El mundo que viene en la «segunda era de las máquinas»

2934

La revolución de la informática ha dado lugar a una nueva relación entre trabajo, capital y tecnología. ¿Cómo se regulará el mercado laboral en una era de procesos productivos automatizados?

Una de las paradojas más interesantes del desarrollo económico de las últimas décadas se resume brevemente: el diferencial en el grado de desarrollo económico entre países disminuye.

O, dicho de otra manera, la brecha Norte-Sur y Oeste-Este se acorta, cambia de forma y se transforma. Sin embargo, las desigualdades dentro de los países aumentan. Y lo hacen, en algunos casos, de manera exorbitante. Tanto en el Sur como en el Norte.

Hay que entender los cambios tectónicos que está experimentando la relación entre tres factores clave: trabajo, capital y tecnología. Es en esa intersección, más que en cualquier otro sitio, donde encontraremos algunas de las respuestas a la doble y paradójica realidad en la que los países se vuelven más iguales entre sí al tiempo que se vuelven más desiguales por dentro. Contradictoria y paradójica realidad que será fundamental para entender no sólo la estructura del mundo que viene, sino también, una de las luchas políticas de la primera mitad del siglo XXI: la interacción entre trabajo, capital y tecnología; o cómo se gestionará el reparto de la riqueza en la «segunda era de las máquinas».

La tesis es sencilla pero contundente: así como la máquina de vapor desató una serie de transformaciones y al cabo de varias décadas cambió la estructura de producción y las características del trabajo manual, la informática y las máquinas están provocando un efecto similar que transformará la estructura del conocimiento y, por tanto, la forma en que se divide y remunera el trabajo en el siglo XXI.

A lo largo de las últimas tres o cuatro décadas, los avances tecnológicos impulsados por la informática han ido ganando terreno hasta convertirse en tecnologías presentes en casi todos los eslabones de la cadena productiva. Miles de millones de personas conectadas a una misma red; dispositivos móviles permanentemente conectados; sensores omnipresentes produciendo datos de innumerables fenómenos, que van desde la meteorología hasta la cantidad de personas que pasan por un sitio determinado.

Lo que empezamos a ver la segunda década del siglo XXI son los efectos económicos y políticos de la transformación. Desde cómo se tasa el valor añadido (y cómo se reparte) en esta nueva forma de producción económica, hasta que significa y dónde se establece los límites de la privacidad individual, en una época en que los rastros digitales de la mayor parte de nuestras acciones, quedan registradas en bases de datos de compañías privadas sin regulación.

La producción económica en la segunda era de las máquinas, depende sobre todo de cuatro factores fundamentales: propiedad intelectual, capital organizacional, producción de contenidos por parte de usuarios y capital humano. El capital financiero y la propiedad de las máquinas, como podemos constatar, se dan ya por descontados. O, al menos, son desplazados por otras características de la producción que cobran mayor protagonismo.

Como botón de muestra, esta comparación: Apple, con una capitalización en bolsa que gira en torno al medio billón de dólares, tiene 60.000 empleados.. Boeing, el gigante aeroespacial, con una capitalización en bolsa de alrededor de 95.000 millones, tiene casi el triple de empleados que Apple. O un caso aún más extremo, Facebook: 165.000 millones de capitalización bursátil con solo 3.500 empleados.

Es justamente por esto que las reglas del juego tendrán que cambiar. Y ello necesariamente pasa por la política -o debería ser un imperativo moral que lo hiciera-. ¿Cómo se distribuirá la renta en un paradigma en el que cada vez menos personas contribuyen a los procesos más lucrativos? ¿Cómo se regulará el mercado laboral en una era de procesos productivos automatizados? Y, tomando en cuenta las enormes diferencias sociales que este modelo necesariamente generará, ¿qué papel y qué políticas asumirá el Estado para gestionar la brecha?

En este modelo habrá unas «élites cognitivas» nuevas y más sofisticadas. Unas élites que ya no sólo controlan conocimiento y capital. Controlan también la intermediación entre humanos y máquinas. Es decir, además de la importancia que durante siglos ha tenido el control del conocimiento, como factor determinante del acceso y la distribución de la riqueza, en la segunda era de las maquinas la habilidad para trabajar con ellas e hibridar procesos será fundamental.

Se apunta hacia un futuro de la producción caracterizado, por unos pocos que sabrán hacer esa conexión entre conocimiento y máquinas y, muy por debajo de ellos, mayorías que tendrán que adaptarse a un mundo laboral mucho más cambiante e inestable. Una especie de ahuecamiento de la parte central y menos especializada del mercado laboral que degradará la calidad y remuneración de ese tipo de trabajos (aquí podemos incluir a todas las profesiones, desde contables y gerentes bancarios, hasta periodistas -no hacen falta tantos-, gestores, comerciales y muchos otros empleos en el sector de servicios). El reto político consistirá en crear puentes entre esos dos extremos y no permitir que el primer grupo adelante demasiado al segundo.

El quid de la cuestión, cada vez más, será cómo se reparten esos beneficios. ¿Nos estamos beneficiando todos de esta nueva forma de producción económica? De momento, parece que no. Y las perspectivas, al menos en la trayectoria actual, no parecen alterar la tendencia: los gerentes y empleados administrativos -la fuerza laboral que mantiene en movimiento a la maquinaria corporativa global, y hasta hace poco la columna vertebral de la clase media- ya no son esenciales.

El problema fundamental no es tanto la transformación en sí misma, como la incapacidad para adaptar la estructura del empleo y las reglas del juego a esta nueva realidad. Sí, sin ninguna duda estamos produciendo más en cualquier otro momento de la historia. El problema es que no sabemos cómo tasar y repartir esa producción. Y eso, a diferencia de lo que se suele pesar, no es ni un problema de oferta, demanda o de mecanismos del mercado. Es, fundamentalmente un problema político.

Desde hacía algún tiempo había cobrado mayor importancia el papel del conocimiento y la especialización. Ahora, en la segunda era de las máquinas, no sólo su importancia se profundiza surge una nueva forma de intermediación entre conocimiento y procesos informáticos automatizados que transformará el escenario económico. La gran pregunta se vuelve entonces cómo y con qué rapidez conseguimos reaccionar políticamente.

Autor: Diego Beas ( * Extracto)