Entre la hipocresía y el puritanismo

1990

No parecen existir antecedentes históricos de una epidemia generalizada con tal grado de impostura e hipocresía como la que venimos sufriendo en las sociedades occidentales.

Las instituciones primero, marcando la pauta, y después las gentes siguiendo el ejemplo, se esfuerzan todos en exhibir una impudorosa exposición de fingimientos filantrópicos que deja como un neófito al famoso Tartufo de Moliere.

Se trata del rasgo mas común que retrata una época en la que los ciudadanos hacen gala ante los demás de su infinita bondad, solidaridad, conciencia medioambiental, preocupación por el Tercer Mundo y fanática defensa de toda especie animal, especialmente gatitos y perritos, elevados a la categoría humana. En general, el artificio se reduce a un derrame de grandes palabras y términos altisonantes cuyo objetivo esencial acaba siendo la denuncia de los que no están en este exquisito club de las simulaciones.

Escudados en la defensa del nuevo orden puritano se imponen un sinfín de normativas, que bajo el pretexto del bien común, rozan a menudo los límites de las libertades esenciales del ciudadano. Invariablemente van apareciendo cruzadas contra fumadores, bebedores, taurófilos, cazadores, contaminadores, machistas, mentes conservadoras o simples aficionados a la incorrección política. Es obvio que a medida que la mediocridad invade el poder político, más normativas son necesarias para suplir la falta de criterio de cualquier dirigente. El resultado puede ser, en breve plazo, una nueva forma con tintes autoritarios encubierta en la aquiescencia general y el sufragio universal.

Los temas medioambientales figuran hoy en lugar destacado entre las exhibiciones de magnanimidad con las que los gobiernos tratan de justificarse ante un electorado tan exquisitamente predispuesto con las abstracciones sentimentales. En este ámbito virtual, se legislan medidas destinadas a inculpar al ciudadano del progresivo deterioro del planeta. Obviamente, tales medidas tienen buen cuidado que no perjudiquen un ápice al consumo general, al cual, paradójicamente, se le hace responsable del deterioro. Sin embargo, la realidad demuestra que todas las medidas emprendidas sobre el tema tienden a convertirse en un nuevo negocio con patente de corso ecológica.

Que llega el apocalipsis

La situación resulta extravagante. Desde los gobiernos se promueve una información alarmista destinada a las masas, en la cual fluyen las amenazas sobre el cambio climático y la subida de los océanos, pero en el fondo todo se reduce a un acto de fe en los políticos. Si aparece alguna referencia a los científicos, se tiene buen cuidado de citar solo aquellos que abonan sus argumentos y cuyas tesis permitan seguir promoviendo el filón medioambiental. De momento, con una actuación semejante, es difícil creer nada grave en relación a este tema y el número de escépticos se mantiene aun en una proporción razonable.

No obstante, el Apocalipsis pronosticado corre el riesgo de convertirse en una nueva inducción religiosa destinada a la masa de tartufos que andan siempre persiguiendo asuntos para la exhibición, y precisamente, en este sentido es donde hay razones para la inquietud. La coartada de la salvación del planeta puede resultar una causa perfecta para que fanáticos y sectarios compulsivos puedan encontrar motivos urgentes que justifiquen una nueva doctrina ordenancista de carácter indiscutible.

Ya sabemos que en el mundo desarrollado son muchos los ciudadanos que actualmente abandonan las creencias tradicionales para poner la misma fe al servicio de estrafalarias religiones laicas. He conocido algunas gentes involucradas en estas místicas y siempre me ha parecido un personal de alto riesgo, como por ejemplo, es el caso de los antitaurinos. Se da la paradoja de que estos individuos e individuas desprenden una violencia insólita en contradicción total con los argumentos pacifistas que pregonan. Si esta voluntad fundamentalista la trasladamos a la trama medioambiental con el objetivo de salvar el planeta, cabe pensar que la sustancia del asunto se convierte todavía en algo más peligroso, porque el tema esgrime razones superiores al ser humano. ¿Quién se opondrá a la salvación del planeta?


Mi impresión personal es que no deberíamos permitir que los gobiernos se vayan recreando tan frívolamente sobre estas cuestiones, pues se corre el riesgo de que la amenaza no sea tanto el deshielo y la subida del mar, como una ola de fanatismo e intolerancia que encuentre de nuevo una imagen con apariencia altruista para imponer nuevas formas de represión a las libertades individuales. Como de costumbre, con la inmaculada excusa del bien común. No recuerdo ningún sistema totalitario que haya esgrimido otras razones.