Christophe Munzihirwa: Mártir de la esperanza

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El 29 de octubre de 1996, Christophe Munzihirwa era asesinado. Pagó con su vida su decidida ofensiva en pos de la verdad y la justicia. En su defensa de los derechos de los refugiados ruandeses, denunció a los medios de comunicación occidentales que sin darse cuenta de que estaban apoyando el genocidio contra la etnia hutu. En Burundi y en Ruanda las guerras fratricidas siguen su curso, pero en los ambientes internacionales parece que están a la espera para ver lo que pasa. ¿Quién revelará los planes secretos de las personas bien protegidas que se empeñan en eliminar a los pobres?

Fuente : Misioneros Javerianos
https://www.javerianos.org/

Tres valores presiden su vida y su muerte: la libertad, cénit de su denuncia de las injusticias y de su total independencia del poder político; la fraternidad, fruto de un amor sin límites que no distinguía entre clases ni etnias; y el martirio, consecuencia de su voluntad irreductible por permanecer al lado de los que más sufrían.

Fue voz de los sin voz, grito en el desierto, testigo incómodo de un nuevo genocidio ante el que no tuvo miedo y supo reaccionar. Murió por haberse entregado a sus hermanos hasta el fin y, en mitad de la barbarie y el sufrimiento del pueblo ruandés. Murió por haber sido inmensamente coherente y por no haber caído en la tentación del silencio. Murió por haber apostado hasta el extremo por Cristo y por su mensaje de amor.

Aquellos que lo condenaron y lo ejecutaron siguen hoy gobernando en Ruanda y en el Congo, siguen hoy perpetuando la barbarie y el sufrimiento de la población que habita en la región de los Grandes Lagos. Sólo entienden de violencia y por eso creyeron que la verdad se acalla con las armas. Pero ellos no saben que Munzihirwa no ha muerto. Su mensaje sigue ahí, vivo, candente, presto a ser enarbolado, presto a ser arrojado por amor contra los que sólo saben provocar sufrimiento. Sigue ahí, porque en la lucha por la verdad y la justicia está la esperanza, está Dios.

CHRISTOPHE MUNZIHIRWA MWENE NGABO

Se llamaba Christophe Munzihirwa Mwene Ngabo. Desde 1993 era obispo de Bukavu (República Democrática del Congo), diócesis situada en la frontera con Ruanda.

Tras el genocidio perpetrado en este país contra la etnia tutsi (1994) y la llegada al poder del Frente Patriótico Ruandés (FPR), también tutsi (1995), cientos de miles de hutus habían huido a los países vecinos por miedo a las represalias. Desde el primer momento, Christophe Munzihirwa estuvo del lado de esta población inocente, que llegó en masa a su diócesis. Así, denunció el régimen de terror impuesto por el FPR en Ruanda y que impedía el regreso de los refugiados.

Denunció la inoperancia de la ONU y la comunidad internacional para poner freno al drama humano que se estaba viviendo. Denunció, con fuerza y claridad, la complicidad y el apoyo tácito de las potencias occidentales a la política represiva del gobierno ruandés, empeñado en vengar con una nueva matanza la muerte de los tutsis asesinados en el genocidio de 1994. En definitiva, puso sobre la mesa toda la podredumbre que esconde el drama de los Grandes Lagos, y lo hizo como acto coherente derivado de su amor por los más pobres, débiles y necesitados, por los elegidos por Dios.

Por esto, recordar hoy a Monseñor Christophe Munzihirwa no es sólo rememorar la figura de un auténtico testigo de la Iglesia del Congo, mártir por defender a los pobres, sino también es subrayar la denuncia que encarnó, cada día más actual. Y es que también hoy, como ayer y como en los tres últimos años, en la región de los Grandes Lagos la opresión y los muertos continúan. Si en la primavera de 1994 hubo un genocidio contra los tutsi, ahora (con las represiones y los éxodos, el asalto armado a los campos de los desplazados y la caza contra cientos de miles de personas que huyen, la encarcelación sin procesos y la desaparición de las personas…) se está realizando un no menos feroz y programado genocidio contra los hutu. También hoy, como ayer, detrás de esta realidad se esconden los intereses y la hipocresía de las «grandes potencias», en particular de Estados Unidos.

Ya lo denunció Mons. Munzihirwa en 1995: «La Iglesia de Bukavu advierte una insensibilidad cada vez mayor por parte de los demás países; ¿están cansados de apoyar a esta gente…? Hay cosas que sólo ojos que han llorado pueden ver bien». Son palabras que expresan con precisión cómo vivió el drama de la gente de los Grandes Lagos, la compasión y su implicación total. Sus juicios tenían el ojo penetrante del que sufre y el valor del que ama. Por eso el mensaje de su vida y de su muerte nos interpela hoy con fuerza y con autoridad.

QUIÉN ERA MUNZIHIRWA

Christophe era una persona pobre. Era lo primero que se observaba en él. Tenía dos camisas iguales y dos pares de pantalones que él mismo lavaba y tendía a secar. El ser obispo nunca significó para él una oportunidad para enriquecerse o enriquecer a su familia. Siempre mantuvo una actitud de servicio. Todo lo que Monseñor Munzihirwa hizo fue para y por los más necesitados, nunca por intereses personales. Esta pobreza se conjugaba bien con la libertad de espíritu de la que gozaba y por eso pudo levantar la voz y denunciar las injusticias: no tenía nada que perder.

A esta primera característica se le puede añadir una segunda: el culto a la verdad. Mons. Munzihirwa manifestó siempre sus puntos de vista en público para hacer frente a la hipocresía reinante. Nunca se cansó de escribir cartas a los responsables de organismos internaciones y siempre dijo lo que pensaba y lo que veía en primera persona. Jamás escurrió el bulto y siempre dijo las cosas con claridad: «Cristianos, la violencia, si no podemos impedirla, siempre debemos desaprobarla. Si no podemos desatar los nudos gordianos de las mentiras, debemos siempre denunciarlas. Hay que saber decir NO, un NO absoluto a la violencia».

La tercera cualidad que habría que destacar, al hablar de este obispo mártir, es la coherencia. Nada buscaba para sí. El hecho de tener que defender tan sólo dos camisas y la verdad hizo que estuviera siempre en su sitio. A la cita con el martirio uno llega sólo después de haber practicado la coherencia hasta el final. De no ser así habría siempre muchas salidas, «muchas cosas urgentes que hacer» en otro lugar. Al leer las cartas que escribía a su pueblo y los mensajes que mandaba a la «Radio Vaticana», todos pensamos: ¡está firmando su condena! Él lo sabía y las personas de su entorno le habían aconsejado trasladarse a un lugar más seguro. Con todo, no aceptó. Quiso permanecer al lado de los que sufrían y seguir siendo un punto de referencia para la sociedad civil, seguir siendo su voz hasta el fin.

 

CON LOS REFUGIADOS

Escribe el javeriano P. Juan Querzani, «jamás olvidaré la visita inesperada y alentadora que Monseñor Munzihirwa nos hizo cuando se estaba en plena emergencia humanitaria, hacia finales de julio de 1994. Apareció entre las tiendas de campaña del campo de acogida que habíamos organizado, delante de la misión, para los enfermos y los abandonados. Eran sobre todo viudas, niños y ancianos -afirma el P. Juan. Estuvo largo rato en silencio con aquella gente. Después lo acompañé a su casa: seguía en silencio, con el corazón atenazado por el sufrimiento y la compasión profunda. Al final únicamente me dijo: «¡Es la Palestina de África!»

Desde que empezaron a llegar los refugiados ruandeses a su diócesis en el Congo, Munzihirwa se consideró pastor de todos y hermano de todos. En la homilía de la misa celebrada en Bukavu el 24 de julio por los refugiados y para invocar la paz, afirmó: «Acogemos a todos los refugiados sin discriminación. Damos sinceramente las gracias a nuestros compatriotas que, a pesar de su pobreza, reciben a los refugiados en sus casas. Busquemos la mejor forma de vivir juntos, zaireños y ruandeses, estos acontecimientos que interpelan nuestra caridad y nuestro crecimiento evangélico».

Al mismo tiempo, indignado por los numerosos abusos que sufrían los refugiados, sobre todo por parte de los militares y de los administradores de Zaire, no dudó en señalarlos a la opinión pública con palabras encendidas: «La conciencia cristiana se rebela y condena a los que buscan un beneficio material en la miseria y en la desgracia ajena. Los que hayan robado o comprado cosas robadas deben devolverlas si quieren volver a ser hermanos de Jesús».

Durante los dos años de presencia en Bukavu de los refugiados (1994-1996), ni por un instante dejó de defender sus derechos fundamentales. Sirva como muestra la carta que escribió al secretario general de las Naciones Unidas, Boutros Ghali, en agosto de 1994, cuando la avalancha de refugiados había convertido la situación en insostenible: «Desde que empezó la llegada a Bukavu de los innumerables refugiados ruandeses, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados está actuando con una ineficacia evidente, sin que por ello tengamos que hablar de mala voluntad. Nos hemos enterado de que las organizaciones internacionales y las potencias occidentales quieren, a la fuerza, devolver a su patria a los refugiados, trabajando para que el Alto Comisionado no los asista y así verse obligados a regresar. En nombre de toda la comunidad católica de Bukavu y de las organizaciones de defensa de los derechos humanos, denunciamos como un crimen contra la humanidad el no hacer nada para implantar en Ruanda una paz verdadera y una seguridad que permita regresar a todos aquellos refugiados que quieran hacerlo. Es un hecho comprobado que Rwanda está siendo destruida por dos extremismos opuestos. Pedimos a las grandes potencias que se realice un encuentro entre todos los ruandeses para que puedan encontrar una solución negociada y equilibrada».

El haber constatado que nada se cumplía y que existía una cínica estrategia por parte de las grandes potencias para silenciar el sufrimiento de los refugiados ruandeses y la grave situación de los Grandes Lagos, llevó a Mons. Munzihirwa a denunciar cada vez con una mayor claridad y valentía la situación de unas víctimas que no tenían voz.

El 8 de septiembre de 1994 escribía: «Llega la estación de las lluvias y muchos de los refugiados no tienen ni tiendas ni mantas… Pero es que, además, en Ruanda la situación no está como para regresar: cada día hay ejecuciones clandestinas y sumarias entre la población hutu que quiere volver. Estamos en el reino de la arbitrariedad militar».

Dos semanas después escribía al representante de la organización humanitaria Misereor: «El problema que hay que resolver es el inmediato regreso de los refugiados a Ruanda. Es lo único que están esperando, pero siempre con dignidad y con justicia. Rechazan la situación de sumisión impuesta desde hace años en Ruanda. Quieren volver, pero tienen miedo a la fuerza militar. Los soldados matan cuando y como quieren. Tienen una libertad absoluta. Además, no hay institución civil o judicial que defienda a la población. La situación de la población hutu en Ruanda es muy parecida a la de los palestinos en Israel, obligados a someterse a la ley del más fuerte».

El 16 de enero de 1995, se dirigió ilusionado a las Iglesias de Europa para que ejercieran una presión moral y política que diera como resultado la solución del problema de los refugiados: «La casi totalidad de los prófugos quieren volver, pero no pueden: no se dan las condiciones necesarias para hacerlo. Tienen miedo a ser encarcelados simplemente porque alguien los acusa de algo no probado; tienen miedo a ser asesinados por querer recuperar aquellos bienes que dejaron. Según fuentes fiables que viven en Rwanda, las matanzas continúan y van en aumento. En Ruanda son asesinadas entre cinco y diez mil personas al mes».

El 15 de mayo de 1995, después de la horrible matanza efectuada por el Frente Patriótico Ruandés (en el poder en esos momentos en Ruanda) contra los refugiados instalados en el campo de Kibeho, escribió de nuevo a Boutros Ghali: «En las actuales condiciones, los refugiados que quieren volver a Ruanda consideran irrealizable su deseo. El genocidio perpetrado en Ruanda por los militares en el poder, y en particular la matanza de Kibeho, han demostrado la verdadera cara del Frente Patriótico Ruandés, del que hay que temer aún cosas peores: su voluntad clara es la de eliminar a la población hutu».

LA DESINFORMACIÓN

En su apasionada defensa de los derechos de los refugiados ruandeses, Mons. Munzihirwa también denunció a los medios de comunicación occidentales que, influidos hábilmente por el poder de Kigali, constantemente demostraban sus simpatías por el nuevo régimen, sin darse cuenta de que estaban apoyando el genocidio contra la etnia hutu. Por lo general, difundían una información partidista y no siempre verídica.

Ya en septiembre de 1994 denunciaba lo siguiente: «Algunos ambientes europeos parecen estar dominados y manipulados con el fin de lograr que se condene en masa a los hutu. Al mismo tiempo, los medios de comunicación alaban la disciplina, casi angelical, de la armada del Frente Patriótico Ruandés. Ya es hora de que los que se consideran los verdaderos promotores de la democracia en el mundo se den cuenta de la situación despótica que actualmente vive Rwanda y que impide el regreso de los refugiados».

El 28 de abril de 1995 les dijo a los integrantes de una delegación de organizaciones del mundo católico europeo: «Sabemos que los medios de comunicación occidentales apenas hablan del drama que están viviendo los refugiados ruandeses. ¿Qué hay que hacer para poder ver publicada en vuestros periódicos una información objetiva que no altere la naturaleza de la tragedia ruandesa?»

En una carta escrita a Jimmy Carter, ex presidente de los Estados Unidos y responsable de una de las misiones de paz (30 de enero de 1996) insistió sobre este asunto: «Los refugiados se sienten despreciados y efectivamente lo son por parte de la prensa, que no se da cuenta de que ellos son tan sólo las víctimas de los extremistas y no los culpables».

CONTRA LA HIPOCRESÍA

Pero la acción más dura y valiente de denuncia de Mons. Munzihirwa estuvo dirigida contra las vergonzosas estrategias políticas puestas en práctica tanto por el poder local como el internacional, y que han sido siempre la causa y el sustento del drama ruandés y de su extensión a toda la región de los Grandes Lagos.

En un documento elaborado por el Obispo el 4 de agosto de 1994, éste manifestaba con claridad su pensamiento: «En Burundi y en Ruanda las guerras fratricidas siguen su curso, pero en los ambientes internacionales parece que están a la espera para ver lo que pasa. Nosotros nos preguntamos si todo esto no es fruto de algo programado, escondido… Aún no se sabe de quien salió la idea del asesinato, en octubre de 1993, del presidente de Burundi Melchor Ndadaye. Los militares empuñaron las armas, pero ¿quién lo programó todo? ¿Quién dio las órdenes? ¿Quién ocultó las pruebas y con qué intereses? Ahora, por todo el país hay gente que llora a los muertos. Más del 25% de la población está desplazada o refugiada y vive en el miedo y en la miseria. En cuanto a Ruanda, la guerra empezó hace 4 años con la invasión del país, a través de Uganda, por parte de las fuerzas tutsi del FPR, que estaban apoyadas por países extranjeros. Ha quedado claro que el posterior asesinato del presidente ruandés Juvenal Habyarimana, sobre el que las investigaciones no han aportado luz, estaba programado. Tras este hecho se desató el genocidio, hubo matanzas por parte de los militares y paramilitares seguidas por venganzas terribles. Vemos que por ambas partes no se busca la democracia sino el poder absoluto para conservar o alcanzar unos privilegios sin mirar al precio que la gente debe pagar. La fuerza de interposición de la ONU, en Kigali, no ha sido capaz de realizar la misión de paz encargada sin participar en la lucha. La «Operación Turquesa» de Francia dio signos de partidismo desde el comienzo. Los países lloran por tantas víctimas… Hay buena voluntad y buenos compromisos de ayuda humanitaria, pero ¿habrá alguien que haga algo para el mañana? ¿Quién revelará los planes secretos de las personas bien protegidas que se empeñan en eliminar a los pobres? Volvemos a subrayar la urgencia de una fuerza internacional que ayude a respetar los derechos de todos, tanto en Burundi como en Ruanda, porque aquí hay quien juega con dos barajas».

Como se puede apreciar, Mons. Munzihirwa no se dejó engañar por el esfuerzo humanitario que se puso en marcha, sino que se preocupó por la falta de un compromiso auténtico por parte de la comunidad internacional.

CEGUERA Y MALA FE

Monseñor insiste sobre la ceguera y la mala fe y así, en un mensaje con fecha 8 de septiembre de 1994 afirma: “Las Naciones Unidas obran de manera absurda cuando permiten a los guerrilleros del FPR tomar las armas, ocupar el país y, ya en el poder, someter a la población nacional. Nos encontramos en el reino de la arbitrariedad y del terror”.

En este mensaje el obispo insiste en recordar la invasión armada de Ruanda, acontecimiento que desconoce gran parte de la opinión pública, e invita con energía a que se abran los ojos y se observe con imparcialidad todo lo que realmente está sucediendo, es decir: un nuevo, y no menos grave, genocidio: “Antes nos dejó impresionados el genocidio contra los tutsi y ahora parece que el mundo quiera silenciar el genocidio que se está perpetrando contra los hutu. Parece que todos acepten que una minoría armada, para poder mantenerse en el poder, elimine a una mayoría desarmada. ¡Vaya lógica!”.

Cuando los países occidentales empezaron a ayudar económicamente al nuevo régimen tutsi instalado en Kigali, Munzihirwa escribió a las Iglesias de Bélgica y de Francia para subrayar con indignación: “No se puede aceptar que los países occidentales ayuden sin condiciones al régimen de Kigali, que excluye a la población del derecho de hablar e impide la vuelta al país de más de una tercera parte de sus habitantes”.

En la carta escrita el 30 de enero de 1996 al ex presidente estadounidense Jimmy Carter insiste: “Los Estados Unidos ofrecen ayuda económica y militar a Kigali. ¿Cómo justificar la ayuda a un régimen político que practica una gestión totalitaria del poder, viola los acuerdos de paz de Arusha, impone el terror y organiza matanzas? La ayuda, ¿no debería ir condicionada a la apertura de negociaciones políticas en Ruanda y al respeto de los derechos de los refugiados a volver a su país con la garantía de la seguridad y el respeto de su dignidad?”

INVASIÓN DEL KIVU
Pese a su contundencia, los llamamientos de Mons. Munzihirwa no fueron respondidos. Es más, Estados Unidos consiguió durante esos días que el Consejo de Seguridad de la ONU levantara el embargo de armas impuesto a Ruanda, de tal forma que el régimen de Kigali consolidó aún más su poderío militar. Por otra parte y sin que nadie lo pudiera entonces prever, se estaba gestando toda la operación de destabilización del vecino Zaire, que preveía la invasión de la región del Kivu por parte de las tropas ugandeses y ruandesas y su unión a los rebeldes locales para derrocar el régimen de Joseph Mobutu.

Mons. Munzihirwa llevaba ya tiempo advirtiendo la posibilidad de que surgieran nuevas guerras que afectaran al pueblo zaireño. Así, el 15 de mayo de 1995 escribió al secretario general de la ONU, Boutros Ghali, para decirle que «mientras las grandes potencias parecen aceptar el statu quo y ponerse de acuerdo sobre el hecho de que Zaire deba aceptar a los refugiados ruandeses, los que vivimos aquí advertimos los signos premonitorios de posibles conflictos armados orientados a desestabilizar toda la región».

Esta intuición se convertirá en una dramática realidad a primeros de octubre de 1996 con el comienzo de la «Primera Guerra de Liberación del Congo». En un dramático mensaje que lleva por título «El sur del Kivu hoy ha sido agredido por Ruanda», el 13 de octubre Mons. Munzihirwa realizó una dura denuncia: “¿Acaso alguien puede negar que los dirigentes de Kigali no tienen objetivos de expansión? ¿Y no son apoyados en esto por Uganda, Burundi y por potencias occidentales? En efecto, estas potencias se aprovecharían de la situación geográfica de Ruanda y de la minoría que gobierna este país para asegurarse el control sobre el futuro político, económico y estratégico de ese gigante que es Zaire y, acaso, también de otros países de la región de los Grandes Lagos. Apelamos a la responsabilidad de los países amantes de la justicia y de los derechos de los pueblos para que obren por la paz y la estabilidad de esta región, ahorrándole a sus habitantes el desastre que los está amenazando”.

VALIENTE PASTOR
El javeriano P. Querzani recuerda con emoción el drama que vivió Mons. Munzihirwa en esos últimos días de su vida: «Los esfuerzos de los exponentes de la sociedad civil de Bukavu, animados por su arzobispo, para aliviar a la población de Bukavu del miedo y también para organizar un movimiento de autodefensa, iban a menos por la irresponsable presencia de los militares de Zaire, que en su huida sólo pensaban en saquear y robar, y a quienes el arzobispo Munzihirwa inútilmente había intentado convencer de lo irracional de sus actos y del valor de la dignidad humana. Al valiente pastor roído por la amargura pero sostenido por su fe, calma y firmeza, sólo le quedaba la fuerza de la palabra, que proclamaba la verdad delante del mundo, y la fuerza del testimonio».

En su mensaje del 22 de octubre de 1996, Munzihirwa pone nombres y apellidos a su denuncia de la invasión del Zaire y del sufrimiento que está conllevando para la población: “Esta guerra que los periodistas llaman de los Banyamulenge, es en realidad una invasión que tuvo su origen en Uganda. Nos hallamos ante un ejército formado por soldados de Uganda, Ruanda y Burundi mucho mejor armado que el ejército de Zaire. Como ya ocurrió con la invasión de Ruanda, la población se da cuenta de que esta invasión ha sido detalladamente preparada para controlar una parte de Zaire”.

En su mensaje del 26 de octubre insiste: “Constatamos que Ruanda y Burundi ha invadido Zaire justo después de que el Consejo de Seguridad de la ONU hubiera levantado el embargo de armas que sufría Ruanda. Nosotros, que somos parte de las diferentes etnias que desde siempre han cohabitado en paz y armonía en el Kivu, nos encontramos amenazados por una guerra que nos viene impuesta por extranjeros que han armado a unos mercenarios para dominar nuestra región”.

INMINENTE TORMENTA

Tras todas estas declaraciones, la situación se precipita. Así, el pastor advierte la inminente tormenta final. El 28 de octubre dirige a su fieles un último mensaje, que no es sino un llamamiento a mantener la fe y a la esperanza: “¿Qué nos queda aún por hacer? Permanezcamos firmes en nuestra fe. Confiemos en Dios que no nos abandonará. No sé de donde pero aparecerán unas luces de esperanza. Dios no nos abandonará si nos comprometemos a respetar la vida de nuestros vecinos, sean de la etnias que sean”.

Al día siguiente, al atardecer, se le quitó la palabra profética. Un contingente ruandés había invadido por la mañana Bukavu. Varios soldados, cumpliendo órdenes estrictas, se dirigieron al edificio del Episcopado y, encontrando a Mons. Christophe Munzihirwa en la calle, lo asesinaron de un tiro en la nuca. Así se acababa con la vida de un hombre cuyo único delito había sido defender la verdad y los derechos de los perseguidos y los pobres, y todo ello en nombre del Evangelio que había anunciado, de la esperanza que no claudica ante el horror y del amor intenso que tenía hacia su pueblo y hacia todo aquel que fuese víctima de la violencia o la discriminación.

LAS RAÍCES

La lectura del último mensaje de Mons. Munzihirwa supone adentrarnos en las raíces de donde brotaban su compromiso y su valor. Según el P. Querzani, «cuando conocí personalmente a Mons. Munzihirwa, él acababa de ser nombrado obispo de Kasongo. La primera impresión no era la de una persona con las cualidades que luego quedaron patentes tras la trágica realidad de los años siguientes. Como obispo, su primera preocupación fue dar una profunda formación espiritual a sus futuros sacerdotes. En el seminario regional, decía Munzihirwa, se mira más a la formación escolástica que al camino personal de discípulos de Cristo. Así, pidió que un misionero javeriano, con la suficiente preparación, se encargara de dar esta formación a los seminaristas».

«Por otra parte -prosigue Querzani- unos sacerdotes locales habían dejado recientemente la diócesis de Kasongo. Su preocupación inmediata fue la de ir a buscarlos de uno en uno para que volvieran a su diócesis, donde los curas no sobraban. Pidió a los Javerianos de una parroquia de su diócesis que acogieran a uno de estos sacerdotes que estaba dispuesto a volver, para animarlo espiritual y pastoralmente. La vida concreta en una pequeña comunidad le parecía la mejor manera para recibir fraternalmente y dar confianza al que, durante varios años, se había apartado de la diócesis».

Estos son tan sólo dos hechos, pero apuntan aspectos acerca de las verdaderas raíces de Mons. Munzihirwa. Así, su testimonio no fue algo improvisado, sino expresión lógica de todo un camino de seguimiento y de cuidado apasionado de las personas que le eran confiadas. Numerosos testimonios afirman que, detrás de él, no había simplemente una ideología o un proyecto político, sino la obediencia a su Señor, que le impulsaba continuamente a la conversión.

FIDELIDAD

Continúa diciendo el P. Querzani, «creo que la raíz profunda del compromiso de Mons. Munzihirwa hay que buscarla en la fidelidad al seguimiento de Jesús. Esta fidelidad fue la que, en la situación dramática en la que se encontró, le pidió que diera testimonio hasta la muerte, al igual que su Señor. El martirio podía no haber llegado, pero la vida él ya la había entregada antes en su seguimiento radical de Cristo, que lo impulsaba a entregarse totalmente a los demás».

En la carta dirigida a todos los cristianos de su diócesis el 3 de agosto de 1994, podemos encontrar bien subrayados algunos principios básicos de su espiritualidad: «Cristianos, aunque no podamos evitar la violencia, debemos siempre desaprobarla: hace falta decir NO, un NO decidido. En caso contrario la cizaña se confunde con el buen trigo. El buen trigo existe en cantidad y calidad sorprendentes. Tenemos una prueba de esto en las afirmaciones de los tutsi que han venido a buscar refugio en Kivu y que han dicho que su salvación fue obra de valientes hutu, respetuosos con la vida y testigos de la fraternidad de todos los hombres en Cristo; confirman los signos de esperanza que se notaron en Ruanda y en Burundi. Podríamos recordar también el hecho de aquella mamá tutsi que defendió a veinte niños hutu que iban a ser asesinados. El buen trigo es Cristo, presente entre la cizaña también en los momentos más oscuros de las tragedias humanas. Una postura contracorriente de tolerancia y una mirada sensible a las fuerzas del amor permiten abrir un camino al desarme para reconstruir la justicia y la paz sobre cimientos verdaderamente firmes».

Aflora en estas palabras la certeza del testimonio que el cristiano está llamado a dar también en los conflictos y en las tragedias humanas más dispares: no existen momentos en los que el Evangelio pueda ser arrinconado. Sólo así la vida del cristiano se hace ya vida nueva y signo de esperanza.

EL PERDÓN

En la lógica del don de la conformidad con Cristo, el perdón es la máxima expresión del compartir la locura de la paz: «En estos días, en que seguimos cavando fosas comunes -afirmaba Munzihirwa- y la miseria y las enfermedades se arrastran por los caminos, senderos y campos, nosotros estamos particularmente interpelados por el grito de Cristo en la cruz: ¡Padre, perdónalos!. Esta misericordia de Dios, que rompe los engranajes de la venganza, fastidia a los militantes de todos los campos. En realidad, la misericordia es la única fuerza que puede romper definitivamente el círculo infernal de las venganzas. Nuestro Dios ha perdonado y nos llama a perdonar. Solamente este heroico perdón está en la lógica de la salvación».

MARTIRIO Y CARIDAD
El martirio de nuestros tiempos es «martirio de la caridad» según afirmaba Pablo VI. Es lo que ha hecho Cristo, que dio su vida por los hermanos. Esta caridad se manifiesta con la defensa de los pobres y con el quedarse al lado de las víctimas. En Mons. Munzihirwa la caridad se manifestaba, además, con un amor por encima de bandos y prejuicios.

Repetidamente subrayó el hecho de que en cada una de las etnias, tutsi y hutu, había quienes deploraban esta locura y que arriesgaban su vida para salvar personas de la otra etnia. Igualmente denunció cómo en cada una había también personas culpables de actos violentos y de crueles venganzas. Para todos ellos era necesario no sólo el perdón y la misericordia sino una sincera conversión. Un futuro de reconciliación debía necesariamente venir por este camino.

Fue este el compromiso que apuntó, pocos días antes de la llegada de los refugiados ruandeses, a sus fieles de Bukavu: “Mirando los acontecimientos desde un punto de vista objetivo, nos damos cuenta que si en una y otra parte ha habido violencias y venganzas, existe una masa de gente que ha sido la víctima inocente. Nos damos cuenta de que por ambas partes hay personas que deploran esta locura y hacen lo imposible para salvar vidas humanas, con el riesgo de ser consideradas traidoras y con el peligro de pasar por la misma suerte. En Alemania ha sido necesario distinguir un alemán de un nazi; en el Líbano un musulmán de un islámico; en Ruanda haría falta distinguir un hutu de un miembro de las milicias de la muerte y distinguir un tutsi de ciertos miembros del FPR que quieren eliminar toda oposición”.

Para sus cristianos este era el camino que Mons. Munzihirwa les invitaba con insistencia a recorrer: “Los verdaderos discípulos de Cristo no pueden declararse tales si no tienen el valor de ser servidores de todos, sin exclusiones, y sentirse solidarios con todos los pobres. Si a nuestra puerta llaman unos refugiados, debemos saber crear un clima de compasión, fuente de ayuda recíproca perseverante. Debemos saber acoger en nuestra casa a los que son nuestros hermanos y hermanas, sin distinción de raza o de clase social. Si hay quien quiere volver a su país, nosotros debemos ser los siervos de la ayuda recíproca, del diálogo, de la misericordia y de la reconciliación a todos los niveles. Si un nuevo futuro de convivencia nacional empieza a construirse, los discípulos de Cristo tienen el deber de ser la levadura en la masa: no militantes intolerantes de una idea, ni partidarios fanáticos de una persona, sino portadores del Espíritu”.

Este fue, en definitiva, el sentido de toda su vida. Esta fue la causa de su muerte. Esta fue su denuncia, su testimonio como cristiano. «¡Gracias, Mons. Christophe, obispo, padre y hermano de la gente del Congo, de Ruanda, de Burundi y de todos nosotros!».

 


 

LA PALABRA DEL HOMBRE QUE AMÓ A SU PUEBLO
Estas son algunas de las cartas y los mensajes que en su último mes de vida escribió Monseñor Munzihirwa. Son el fiel reflejo de su compromiso con los más necesitados, de su afán por no cesar jamás en la denuncia de las injusticias.

A «RADIO VATICANA»

Bukavu, 8 de octubre de 1996 En los últimos tiempos, el ejército de Ruanda ha multiplicado los ataques armados contra la parte oriental de Zaire, causando numerosas víctimas civiles en la región de Kivu. En un primer momento, los refugiados han sido el blanco de sus acciones. Denuncio los disparos de las armas automáticas contra el campo de Birava en el mes de abril de 1995, que provocaron 45 muertos y más de 100 heridos, mujeres y niños en su mayoría.

Denuncio, además, las continuas agresiones por parte del Ejercito Patriótico Ruandés contra los campos de refugiados de Idjwi y de Panzi, cerca de Bukavu. Minas anti-persona y anti-tanque han sido colocadas en las carreteras de la región de Bukavu y de Goma. Las frecuentes explosiones de estas minas provocan numerosos muertos y heridos, no sólo ruandeses sino también población zaireña del Sur y del Norte de Kivu.

Ahora se están intensificando los ataques también contra el Sur de Kivu. El 22, 23 y 24 de septiembre, la ciudad de Bukavu ha sido atacada con armas pesadas por el ejército de Ruanda, causando numerosos muertos y un sin fin de daños materiales. Los medios de transporte de los comerciantes que recorren la carretera que atraviesa la ciudad de Nkomo son el objetivo de los disparos de los militares ruandeses, que están al acecho en la otra orilla del río Ruzizi. Esto está provocando que resulten interrumpidos los transportes entre la ciudad de Bukavu y la zona de Uvira. Los habitantes de la isla de Idjwi y los pescadores del lago Kivu viven cada día bajo la amenaza de las patrullas del Ejercito Patriótico Ruandés, que disparan sobre todo lo que se mueve.

Las zonas de Uvira, Mwenga, Fizi y Walungu son actualmente el lugar de combate entre los grupos armados tutsis, provenientes de Ruanda, y el ejercito zaireño. Algunos sostienen (tiene que ser confirmado todavía) que elementos ugandeses están combatiendo al lado de los agresores formados en Ruanda. Sus grupos armados están constituidos por personas que han vivido en el Zaire, como refugiados o como inmigrantes, y que hoy se hacen llamar «banyamulenge», «zaireños de lengua ruandesa». Recientemente han ayudado al Frente Patriótico Ruandés a llegar al poder en Ruanda con la fuerza de las armas. Hoy matan a zaireños y destruyen muchas infraestructuras en las regiones de los combates. Acabamos de recibir la noticia de que el 6 de octubre asesinaron a dos curas autóctonos de la parroquia de Kidote, en la diócesis de Uvira, después de haber saqueado la casa parroquial. Parece que han saqueado y destruido también el hospital rural de Lemera. Las autoridades zaireñas habían anteriormente informado acerca de la matanza de 35 habitantes en la zona montañosa de Uvira y de muchos más en la zona de Fizi.

¿Qué quiere obtener Kigali con estos ataques a Zaire desde su territorio y con el envío de elementos de su ejército para emprender una guerra contra Zaire?

El gobierno de Kigali, ¿pretende bloquear por mucho tiempo, o a lo mejor para siempre, la repatriación de los refugiados?
Todavía hoy, hay más de un millón de refugiados ruandeses en territorio zaireño. Tal y como hemos repetido en otras muchas ocasiones, estos refugiados son rechazados por el gobierno de Kigali. De hecho, siempre que se habla de su repatriación, Kigali actúa en sentido contrario: detenciones, expropiaciones, asesinatos, destituciones y toda una política de exclusión en contra de la etnia mayoritaria. Todo esto no impide a los dirigentes de Kigali seguir con sus discursos mentirosos, gracias a la acogida favorable que encuentran en ciertos medios de comunicación y organismos internacionales. Declaran estar dispuestos a acoger sin condiciones a todos los refugiados. Acusan a los países que han acogido a los refugiados, particularmente a Zaire, de frenar su regreso a Ruanda, y tratan a todos los refugiados como culpables del genocidio… Esta situación no anima a los refugiados a volver a Ruanda, pero Zaire quiere que los refugiados vuelvan a su país lo antes posible. Al final, Kigali logrará su objetivo: enfrentar a los refugiados con los zaireños, hecho que causará luchas mortales, con gran satisfacción para las autoridades ruandesas.

¿Tiene Kigali miedo a una eventual guerra interior en Ruanda? Es verdad que en estos días hay infiltraciones de militares del ex ejercito gubernamental ruandés (FAR) y se acusa a Zaire de apoyar estas iniciativas. Pero, ¿cómo se puede evitar eso si el gobierno de Kigali persiste en su rechazo de todo diálogo con los refugiados?

¿Es que los dirigentes de Kigali cultivan deseos de expansión? Y en este deseo de crear un gran imperio tutzi, ¿no están ya apoyados por ciertos países de la región y también por algunas potencias occidentales?
De hecho, estas potencias que declaran querer apoyar la democracia, desean servirse de la posición geográfica de Ruanda y de la minoría que gobierna este pequeño país para asegurarse el control sobre el futuro político, económico y estratégico de este gigante que es el Zaire y, a lo mejor, también de otros países de la región de los Grandes Lagos. Esta actitud de Ruanda y de sus aliados es extremadamente peligrosa: provocará grandes daños humanos en nuestra región y en el mismo Ruanda; aislará más a Ruanda, atrayendo sobre ella el odio de las otras etnias de la región; este proyecto de expansión ¿no buscará, en el fondo, que se perpetre un nuevo genocidio?

Hacemos un llamamiento a la responsabilidad de las naciones que aman la justicia y los derechos de los pueblos para que actúen en favor de la paz y la estabilidad de esta región, evitando a sus habitantes el desastre que los está amenazando. Quiero terminar recordando que la guerra es siempre algo abominable. Pedimos que cuantos aman a esta región trabajen para construir estructuras de justicia, reconciliación, perdón y paz.
Mons. Christophe Munzihirwa


A LA IGLESIA DE UVIRA.

Uvira, 12 de octubre de 1996 Estamos cerca de vosotros en vuestro sufrimiento. En estos días, habéis sido heridos por un viento de tormenta de arena que os entra en los ojos del espíritu. Como ya no veis claro, os enfadáis los unos con los otros y hasta llegáis a sospechar que también los parientes son vuestros enemigos. Paraos, lavaos los ojos para saber quienes sois y para reconocer los que son vuestros amigos y los que, en cambio, son los invasores.

Una vez hecha esta distinción, permaneced unidos y solidarios. El enemigo puede encontrar provecho sólo allí donde hay división. Jesús dijo: «Un reino dividido en sí mismo está destinado a la destrucción». Lo que ahora ocurre en Uvira es lo que pasó en Bukavu en los tiempos de la invasión mulelista de 1965…

Que los militares sepan que no podrán con el enemigo si no están apoyados por la población, unida a sus pastores que son los padres de todos. Y la gente mal informada, que sigue las huellas de los tramposos que no piensan en nada más que en robar y saquear, ¿con qué podrán vivir mañana? Gracias a Dios, hoy en Bukavu unos buenos militares han tenido la valentía de detener a estos tramposos que habían partido de Uvira para venir a saquear también esta ciudad. Después de todo, éstos ya no saben de quién están al servicio…»
Mons. Christophe Munzihirwa


A LA IGLESIA DE BUKAVU.

Bukavu 13 de octubre de 1996 «Un solo dedo no puede aplastar los piojos. Una sola mano no puede tocar bien el tambor». Queridos hermanos, permanezcamos unidos y busquemos juntos la forma de salvar a nuestro país.

La historia de nuestra ciudad nos recuerda que ha sido siempre la unidad la que nos ha ayudado a salvar Bukavu. Hemos visto los problemas que han surgido con la llegada de los militares que hablan ruandés y de los que, en lugar de defendernos, han empezado a robar a los habitantes de Bukavu. Os felicitamos por vuestra unión y por haber intentado evitar los saqueos y la violencia. Felicitamos también a aquellos militares que han asegurado el orden y la calma en nuestra ciudad, impidiendo que los soldados fugitivos vejaran a la gente. Es chocante verlos asaltar el hospital donde sus compañeros heridos han sido atendidos. ¿Quiénes son estos soldados? Parece que son unos jóvenes desperdigados que abandonaron las clases y que se alistaron en el ejército. En lugar de defender a la patria, se preocupan más bien de robar y de procurarse un botín que esperan llevar a sus lugares de origen…

Pido a los jóvenes de Bukavu que no vagabundeen sin hacer nada. Les pido también que no sigan acusando injustamente al prójimo para que sea detenido por la policía secreta. Que se preocupen más bien de estar unidos para echar a los ladrones que, armados, asaltan a la gente. Hay un serio peligro de guerra.

¿No sabéis que, desde hace cuatro meses, Uganda, Ruanda y Burundi están reuniendo a casi 7.000 militares con la intención de venir a desmantelar los campos de refugiados que hay desde Uvira hasta Goma? ¿No sabéis que estos días en el valle del río Ruzizi se han visto varios tanques, listos para atacar a la población de Zaire, aunque, por ahora, se están dirigiendo hacia el aeropuerto de Bujumbura, con vistas a engañar a la gente? ¿No sabéis que el gobierno de Burundi está formando para la guerra a todos los jóvenes que han terminado la escuela superior? ¿No sabéis que, anteayer, varios hombres provenientes de la zona de Itombwe han atravesado por la comarca del Bushi? Y nosotros, ¿qué hacemos para evitar estos ataques?
Velemos y démonos cuenta de las claras intenciones que hay de perpetrar una matanza en nuestro pueblo, para evitarla contamos sólo con nuestra oración y nuestra concordia. No se nos ocurra nunca hacer violencia contra personas inocentes. Evitemos las discriminaciones y todo proyecto que busque matar a hermanos, aunque sean de otra etnia. Toda persona tiene que ser considerada inocente hasta que no se demuestre claramente su culpabilidad…
Mons. Christophe Munzihirwa


UN GRITO DE ALERTA

Bukavu 22 de octubre de 1996 Nuestra diócesis de Bukavu sigue viviendo un drama humano y cristiano sin precedentes. Una vez más, 200.000 personas han llegado a Bukavu, ya de por sí superpoblada. Es una multitud de refugiados ruandeses, burundeses y zaireños que huyen de la llanura de Uvira.

Esta guerra, que los medios de comunicación llaman de los «banyamulenge», en realidad es una invasión proveniente de Uganda. El ejercito invasor está constituido por militares ugandeses, ruandeses, burundeses y mercenarios. Están mucho más equipados que el ejército zaireño. Al igual que cuando fue invadida Ruanda, el pueblo y el clero que está en el lugar, se dan cuenta de que esta invasión ha sido preparada con tiempo y con todo detalle, con el fín de ocupar una parte de Zaire. Los militares que participan en los combates hablan inglés, mientras que los zaireños, incluidos los banyamulenge, hablan francés.

Se instalan en lugares estratégicos y sacan las armas escondidas, desde hacía tiempo, bajo tierra, en los poblados donde residen los sencillos banyamulenge iletrados. Por consiguiente, estos son acusados de complicidad con los invasores. También los curas, que ayudan a todos, son injustamente acusados de colaborar con el enemigo. Los padres javerianos de la parroquia de Luvungi han tenido que acompañar a los refugiados que han llegado a Bukavu.

Esta guerra repentina tiene por fin, como se oye a veces en lengua ruandesa, el que no regresen los refugiados ruandeses al país y crear problemas en este Zaire que han invadido y que durante años acogió a los tutsis que ahora detentan el poder en Ruanda. Ruego que alertéis de esta situación a las Naciones Unidas, a los gobiernos americano y alemán y a la Unión Europea para que vengan en nuestra ayuda.
Mons. Christophe Munzihirwa

ULTIMO MENSAJE

Bukavu 27 de octubre de 1996 Sé que estáis informados a través de los medios de comunicación internacionales. Pero lo que cuentan, no todo es verdad. Puedo asegurar que los rebeldes no están ni en Uvira, ni en Kamanyola, ni tampoco en Nyangezi. La radio de Kigali ya ha anunciado que la ciudad de Bukavu ha sido tomada por los rebeldes; no es verdad.

Sé que aquí en Bukavu hay una señora de la agencia RFI, probablemente comprada por el gobierno del FPR, y que cada día envía noticias que están facilitadas por una fuente misteriosa. Está siempre encerrada en un hotel. Nosotros estamos en Bukavu y aquí todavía no hemos visto ni un solo «munyamulenge». La representante de RFI, encerrada en su hotel, envía noticias falsas que corresponden al esquema prefijado de antemano por los que la han mandado. Si las noticias enviadas fueran verdad, esta señora ya no podría salir de Bukavu. Estamos en Bukavu y aquí no hay más que militares zaireños que disparan al aire para hacer notar su presencia. Tenéis que denunciar las maniobras del gobierno ruandés que, intencionadamente, quiere sembrar de antemano el pánico a través de noticias falsas publicadas por los medios de comunicación. Repetidas por las radios extranjeras, todos empiezan a considerarlas verdaderas. Esta mañana, el campo de Panzi, en la periferia de Bukavu, ha sido bombardeado no por los rebeldes, sino por los militares ruandeses, instalados aquí enfrente, en Ruanda.

Hoy tenemos a 300.000 refugiados que han llegado desde los campos de Uvira, bombardeados por los llamados «rebeldes». En realidad el bombardeo ha sido llevado a cabo por los militares llegados desde Burundi. Mientras tanto, el Alto Comisionado para los refugiados está recortando todo el suministro de alimentos. ¿Qué hacer? ¿Es una medida tomada para eliminar a los zaireños y a los refugiados? La rabia popular hace presión para que el gobernador zaireño reenvíe a su casa por la fuerza a esta multitud errabunda, para que quede claro, delante del mundo entero, que el Frente Patriótico Ruandés está respondiendo al genocidio con un nuevo genocidio. Que todo corazón sensible comprenda nuestra angustia y haga todo lo posible para ayudar a esta humanidad sufriente. Muchas gracias a cuantos sabrán ayudarnos y comprendernos.
Mons. Christophe Munzihirwa