En los últimos años los laboratorios farmacéuticos han realizado pruebas de sus productos en África sin respetar la ética ni la seguridad de los pacientes.
La excelente película del director brasileño Fernando Meirelles, El jardinero fiel, es una nueva oportunidad para denunciar la inhumana actividad que las empresas y laboratorios farmacéuticos llevan a cabo en el continente africano.
El magnánimo poder que ostenta la Big Farma, cuya facturación mundial a finales de los noventa (480.000 millones de dólares) superó el PIB de los países del África Subsahariana (380.000 millones de dólares), no es desdichadamente una simple ficción. En los últimos años los laboratorios farmacéuticos han realizado pruebas de sus productos en África sin respetar la ética ni la seguridad de los pacientes.
Aunque en algunos casos, como en Nigeria o Camerún, los ensayos han sido interrumpidos tras las denuncias internacionales, este hecho supone una excepción. Así, tanto empresas estadounidenses como europeas han continuado experimentando en muchos otros contextos a expensas de la población, sabedores de que el coste de los ensayos en países africanos o asiáticos es cinco veces menor que en los países desarrollados.
Esta colosal, silenciosa y cotidiana vulneración de los derechos humanos, que degrada a la condición de animales a multitud de personas, también se ve reflejada en la actitud de este emporio respecto al abaratamiento de los tratamientos antirretrovirales. Una decisión, no olvidemos, que posibilitaría que más de 30 millones de africanos y africanas pudieran hacer frente a la pandemia del Sida, causante de la muerte de más de ocho mil personas al día.
¿Cómo hacer tambalear a uno de los incuestionables Goliats contemporáneos? ¿Cómo evidenciar semejante aberración cuando existe la complicidad y el beneplácito de muchos gobiernos? Sin duda, denunciarlo y concienciar al respecto pueden ser dos pequeños, abarcables y necesarios pasos para plantar cara a tamaña injusticia.
Óscar Mateos
(Cristianisme i Justicia)
