El derecho de propiedad es una categoría de importancia decisiva en la construcción de la sociedad, tanto en el área económica, como en la política y social.
Gregorio Iriarte o.m.i. Teólogo
Adital 26-09-2008
La propiedad: un derecho continuamente violado.
El derecho de propiedad es una categoría de importancia decisiva en la construcción de la sociedad, tanto en el área económica, como en la política y social.
En un mundo de «obesos y famélicos» como el actual, es evidente que uno de los problemas (quizás el mayor) es que el «derecho de propiedad», inviolable e inherente a todas las personas, haya sido, en la práctica, acaparado, tergiversado y anulado. De ahí que nos encontremos en un mundo donde, cada vez más, ese derecho se concentre en pocas manos, mientras millones de personas se hunde en la pobreza, el hambre y la indigencia.
Se vuelve cada vez más patente y real aquello de que vivimos en un mundo en el que flotan «islotes de prosperidad en un océano de miseria».
El Para Juan Pablo II afirmaba: «Una de las mayores injusticias en el mundo contemporáneo está en que unos pocos poseen mucho y muchos no poseen nada o casi nada. Todos estos que poco o nada poseen no podrán realizar plenamente su vocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables». (SRS. N.28)
Estas palabras, escritas hace más de 10 años han resultado ser realistas y proféticas.
Las formas de apropiación de los recursos unas son pacíficas y otras violentas: unas son legales y otras ilegales; unas son fruto del trabajo y otras, hijas de la corrupción y del engaño….Pero todas ellas han contribuido a que cada vez se concentren más los recursos y el poder. Nos hallamos ante la idolatría el dinero, un dinero que trae poder y un poder que trae dinero.
La propiedad «signo de lucha y de contradicción»
El derecho de propiedad ha sido, a lo largo de la historia, como el signo de contradicción entre distintos países, distintos modelos de desarrollo, distintos partidos políticos y distintos grupos sociales.
Hemos sido testigos de enfrentamientos entre capitalismo y socialismo, propiedad comunal y propiedad particular, empresa pública y empresa privada, modelo neo-liberal y modelo de propiedad social… etc
Por un lado, la propiedad personal garantiza la estabilidad, pero crea desigualdad e inestabilidad social; la propiedad es fruto del trabajo, pero también de la explotación y de la corrupción; la propiedad es un derecho inalienable, pero la acumulación de ese derecho propietario quita a muchas personas el poder ejercer, durante toda su vida, ese mismo derecho. Cuando la propiedad se va concentrando en pocas manos, millones de personas son expoliadas injustamente de su legítimo derecho de propiedad. El oportunismo y la ambición desmedida de algunos multimillonarios anula totalmente el derecho a la igualdad de oportunidades de millones de personas.
La propiedad es fuente de prestigio y autoestima para muchos pero, a la vez, alienta pasiones y deseos incontrolables de tener más.
El derecho de propiedad se lo ha ejercido, y se lo ejerce actualmente, sin los necesarios límites legales y morales.
No pocas veces, esa apropiación injusta y excluyente de los recursos naturales se la ha juzgado, a lo largo de la historia, como si fuera un «derecho sacralizado», querido y bendecido por Dios. Al aceptarse el derecho de propiedad como algo garantizado por Dios, se lo convertía en un derecho inviolable. Esta falsa legitimación teológica siempre ha sido acompañada por legitimaciones de tipo jurídico y político.
A estas legitimaciones, que siempre han existido, se ha unido en las últimas décadas el modelo neo-liberal globalizado, con sus propuestas economicistas y mercantilistas, haciendo que la brecha entre «propietarios y proletarios» se profundice a nivel mundial en términos de extrema gravedad. Tanto este modelo de desarrollo, como muchas leyes y estructuras injustas dentro de nuestros países, hacen que se profundice y se perpetúe la desigualdad a nivel nacional e internacional.
La Declaración Universal de los Derecho Humanos dice textualmente: «Toda persona tiene el derecho a la propiedad individual y colectivamente» (Art.17)
El capitalismo neo-liberal de nuestro tiempo ha impulsado las tendencias acaparadoras, sin ninguna consideración ni respeto al derecho de las personas y de los pueblos. Las consecuencias, no solamente de orden económico, sino también sociales, políticas y morales son inmensas: desigualdad creciente a nivel mundial, hambre, desocupación, inmigración, corrupción, inestabilidad política, atentados, inseguridad ciudadana…
Sin propiedad no puede existir auténtica ciudadanía
La base y el fundamento de la democracia es la igualdad de todos los ciudadanos, no sólo ante la ley, sino en todas las relaciones humanas. La Creación es un don de Dios para todos. La tierra y todas sus potenciales riquezas son un regalo del Cielo para que todas las personas puedan vivir dignamente y desarrollarse en todos los aspectos de la vida. El acaparamiento, que deja a tantas personas sin posibilidades reales de desarrollarse normalmente, es contrario a lo planes del Creador. Todas las personas deben llegar a gozar plenamente de todos los derechos que les otorga la ciudadanía.
Sin embargo, no pocas veces a lo largo de los siglos, la política, la cultura y la religión han tratado de legitimar unos sistemas, totalmente injustos, que favorecían el enriquecimiento ilícito de algunas personas y algunos grupos sociales.
Quienes nada tienen, carecen también de los recursos necesarios que el mismo sistema exige para ser un ciudadano activo y, por lo tanto, no pueden participar plenamente. El que no tiene nada, no puede exigir nada legalmente. No será raro el que, además, se les juzgue como responsables y culpables de su propia pobreza. No se les niega la capacidad de sufragar pero se les niega la condición de ser actores económicos y, por lo tanto, de ser sujetos plenos de derechos.
Jesús de Nazareth frente al binomio pobres-ricos
Son muchos los que, lo largo de la historia, han considerado a las riquezas como una bendición divina y a los ricos como predilectos de Dios. Sin embargo, podemos constatar muy claramente que el mensaje y la praxis de Jesús fueron totalmente contrarios a esa creencia tan extendida y arraigada en nuestro ambiente.
Jesús no amó las riquezas, ni el poder, ni los honores… Amó, eso sí, todo aquello que hace libres y solidarias a las personas: la pobreza, la sencillez, la misericordia, la justicia, la compasión…. Amó lo pequeño, lo sencillo, lo humilde, lo auténtico… Amó, sobre todo, a los pobres…. Fue, y sigue siendo, el amigo de los pobres y de los pecadores… Y es que el mensaje de Cristo siempre es «nuevo», siempre sorprendente y actual. Jesús es el único personaje de la historia que resiste el paso del tiempo porque está fuera del tiempo.
La parábola del «Rico Epulón el Pobre Lázaro» (Lucas, 16,19-31) nos ofrece algunos criterios importantes para juzgar las relaciones entre pobreza y riqueza. Lázaro no es pobre por castigo de Dios, ni su situación de extrema pobreza se debe a la fatalidad o a un ciego destino. Hay causas concretas de esa injusta situación que, en el caso, están relacionadas con la riqueza y las actitudes egoístas de quien no quiere compartir.
Hay en el mundo actual muchos millones de «Lázaros» porque hay también muchos «Epulones». Como nos enseña la parábola, se da una relación directa de causalidad entre la pobreza y la riqueza. La causa principal de la extrema pobreza de millones de personas está relacionada con la «extrema riqueza» de unos pocos, cada vez más ricos y más egoístas.
En este pasaje del Evangelio vemos claramente que la pobreza es un mal que hay que combatir y erradicar. Los pobres son víctimas de una situación de injusticia, de un individualismo egoísta y excluyente que Jesús rechaza de plano.
Es necesario crear un nuevo modelo de sociedad solidaria, donde se supere esas actitudes discriminatorias. Hay que romper las cadenas del individualismo posesivo que acumula en razón de desconocimiento de los derechos de las legítimos e inviolables de las personas. Debemos construir una sociedad donde las relaciones humanas no estén pervertidas por la injusta acumulación, la insolidaridad y la injusticia social. («La propiedad es un robo? D. Velasco)