La novela de Cervantes posee un valor simbólico que trasciende su identidad castellana; de ahí que haya sido traducida a numerosos idiomas y sea considerada como la obra más importante de la literatura universal. Como en la misma España, ha habido lectores extranjeros que han rechazado o incomprendido al personaje cervantino, pero lo que no han hecho es juzgarle por sus orígenes castellanos. En general ha habido dos tipos fundamentales de lectores: los que sólo ven su aspecto cómico y los que admiran sus valores humanos y morales…
Por Heleno Saña
Revista AUTOGESTIÓN,
DICIMBRE 2004, Nº 56
La escritora Carme Riera informaba no hace mucho a los lectores de El País de la acogida que la figura de Don Quijote ha tenido en Cataluña a lo largo del tiempo, especialmente hace un siglo. No voy a reproducir ni comentar aquí la opinión de los intelectuales y políticos catalanes que han estado a favor o en contra de nuestro hidalgo, cosa que, por lo demás, me interesa escasamente. Sí me apetece, en cambio, decir algo sobre lo que más allá de nuestras fronteras se piensa de él.
La novela de Cervantes posee un valor simbólico que trasciende su identidad castellana; de ahí que haya sido traducida a numerosos idiomas y sea considerada como la obra más importante de la literatura universal. Como en la misma España, ha habido lectores extranjeros que han rechazado o incomprendido al personaje cervantino, pero lo que no han hecho es juzgarle por sus orígenes castellanos. En general ha habido dos tipos fundamentales de lectores: los que sólo ven su aspecto cómico y los que admiran sus valores humanos y morales. Leo Löwenthal, miembro de la Escuela de Francfort, le consideraba, creo que con razón, el primer gran crítico del espíritu burgués. Hegel, hombre frío y pedante, le dedica en su voluminosa ‘Estética’ menos de una página, y lo que dice de él es tan banal como superficial. Federico Schlegel elogia la obra de Cervantes, al que considera como el creador de la ‘ironía romántica’, una etiqueta que a mí nunca me ha convencido. Marx, discípulo de Hegel, leía ‘El Quijote’ en castellano y recitaba de memoria fragmentos enteros de la obra, como consigna Anselmo Lorenzo en algunos de sus libros autobiográficos. Entre los alemanes, el que mejor le comprendió fue el gran poeta Heinrich Heine, que de niño lloraba leyendo la obra, como recordará de adulto en sus ‘Reisebilder’. Pero también su primer traductor al alemán, Ludwig Pieck –él mismo un literato de primer orden- le dedica comentarios altamente positivos. Francia, país cartesiano y racionalista por excelencia, no ha sido de los que mejor han comprendido a nuestro héroe, pero tampoco aquí han faltado sus admiradores. Gustave Flaubert le leía una y otra vez, y Verlaine definió la figura de Cervantes como un ‘poema’. Inglaterra, país con un gran sentido del humor, valoró el Quijote sobre todo como libro de entretenimiento, aunque bajo la influencia de la filosofía moral de Shaftestbury fuera elevado a la categoría de ‘gentleman’. Mortimer veía en el Caballero de la Triste Figura la encarnación del ‘homo melancolicus’ trágico y sublime. Los rusos han sido probablemente el pueblo que mejor le ha comprendido.
Turgeniev le consagró una conferencia bellísimo, en la que con gran sensibilidad glosaba la nobleza de sentimientos y la generosidad espiritual de nuestro hidalgo. La misma o parecida devoción sentía por él Dostoiewski, quien en su ‘Diario de un escritor’ le llamó «el más noble entre los nobles que han existido en el mundo». Ya en una época más reciente, la misma admiración por parte de Ilja Ehrenburg, que identificó la lucha del pueblo español contra Franco, Hitler y Mussolini como un producto de nuestro espíritu quijotesco. Tomas Mann le dedicó un pequeño pero bellísimo libro titulado ‘Viaje de mar en compañía de Don Quijote’, en el que le define como la encarnación del cristianismo y el humanismo. Otro gran escritor como Hermann Hesse aludía continuamente a él para definirse a sí mismo, sobre todo en su correspondencia privada. ¿Qué es ‘El lobo estepario’ sino la versión subjetiva y helvética de la novela de Cervantes? Y otro suizo como él y también gran novelista –Robert Walser- se sentía profundamente unido a él, y ello antes de ser internado en el manicomio donde pasó los últimos años de su vida. El teólogo antinazi Friedrich Bonhoeffer señaló con razón en su ‘Ética’, que los únicos que no aman a Don Quijote son las almas vulgares. Y el modelo de la novelística de Milan Kundera ha sido el Quijote.
Volviendo a España. Nuestro mejor intérprete de El Quijote fue el vasco Unamuno, mientras que el madrileñísimo y castellanísimo Ortega no le comprendió nunca. Ello demuestra, por sí solo, lo ridículo que es enjuiciar el Quijote desde la perspectiva angosta de la provincia o la región. Pero peor todavía y especialmente mezquino es utilizarle como arma polémica contra Castilla. Por último y si se me permite una nota personal: en mis libros en lengua alemana he reivindicado una y otra vez el espíritu caballeresco de nuestro caballero, lo que explica que no pocas veces mis críticos y entrevistadores me hayan calificado de Quijote, sea con buena o mala intención. Y de ello me he sentido siempre honrado.