¿Cómo se viaja en cayuco?

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En el África subsahariana llaman ‘aventura’ al éxodo hacia Europa. (…) Por cada uno que llega, cientos se quedan en el camino, atrapados en cualquier ciudad o simplemente muertos.

En el África subsahariana llaman “aventura” al éxodo hacia Europa. Miles de aventureros emprenden cada año una odisea que les llevará a cruzar ríos y desiertos, a pie, en camión o en todoterreno y finalmente en cayuco, desde lo más profundo de un continente en ebullición hasta el esplendor del sueño europeo. Por cada uno que llega, cientos se quedan en el camino, atrapados en cualquier ciudad o simplemente muertos.

En esta travesía, sus familiares apenas tienen noticias suyas y ni siquiera saben si viven o han muerto en el intento.

Detrás de cada inmigrante hay una historia que nos habla de cruzar fronteras de países a través del desierto, de trayectos de semanas e incluso de meses o años trabajando en cada parada, en cada estación, en cada ciudad, para pagarse el siguiente tramo hasta Europa. Escondiéndose de la policía y trabajando explotadamente.

La duración del recorrido dependerá del dinero que se transporte para pagar sobornos a la policía y el viaje en cayuco. Este cuesta aproximadamente 1500 euros. Reunidos, se ponen en manos de desalmados para llegar a Europa.

Muchos provienen de países del golfo de Guinea (Nigeria, Camerún, Sierra Leona, Congo, Guinea Conakry, Ghana) o de África occidental (Malí, Senegal, Gambia). Desde el golfo de Guinea hasta las islas canarias hay un largo recorrido. Saliendo del sur de Senegal la travesía dura quince días.

Las puertas de España estuvieron abiertas durante siglos. El tráfico de marroquíes nunca sorprendió a los habitantes del sur de España. Tuvo que llegar la Ley de Extranjería (aprobada en 1985 para contentar a los países de la Unión Europea tras nuestra adhesión a la misma), y posteriormente, el acuerdo Schengen (firmado por la práctica totalidad de los países de la UE en 1991) para que los trabajadores del tercer mundo se vieran obligados a obtener un visado que les autorizase a permanecer en nuestro territorio. Un documento imposible de conseguir para un africano sin dinero ni influencias. Ahí comenzaron los problemas y las muertes.

Cuando un secretario de estado español que visitaba las dependencias policiales de Nuadibú (Mauritania) en marzo 2006 le preguntó a un joven senegalés por qué no se sacaba el visado y iba a Europa en avión, el joven sorprendido, le contestó que en su país, se compran y se venden los visados y que él no tiene dinero para sobornos astronómicos.

Lograr un visado en Mauritania, en Senegal, para viajar a España ya sea como turista, es un muro que solo pueden sortear quienes tienen mucho dinero. Cada día, decenas de jóvenes se agolpan ante las embajadas europeas, en particular ante la representación diplomática española, pero una y otra vez chocan contra el muro. La única vía para ellos es la lotería del cayuco, en la que unos ganan y otros pierden.

¿Cómo se viaja en cayuco?

El viaje suele empezar por la noche.

Los inmigrantes vienen sin dormir, achicando agua (a veces, por el fuerte oleaje (olas de más de dos metros), el barco se llena de agua y hay que achicarla), sin moverse demasiado para no poner en peligro a nadie, los gritos del patrón resonando en la oscuridad…. El olor del mar se mezcla con el de sus propios excrementos. Abarrotados de personas, con escaso o el justo combustible y comida para ahorrar peso y espacio.

Se alimentan sobre todo de arroz: suelen llevar una cazuela en la que mezclan agua dulce de las garrafas de a bordo y agua salada que recogen en alta mar.

A los que tienen miedo los patrones les pasan un sedal de pesca por las piernas que atan al banco de madera del cayuco para que no puedan levantarse si les entra el pánico. Al principio no duele, pero cada día que pasa las piernas se hinchan y se hace una herida que se pone negra poco a poco. Las heridas en la pierna provocan una infección galopante consecuencia de la corrosiva mezcla que forma el agua de mar con la gasolina que utilizan los motores y los orines y desechos orgánicos que se acumulan en el fondo del barco. El resultado suele ser la amputación de algún miembro de su cuerpo.

Durante diez a quince días de navegación, que suele durar el viaje, se hace difícil mantener la cordura. Algunos inmigrantes, en su delirio, se tiran al agua y echan a nadar; otros caen por la borda.

Después de una travesía así, algunos se quedan con problemas mentales crónicos.

A lo largo del viaje pueden aparecer muchas dificultades: El patrón se pierde. Se acaba la gasolina, la comida, el agua. El frío. Las olas saltan dentro de la barquilla y empapan hasta la médula. El motor deja de funcionar. El patrón abandona a los inmigrantes en el cayuco sin saber nada del mar y regresa a la costa en otra embarcación.

Las causas comunes de muerte en el cayuco son hipotermia y deshidratación (frío y falta de comida y agua). Algunos mueren ahogados incluso dentro de la propia embarcación, pues permanecen durante mucho tiempo metidos literalmente en el agua.

Los fallecidos son arrojados por la borda.

A veces, al llegar, el cayuco choca contra las rocas próximas a la costa y los jóvenes africanos se mueren en un palmo de agua; la mayoría no sabe nadar pues han visto el mar por primera vez al llegar a la costa para coger el cayuco, y sin chaleco salvavidas ni flotadores se hunden. Otras veces, la barquilla, sobrecargada de personas, vuelca durante la maniobra de rescate en alta mar.

El mar se encarga de ir escupiendo los cadáveres.

En los cementerios canarios se entierra a los inmigrantes poniendo en su nicho la fecha y un número. En África celebran funerales por los desaparecidos sin tener su cuerpo.

Nunca se sabrá con exactitud cuántas personas han fallecido en el intento, pero todos los indicios apuntan a miles: 8.000 en el estrecho desde 1989 y 7.000 en las aguas entre África y canarias

Ya hay armadores españoles que aseguran que en algunas zonas, muchos capitanes de barco se niegan a pescar con arrastre por temor a sacar del fondo cuerpos sin vida enganchados a las redes, lo que supondría la obligación legal de regresar a puerto para entregar el cuerpo a las autoridades. Debido a ello, varios barcos que encuentran en las redes cuerpos de inmigrantes, lo que hacen es devolverlos al mar para evitar problemas.

Está comprobado que en algunas zonas que son ruta de inmigrantes ha aumentado el número de tiburones.

El número de los muertos no se puede reducir a los que reposan en el mar, hay cientos, miles de personas con las vidas sesgadas por los ejes de un camión bajo el que pretendían cruzar clandestinamente la frontera; asfixiados en contenedores de mercancías; destrozados por los motores de un transbordador; ahogados tras saltar de un barco de pasajeros para hacer el último trecho a nado y burlar a la policía. Y todos los africanos que cayeron asesinados en el camino o murieron víctimas de la malaria, las guerras, el hambre o la sed en una peligrosa travesía de miles de kilómetros por África.
Para impedir la llegada de inmigrantes se han establecido una serie de mecanismos:

– La Agencia Europea de Protección de Fronteras (Frontex), que comenzó a vigilar las costas africanas en septiembre de 2006 patrullando en las aguas de Mauritania y Senegal.

Ello ha multiplicado el número de muertos en las aguas entre España y África pues ya no navegan costeando para avituallarse o detenerse si surge algún problema. Temen la vigilancia del Frontex y se internan mar adentro, hacia el oeste, para burlar a las patrulleras de la guardia civil.

– El Plan África, que pretende que los países desde los que salen los inmigrantes (fundamentalmente Marruecos, Mauritania y Senegal) colaboren en la vigilancia de sus costas (para lo cual si es necesario España les ofrece medios técnicos) y en aceptar las repatriaciones, recibiendo a cambio importantes ayudas económicas españolas.

Esta cooperación ha logrado reducir en un 68% el número de inmigrantes subsaharianos que alcanzaron en 2006 las costas canarias.

Pero más allá del control y los medios técnicos, de las patrulleras y los aviones, de los acuerdos internacionales o de las buenas palabras de Europa, la pulsión que mueve a los jóvenes africanos a abandonarlo todo es pos de una vida mejor es poderosa y no cede tan fácilmente. Clausurado o muy entorpecido su paso por Marruecos, por Mauritania y, en buena medida, por Senegal, los inmigrantes subsaharianos se desplazan más al sur. Algunos cayucos ya parten de Gambia, de Guinea Bissau o de Guinea Conakry, más la sur todavía.

“No hay muro suficientemente alto en el mundo que no pueda saltarse. Y si no, cavaremos en la tierra y pasaremos por debajo”, dijo una vez uno de esos jóvenes africanos antes de perderse entre la multitud.

Lo cierto es que la duración del viaje es mayor y por tanto la travesía más peligrosa.

No obstante, hay inmigrantes que son bienvenidos: Los gobiernos de los países enriquecidos y sus empresarios se han lanzado a fichar a los africanos altamente cualificados ofreciéndoles beneficios que no tienen otros inmigrantes. Así, finales de octubre del año pasado, la UE ha propuesto una directiva que pretende facilitar la entrada de estos cerebros inmigrantes para salvar los futuros problemas que la economía europea tendrá que enfrentar. La propuesta legislativa se llama “tarjeta azul” que supone que los inmigrantes llegan con contrato de trabajo, su salario será al menos tres veces superior al salario mínimo del país de destino, pueden ir a trabajar a otro país comunitario al cabo de dos años en el primero, se acelera la obtención del permiso de residencia comunitario definitivo.

El fenómeno de la fuga de cerebros le supone a África un coste de 4.000 millones de dólares al año, en concepto de pago a profesionales extranjeros, sobre todo en el campo sanitario. África sufre el 24% de las enfermedades mundiales, pero sólo cuenta con el 3% de los trabajadores sanitarios del sector del planeta, y consume menos del 1% de los gastos internacionales en salud.

Este drama de la inmigración forzada a la que se ven sometidas tantas personas tiene unas causas:

Se habla mucho en los medios de comunicación de la responsabilidad de las redes clandestinas de inmigración ilegal como responsables del drama que sufren tantos inmigrantes, y es muy frecuente encontrar la expresión “luchar contra la inmigración ilegal”.

El problema por tanto no parece estar en el hambre planificada y provocada del que miles de personas huyen, sino en que lleguen a nuestro país a través de redes de inmigración que hacen negocio a su costa. Ante ello nos preguntamos: ¿por qué no se facilita la entrada a los inmigrantes para que no tengan que acudir a ellas? ¿por qué no se hace efectivo el derecho a emigrar de toda persona y se quitan las patrulleras de las costas y se da visado, o no se exige, como a los ciudadanos de la UE?. Este sería el único modo honrado de acabar con el tráfico de personas.

También se tiene por causa de la inmigración el llamado efecto llamada derivado de las regularizaciones.

Ante ello hay que decir que el verdadero efecto llamada es la pobreza de los países de origen y la riqueza de los de destino, y que las regularizaciones son un mecanismo para controlar la economía (cuando esta va bien, se crean más puestos de trabajo, ello motiva las regularizaciones, que contienen el aumento de los salarios y del IPC) o derivadas de intereses políticos (como la regularización que hizo el PP en 2001 tras los sucesos de Lorca, o la del PSOE en 2005 tras el 11M)

Pero sí que hay unas causas verdaderas que explican la inmigración:

La miseria y el hambre como único horizonte, las guerras, las dictaduras de gran parte de países de África. En una palabra: la desesperación. Esta desesperación que empuja a los inmigrantes a abandonar su aldea y a embarcarse en una aventura de resultado incierto resulta ininteligible para nosotros, hombres corrientes acuciados por desazones menos extremas.

Por otro lado, el mercado de trabajo para inmigrantes ilegales que existe en los países desarrollados.

Estos mercados no sólo incluyen actividades ilícitas o de legislación difusa, como la prostitución (España es el prostíbulo de Europa; el 90% de las prostitutas son inmigrantes) o el trabajo por debajo de la regulación establecida (explotación laboral), sino que se extienden hasta los ciudadanos bienpensantes y socialmente bien considerados, que imaginan que contratar una empleada de hogar sin papeles es una actividad inocua e incluso altruista.

Lo cierto es que existe una rentabilidad política en este tema, pues se ha fabricado un chivo expiatorio, echando las culpas de los fallos en el funcionamiento de la sanidad, educación, la culpa del paro, de la precariedad, de la delincuencia… a los inmigrantes.

Existe además una rentabilidad económica: Europa no puede permitirse el lujo de ser racista si quiere mantener su actual modelo económico que incluye la protección social universal y gratuita y asegura la financiación de las pensiones durante los próximos 50 años. Si no hubiera inmigración, tendría que elevar la edad de jubilación hasta los 75 años para mantener los actuales sistemas de Seguridad Social.

Según un informe de la ONU del 2000, España debe acoger a 12 millones de inmigrantes (240.000 al año) para conservar sus cifras de población que mantengan su actual “fuerza de trabajo”, y con ello garantizar las pensiones de sus habitantes; además de sostener la economía sumergida (que supone entre un 15 y un 20% del empleo total en España) y los sectores económicos, como el servicio doméstico, hostelería, construcción, cuidado de ancianos y niños, que no podrían mantenerse sin la participación de trabajadores extranjeros. Y ello, teniendo en cuenta que ganan un 30% menos que los españoles en los mismos puestos de trabajo y su rendimiento laboral es un tercio más

La inmigración es un negocio redondo para el país. Sin inmigrantes la economía española estaría en recesión. Economía basada en la esclavitud.

Queda claro pues que la inmigración no es un fenómeno descontrolado, está perfectamente planificado y controlado por el sistema económico neocapitalista.

Frente a este drama, no sirve el discurso de la “integración”, pues es insolidario. Como mucho busca la promoción individual y mata la promoción social, que sería la verdaderamente liberadora;  pretende integrar a los inmigrantes en la buena vida, que acepten nuestros valores insolidarios; y finalmente, es una canallada aceptar el marco como está sin cuestionarlo políticamente, sí, que los inmigrantes se integren, pero en la economía sumergida y el trabajo esclavo, que el puesto que se asigna al inmigrante sea inferior al del español.

Tampoco sirve el discurso de la multiculturalidad, impulsado por la falsa izquierda, que se basa en compartir lo superficial (cocina, bailes, tradiciones…) pero sin abordar la injusticia existente de fondo.

La ayuda oficial al desarrollo, los objetivos del milenio… son asimismo canallas.

La respuesta honrada al sufrimiento que acompaña a la inmigración parte de la consciencia de que los países empobrecidos no necesitan asistencialismo sino justicia, de que nuestro bienestar se asienta sobre su miseria, y de que la liberación de los empobrecidos ha de realizarse por  los empobrecidos mismos.