DOM HELDER CAMARA NOS HABLA de la NAVIDAD

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Estos comentarios sobre la Navidad pertenecen al libro. “Evangelio con Don Helder Camara”, publicado por el Movimiento Cultural Cristiano. Se plantea en toda su obra, el mensaje cristiano desde los empobrecidos de la tierra, desde los últimos, única forma de amar a todos los hombres. No se puede servir a Dios y a la riqueza. Dom Helder Camara nos invita a seguir al Jesús de los empobrecidos. Te ofrecemos la entrevista que Roger Bourgeon hace a Dom Helder sobre textos del evangelio de San Lucas referentes a la Navidad.

Publicado en Solidaridad.net

2004-12-07


«A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, que se llamaba Nazaret, a una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José; la joven se llamaba María. El ángel, entrando adonde ella estaba, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… Tranquilízate, María, que Dios te mira con agrado. Pues, mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús»». (Lc 1, 26-31).


Cuenta San Mateo que un «ángel del Señor» se apareció en sueños a José y le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo…» (Mt 1, 20 s.). Dígame, Dom Helder, estas sucesivas apariciones de ángeles ¿le parece que resultan creíbles para la mentalidad de nuestro tiempo? ¿Cree usted en los ángeles?

Dom Helder Camara: Comprendo que a muchos les resulta difícil creer en los ángeles. Pero para mí es muy fácil. Veo que en la creación existen los minerales, los vegetales, los animales y el hombre. Y me parece que entre el hombre y Dios hay lugar para unas criaturas que sean hermanas nuestras en el espíritu, pero que no tengan que soportar el peso de nuestro cuerpo. De tal manera estoy convencido de que el Señor se sirve de ellos para ayudar a los hombres que he puesto un nombre a mi propio ángel. No es su verdadero nombre, que es algo que de momento no conozco, pero me sirve para hacérmelo más concreto. Le he puesto el nombre con el que mi madre me llamaba a mí cuando estaba satisfecha conmigo. Mi madre me decía: «¡Animo, José!» Así es como llamo yo a mi ángel. Y me puedo imaginar la alegría que experimentaré cuando, al llegar a la casa del Padre, me encuentre con mi ángel y me diga su verdadero nombre. Yo concedo a todo el mundo el derecho a reírse de mí y de mi ingenuidad. Pero le aseguro que el caminar con José, mi ángel, me ayuda y me anima. Por supuesto que no le rezo a mi ángel a cada instante, con ocasión de cualquier problemilla. Pero en los momentos difíciles, más críticos, cuando ya no hay ayuda humana posible, entonces le pido protección a mi ángel: «¡José, José! Sé que estás siempre ahí para ayudarme. Ayúdame ahora. ¡Ayúdame, sobre todo, a ayudar!» Y no me ha fallado una sola vez. Jamás Es curioso. No puedo decirle que haya visto nunca a un ángel. Ni siquiera al mío. Pero su presencia es tan evidente, estoy tan seguro de ella… Aunque una vez… pero una sola vez…, en Roma… Fue durante el año Santo de 1950. En aquel tiempo, en la Iglesia de Occidente no conocíamos la concelebración. Cada sacerdote debía decir «su» propia misa. Estábamos haciendo cola para celebrar. Yo había ido aquel día muy temprano a decir misa a una iglesia de Roma. Pero no sabía donde debía ponerme para que me llegara el turno. Siempre había un hermano sacerdote que pasaba antes que yo. Llega el mediodía, prácticamente la hora de cerrar la iglesia. Había allí un buen hermano franciscano que preparaba y ayudaba a todas las misas. Creía haber acabado con el último sacerdote cuando vio que todavía estaba yo esperando mi turno. Cuando uno piensa que ya ha acabado y resulta que no es así, suele uno enfadarse. Y él se enfadó. Entonces le dije: «No se preocupe, hermano, ya vendré mañana. El Señor ya ha visto mi deseo de celebrar hoy la misa. ¡Ya la diré mañana!» -«¡No, no, no! ¡De ninguna manera!» Y me preparó el altar. Pero todavía tenía una pregunta que hacer: «¿Y quién le va a ayudar a misa?» Porque siempre tenía que haber un ayudante. «No se preocupe: ya me ayudará mi ángel.» – «¿Mi ángel? ¿Ha dicho usted ‘mi ángel’?…» En aquel momento, no sé como explicarlo, tal vez sucediera algo con la electricidad…, pero el caso es que se produjo tal luz en la iglesia que el pobre franciscano cayó de rodillas llorando y temblando. Yo no quería que se quedara para ayudarme a misa, pero se quedó, tembloroso como una hoja y llorando durante toda la misa. A veces hay personas que, como no aceptan el milagro, buscan explicaciones tan complicadas que resultan más preternaturales que el mismísimo preternatural.

La virginidad y la asunción de María, por ejemplo, ¿no le plantean a usted ningún problema?

Dom Helder Camara: Yo creo que a Dios no le supone ningún problema el superar las leyes de la naturaleza. Podemos ver cómo la luz atraviesa el cristal sin romperlo. Si yo fuera el hijo de Dios, haría aún mayores maravillas por mi madre.

Pero al menos, ¿no cree que hay bastante exageración y superstición en tantas devociones marianas?

Dom Helder Camara: ¿Y donde no hay supersticiones? Conozco a personas muy formadas que se burlan del rosario, de las procesiones, de las devociones a la Virgen, y que, sin embargo, no salen de su casa sin haberse cerciorado de si va a ser un día favorable o desfavorable para sus negocios o para el amor, y que jamás se detendrían en un piso trece… Es ridículo. Prefiero mil veces la ingenuidad de mi pueblo. Tal vez en algún que otro lugar pueda haber una mayor devoción a la Virgen que a Cristo. En esos casos hay que decir que la grandeza de María consiste precisamente en que es la madre de Cristo. Pero es Cristo, y sólo Cristo, nuestro único Redentor.

¿Y las apariciones de la Virgen? ¿Por qué esas apariciones?

Dom Helder Camara: ¿Y por qué no? ¿Por qué la Santísima Virgen, madre de Cristo y madre nuestra, madre de todas las gracias y madre de los pecadores, no va a poder aparecerse para consolar, para animar, para ayudar? ¿Por qué no? Ya se que esto puede parecer ingenuo. Pero cuando veo a tantas personas educadas, a tantos jóvenes tan modernos que desearían realmente orar, pero que no saben hacerlo, y que se van detrás de todos los misterios, de todas las iniciaciones, de todas las disciplinas venidas de Oriente y de otros lugares…


«También José, que era de la estirpe y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba en cinta. Estando allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada». (Lc 2, 4-7).


No se puede escuchar este relato sin sentir una enorme emoción. Es la Navidad. Dígame, Dom Helder, ¿ha habido Navidades que hayan marcado más profundamente su vida?

Dom Helder Camara: Usted sabe que en regiones como la mía podemos vivir esta escena casi a diario, porque vivimos el drama de la tierra. Las grandes compañías compran tierras en el interior del país, y las familias que llevan allí viviendo años y años deben marcharse. Cuando llegan a ciudades como Recife, buscan algún lugar donde poder vivir. Muchas veces, la madre está encinta. Y acaban construyendo miserables chabolas, por no decir sub-chabolas, casi siempre en zonas pantanosas, donde nadie puede vivir. Y allí es donde nace Cristo. No hay buey ni asno, pero sí hay a veces algún cerdo y alguna que otra gallina. Es el pesebre, el pesebre viviente de Belén. Por supuesto que en Navidad acudo a alguna iglesia a celebrar la Misa. Pero también me gusta celebrar alguna misa en uno de esos pesebres vivientes.

¿Para qué voy a ir en peregrinación a Belén, al lugar del nacimiento histórico de Cristo, cuando estoy viendo a Cristo nacer aquí actualmente, a cada instante? Se llamará Juan, Francisco, Antonio, Sebastián o Severino …, pero es Cristo.

¡Qué ciegos y qué sordos somos! ¡Qué difícil nos resulta comprender que el Evangelio continúa hoy!


«Vivía entonces en Jerusalén un tal Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; el Espíritu Santo estaba con él y le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando los padres de Jesús entraban para cumplir con el niño lo previsto por la Ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, despides a tu siervo en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador; lo has colocado ante todos los pueblos como luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: «Mira: éste está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera discutida, mientras que a ti una espada te traspasará el corazón; así quedará patente lo que todos piensan.»» (Lc 2, 25-35).


Dom Helder Camara: Todo cuanto anuncian las Escrituras sobre los sufrimientos de Cristo, todo cuanto el propio Cristo anuncia sobre los sufrimientos que habrán de padecer los que le sigan, es bien fácil de comprender: son realidades que se pueden palpar, que nos toca vivir a nosotros mismos. A toda madre, sobre todo si es pobre, se le pueden repetir las palabras de Simeón. Los niños son su riqueza. (Por eso es por lo que no acepto ningún tipo de contraconcepción planificada y manipulada por quienes no quieren que el pueblo pobre se multiplique). Pero los niños son también su sufrimiento.

Cuando una madre ni siquiera tiene leche, porque está subalimentada, cuando ya no puede forzar su pecho para que dé la leche que no tiene, cuando el hambre se hace crónica durante tres o cuatro años, entonces el niño queda dañado para toda su vida.

Usted, que puede ver por todas partes esos pesebres vivientes, ¿está de acuerdo con la tradición de los «nacimientos» que, de alguna manera, inventó San Francisco de Asís cuando quiso que las gentes de las aldeas se reunieran para evocar los gestos y actitudes de los pastores alrededor del niño de Belén?

Dom Helder Camara: Entre nosotros, los pobres, gusta la dramatización. No se trata de espectáculos. No se trata de teatro. Es algo así como lo que hacen los niños.

Cuando un niño se sube a una silla e imita al avión, es verdaderamente un avión. Despega, ruge el motor, atraviesa las nubes, sobrevuela los desiertos y el mar… ¡Pobres de quienes no son capaces de comprender que se trata realmente de un avión!

Un día, entré en una favella. Un niño pequeño correteaba con los brazos extendidos. Me descuidé y me interpuse en su camino. Entonces me excusé: «¡Oh, perdón, no me había fijado en tu coche!» Entonces me miró con enorme desprecio: «¿Mi coche? ¡Si es una nave espacial!» Estaba navegando entre las estrellas.

Por eso, cuando entre nosotros la gente vive escenas del Evangelio, para ella no se trata de teatro. Viven verdaderamente esas escenas. El Evangelio es algo vivo. Cuando Cristo cura a los ciegos, a los sordos, a los mudos o a los paralíticos, cuando resucita a un niño o a un amigo, cuando habla con la samaritana, es algo muy cercano.

Lo mismo ocurre con el pesebre. En lugar de hacer un hermoso pesebre artificial, se hace una cuna como las que hacen los pobres, con una vieja caja o un viejo bidón, y se la coloca en medio de los cerdos. A veces hay madres que tienen que trabajar y que, cuando regresan a su casa, descubren que su bebé ha sido devorado por los cerdos. Evidentemente, hacen todo lo posible por tener un rinconcito bien protegido, pero siempre hay accidentes. Es terrible.He ahí como se descubre lo que significó para Cristo nacer entre animales. Todavía hay niños que nacen en el lodo y entre cerdos.

¿No le ha llamado entonces la atención, Dom Helder, la manera de celebrar la Navidad en Francia y en otros países ricos, con todos esos banquetes y todos esos regalos?

Dom Helder Camara: Es difícil juzgarlo. Por otra parte, no tenemos derecho a juzgar. Es difícil comprender el modo de pensar de quien ha nacido y ha vivido siempre en un país rico, rodeado de comodidades y más que de comodidades. Del mismo modo que a él le resulta difícil comprender lo que significa vivir en condiciones infrahumanas. Hay que verlo, hay que vivirlo para comprenderlo.

Personalmente, pienso que nuestra responsabilidad, nuestra tarea, consiste en despertar las conciencias. Y en primer lugar, las conciencias de los ricos que hay entre nosotros. Debemos hacer lo que con mucha frecuencia hemos olvidado hacer en el pasado con los hijos de los ricos que acudían a nuestros colegios y con las mujeres de los ricos que asisten a misa al menos los domingos, así como con los hombres ricos que van a la iglesia por Navidad y Pascua o con ocasión de bodas y funerales. Debemos decirles: «Es normal que penséis en vuestros hijos, en vuestras casas y en vuestros negocios. Pero somos todos hermanos y tenemos el mismo Padre. Lo que no es normal es que, en un país que se llama «cristiano», haya un uno Padre. Lo que no es normal es que, en un país que se llama «cristiano», haya un uno por ciento de potentados, un cinco por ciento de excesivamente ricos, un diez por ciento de ricos… y luego la inmensa masa de pobres y demasiado pobres.

«También hay que concienciar a los países ricos. Y, afortunadamente, el Señor está despertando en esos países a una serie de «despertadores». Cada vez hay grupos más numerosos, sobre todo de jóvenes, que invitan y hasta obligan a reflexionar. Demuestran que si hay países ricos cada vez más ricos y países pobres cada vez más pobres, no es cuestión de raza ni de inteligencia ni de valor. Es porque existen graves injusticias.

Ya sé que hoy día, aunque realmente haya familias para las que el festejar la Navidad significa gastar mucho dinero, olvidándose prácticamente de Cristo y de los pobres, también son cada vez más numerosos los que, con ocasión de la Navidad, sienten cómo se despierta su conciencia.

También sé que queda mucho por hacer. Pero se trata de una empresa que es iniciada por el Espíritu de Dios y que muchos jóvenes sensibles y sinceros han de continuar y concluir.

¿Y la Iglesia? Sus grandes catedrales, sus fastuosas ceremonias, sus bordados, sus oros, sus músicas… ¿Es eso el espíritu de la Navidad? La Iglesia ha comenzado a despojarse. Según algunos, demasiado; según otros, demasiado poco…

Dom Helder Camara: El cura de Ars, a quien amo profundamente, hacía esta distinción: para el mismo, nada o casi nada; pero para el Señor no reparaba en gastos. Para un copón o una custodia, el dinero no contaba.

Durante mucho tiempo, también nosotros nos afanábamos en construir hermosas iglesias, a veces muy ricas, grandes colegios, grandes hospitales, incluso en regiones sumamente pobres.Hoy día, nuestra principal preocupación no son las iglesias de piedra. Son las iglesias vivas, los templos de Dios, las criaturas humanas.

Me siento feliz cuando conozco entre nosotros a los nuevos misioneros (sacerdotes, religiosas y laicos) que, iluminados por el Espíritu Santo, han comprendido que la gran tarea no consiste en construir preciosas iglesias, grandes colegios y magníficos hospitales, ni en aportar soluciones, ni siquiera en trabajar por el pueblo, sino en estar con el pueblo. Y ahí están, viviendo con los pobres. Si hay que ir lejos para buscar el agua y regresar con un bidón sobre la cabeza, los sacerdotes y las religiosas también lo hacen.

Hoy día, los misioneros saben que, antes de que ellos llegaran, ya estaba allí el Señor. El Espíritu de Dios ya había esparcido la semilla de la verdad.He hecho muchas veces la siguiente experiencia: Leo una página del Evangelio ante gente cultivada y ante gente del pueblo que ni siquiera sabe leer ni escribir. Cuando les pido que hagan sus comentarios, le aseguro a usted que los comentarios más expresivos, más vivos y más profundos suelen proceder de esos hombres y mujeres que no saben leer ni escribir. Entonces comprendo las palabras de Cristo: «Te doy gracias, Padre, por haber revelado estas cosas a los pequeños y haberlas ocultado a los poderosos y a los sabios…»Actualmente, la preocupación consiste en ayudar, incluso a quienes se hallan sumidos en la más sombría de las miserias, a comprender que son hijos de Dios y a comportarse como tales, con una cabeza para pensar y una boca para hablar, y en comunidades.

Mi esperanza son esas pequeñas comunidades que se unen entre sí para defender los derechos humanos, que son apoyadas fraternalmente por otros grupos de los países ricos y que, ayudadas por el Espíritu de Dios, están dedicadas a crear un mundo más justo, más habitable.Evidentemente, es tarea del Espíritu de Dios, no de los hombres y sus organizaciones; es el Señor quien desea realmente que la humanidad entera llegue a formar una gran familia: la familia de Dios.


«Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores, calculando la edad por lo que había averiguado de los magos.» (Mt 2, 16).


Dom Helder, ¿no tiene usted la impresión de que la matanza de los Inocentes también sigue produciéndose hoy?

Dom Helder Camara: Por supuesto. Y le diré cómo veo yo hoy la matanza de los Inocentes.Ya sé que no tengo derecho a juzgar. No sé quienes son realmente los responsables directos. Pero sí siento que los países ricos, en lugar de tener el valor de afrontar los profundos cambios exigidos, por ejemplo, en la política comercial internacional, descubren que les resulta más fácil distribuir píldoras por todo el mundo, sobre todo entre los pobres. Y hacen creer que, si no hay desarrollo en los países subdesarrollados, es porque los pobres no comprenden la necesidad de controlar los nacimientos.

En lugar de revisar en profundidad las relaciones entre países industrializados y países pobres, productores de materias primas, es muchísimo más cómodo difundir la idea de que los pobres controlen el nacimiento de sus hijos.

¡Y no es así! La causa del subdesarrollo no es la explosión demográfica, sino la explosión del egoísmo. El día en que se llegue al control del egoísmo, a una revisión en profundidad de las estructuras de injusticia, ¡ese día se verá que Dios no se equivocó en su Creación!

Hay tierras suficientes para todos; hay alimentos suficientes para todos Pero, mientras se ponga el lucro por encima del hombre, abocaremos, una y otra vez a este absurdo de la superproducción en unos lugares y la desnutrición en otros. En el siglo de los ordenadores y de los viajes espaciales, resulta increíble que el hombre, que mediante su inteligencia pone de manifiesto su participación real en el poder creador de Dios, siga siendo un simio por propia voluntad. ¡Incapaz de superar sus egoísmos!He ahí por qué prosigue hoy la matanza de los Inocentes.


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