Cataluña más capitalista

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“¡No queremos convivir junto a los españoles!” El Parlamento de Cataluña ha iniciado la secesión. ¿Los perdedores? Son los últimos, los esclavos, parados, emigrantes y empobrecidos; una verdad que ni se entiende ni se quiere entender en Cataluña

Las autoproclamadas “candidaturas transformadoras” han sucumbido al delirio nacionalista, arrodillándose en la bancada liberal. Pura traición a quienes dicen defender. La historia de los pobres no deja lugar a dudas: nacionalismo y lucha solidaria son dos formas contrapuestas de entender el mundo.

Mientras toda Europa vivía la época dorada del nacionalismo, los obreros europeos crearon la Asociación Internacional de Trabajadores, para poner los problemas sociales y de clase por encima de los problemas de nación. Mientras el capitalismo abrazaba con entusiasmo los nacionalismos, los pobres de Europa abrazaron el internacionalismo. Hoy, cuando los trabajadores han perdido la conciencia internacionalista, el capitalismo se organiza en conglomerados transnacionales.

El nacionalismo es una eficaz arma ideológica y cultural para ejercer el control político de los pueblos. Si en Europa el nacionalismo condujo a los hombres a matarse entre ellos por patriotismo, en España supuso la división del Movimiento Obrero, con la traición de los catalanes en la Huelga General revolucionaria del 34 o cuando Alfonso XIII entregó el Estatuto de Autonomía a Cambó para frenar las asociaciones de trabajadores. Lo que el mundo del trabajo unió, el nacionalismo lo dividió. El declive del internacionalismo no es solo un declive ideológico, sino también el hundimiento de una cultura revolucionaria.

Conscientes de su traición histórica, camuflan su sumisión al artefacto político Junts pel Sí cargando el discurso político de eufemismos y falsedades: “Quiero la independencia para poder ser antinacionalista”, “el debate no es entre libertad nacional o revolución social”, “estamos obligados a desligar la independencia y la lucha económica”. Y la clave del discurso es la defensa de un estado catalán, que tal como una panacea, será la solución de todos los males de “nuestro pueblo”.

Esta mano traidora dio el último empujón a la fuerza parlamentaria “independentista” que ha implosionado en la agenda política española.

El convoy catalán ha abierto un gran boquete en el tablero español, desplegando otra alfombra roja a la patria impunidad de los mercados financieros, troicas y grandes corporaciones. La gobernanza capitalista está tranquila.

Nada ilustra mejor la decadencia de la sociedad catalana qué no advierte su servidumbre al capitalismo. ¿Cuándo despertarán del sueño de la independencia? ¿Cuándo oirán en sus entrañas las cadenas del imperialismo capitalista?

Poner la lógica institucional a trabajar por la construcción de un verdadero proceso liberador exige una cimbra o bastidores que no tiene el pueblo catalán. En 35 años de autonomismo no han abandonado el fracaso escolar ni el paro juvenil, ni han levantado las instituciones ni los militantes que promuevan una verdadera emancipación. Incapaces de transformar la sociedad consumista que “duerme tranquila mientras la gente muere de hambre” como denunciaba el Arzobispo de Barcelona.

Todo lo contrario, la gran obra social del catalanismo no ha sido otra que la construcción del primer banco español y de un club de fútbol financiado por multinacionales de la guerra y la esclavitud.

Justificar tanto crimen con la ausencia de un estado propio es un atentado a la verdad, digerible únicamente sólo por un pensamiento acrítico e hiperventilado.

¡Qué hermosa sería una revolución -decía Andrés a su patrona-, no una revolución de oradores y de miserables charlatanes, sino una revolución de verdad! Escribió Pío Baroja en “El árbol de la ciencia”.

Editorial de la revista Autogestión