Esclavitud infantil en las calles de Méjico

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Se les ve en las calles, mercados, parques, terminales de transportes; cerca de antros y cantinas, salones de fiestas, cruceros vehiculares, donde las personas transitan o reúnen. Portan cajas de madera en las que exhiben dulces, golosinas y cigarros

Ofrecen frutas, limones, lo que se les entrega para vender. Otros realizan piruetas, lanzan al aire pelotas o naranjas, tratan de llamar la atención de conductores y transeúntes subiendo uno sobre el otro. Demandan la entrega de una moneda.

Son niños, menores de edad, que a simple vista denotan malas condiciones de salud, de desarrollo físico. Las labores que llevan a cabo son en horarios escolares, lo que evidencia que no acuden a los centros educativos, que están privados del derecho a educarse, que lo que hacen interfiere en las oportunidades de recibir una formación para la vida. Son víctimas de trabajos forzados, de explotación, del control de mafias.

Son mujeres y hombres. Ellas pronto se convierten en madres. Por ello se les encuentra con pequeños que cargan en rebozos sobre la espalda mientras cumplen con las acciones que apenas les da para llevar a la boca el alimento en forma de pan o tortillas. Sus cuerpos esmirriados revelan la falta de nutrientes y aún así tienen que amamantar a sus hijos.

A muchas personas, acostumbradas a su presencia, no sorprende que caigan desmayadas por desnutrición. Son parte del paisaje urbano, de una realidad que para los centros urbanos no es extraña, que a pocos preocupa y a las autoridades menos.

A la ciudad de Oaxaca llegaron desde hace varios años. De pronto empezamos a verlos con cajas que cuelgan de pedazos de tela. Se dijo que provenían del estado colindante, de Chiapas. Quienes se han interesado no solo en saber su origen sino además de las condiciones en las que viven, de las actividades que llevan a cabo, han descubierto que también proceden de países centroamericanos.

El representante del Centro de Apoyo al Niño de la Calle (Canica), Carlos Castillo, revela que son menores centroamericanos, víctimas de una mafia que los instruye a que aseguren que son chiapanecos o de alguna otra entidad de la República Mexicana y que además los explotan dotándolos de las mercancías que ofrecen, de las que dan cuenta al finalizar la jornada, que no puede ser otro momento, que en altas horas de la noche.

Cuentas claras les exigen. Pagos mínimos se conceden. ¿Alguien sabe cuántos son, dónde y cómo viven? En las áreas de las dependencias de gobierno municipal o estatal, encargadas de la asistencia y protección a la niñez, poco o nada saben. De ahí que CANICA proponga investigar lo necesario. Levantar un censo de menores víctimas de explotación laboral, controlados por intereses perversos y actuar como corresponda en su defensa, protección y ayuda.

Organismos internacionales que se dedican a atender a las víctimas de explotación infantil alertan sobre los efectos, que entre otros son: explotación laboral y sexual, desnutrición, prostitución, depresión, drogadicción, envejecimiento prematuro, pornografía, analfabetismo.

Las mafias que los explotan actúan a sus anchas. Están, permanecen, en la clandestinidad. Se sabe que van a las casa de familias humildes de los medios rurales, de las zonas marginadas, para ofrecer a los padres mejores condiciones de vida para sus hijos, si se los entregan a manera de custodia. Muy lejos están de saber qué destino les depara a los menores que obedientes aceptan la separación.

Los niños que nacen y viven en los hogares más pobres son seguras víctimas de las mafias que deben ser descubiertas, desarticuladas, castigadas. La sociedad no puede ser indiferente a lo que la realidad muestra, exhibe, en la persona de decenas, centenares de menores, que se encuentran en todos lados expuestos a graves peligros, sometidos a largas jornadas de trabajo, privados de su niñez, despojados de derechos irrenunciables como el recibir educación, impedidos para desarrollarse física, mental y sicológicamente. Lo que con ellos se hace son formas de explotación y esclavitud.

Autor: Mario Blanhir González