En habitaciones sin apenas luz, 12 horas al día, niños de sólo cinco o seis años se afanan en pulir y dar el último acabado a piedras preciosas que muy pronto adornarán los escaparates de las grandes avenidas de las ciudades de Occidente. Es uno de los grandes y más desconocidos secretos de la industria internacional de joyas. Una sola empresa, la sudafricana De Beers, controla algo más de la mitad de un sector que cada año vende piedras por valor de 60.000 millones de dólares. Otra empresa, Lev Leviev Group, controla gran parte de sector encargado de pulir y cortar las gemas.
Por David Jiménez Jaipur (La India)
Fuente: Crónica 15 de agosto de 2004
15 CÉNTIMOS por PULIR un DIAMANTE
A simple vista no hay nada de valor en la sección 49 del barrio de Idgah, en la ciudad india de Jaipur. Las casas son diminutas chozas reforzadas con barro, la basura se amontona en las calles y las ratas han logrado pasar desapercibidas a fuerza de convertirse en parte del paisaje. Nadie diría que cada una de las casuchas destartaladas de este barrio deprimido guarda un pequeño tesoro. En habitaciones sin apenas luz, 12 horas al día, niños de sólo cinco o seis años se afanan en pulir y dar el último acabado a piedras preciosas que muy pronto adornarán los escaparates de las grandes avenidas de las ciudades de Occidente. Es uno de los grandes y más desconocidos secretos de la industria internacional de joyas. También su mayor contradicción.
Grandes compañías del mercado del lujo han encontrado en Idgah y en decenas de lugares similares repartidos por La India el modo de abaratar los costes de un producto supuestamente ligado al glamour y la clase.
Los talleres de Jaipur están divididos en cientos de pequeñas unidades de entre cinco y 10 trabajadores que permiten a sus dueños evitar el registro de sus empresas y las leyes laborales. La mayoría de los menores, reclutados entre las minorías y las castas más desfavorecidas, deben trabajar al menos dos años antes de empezar a cobrar un pequeño salario. Después, el que más, logrará 15 céntimos de euro por cada piedra acabada. Mohamed Sussain y Javev tienen los dedos pequeños y el estómago vacío, las dos cualidades que les han llevado a uno de los talleres ilegales de Idgah. Otros cuatro niños completan la diminuta habitación donde los menores trabajan desde el amanecer.
Los jóvenes artesanos deben fundir las piedras preciosas en pequeñas barras de bambú antes de empezar a pulirlas y darles forma rozándolas sobre un disco que hacen girar de forma manual. Javev tiene el dedo índice deformado por el constante contacto con el metal de la rueda y sufre problemas respiratorios por la inhalación de los productos químicos que sirven para dar brillo a las gemas. «Si trabajo otros dos años me empezarán a pagar», dice sin retirar la vista del pequeño rubí al que está dando forma.
Sólo en las ciudades de Surat y Jaipur, los dos principales centros de acabado de joyas de La India, hay cerca de 20.000 menores empleados en condiciones de esclavitud, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En Idgah, un barrio de población musulmana, prácticamente todas las viviendas han sido convertidas en talleres clandestinos. Nadie sabe de dónde proceden las piedras o qué compañías están detrás del negocio. «Las traen por la mañana y se las llevan por la noche, ya pulidas», dice Alimuddin, un trabajador que ha logrado ascender a capataz tras haber tallado joyas durante más de 10 años.
Aunque Africa es conocida por ser el origen de la mayor parte de las piedras y diamantes del mundo, La India se ha convertido en la parada clave del largo viaje que las joyas realizan desde su extracción en bruto a su puesta en venta. El 90% de los diamantes, el 95% de las esmeraldas, el 85% de los rubíes y el 65% de los zafiros se cortan y se pulen en este país asiático aprovechando una mano de obra barata y un ejército de niños dispuesto a trabajar por un plato de comida caliente.
En habitaciones sin apenas luz, 12 horas al día, niños de sólo cinco o seis años se afanan en pulir y dar el último acabado a piedras preciosas que muy pronto adornarán los escaparates de las grandes avenidas de las ciudades de Occidente.
El periplo de un diamante empieza en las minas de Angola, Australia, Namibia, Rusia, Congo, Botsuana o Sudáfrica, donde se encuentran el 80% de los yacimientos. Cada piedra pasa después por un proceso de selección que lleva a laboratorios de Amberes, Bombay, Nueva York y Tel Aviv a clasificarlas entre más de 14.000 categorías en función de su tamaño, calidad y color.
Mucho menos conocido es el penúltimo trayecto que lleva la mayoría de los diamantes a la región de Surat, en el estado indio de Gujarat. Las piedras preciosas salen, por su parte, en dirección a Jaipur, en el Rajastán. Miles de trabajadores de las dos ciudades indias se encargan de dar el último toque a las joyas. Y lo hacen por un coste lo suficientemente bajo como para que sea rentable su envío en barcos a través de medio mundo en un viaje de ida y vuelta que las llevará de regreso a países occidentales para su venta.
«Los niños son perfectos para pulir y recortar las piedras. Sus manos, al ser pequeñas, manejan especialmente bien las piedras de menor tamaño, y sus salarios son tan bajos, cuando los tienen, que los empresarios locales ven en ellos la forma de aumentar su beneficio», asegura Vinod Kumar, coordinador en Jaipur de la organización contra el trabajo infantil Global March Against Child Labour (GMACL).
Kumar lleva años visitando los barrios de Jaipur donde se explota a los menores en un intento de romper la cadena de lo que considera «una esclavitud de pobres para adornar los anillos de compromiso de los ricos».
Hace unos meses el joven activista llamó a las autoridades locales para denunciar, con todo tipo de detalles, los lugares donde cientos de niños son explotados a diario, casi siempre en talleres que dan a la calle. «¿Trabajo infantil? Eso no existe», le respondió un funcionario del Departamento de Trabajo.
APRENDIZ DE 6 AÑOS
Distritos enteros de las afueras de Jaipur han sido transformados en centros de joyas. El pequeño Saruk se afana en terminar el lote de piedras preciosas que el capataz le ha asignado en una planta de la sección 48 del barrio de la Puerta de Galta. Es un niño callado, de piel morena y grandes ojos negros. Acaba de cumplir seis años y sólo lleva dos meses empleado.
Su periodo como «aprendiz», el término utilizado por los patronos para describir a los niños que pueden trabajar gratis, no terminará hasta que cumpla al menos nueve años. Para entonces es probable que Saruk tenga la espalda deformada por las largas horas que pasa acurrucado en una postura incómoda, es posible que haya perdido parte de la vista al tener que fijar los ojos en las pequeñas piedras durante horas en la penumbra y podría sufrir enfermedades graves del sistema nervioso por la inhalación de los productos químicos.
No muy lejos, en el mismo barrio, varios vecinos aseguran que en el pasado han protestado en vano por lo que llaman «talleres grandes», en los que decenas de pequeños trabajan desde el alba en sombríos sótanos sin ventilación.
«No pueden pasar», dice un hombre detrás de la puerta de una de las factorías mientras ordena que paren las máquinas. «Aquí no trabajan niños», añade sin que nadie le haya preguntado.
CADENA DE MEDIADORES
El mercado internacional de piedras preciosas y diamantes es lo suficientemente complejo como para que las grandes empresas puedan desentenderse del trabajo infantil alegando que hay fases del proceso en las que no tienen una participación directa. Las multinacionales contratan a empresas locales para que se encarguen de cortar y pulir las piedras y éstos, a su vez, abaratan los costes contratando a intermediarios que se encargan de reclutar a los niños a través de empresas sin nombre.
«Nosotros entregamos las piedras en bruto con el diseño y las recogemos cuando están acabadas. Nos llevamos una pequeña comisión, pero los que hacen mucho dinero son otros. Ni siquiera los conocemos», asegura uno de los intermediarios de Idgah, que controla tres factorías infantiles.
La OIT asegura que los grandes comerciantes de joyas logran ahorrar «entre el 5% y el 10% por cada brazalete fabricado» gracias a la utilización de niños en La India. Esa diferencia nunca es apreciada por el consumidor, que sigue pagando grandes sumas de dinero por joyas que deben gran parte de su valor al control casi exclusivo que unas pocas empresas ejercen sobre todo el sector y a las campañas de comunicación destinadas a mantener su aura de exclusividad. Sólo la industria del diamante gastó el pasado año cerca de 200 millones de dólares en publicidad bajo su conocido lema de «un diamante es para siempre».
El negocio detrás de la piedra más popular del mundo, una de «las cuatro grandes» junto con zafiros, esmeraldas y rubíes, tiene muy poco que ver con la libre competencia. Una sola empresa, la sudafricana De Beers, controla algo más de la mitad de un sector que cada año vende piedras por valor de 60.000 millones de dólares. La multinacional ofrece los diamantes a los distribuidores y empresas en ventas que se celebran 10 veces al año con precios no negociables que se mantienen siempre altos gracias a un calculado sistema de limitación de la oferta disponible. La fuerte demanda procedente de Asia y Oriente Próximo promete hacer especialmente lucrativos los próximos años, según fuentes del sector.
Mientras De Beers prácticamente monopoliza la producción minera y su venta en bruto, otra empresa, Lev Leviev Group, controla gran parte de sector encargado de pulir y cortar las gemas.
Los grandes de la industria han tomado en los últimos años, en contra de su voluntad, medidas para frenar el comercio de diamantes procedentes de países africanos en conflicto, pero han ignorado el lado menos conocido de la explotación de la industria que afecta a miles de niños en La India.
Las campañas de algunas organizaciones como GMACL contra esos abusos -«los diamantes son para siempre, el trabajo infantil no tiene por qué serlo»- apenas han tenido eco en foros internacionales o en la prensa internacional. «La mayoría de los consumidores siguen desconociendo que detrás de las joyas que compran se esconde a menudo la explotación de miles de trabajadores, muchos de ellos menores», asegura Yamina De Laet, coordinadora de la Alianza Universal de los Obreros del Diamante (UADW), una organización de apoyo a los empleados del sector con sede en Bélgica.
De Laet fue la primera en denunciar a principios de los años 90 la explotación infantil en la industria del diamante y las piedras preciosas tras lograr filmar a niños trabajando en condiciones míseras en talleres ilegales de Surat y Jaipur. La activista regresó el pasado año a Surat y cree que, aunque ha habido mejoras en el empleo de menores -«siguen siendo reclutados, pero en menor número»-, la situación de los trabajadores en general sigue siendo una de las grandes contradicciones de un negocio que trabaja con márgenes de beneficio entre los más altos del mundo.
En el caso de las piedras preciosas de Jaipur la explotación infantil, lejos de mejorar, ha ido a peor en los últimos años.
El conflicto de Irak y la crisis de la epidemia de neumonía asiática provocaron una bajada de los precios en 2003. Las empresas indias que pulen el material decidieron que para mantener los beneficios debían apretar aún más las condiciones laborales de sus trabajadores.
La primera consecuencia ha sido una explosión en el número de menores reclutados en los talleres ilegales de esta histórica ciudad, cuyo vínculo con las piedras preciosas es tan antiguo como la línea genealógica de sus maharajás.
Vinod Kumar, de GMACL, ha dedicado los últimos meses a realizar un registro de los niños explotados en la zona de Jaipur. Sólo en la barriada de Idgah ha localizado a 568 menores de entre cinco y 12 años, una cifra que habría que multiplicar por las decenas de barrios de la zona que han sido transformados en grandes talleres de piedras preciosas.
Para los padres tener a un hijo en estos talleres está considerado un honor porque aprenden un oficio que puede serles útil en el futuro y así evitan que tengan que trabajar como porteadores o conductores de rickshaw (una especie de bicitaxis), profesiones supuestamente más duras.
Millones de niños trabajan en La India en todo tipo de ocupaciones: arando el campo, picando piedras, como sirvientes, peones de obra…
Kailash Satyarthi, un histórico activista indio y fundador de GMACL, suele recordar que el Estado invierte un 3% de su PIB en la infancia a través de sanidad, educación y otros programas, mientras que los niños, con su trabajo, generan un 5% de la riqueza nacional. «Un buen negocio, ¿no?», dice Kumar.
NIÑOS DESCALZOS
La utilización de menores en el mercado de joyas es relativamente reciente. Durante muchas generaciones la mayoría de los pulidores eran judíos ortodoxos de Amberes, la segunda mayor ciudad de Bélgica.
En 1901 un comerciante indio trajo al país asiático a un grupo de cortadores de diamantes africanos y puso los cimientos de la industria del lujo en uno de los países más pobres del mundo.
El número de talleres fue creciendo hasta su explosión en los años 70, cuando los grandes de la industria pusieron sus ojos en el barato y capacitado mercado laboral local.
Un cortador de diamantes indio de Surat gana cerca de 3.000 euros al año si trabaja para una empresa legal, la mitad si es contratado por algunas de las plantas clandestinas y nada si es un menor sin experiencia.
Los niños de Idgah trabajan estrechamente vigilados. Los capataces les obligan a pasar el día descalzos para evitar que oculten alguna piedra en la suela. También han de llevar el pelo corto, porque los intermediarios cuentan que a veces han descubierto a chavales tratando de ocultar gemas entre sus melenas.
Los pequeños trabajan con la presión de saber que un mal movimiento podría malograr una piedra y obligarles a pagar la pérdida con más meses de trabajo sin cobrar nada. «Cuando acabo la jornada cuentan cada piedra y las miran de cerca para ver si lo he hecho bien», explica Jakir Babukhan, de 10 años, mientras abre la palma de la mano y muestra varias gemas multicolores.
En Idgah, incluso los más pequeños saben que cualquiera de las piedras que tienen en su poder durante unas horas al día podría cambiar la vida de su familia para siempre. Si sólo fueran suyas… Pero no lo son.
De la misma forma que los mineros del norte de Birmania no son dueños de la jadeíta por la que se dejan la vida y que se vende por sumas millonarias en las subastas internacionales y los nativos de Papúa Occidental no tienen derechos sobre el oro que la multinacional Freeport extrae de sus tierras y que termina convirtiéndose en sortijas y relojes.
Todos ellos forman el último eslabón de una cadena que en sus extremos mantiene unidos los destinos de miles de trabajadores explotados en el Tercer Mundo y de los clientes que acuden a las joyerías a comprar el último brillante de moda. Unos y otros son, en sentidos opuestos, esclavos del lujo.
TIERRA DE DESIGUALDADES
Jaipur (Rajastán) y Surat (Gujarat) son los principales centros en los que se pulen y cortan la mayor parte de las piedras preciosas y diamantes.
Jaipur es la capital de la Tierra de los Maharajás, que controlaron la zona hasta la llegada de los británicos.
El Estado de Rajastán, con una población de medio centenar de millones de habitantes, es uno de los más desiguales de La India.
La opulencia de las grandes familias contrasta con la extrema pobreza de los barrios donde se contrata a la mayor parte de los niños que trabajan las gemas. El nivel de analfabetismo alcanza el 60% de la población.
El Estado de Gujarat, en la costa oeste de La India, concentra a la mayoría de los trabajadores del diamante, sobre todo en la ciudad de Surat y alrededores. Se trata de una región marcada por los conflictos entre musulmanes e hindúes que en los últimos años han provocado graves masacres.
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