita transparente que fue tu cuna y tu hospital los 7 días que viviste; te bautizaron a solas, tu padre y aquel sacerdote irlandés. Un año desde que, con tus dedos minúsculos, agarraste el dedo tembloroso de papá. Y un año desde que te fuiste al cielo, en mis brazos.


Hijo nuestro, Camilo, ¡qué vida tan corta y cuántos milagros has hecho! Tú hiciste amigos que ni siquiera te vieron crecer en mi vientre. Amigos que, sin ser de tu sangre, sufrían por abrazarte, y estando a miles de kilómetros, te quisieron y te despidieron desde la lucha por la Justicia. Tú hiciste llorar a tu padre al verte, ¡y hasta callar a tu madre! Tú nos devolviste la cercanía con María, y cuánto consuelo de madre nos ha dado en este tiempo. Tú nos hiciste ver que en la Eucaristía ocurre un milagro tan real que el Cielo y la Tierra nos tocamos, y nos tocamos todos los hijos y padres del mundo… y se conmueven nuestras entrañas cada domingo. Tú nos hiciste vivir como nuevas todas las cosas, desde las pequeñas dificultades de cada día hasta las grandes decisiones de la vida. Ahora sabemos que la vida es corta y no hay tiempo que perder, y que al final, descansaremos en el Señor, como tú.


Tú, pequeño, nos enseñaste que cuando el amor se desborda de los brazos vacíos, de los pechos llenos, de los ojos que no pueden ver y las manos que no pueden acariciar… entonces, el AMOR, con mayúsculas, que es incansable, que nunca se rinde, encuentra su cauce amando con el silencio, con el trabajo y con el sacrificio.


Amar a un hijo limpiando una mesa, amarte, hijo, en la lucha política, en el aliviar el dolor de otro hermano. Tú nos enseñaste esto, que es así como se quiere a Dios, como se quiere a los niños esclavos, al inmigrante al que nunca podremos dar físicamente la mano. Así se ama a los de lejos. ¡Y a los de cerca! Así a todos los hijos, y a todos los padres.


Parece que fue ayer y ya hace un año. Sabemos que en este tiempo te habrá encogido el corazón vernos llorar, gritar y hasta dudar… el descubrirnos excusándonos en el dolor para no ser generosos. Pero igualmente nos habrás visto luchar por avanzar, por ser dignos también en el sufrimiento.


Camilo, hijo nuestro, hijo de Dios, ahí donde estés, al lado del Señor y de los amigos, intercede por nosotros, que la tarea nos supera. Nos supera por todas partes. Ayúdanos a permanecer donde quiera el Padre. Perdona que te pidamos tanto pero… nos hacen falta más milagros, de esos que siembra tu vida silenciosa. Ayúdanos ahora, tras un año, a despedirnos. A decirte adiós, hasta la vida eterna. Que no nos agarremos a tu recuerdo y a la tristeza como queriendo poseerte. Tú, que nos mostraste que ningún hombre es dueño de la vida, acompáñanos a desprendernos para ser más pobres y humildes. Hasta que volvamos a encontrarnos, para siempre, en la Casa del Padre.


Pili y Óscar