El mundo será autogestionario o no será

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La autogestión es una forma de vida, una forma de cultura, una forma de organizar la convivencia humana basada en el principio de
que cada ser humano puede y debe ser protagonista de su vida personal y comunitaria.

Esto significa que cada persona, solo por el hecho de serlo, tiene el derecho a decidir cuáles deben ser las directrices fundamentales de su vida sin que nadie le dirija o le imponga algo que no haya decidido libremente. Pero la libertad autogestionaria, no solo implica que no haya impedimentos para desarrollarla sino que es una libertad que debe ser formada y orientada en la verdad hacia el bien de todos y cada uno de los miembros de la sociedad. La autogestión debe fundamentarse en la vinculación de la libertad con la verdad sobre el bien del hombre.

 En la cultura autogestionaria no vale todo. Cuando la libertad se orienta hacia un fin exclusivamente particular, egoísta, individualista o corporativista se degrada y degrada. Al mismo tiempo el realismo nos dice que la autogestión siempre es un proceso; un proceso tenso y difícil entre la tendencia egoísta e individualista y la tendencia personalista y comunitaria del ser humano. Querer eliminar esta tensión hacia el ideal es imposible, hay que atravesarla y vivir con ella. La autogestión como cultura debe irse construyendo dialécticamente. 

El anhelo autogestionario de la vida no es novedoso, es tan viejo como la misma humanidad, pero las diferentes experiencias humanas lo han ido perfeccionando. Siempre ha habido una confrontación trágica entre dos formas de concebir la existencia. Una autoritaria, que pretende imponer la voluntad de una minoría dirigente sobre una mayoría y otra que siempre ha entendido la vida de tal forma que todo ser humano tiene derecho a orientar libremente su vida. Un ejemplo paradigmático de esto fue el nacimiento de la democracia griega. Los atenienses que iban a la guerra en la colonización de nuevas zonas llegaron a la conclusión de que si se jugaban la vida por conquistar unas tierras y enriquecer a la ciudad-estado, eso no podía ser decidido por una minoría dirigente, sino que debía ser decidido directamente por aquellos que se jugaban la vida. Otro buen ejemplo son los orígenes de los concejos castellanos. En el nacimiento de Castilla, los que se aventuraban a ocupar las tierras fronterizas con los musulmanes, arriesgando la vida, exigían máxima decisión sobre su vida, es decir exigían libertad frente a la servidumbre feudal. Habían descubierto, por tanto, una conexión directa entre la vida y la libertad.

Esta noción de la libertad, absolutamente natural y lógica, exigía ser ampliada a todos los aspectos fundamentales de la vida: la organización social y política, la economía, la cultura. Sin embargo el ideal autogestionario siempre ha tenido dos grandes objeciones. La primera es la basada en el principio elitista o aristocrático que sostiene que no todos los hombres están igualmente capacitados para determinar las directrices fundamentales de la comunidad política y por tanto son necesarios aristócratas, líderes iluminados, jefes, vanguardias, minorías selectas, tecnócratas, dirigentes, etc. La otra objeción es que la autogestión solo es practicable en comunidades pequeñas y sencillas, y que en sociedades grandes y complejas la autogestión es imposible. Sin embargo, la historia de la humanidad ha demostrado que ambas objeciones no son reales si se aplica el principio de subsidiariedad en conjunción con el principio de solidaridad, es decir, si se construye la organización social desde abajo y la cooperación mutua. Estas objeciones, siempre amplificadas desde el poder, normalmente ocultan los intereses de las élites que se arrogan por la fuerza y la mentira la dirección de la sociedad y en la actualidad ambas son más que nunca insostenibles.

 Los avances en la tecnología y en la comunicación permiten un nivel de información y decisión prácticamente universal e instantáneo. Evidentemente la información y la capacidad de decisión son condiciones necesarias pero no suficientes para una auténtica autogestión. Además, hace falta la formación moral y política autogestionaria de la persona y la sociedad y sobre todo, meter el hombro. La autogestión debe estar legitimada por el trabajo por el bien común de cada miembro de la sociedad. Es lo que se ha llamado la "democracia del trabajo". Quien trabaja, quien se arriesga, quien se sacrifica, es quien debe decidir. El parasitismo social, el gregarismo o aborregamiento por un lado, o el dirigismo por otro, no pertenecen a la cultura autogestionaria. Sin embargo muchas veces en la historia se han aceptado o legitimado dictaduras, reales o formales, por una mayoría de la población porque no se estaba dispuesto a comprometerse por el bien común y se prefería tener el estómago lleno y que otros decidieran. En parte esto es lo que ha justificado tácitamente la existencia de una corrupción natural de la vida política. Si la mayoría no quiere comprometerse políticamente, los que lo hacen se lo cobran en forma de privilegios indecentes.

La autogestión no es un simple procedimiento en el que la base de la organización o de la sociedad decide. La autogestión auténtica solo puede sostenerse si respeta la naturaleza solidaria de la persona y la sociedad humana; si no se autodestruye convirtiéndose en otra cosa. Como organización social solo puede caminar adecuadamente hacia la justicia; contiene una antropología igualitaria y solidaria y un sentido social comunitario.

La autogestión como democracia real debe hacer posible que se respeten y promuevan los derechos y los deberes humanos sin olvidar que los derechos humanos emanan de los deberes humanos. Por ejemplo, si tengo el deber de cuidar y educar a mis hijos, tengo el derecho a un trabajo y a una vivienda que me permita cumplir con mis deberes como padre. Cuando se me niega el trabajo, no solo se me niega un derecho sino algo mucho peor, se me obliga a no cumplir con mi deber lo que supone un gravísimo atentado moral. Además, los derechos-deberes no son los de la mayoría de la población sino los de todos y cada uno de los miembros de la sociedad. Por eso, en la cultura autogestionaria la ley de mayoría es un procedimiento aceptado para tomar decisiones pero siempre subordinado al principio moral de que cada persona disponga de los derechos que le permiten cumplir con sus deberes personales y comunitarios.

Como decía Gandhi, la ley de la mayoría calla cuando le toca hablar a la conciencia. Por el cultivo de la conciencia moral es esencial y todos los procedimientos y medios técnicos deben estar subordinados a los fines morales; los medios siempre deben estar contenidos en los fines y nunca el fin justifica los medios.

Esto evidentemente es un ideal que debe ser el que dinamice permanentemente la actuación de cada persona y cada generación. La libertad y la solidaridad no son conquistadas definitivamente por un grupo humano, sino que cada nueva generación debe ser educada en la necesidad de asumir su responsabilidad política. Históricamente los hijos de la revolución tienden a querer vivir de los frutos del trabajo de sus padres por eso la educación y el cultivo de la responsabilidad son piezas. Esto exige un nivel de formación y educación moral muy alto que lleva tiempo y esfuerzo. Si una profesión exige más de 5.000 horas de prácticas, que no va a exigir, adquirir una cultura autogestionaria. La improvisación, las prisas, los escaparates son enemigos. Por ello la revolución autogestionaria debe ser permanente y desde abajo, desde lo más sencillo teniendo en cuenta que el pilar es la formación de la persona autogestionaria.

En este sentido puede empezar ya y en cualquier lugar: en la familia, en la escuela, el trabajo, en la ciudad… No es cuestión de todo o nada sino de ir construyendo, junto a otros, unas formas de vida distintas sobre la base de un tejido social teniendo claro que la autogestión no está vacunada ni contra los errores ni contra las tendencias egoístas e individualistas. ¡Ojo!, exigir pureza a la cultura autogestionaria es matarla antes de que nazca…

Vivimos en una sociedad muy poco democrática y muy poco solidaria. Si avanzamos en "solidaridad" y no en autogestión la solidaridad se convierte en paternalismo. Si avanzamos en "autogestión" y no en solidaridad somos gestores directos de la injusticia. Solo la "bisectriz" mantiene la tensión necesaria y adecuada entre solidaridad y autogestión sin que desnaturalicen.

En la actual sociedad del conocimiento, la tecnología está cambiando muchos aspectos de la organización social, política y económica y podemos tener la sensación, la apariencia de que se está promoviendo mayores cuotas de "autogestión". La tradicional organización jerárquica y vertical de la sociedad moderna industrial está siendo sustituida por una estructuración en forma de red. La información multiplica la productividad. La tecnología facilita la interacción, la participación y el acceso a la información. Las organizaciones abiertas y flexibles están demostrando ser más eficaces y competitivas en la gestión de la información y el conocimiento. Se facilita la cooperación en muchas tareas frente a la competitividad. Todo parece mucho más "horizontal" y "democrático". El conocimiento compartido se desarrolla mejor y es más eficaz. Ya hay millones de personas conectadas mediante dispositivos móviles generando relaciones, procesos, comunidades, etc.

El neocapitalismo posmoderno está transformándose haciendo que el factor información y conocimiento sea decisivo. Sin embargo el sistema es consciente de los peligros que está apertura informacional puede traer al propio sistema puesto que es más fácil la comunicación entre los miembros de la base de la sociedad que son explotados y dominados. Por ello el neocapitalismo actual está desarrollando nuevas formas de dominación más acordes con la nueva realidad; se promueve una paradójica "autogestión de la insolidaridad" que a veces se presenta incluso como "disidencia". La fuerza y la violencia siguen y seguirán actuando pero su eficacia no es de largo alcance. El moderno sistema capitalista pretende conquistar nuestra colaboración más entusiasta; pretende conquistar las almas, los deseos, las relaciones, las formas de vida, los procesos, las gestiones. Pretende un control sobre lo inmaterial, lo que está más relacionado con el conocimiento y la información y desde ahí intentar dominar toda la realidad material incluido el cuerpo humano. La creciente integración de la revolución tecnológica y biológica está modificando la capacidad de transformar y dominar la realidad, especialmente la realidad humana. Desde la concepción y gestación hasta la planificación de la muerte, la vida humana física y psicológica cada día está más sometida a los dictados del poder.

La lucha por la libertad y la solidaridad en los albores del siglo XXI parece que se va a jugar en el campo de la gestión , el análisis de la información y en el control del conocimiento. Quien domine los procesos, los procedimientos, las relaciones, los servicios, las comunicaciones controlará la realidad social. Un ejemplo de esta revolución capitalista es la financierización de la vida. Las finanzas, la inmensa mayoría inmateriales, son como la sangre del sistema: mediante el endeudamiento controlan y dominan la producción, la distribución, el gobierno político, la inversión, la educación… Su capacidad tecnológica es enorme. Por ejemplo, los Fondos de Alta Frecuencia manejan algoritmos matemáticos informatizados capaces de aprovechar información privilegiada haciendo inversiones y desinversiones multimillonarias en intervalos de 5 mili segundos (0,005 segundos) modificando la vida de millones de seres humanos.

Por ello, la propuesta autogestionaria y solidaria es la única capaz de poder cuestionar al actual neocapitalismo. La autogestión solidaria no acepta la usurpación de los procesos de gestión, la manipulación de relaciones y la instrumentalización de la decisiones. La autogestión no acepta paternalismos, burocracias, tecnocracias más o menos disfrazadas de democracias formales. La autogestión tampoco acepta seguridad material a cambio de libertad. Muchas veces la humanidad ha pensado que el bienestar material lo es todo o por lo menos lo más importante, sin embargo tanto la psicología moderna como la experiencia demuestran que la satisfacción material es fundamental y necesaria pero es solo la base del auténtico desarrollo humano en el que hay que integrar la promoción cultural, política y religiosa. Actualmente, en la sociedad de la información, el ser humano se la juega en aceptar o no el control de la gestión de su vida tanto personal como colectiva.

Por último, es importante combatir dos fenómenos antihumanos que minan la capacidad de crecimiento de la solidaridad y la autogestión y que se están desarrollando cada día más. Por un lado la fragmentación de la vida impuesta por una precarización laboral que hace que la persona esté pendiente del móvil 24 horas al día, 7 días a la semana y que su vida se interrumpa cada 3 minutos con llamadas, mensajes,…Esta táctica del 24/7/3 está diseñada para evitar la promoción humana que exige tiempo, reflexión, profundización, organización. Por ello debemos habilitar en nuestra vida espacios para leer, para pensar, para rezar, para reunirnos con otros: 20 minutos al día; una tarde a la semana; un día al mes, un fin de semana al trimestre, una semana al año… Sin estos espacios no podemos plantear las reflexiones y acciones necesarias para ir construyendo la cultura autogestionaria y solidaria.

Y por otro lado, el aislamiento. Aunque parece que la tecnología permite una mayor relación con otras personas la verdad es que nos sumerge en un montón de mundos virtuales muy alejados de la auténtica realidad humana. Por eso es muy importante cultivar un asociacionismo social solidario, de carne y hueso, sin renunciar a la tecnología pero con hombres y mujeres de verdad. 

Como decía G. Gurwitch de manera profética, el mundo será autogestionario o no será. O construimos una sociedad autogestionaria y solidaria o el totalitarismo y la servidumbre moderna se impondrán. De nosotros depende.

Autores: Víctor Garcían y en el control del conocimiento. Quien domine los procesos, los procedimientos, las relaciones, los servicios, las comunicaciones controlar