El honrado maestro Kapuscinski

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Periodista polaco, escritor y ensayista, un profesional honesto que explicó el mundo las complejidades de las guerras, sus causas, el sentir de la gente ordinaria. Un Pérez Galdós de nuestro tiempo

Lluís Foix   Director de La Vanguardia digital,  23/01/2007


Ha muerto Ryszard Kapuscinski, periodista polaco, escritor y ensayista. Uno de los mejores reporteros de mi generación, un profesional honesto que explicó el mundo las complejidades de las guerras, sus causas, el sentir de la gente ordinaria. Un Pérez Galdós de nuestro tiempo.


Ha muerto a los 75 años en un hospital de Varsovia. Empezó su carrera en la Polonia comunista como redactor de una agencia de noticias. Viajó por todo el mundo, conoció a personajes relevantes pero, sobre todo, penetró en la conciencia y en la cultura de las sociedades que observaba.


No era una estrella mediática. Era un personaje que miraba la realidad con transparencia, sin prejuicios, pegado al terreno y alejado de los estados mayores y de los gobiernos que siempre pretenden controlar la información que sale al exterior.


Su último libro, 'Viajes con Heródoto', es una pieza extraordinaria. Nos narra su extensa biografía con la Historia de Heródoto bajo el brazo. Desde la India a China pasando por Àfrica y la ex Unión Soviética aplica la fría lógica del historiador griego y saca consecuencias que normalmente se nos han escapado a quienes hemos narrado la realidad desde las prisas y las imprecisiones.


Descubrí a Kapuscinski hace muchos años cuando publicó un ensayo histórico sobre el último emperador de Etiopía, Haile Selassie, el León de Judá, adorado por los etíopes hasta que perdió el poder y los amigos que durante más de dos generaciones había hecho en todo el mundo.


Para quien quiera estudiar una revolución es aconsejable que lea urgentemente 'El Emperador'. Nos describe la vulnerabilidad del poder, la frivolidad de los cortesanos, la traición de los más próximos, hasta explicarnos cómo los revolucionarios destruyen un régimen para construir otro que no es necesariamente mejor que el anterior.


En una entrevista que le hizo Bru Rovira, un gran reportero de 'La Vanguardia' que ha trotado mucho por el Tercer Mundo, Kapuscinski decía que «estamos en una situación donde los medios ya no observan los eventos sino que participan en ellos. Y los manipulan con sus mentiras, desinforman. Hay que saber que los medios también participan del capital financiero, al que nada le preocupa la ética periodística y sólo quiere hacer dinero, tener ganancias».


No tengo el libro a mano, pero lo que escribe de Kapuscinski el editor Jorge Herralde en su último libro 'Por orden alfabético', es un homenaje a la trayectoria de un periodista humanista, culto, comprensivo con los más débiles, crítico siempre con los que no utilizan la razón sino la fuerza.


También nos transmitió las vivencias y el significado de otra gran revolución, la islámica, que destronó al Sha de Persia con la llegada del ayatolá Jomeini en Teherán en enero de 1979. Aquella revolución, la última del siglo XX, ha tenido y sigue teniendo una gran repercusión en el mundo. Kapuscinki ya lo advertía.


Viajó por la Unión Soviética cuando el régimen que pretendía comerse el mundo se desmoronaba y de sus cenizas no se podía aprovechar prácticamente nada. Sus reportajes ubicados en varios países africanos los resumió en el libro que le dio fama universal. 'Ébano' es uno de los documentos periodísticos imprescindibles para conocer la realidad africana de los años ochenta y noventa.


Tiene un libro formidable sobre una de las más extrañas guerras del siglo pasado. Su título es 'La guerra del fútbol'. Narra la guerra que Honduras y El Salvador libraron con pasión y violencia con el detonante de un partido de fútbol entre las dos selecciones nacionales de los dos países para decidir la participación en los Mundiales de fútbol de México de 1970.


Pasó por muchas penalidades, por peligros de muerte, por amenazas de todo tipo. No se hospedaba en los grandes hoteles. Pernoctaba en pensiones de mala muerte, recogía testimonios de la gente ordinaria, hablaba con todos y emprendía viajes hacia la selva o hacia lo desconocido sin más equipaje que un cepillo de dientes y unos recortes de prensa local.


Con Kapuscinski desaparece una saga de grandes reporteros, de periodistas de raza, de hombres que sabían poner en perspectiva histórica los hechos que relataba. Lo comparo con Stanley, Hemingway, Montanelli, nuestro admirado Manu Leguineche y muchos más periodistas que han escrito el borrador sin el cual sería imposible reconstruir la historia en las generaciones futuras.


Cuando un conflicto se acababa, cuando los tiros y las bombas callaban, Kapuscinski se quedaba un tiempo en los lugares devastados. Es entonces cuando sacaba consecuencias, dibujaba el cuadro de la situación, escribía lo que sus colegas mediáticos ya se encontraban en sus redacciones de Londres, París, Nueva York o Roma.


Si tuviera que definir a un periodista completo, de mirada clara, independiente y sobrio, un periodista que influye en la opinión, Kapuscinski sería el perfil más aproximado.