El capitalismo ataca al corazón de la capacidad de engendrar vida. Quiere anular la capacidad revolucionaria de la familia anulando su capacidad de engendrar, cuidar y promocionar la vida. Para que la familia pueda ser una unidad de lucha y de responsabilidad contra este sistema construyendo con otras familias el bien común, debe responder al fin para el que existe: Ser escuela de solidaridad y fraternidad.
Llevamos mucho tiempo, décadas, en las que el mercado no hace otra cosa que tratarnos como animales consumidores. El “single day” (Día del soltero), el “black Friday”, las fiestas navideñas, los “shopping days”, y un largo etc. ya constituyen el calendario habitual de la mayor parte de los “individuos” y las familias. El mercado no ceja en su empeño de tener una propuesta para cada día de la semana, incluso para cada momento del día. Una propuesta a todas luces no sólo consumista sino también hiperindividualista.
El capitalismo, en todas sus variantes, -hoy como “capitalismo o economía de la vigilancia”- conoce cada vez mejor la base de nuestro comportamiento. No hay avance tecnológico que incorporemos, también en la familia, que no sirva cada vez más invasivamente a este fin. En la publicidad más explícita ya apenas hay ninguna sutileza para alimentar las pasiones más primarias del ser humano. Su deseo de apropiación de todo y de todos, su afán de reconocimiento y poder, su instinto para disfrutar, evadir todo sufrimiento y proporcionarse el máximo placer a costa de lo que sea, se disfrazan de altos ideales como la libertad, la identidad o la felicidad. No es casualidad, por tanto, que todo el entramado institucional que alimenta estas tendencias se haya sustentado en estos mismos motores: el lucro y el poder. Da igual, repetimos, a costa de qué. Da igual que para que unos pocos vivan esta ensoñación, la mayoría de la humanidad descienda, de hecho, a los más incomprensibles infiernos.
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La lógica del lucro y del poder, la del capital sobre la persona, es implacable con todas las estructuras solidarias que la consustancial sociabilidad del ser humano ha ido generando. La primera de todas, la que orienta la reflexión del número de esta revista, la familia. Así, ha dejado a la persona a la intemperie, tratándola como un individuo-mónada, dotado de autonomía absoluta. Y ha promocionado esto como un valor. El “single” es más que un estado de soltería, es el ideal al que se debe aspirar con independencia del tipo de interrelaciones que establezcas. Estés en la situación que estés, que nadie dañe ni se atreva a cuestionar tu absoluta autonomía, tu incuestionable “derecho a decidir”. Así lo ha decidido el capitalismo “progresista”, así debe ser.
Desde su nacimiento en el siglo XVIII hasta hoy, el primer arma del capitalismo contra la familia ha sido la imposición de los “derechos” del capital sobre los derechos del trabajo. De esta manera, se condenó a todos los miembros de la familia (cónyuges y niños incluidos) a la explotación. Y con ello, al hambre y la miseria humillante. Actualmente, la precariedad laboral y el desempleo que soporta la inmensa mayoría de la población, sobre todo los jóvenes, cumplen la misma función: impedir tanto el desarrollo como la formación de matrimonios y familias con hogares propios y estables. La desestructuración psicológica y social en la que estamos es de tal calibre que es necesario sostener en paralelo a dicha descomposición una infraestructura de subsidios y ayudas degradantes de la dignidad y una estructura de adicciones y tratamientos crónicos.
No se puede sostener la precariedad del “proyecto familia” dentro del marco actual sin inculcar la cultura y la moral capitalista (el materialismo, el individualismo, el hedonismo, el utilitarismo…) en el interior de la familia. Y no hay nada como una cultura así para corromper los vínculos y las relaciones entre cónyuges, entre padres e hijos, entre hermanos. El que se decida, para vivir su autonomía, por “la familia”, la convierte en una cooperativa de egoísmos cerrada sobre sí misma, obsesionada por el consumismo y la buena vida: un proyecto de consumo “afectivo” que, lógicamente, suele tener fecha de caducidad.
Pero, al mismo tiempo, ha sido necesaria una acción política: la desnaturalización del propio matrimonio y de la familia promoviendo y legalizando como tales uniones civiles de todo tipo, con el único afán de destruir los auténticos vínculos fundantes y fundamentales que conforman a las personas: paternidad y maternidad; filiación y fraternidad; amistad y solidaridad. El capitalismo ataca al corazón de la capacidad de engendrar vida. Quiere anular la capacidad revolucionaria de la familia anulando su capacidad de engendrar, cuidar y promocionar la vida.
Para que la familia pueda ser una unidad de lucha y de responsabilidad contra este sistema construyendo con otras familias el bien común, debe responder al fin para el que existe: Ser escuela de solidaridad y fraternidad.
Editorial de la revista Autogestión nº 142