Lo «gratuito» de internet

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Mientras que los ricos pagan por su conectividad con su dinero, los pobres pagan con sus datos. El negocio del siglo XXI. Las grandes compañías de la Red que ofrecen servicios gratuitos a cambio de datos personales están estableciendo las relaciones sociales del futuro. Es la vida privada de millones de personas la que terminará cubriendo los gastos.

El lujo ya está aquí, solo que no está distribuido muy equitativamente”. Tal es, en todo caso, el provocativo razonamiento propuesto por Hal Varian, el economista jefe de Google. Recientemente apodado como regla de Varian, sostiene que para predecir el futuro solo tenemos que ver lo que ya tienen los ricos y asumir que las clases medias lo tendrán dentro de cinco años, y que la gente pobre, dentro de diez. Varian ve funcionar ese principio en la historia de muchas tecnologías.

Así, pues, ¿qué es lo que tienen hoy los ricos que los pobres tendrán solo dentro de una década? Varian apuesta por los asistentes personales. En lugar de doncellas y chóferes tendremos automóviles que se conducen solos, robots a cargo de la limpieza de los hogares, y unas inteligentes y omniscientes aplicaciones que puedan monitorizarnos, informarnos y alertarnos en tiempo real. Como señala Varian: “Esos asistentes digitales serán tan útiles que todo el mundo querrá uno, y los reportajes alarmistas que hoy se leen sobre sus preocupantes efectos en la privacidad nos parecerán simplemente pintorescos y anticuados”.

Google Now, uno de esos asistentes, puede gestionar nuestros correos electrónicos, búsquedas y ubicaciones, y nos recuerda continuamente nuestras próximas reuniones o viajes, todo ello mientras en un segundo plano comprueba qué tiempo hace y las condiciones del tráfico.

La yuxtaposición que hace Varian de lavavajillas y aplicaciones podría parecer razonable, pero en realidad es bastante engañosa. Cuando uno contrata a alguien como asistente personal, uno paga a esa persona por los servicios prestados y ahí se acaba la cosa.

Es tentador decir que la misma lógica funciona con los asistentes virtuales: uno hace entrega de sus datos —igual que haría entrega de su dinero en efectivo— para que Google le provea de ese servicio, gratuito, por lo demás. Pero aquí algo no cuadra: pocos de nosotros esperamos que nuestros asistentes personales se marchen con una copia de todas nuestras cartas y archivos para hacer dinero con ellos. Para los asistentes virtuales, por el contrario, esa es la única razón de que ellos existan. De hecho, se nos está engañando por partida doble: en primer lugar, cuando hacemos entrega de nuestros datos —que, al final, acaban en el balance de Google— a cambio de unos servicios relativamente triviales, y, en segundo, cuando esos datos son después utilizados para personalizar y estructurar nuestro mundo de una manera que no es ni transparente ni deseable.

Esta segunda característica de los datos, capaz de moldear la vida, como una mera unidad de intercambio, todavía no ha sido bien comprendida. Sin embargo, es precisamente esa capacidad de conformar nuestro futuro después de entregarlos lo que convierte a los datos en un instrumento de dominación. Mientras que el dinero al contado no tiene historia y solo implica una pequeña conexión con la vida social, los datos no son otra cosa que la representación de la vida social, si bien cristalizada en kilobytes. Google Now puede funcionar solamente si la compañía que hay detrás consigue llevarse amplias porciones de nuestra existencia bajo su paraguas corporativo. Una vez allí, esas actividades pueden adquirir una nueva dimensión económica: pueden finalmente ser monetizadas. Nada por el estilo les sucede a los ricos de hoy cuando contratan a un asistente personal. Aquí, el equilibrio de poder está bastante claro: el amo está dominando a quien le sirve, y no al revés, como es el caso con Google Now y los pobres. En cierto modo, son los pobres los verdaderos “asistentes virtuales” de Google, al ayudarle a amasar los datos.

Hal Varian nunca hace la pregunta obvia: ¿Por qué los ricos necesitan asistentes personales? ¿Pudiera ser que no porque les guste la asistencia personal, sino porque les guste tener tiempo libre? Formular este argumento sería revelar que los pobres, tal vez, no van a poder disfrutar de tanto tiempo libre como los ricos, incluso si se hacen con los más novedosos artilugios de Google. La dialéctica del empoderamiento funciona utilizando caminos misteriosos: sí, los aparatos inteligentes podrían ahorrarnos tiempo: así que podremos emplearlo en trabajar para poder pagar unas más elevadas y personalizadas primas de seguros, o en enviar ese correo electrónico extra relacionado con el trabajo, o en rellenar un formulario extra requerido por algún sistema burocrático recién informatizado.

Facebook, el más fuerte competidor de Google, utiliza el mismo truco con la conectividad. Su iniciativa Internet.org, que ahora opera en América Latina, el sureste de Asia y África, fue aparentemente lanzada para promover la inclusión digital y para que los pobres de los países en vías de desarrollo pudieran estar online. Ya están online, pero se trata de un modo muy particular de estar online: Facebook y otros pocos sitios y aplicaciones son gratis, pero los usuarios tienen que pagar por todo lo demás, a menudo, en función de la cantidad de datos que consumen sus aplicaciones individuales. Es probable que muy poca de toda esta gente —recuérdese que estamos hablando de poblaciones muy pobres— tenga a su alcance el mundo exterior al imperio del contenido de Facebook.

Aquí está de nuevo en acción la regla de Varian: a primera vista, los pobres consiguen lo que los ricos ya tienen: la conectividad a Internet. Pero no es difícil localizar la diferencia clave. Mientras que los ricos pagan por su conectividad con su dinero, los pobres pagan por ella con sus datos: los datos que Facebook monetizará en su día para justificar la entera operación Internet.org. Después de todo, aquí no estamos hablando de una organización benéfica. Facebook está interesado en la “inclusión digital” de un modo muy parecido a como lo están los prestamistas en la “inclusión financiera”: lo están por el dinero.

Cualquier proveedor de servicios —ya sea en el campo de la salud, de la educación o del periodismo— pronto se daría cuenta de que para llegar a los millones de usuarios de Internet.org sería mejor lanzar y operar sus aplicaciones dentro de Facebook en lugar de fuera de este. Los pobres podrían acabar consiguiendo finalmente todos esos servicios que los ricos ya tienen, solo que con sus datos —su coagulada vida social— cubriendo los gastos. La conectividad gratuita que ofrece Facebook a los países en desarrollo es un derivado financiero gigante que paga el desarrollo de sus infraestructuras: Facebook proporciona conectividad a esos países a cambio de monetizar la vida de sus ciudadanos una vez ganen el dinero suficiente.

La regla de Varian, al parecer, necesita una corrección fundamental: para predecir el futuro, simplemente hay que mirar lo que las compañías petrolíferas y los bancos han estado haciendo durante los dos últimos siglos y extrapolarlo a Silicon Valley, nuestro nuevo proveedor estándar de infraestructura para todos los servicios básicos. En ese futuro, desafortunadamente, los asistentes virtuales no serían suficientes; experimentaríamos una extrema necesidad de psicoanalistas virtuales.

Traducción de Juan Ramón Azaola.
Autor: Evgeny Morozov es profesor visitante en la Universidad de Stanford y profesor en la New America Foundation.
Fuente: Diario El País.