Demógrafos, economistas y políticos están empezando a preocuparse por el fuerte descenso demográfico que amenaza a Europa. La población envejece, no se alcanza el relevo generacional y las consecuencias pueden ser funestas.
Demógrafos, economistas y políticos están empezando a preocuparse por el fuerte descenso demográfico que amenaza a Europa. La población envejece, no se alcanza el relevo generacional y las consecuencias pueden ser funestas.
Una de ellas podría ser la degradación de la solidaridad entre generaciones, que llevaría a auténticos conflictos en el reparto de los recursos económicos. Quizá las actuales discusiones sobre la eutanasia ya tienen bastante que ver con estos conflictos, pero hay algo más.
Según un estudio publicado el pasado mes de septiembre de 2005 por tres investigadores de la Universidad de San Diego (California), en la raíz de este fenómeno se encontraría el proceso de secularización de Europa. El estudio, titulado «De los bancos vacíos a las cunas vacías» (se entiende por bancos los de las iglesias), los tres investigadores aseguran que los países de tradición fuertemente católica (Italia, España, Irlanda, Bélgica, Luxemburgo) hasta mediados de los años 70 tenían una tasa de fecundidad decididamente más alta que los países protestantes y los más laicos (cerca de 0,5 más).
Vocaciones religiosas.
De pronto, la tasa de fecundidad cayó hasta niveles mucho más bajos. Por lo que, según los investigadores, parte del problema se encuentra en la secularización, en el alejamiento de la Iglesia: esta tendencia se manifestaría, por ejemplo, en las actitudes frente a las normas morales, como la contracepción, en la caída de la frecuencia de asistencia a misa o en la pérdida de vocaciones religiosas femeninas. Estas últimas son, según el estudio, fundamentales, puesto que son el pilar de las obras de asistencia a la maternidad, a la infancia y a la familia.
Aunque la investigación se limita a una serie de fenómenos estadísticos, abre una perspectiva diferente a la que persiguen los políticos europeos. Según el informe, la clave para comprender lo que está sucediendo en Europa está unida a la actitud general frente a la vida. «Yo traigo hijos al mundo si no tengo miedo del futuro, si -en otras palabras- mi existencia tiene un sentido», explica el periodista Riccardo Cascioli en la revista italiana «Timone». «La experiencia cristiana es precisamente el encuentro con este sentido que se abre a la vida y he aquí por qué el alejamiento de la Iglesia ha producido el desastre demográfico que estamos viviendo», prosigue. «Para invertir la tendencia es necesario volver a empezar: las políticas familiares son importantes, no cabe duda. Pero cuando se dice que «Europa será cristiana o no será«, la expresión sirve también en el sentido demográfico: los números demuestran que la alternativa a la conversión es la extinción», asegura Cascioli.
Medio siglo a la baja.
La situación de descenso demográfico se prolonga desde hace ya casi medio siglo, tanto que, antes del año 2025 los primeros países europeos -Italia, España, Alemania, Grecia- podrían experimentar incluso la disminución efectiva de la población. Actualmente, Europa mantiene una tasa de fecundidad media de 1,4 hijos por mujer cuando el nivel de sustitución -es decir, el nivel que permite mantener el equilibrio- es de 2,1.
Para hacernos una idea de la situación, basta ver la evolución del porcentaje de la población joven sobre el total: en 1950 el 26,2 por ciento de la población europea era menor de 15 años. En 1975 los jóvenes eran sólo el 23,7 por ciento. En 2000 se habían reducido al 17,5 por ciento. España tocó fondo en su tasa de fecundidad a mediados de los años 90 con 1,2 hijos de media. En 2004 se ha vuelto, por primera vez a alcanzar el 1,3 por ciento, pero -como advierte el Instituto Nacional de Estadística- el incremento se debe en buena parte a la llegada de población inmigrante, y por tanto, estamos muy lejos de las antiguas tasas de natalidad, necesarias para garantizar un futuro estable a la sociedad.
Crisis económica.
Esta situación trae consigo unas consecuencias que van más allá del gravísimo problema de las pensiones y la Seguridad Social, que ya estamos advirtiendo. Cuando no hay hijos, disminuye el interés por invertir, se buscan los bienes efímeros, sobre todo, los que se identifican con la calidad de vida. Y sin inversiones, la economía tiende a estancarse y se pierden puestos de trabajo, lo cual significaría una grave crisis económica.
«La Comisión Europea -explica Cascioli- parece fascinada con el modelo sueco, políticas familiares que son una mezcla entre flexibilidad del mercado de trabajo (horarios y permisos para las mujeres trabajadoras con hijos) y disponibilidad de servicios, nidos y guarderías, sobre todo», asegura. Pero «no se puede pensar que el factor que desencadena la decisión de tener hijos sea exclusivamente socio-económico», prosigue. «Lo demuestra la propia Suecia, donde a pesar de las medidas tomadas, la tasa de fecundidad está en torno a los 1,7 hijos. Y lo demuestra también Francia, que cuenta con la segunda tasa de fecundidad más alta de toda Europa, después de Irlanda, con 1,9 hijos por mujer. Francia cuenta con una larguísima tradición de políticas en favor de la natalidad».
Incluso, algunos partidarios de la planificación familiar han admitido sus propios errores. Adam Werbach, ex presidente nacional del ecológico «Sierra Club» en EE UU, ha publicado un artículo en internet en el que admite que las políticas de control demográfico han sido un error: «Es necesario que los políticos cambien de dirección y se concentren más en mejorar las condiciones laborales de la mujer, en la educación y en la sanidad. Más que trabajar por un control demográfico, tenemos que liberar el potencial humano», concluye.