Testimonio de Debbie Morris que fue secuestrada y violada a los dieciséis años por Robert Willie y Joe Vaccaro. En su relato se basó la película «Pena de Muerte». En el último instante decidieron no matarla. «La justicia humana no es suficiente», reconoce Debbie Morris, «la justicia no pudo hacer nada para curarme. El perdón, sí»…
Por E. Castagna/M. Velasco
Fuente: La Razón
Debbie Morris fue secuestrada y violada a los dieciséis años por Robert Willie y Joe Vaccaro. En el último instante decidieron no matarla. Después siguió un vida difícil, llena de miedos, sentimientos de culpa y fuertes interrogantes, intentando perdonar y descubriendo cómo lo más difícil era perdonar a Dios.
Después llegó «Dead Man Walking», la película basada en la terrible historia de Debbie, supuso ruptura, un pasaje clave en el debate sobre la pena de muerte en América, y un nuevo trauma para Debbie, que se vio obligada a reflexionar sobre cómo era posible que un hombre fuera asesinado por lo que le había hecho a ella, y cómo una monja, Helen Prejean (interpretada en el cine por Susan Sarandon) había decidido estar a su lado. La hermana Helen convenció a Debbie para que escribiese su historia, ahora traducida al italiano con el título «Dead Man Walking: un camino hacia el perdón». En ella, Debbie narra su satisfacción inicial al ver que el sistema judicial funcionaba y que la maldad era castigada. «Pero empecé a entender una verdad difícil: que la justicia no cura realmente todas las heridas». «¿Era justo ver muerto a alguien porque yo pensaba que su desaparición habría hecho mejor y más fácil mi vida?», se pregunta. La noche de la ejecución, Debbie consiguió perdonar a Willie. El perdón tuvo el efecto inmediato de liberar a Debbie del sentimiento de culpa por aquella ejecución y de la «barrera que vaciaba mi vida de alegría y de amor». Quedaba, sin embargo, un eco constante de rabia reprimida: «Había sido más fácil perdonar a Robert Willie que perdonar a Dios». Debbie descubrió dolorosamente la ingenuidad de una fe que veía en Dios solo un remedio contra el sufrimiento. Se dio cuenta de que era necesario un salto hacia una comprensión más profunda. «Entonces, en lugar de lamentarme y preguntarle a Dios por qué no había resuelto mis problemas, empecé a preguntarle qué quería que yo hiciera». «La justicia humana no es suficiente», reconoce Debbie Morris, «la justicia no pudo hacer nada para curarme. El perdón, sí».