´La única solución para poner fin al tráfico de mujeres es la abolición de la prostitución´, afirmó Somaly Asegura que sólo los gobiernos pueden acabar con el crimen organizado en los países asiáticos ´obligando a que se cumplan las leyes´. ´Yo puedo sacar a diez niñas de la prostitución, pero mañana son sustituidas por otras diez´. Somaly Mam pide a las embajadas que no protejan a los pedófilos. ´Los gobernantes deben hacer algo más que leer informes sobre explotación sexual´. ´No la legalicen. Todas las víctimas sentimos lo mismo cuando sufrimos 15 o 20 violaciones al día. Solo hay una solución: abolir la prostitución y castigar el proxenetismo ´ suplicó Somaly Mam.
Por Solidaridad.net
«La única solución para poner fin al tráfico de mujeres es la abolición de la prostitución», afirmó Somaly Mam, Premio Príncipe de Asturias de Cooperación y presidenta de Acción por las Mujeres en Situación Precaria, con motivo del Día Internacional por la Abolición de la Esclavitud celebrado el 3 de diciembre .
Somaly Mam hizo estas declaraciones en la rueda de prensa previa a su ponencia en la Comisión de Derechos de la Mujer e Igualdad de
Se calcula que el 90 % de las mujeres que ejercen la prostitución en España son «mujeres traficadas», es decir, inmigrantes forzadas a prostituirse. |
Delitos impunes
En rueda de prensa, en la Coruña, Somaly Mam insistió en la importancia de la cooperación internacional para perseguir y castigar a pederastas y pedófilos, muchos de ellos europeos. Al respecto, añadió que la mayoría de los que actúan en Camboya son franceses, italianos y australianos, y alertó de que el turismo sexual es una práctica cada vez más frecuente y casi nunca castigada.
«Antes se iban a Thailandia, pero desde hace un par de años eligen Camboya y Vietman, entre otras razones porque es más barato», denunció Somaly Mam, quien en su encuentro con los periodistas describió experiencias estremecedoras de niñas que ni han cumplido los diez años.
«Hace unos meses una niña de siete años fue violada y la sentencia dictaminó que ella había tenido la culpa», relató después de afirmar que en su país no se puede luchar la corrupción «porque no hay leyes». A la pregunta ¿Cómo es la vida de esas niñas en los burdeles?. Contesta: «Una auténtica tortura. Si ponen resistencia las pegan, las dejan sin comer o las encierran en jaulas con escorpiones o con serpientes. »
«Yo puedo sacar a diez niñas de la prostitución, pero mañana son sustituidas por otras diez», sentenció tras explicar que el 90 por ciento de la ayuda que recibe su asociación procede de España, Italia, Francia y EE UU, además de la Comisión Europea y Naciones Unidas.
El turismo sexual
Recordó que el turismo sexual es otro de los responsables del tráfico de mujeres, por lo que quiso llamar la atención de los gobiernos para que «incrementen las leyes extraterritoriales que permitan la persecución de los agresores sexuales en sus países de origen». Hace falta coordinar una mayor cooperación, decidir qué hace cada país y civilizar a las personas que viajan a los países pobres con total impunidad para practicar turismo sexual y hacerles saber que existen leyes que castigan a los que abusan de niños, y que pueden ir a la cárcel. Hay que luchar también contra las agencias que organizan estos viajes.
«En Europa, el tráfico está aumentando y España es uno de los mayores países de tránsito», ha indicado. Víctima de este tráfico, Mam fue vendida como esclava en varias ocasiones antes de emigrar a Francia, país de origen de su marido, por las amenazas de muerte que recibía de proxenetas camboyanos.
Mam ha afirmado que su propia experiencia es lo que le da la fuerza de luchar pero admitió que «los traumas nunca se superan», «hay que aprender a vivir con la ansiedad, el insomnio, la falta de autoestima y la depresión».
La organización de Somaly Mam trabaja en diversos países de Asia del Sureste donde acogen a las mujeres «rescatadas» en centros de la asociación que asumen un seguimiento médico, «ya que la mayoría está infectada por VIH», y una . «Cuando se acaba su formación, llega el difícil momento de la reinserción en la sociedad».
Su testimonio
Tras una intensa lucha contra la prostitución en 1998 se vio obligada a volver de nuevo a Francia, debido a las amenazas que sufría. Ante la pregunta de por qué arriesga su vida de esta manera, contesta: «Mi vida está acabada. Viví el infierno y mi alma está destrozada completamente. Sólo soy Somaly de cara. Mi cuerpo no tiene nada, nada de nada. Mi vida está acabada. Ahora sólo me mueve un objetivo: luchar contra el tráfico de mujeres y todas las formas de esclavitud. Se trata de dar la paz a las demás mujeres, a las niñas. Por eso no temo la muerte. ¿Qué es la muerte? nada, yo ya estoy muerta. »
Cuando escucha las historias de las chicas que rescata, cree oír su propia voz. Su historia vuelve. Somaly Mam fue vendida a los 13 años por la familia que la acogía y fue prostituida. Sabe lo que es sentirse humillada, destruida y luego abandonada. Todo a la vez y todo lo mismo. Su historia pudo ser, lo es en parte, una gota de espuma en la marea de niñas asiáticas explotadas sexualmente con la excusa de que tras esos cuerpos no hay futuro. Y con la impunidad de pensar que siempre habrá más. Después de ser explotatada durante ocho años, la camboyana escapó de esa turbia espuma y ahora se dedica a rescatar y ofrecer un futuro y una profesión a chicas forzadas a prostituirse o arrancadas de las redes.
Con Pierre, el ciudadano francés que le ayudó a salir del infierno, Somaly Mam, de 34 años, es madre de tres hijos: una niña adoptada de 12 años y dos biológicos, uno de 8 y un bebé de 22 meses. En 1996 fundó AFESIP (Acción para las mujeres en situación precaria). A través de ella más de 3.000 camboyanas y vietnamitas han pasado por sus centros. No siempre con un final feliz: muchas han muerto de sida, otras volvieron a la prostitución al regresar a sus pueblos y verse rechazadas. Pero una mayoría ha logrado ser independiente económicamente y ha rehecho su vida.
Más de doscientas niñas y mujeres estudian o aprenden oficios en sus centros. Son trabajos sencillos: peluquería, confección, cocina, o bien capacitación para llevar granjas o desempeñar trabajos agrícolas. Otras son formadas como monitoras para atender a las nuevas. En el fondo, sólo un grano de arena en el zapato de los traficantes, ya que son más de 50.000 las mujeres que nutren la industria sexual camboyana. Aun así, los traficantes la hostigan y amenazan. Nadie como ella conoce lo miserables que son sus negocios. Pero la ayuda internacional se multiplica desde que obtuvo el Príncipe de Asturias en 1998. Gracias a este respaldo ha abierto otro centro en Siem Reap, junto a los templos de Angkor, enclave turístico adonde las redes trasladan jóvenes vietnamitas como objetos de deseo para viajeros. El nuevo centro tiene capacidad para 50 chicas. Una vez liberadas de las mafias, a las jóvenes se les presta ayuda mientras esperan ser enviadas a su país de origen.
Ya no hay fronteras y AFESIP trabaja también en Vietnam, Tailandia y Laos. Al principio rescatar a una chica era complicado. En los inicios la propia Somaly iba a los prostíbulos a liberarlas. «Pero jamás he pagado por sacarlas. Habría sido entrar en el juego de la corrupción». Ahora la policía colabora a través de una unidad antitráfico. Cuando los trabajadores sociales detectan que hay mujeres forzadas en un burdel, la policía hace una redada. «Los trabajadores sociales están delante para evitar que las chicas desaparezcan. Hay mucha corrupción. Luego las chicas vienen a los centros», dice.
Mam está ahora en Madrid, donde AFESIP acaba de abrió hace poco una oficina (afesipspain@telefonica.net), para impulsar una campaña internacional contra el tráfico. «Es duro combatir el crimen internacional. Hay que organizarse», argumenta. «En España hay tráfico. Muchas vienen vendidas, se les explota y se les quita el pasaporte; de otras se dice que ejercen una prostitución de lujo y voluntaria. Pero para que algo sea voluntario tiene que haber otras opciones. Es una cuestión de dignidad. ¿Por qué la mujer tiene que vender su cuerpo?» se pregunta.
«Olvidar es imposible. De joven soñaba con escapar y ayudar a otras chicas», recuerda. El sueño se ha cumplido, pero sólo en parte. «Mi sueño era más grande, quería hacer más. Quiero más poder para las mujeres, quiero que sean poderosas para que sean independientes. Cuando me llegan niñas violadas y prostituidas, sé lo que han pasado, me identifico y las abrazo. En una he visto mi misma capacidad de superación, quizás sea mi sucesora», confiesa. Las más pequeñas o vulnerables suelen ir a un centro en el campo. «En seguida juegan entre sí y parecen olvidar, pero si enferman se quiebran, les sale todo. Las mayores vienen peor, pero se rehacen antes», asegura. «Escucharlas es verme en un espejo. Y tengo dos opciones: dejarlo y continuar con mi nueva vida, o seguir. Elegí lo segundo y tengo que aprender a vivir con sus historias».