Por Monseñor Luis Argüello, Arzobispo de Valladolid
Recogemos en estas páginas una parte del discurso inaugural de la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española del arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. D. Luis Argüello, en la que hace un análisis del problema de la demografía en nuestro país, partiendo de los datos, esclareciendo causas y consecuencias y concluyendo con un mensaje de esperanza.
Durante 2022 se registraron en España 329.251 nacimientos. Continúa así la tendencia a la baja de la última década: en 2012, nacieron 454.648 personas. Desde el año 2012, el número de nacimientos ha descendido un 27,6 %. El indicador coyuntural de fecundidad, número medio de hijos por mujer, se situó en 1,16 en 2022 (madres españolas: 1,12, extranjeras: 1,35). En este tiempo el número de abortos se ha mantenido siempre cercano a los 100.000. Comoquiera que los nacimientos han disminuido mucho, la relación entre embarazos, nacimientos y abortos desgraciadamente ha crecido en favor de estos últimos. El número de hijos abortados representa casi el 40 % del déficit demográfico español.
Durante 2022 fallecieron en España 464.417 personas, es decir, el saldo vegetativo fue negativo en 135.166 personas. El crecimiento de población de España se debe al incremento de personas llegadas del extranjero. El saldo migratorio fue de 727.005 personas en 2022. La población nacida en el extranjero era ya de 8.569.954 personas, de las cuales casi algo más de dos millones tienen ya la nacionalidad española.
En este período también han disminuido los matrimonios, y ha crecido el número de parejas de hecho. El 40 % de los matrimonios no tiene hijos y la mitad de las parejas de hecho tampoco. Las adopciones han disminuido drásticamente, pero han crecido las familias numerosas. Cuatro de cada cinco matrimonios son civiles. El número de divorcios sigue aumentando; en los últimos diez años el número de menores afectados por la ruptura de sus padres llega casi al millón. El número de hijos nacidos fuera del matrimonio en 2022 fue ya superior al 50 %. La edad media de los primeros matrimonios entre solteros es de 35,3 años. Ya hay más solteros que casados. Se está produciendo una transformación de la sociedad, donde hay cada vez más solteros, más divorciados/separados y, por el contrario, una reducción de casados. Se está evolucionando hacia una sociedad amatrimonial.
Todo ello obedece a diversos condicionamientos. Unos son económicos, las dificultades que plantean las condiciones laborales, económicas y de vivienda dificultan la independencia de los jóvenes y el mantenimiento de un hogar. Otros, culturales y ambientales, un entorno que no valora a los matrimonios como la mejor forma de convivencia, una propuesta de estilo de vida a través de diversos medios de comunicación que no solo no promocionan el matrimonio y la familia, sino que atacan y denigran a la institución y plantean modelos alternativos como única opción «liberadora». Estos mismos medios y ambientes elogian la bondad de la falta de vínculos y la asunción del divorcio sin drama, como salida normalizada y deseable ante cansancios y conflictos.
Este clima hace frágil el compromiso y empuja a los casados, ante cualquier crisis, hacia la ruptura como la única salida sin ofrecer la alternativa de la mediación y la reconciliación.
Ha calado en nuestra sociedad un mensaje: «tener niños no es buena idea». Los argumentos que envuelven esta propuesta están, a veces, centrados en la economía, «tener hijos es muy caro» o en la ideología de género, «los hijos son un lastre para la plena realización de la mujer»; en ocasiones se ha llegado a poner como excusa el cambio climático, «los niños son malos para el planeta porque consumen muchos recursos»; y de forma más implícita, pero muy decisiva, en lo que tiene que ver con el estilo de vida, el ocio y el negocio, «de lunes a viernes tener hijos limita tus posibilidades de promoción laboral y profesional y en el fin de semana, tus oportunidades de viajar y salir de fiesta». Da igual cuál sea el formato de la excusa, la idea que se transmite es que tener hijos es negativo. «Sí, de vez en cuando dan alegrías, pero la vida es mucho más sencilla sin ellos. Tienes más libertad, menos límites y, en general, una existencia menos complicada».
El papa Francisco añade otra causa, la falta de esperanza:
«La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitirla vida. A causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad. Por el contrario, en otros contextos, «culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas». Francisco, Spes non confundit, 9.
Estos condicionantes ideológicos han tomado cuerpo en la reciente legislación sobre la persona, el matrimonio y la familia. La problemática familiar no solo no es abordada, sino que desde el Estado se promueven medidas y legislaciones que agravan dichos problemas. España es el farolillo rojo en políticas familiares de protección de la familia y promoción de la natalidad.
Como consecuencia, cada vez hay más personas aisladas, muchas en soledad no deseada y menos familias estables. Las familias son cada vez más pequeñas y muchas ya no tienen hijos. España se encuentra en una auténtica quiebra demográfica. Todo el sistema social, económico y, consecuentemente político, se enfrenta a un panorama de crisis global a medio plazo. El «invierno demográfico» no es algo privativo de España, aunque nuestro país destaca como alumno aventajado de ese Occidente posmoderno.
Ante este problema el Papa propone una alianza social para la esperanza:
«La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor. La comunidad cristiana, por tanto, no se puede quedar atrás en su apoyo a la necesidad de una alianza social para la esperanza, para […] no conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes». Francisco, Spes non confundit, 9.
Si hay esperanza se está dispuesto a dar la vida y transmitir la vida.