Dos mil muertos en Nigeria son menos importantes que 17 muertos en Francia

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Durante la misma semana en que los medios de comunicación occidentales se horrorizaban ante la muerte de 17 personas inocentes en París a manos de los terroristas islamistas que atacaron la redacción del semanario “Charlie Hebdo”, en otro rincón del mundo, el Noreste de Nigeria, ocurría algo mucho más terrible que apenas ha merecido atención mediática y política.

Otro grupo de exaltados islamistas, los de Boko Haram, lanzaban una de sus ofensivas más violentas contra la ciudad de Baga y otras 16 localidades cercanas.

Según datos de Amnistía Internacional, durante algo menos de una semana murieron unas 2.000 personas, muchas de ellas degolladas en sus casas (ojo, y la mayoría de ellos musulmanes). Pocos días antes, en el Norte de Camerún, los de Boko Haram pararon un autobús de pasajeros y mataron a sangre fría a 25 viajeros.

Además, para completar la orgía de sangre, durante los días 9, 10 y 11 de enero, varios ataques islamistas por parte de kamikazes dejaron decenas de muertos en los mercados de Potiskum y Maidurugi. En este último lugar, la explosión la causó una chiquilla de diez años a quienes sus propios padres habían colocado un cinturón con explosivos para después enviarla a inmolarse para matar al mayor número posible de infieles y supuestamente conseguir así el paraíso reservado a los mártires de la guerra santa.

La ciudad de Baga ha quedado destruida por las llamas y en el espacio que ocupaba no ha quedado una persona viva. Por si fuera poco los islamistas se permitieron el lujo de conquistar el cuartel militar de Baga, sede oficial de una fuerza multinacional que tenía que haberse puesto en marcha hace varios meses pero que no ha terminado de arrancar debido a la desidia de los propios gobiernos afectados, que no se ponen de acuerdo para hacer frente a la amenaza común, entre otras cosas porque los Estados de la zona (Nigeria, Camerún, Chad y Níger) no gozan precisamente de muy buenas relaciones entre ellos.

Para completar los datos de la tragedia, el año pasado la violencia de Boko Haram causó 10.000 muertos, según datos delCouncil of Foreign Relations, de Washington. La agencia de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR) ha señalado también recientemente que hay alrededor de un millón de personas entre Nigeria y Camerún que han huido de sus hogares para escapar de los ataques de los fanáticos.

Otra voz que se ha alzado contra la falta de acción contra Boko Haram ha sido la del arzobispo de la ciudad de Jos, en la región central de Nigeria. Monseñor Ignatius Kaigama ha acusado a los países occidentales de desentenderse de la amenaza de Boko Haram y ha dicho que tendrían que mostrar más determinación.

Razón no le falta, aunque si me lo permite yo le puntualizaría dos cosas: la primera, que países como Estados Unidos, Inglaterra y Francia ofrecieron el año pasado, cuando Boko Haram secuestró a las 200 chicas estudiantes de Chibok, ayuda militar a Nigeria, pero al mismo tiempo es muy difícil apoyar a un ejército dominado por la corrupción y que a menudo ha cometido abusos intolerables, matanzas de civiles incluidas, contra las poblaciones del Noreste a la que se supone tenía que defender.

Nigeria produce oro y petróleo a raudales y ahora mismo es la primera economía africana, por lo que medios materiales para combatir el terrorismo no le faltaría, aunque derrotar a unos fanáticos no es solo cuestión de tener más soldados y mejores armas, sino también de desarrollar una región (la del Noreste) condenada a la pobreza donde es muy fácil que unos fanáticos recluten a jóvenes sin futuro.

Nigeria, Níger, Camerún y Chad, no se ponen de acuerdo entre ellos, e incluso en el caso de Chad parece que sus autoridades hacen bastante la vista gorda cuando terroristas de Boko Haram están presentes en su territorio y se aprovisionan de armas en él.

Todo esto venía a cuento por la presencia en la manifestación de París de seis presidentes africanos: el de Malí, Ibrahim Boubacar Keïta, el nigerino, Mahamadou Issoufou, el senegalés, Macky Sall, el beninés Thomas Boni Yayi, el togolés Faure Gnassingbé, y el presidente de Gabón, Ali Bongo. Todos ellos acudieron para defender la libertad de expresión, algo de lo que –por lo menos en Togo y en Gabón- no andan precisamente muy sobrados.

Autor: José Carlos Rodríguez Soto (* Extracto).