El poder de la dignidad de la mujer

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Editorial de la revista Autogestión

En un reciente video, “Invisibles”, publicado por el Observatorio Mundial de las Mujeres puesto en marcha por la UMOFC con el objetivo de dar voz y visibilidad a las más vulnerables que parecen invisibles, se muestra el testimonio de mujeres africanas que partiendo de la tragedia de sus vidas, a través de un proceso de promoción integral, apoyadas en la vida asociada entre ellas, han desarrollado una potentísima fuerza interior. Una fuerza interior que no solo salva sus vidas, sino que es esperanza de futuro para su país a través de su aportación laboral-empresarial y que es a su vez fuente y cauce para la educación y promoción de sus hijos.

Contrasta este enfoque del servicio como promoción con el contexto cultural de occidente que quiere empoderar a las mujeres creyendo que así se las promociona. El desarrollo humano integral necesita del vínculo, del encuentro y cuidado que ponen en el centro a cada persona y a toda la persona, también en su dimensión institucional y trascendente.
La promoción no es de individuos aislados, sino de personas con toda su capacidad de relación. Se promociona en familia. Se promociona la persona y sus ambientes. Se promociona la persona y las instituciones de las que forma parte. La promoción tiene que ver con ayudar a situar a la persona en la Tierra y en la Historia como pueblo, como pueblo entre los pueblos. Sin familia no hay pueblo ni promoción. El respeto de la identidad femenina, que pasa por la denuncia de las discriminaciones y de las injusticias, sólo será eficaz y auténticamente humanizador si contempla todos los ámbitos de la vida femenina sin olvidar el que le es propio, el de la maternidad. Así se pone de relieve en estos testimonios.

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En la propuesta de empoderamiento hay algo valioso que está en el corazón humano y que atrae: es el justo llamamiento a la dignidad, al poder que otorga la dignidad. Pero ese empoderamiento de individuos, autónomos y aislados, luego genera luchas porque nos enfrenta entre sí, hasta el extremo de decidir que hay que sacrificar al hijo si queremos estar en la cumbre. El poder gusta, el poder engatusa, seduce, y sigue ofreciendo más poder.

Las pequeñas migajas de poder ofrecido en el empoderamiento de sí y para sí mismo llevan consigo una propuesta falsa de libertad. Si mi libertad acaba dónde comienza la del otro, sólo puedo extenderla a costa de estrechar la libertad del otro. Así, desde una estrategia de empoderamiento cada individuo tratará de ensanchar su territorio, de extender su poder. El otro, necesariamente, termina siendo un obstáculo para mi libertad. Las estrategias de empoderamiento y la violencia, las pequeñas y grandes, van de la mano.

Con el empoderamiento de las mujeres ha crecido la protección estatal a miembros aislados de la familia, pero se ha deteriorado la defensa de la vida y el cuidado. Además, no sólo se ha abandonado la institución familiar como tal, sino que sufre un ataque en su propio fundamento, el matrimonio, que la lleva a su disolución.

El auténtico PODER con mayúsculas, atributo de la dignidad de toda persona, se genera en una relación de servicio. Es el poder moral que los otros nos otorgan e implica la responsabilidad de su uso. Este poder, esta autoridad moral, constituye la base de la autogestión como sustrato cultural sobre el que construir una sociedad fraterna, justa y solidaria que permita avanzar en el bien común.

Toda promoción, también la de la mujer, es reconocer en cada uno de nosotros a “personas”, es decir, a seres vinculados y profundamente relacionados entre sí. Y entendemos que eso es lo característico de la condición humana. ¡Todos responsables de todos o todos esclavos! También las mujeres.