El diálogo constructivo, la discusión libre, el intercambio de ideas y experiencias significa un paso más para afrontar conflictos, guerras y violencia. El d iálogo no es nunca tiempo perdido porque es comunicación de vida con los otros, convicciones transmitidas, valores enfatizados, empeño común en un mundo dónde la indiferencia, la inercia y la apatía son muros que enjaulan a la sociedad y a las naciones. El diálogo interreligioso e intercultural es la consecuencia lógica de un mundo global, interconectado, interdependiente.
Las políticas de mercado, que las personas reducen a cifras y números, corren el peligro de no ver la precariedad de millones de personas inmersas en la indigencia y la pobreza. Reconducir a los interlocutores de diversas tradiciones religiosas a lo esencial para poner a la persona humana en el centro, significa poner la atención en el espacio común de todas las sociedades humanas por encima de toda diferencia. El espíritu universal de la Iglesia es la luz que ilumina este camino y hace de guía por esta vía