Uno de cada tres niños europeos nace fuera del matrimonio, y la crisis de la familia se refleja en que ninguno de los veinticinco alcanza la tasa de natalidad necesaria para el reemplazo generacional27/10/2005
Los europeos «no son siquiera capaces de crear futuro en el sentido más elemental», advierte George Weigel, autor de un reciente libro que aborda la crisis de valores y el secularismo que han invadido Europa. Uno de cada tres niños europeos nace fuera del matrimonio, y la crisis de la familia se refleja en que ninguno de los veinticinco alcanza la tasa de natalidad necesaria para el reemplazo generacional. Sólo la inmigración nos salva de la debacle, aunque priva a los países pobres de sus mejores cerebros.
George Weigel emite un preocupante diagnóstico en su último libro, «El cubo y la catedral»: Europa se encamina al suicidio. Su mentalidad secularista «estrecha tan drásticamente los horizontes y expectativas de las personas sobre sí mismas y sobre el porvenir que no son siquiera capaces de crear futuro en el sentido más elemental», el biológico.
Europa contaba en 2004 con 457,2 millones de habitantes, casi dos millones y medio más que un año antes. Los datos, del último estudio sobre población de la Oficina Estadística de la Unión Europea (Eurostat), son claramente insuficientes para alejar el temor a una crisis del Estado del bienestar, pero serían mucho peores de no ser por la inmigración.
Frente al 2,07 de Estados Unidos, la tasa de natalidad media se sitúa en los Veinticinco en 1,5 hijos por mujer, muy por debajo del 2,1 necesario para garantizar el reemplazo generacional. España, con 1,32 hijos, figura entre los países de cola. Solamente Irlanda (1,99) se acerca al nivel de reemplazo.
La crisis de la familia ha alcanzado, al mismo tiempo, dimensiones inauditas. El 31,6% de los niños nacieron fuera del matrimonio. En España lo hicieron el 23,2%, aunque en este caso los datos se refieren a 2003. Los países nórdicos, principalmente Suecia (55,4%), presentan los porcentajes más elevados. Hace 25 años, en 1980, menos de 9 de cada cien niños nacían en los 25 miembros actuales de la UE fuera del matrimonio, y en España –donde aún no se había aprobado la Ley del Divorcio-, lo hacían el 3,9%.
En los últimos 25 años, se ha reducido considerablemente el número de bodas, incluso en términos absolutos. La tasa de nupcialidad pasó del 6,7 por mil al 4,8, mientras que la de divorcios creció del 1,5 al 2,1. En otras palabras: si se mantuvieran constantes estas cifras, el cruce de datos nos revelaría que el 43,9% de los matrimonios fracasan. España se sitúa en la media en cuanto a divorcios, pero se celebran más bodas, lo que reduce ese índice de ruptura matrimonial al 40,1%.
La inmigración contribuyó a mejorar significativamente las estadísticas demográficas en Europa, con un aporte al continente de cerca de 2 millones de nuevos habitantes. España, seguida de Italia, fue el país que más se benefició de este fenómeno, si bien Eurostat aclara que muchos de los esos inmigrantes ya vivían en nuestro país antes de 2004, pero el proceso de regularización ha permitido actualizar los datos.
El Banco Mundial acaba de hacer público, precisamente, un estudio acerca de los efectos de las migraciones en los países en desarrollo. La consecuencia favorable son los 225.000 millones de dólares que envían los emigrantes a sus países de origen, «pero la salida masiva de ciudadanos altamente calificados representa un complejo dilema para muchos países pequeños y de bajo ingreso«.
En España, más del 20% de los inmigrantes tiene estudios universitarios, según otro estudio de la Fundación BBVA y del Instituto de Estudios Autonómicos. En él se demuestra que los extranjeros que recibimos se cuentan entre los más cualificados académicamente de sus países de origen. Otra cosa distinta es que, después, realicen trabajos por debajo de su formación.