Guerra en los grandes lagos

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(…) Una vez ganada la guerra, estos nuevos mandatarios otorgarán a los conglomerados occidentales las correspondientes licencias para que puedan explotar los minerales del país, en especial el coltán.

El último libro de John Le Carré, La canción de los misioneros, relata la historia de un complot para provocar una guerra en la RDC que lleve al  poder a un gobierno títere de unos grandes grupos financieros occidentales. Para ello cuentan con un nuevo y demócrata líder congoleño. Cuentan también con financiación para un fuerte despliegue armamentístico, y con un grupo de mercenarios blancos que dirigirán la operación.

Una vez ganada la guerra, estos nuevos mandatarios otorgarán a los conglomerados occidentales las correspondientes licencias para que puedan explotar los minerales del país, en especial el coltán. La farsa está perfectamente urdida, los muertos están contados y serán los previstos, ni más ni menos. Tiene la cobertura de los organismos internacionales, incluso de los humanitarios. Se trata de una novela. Pero la realidad supera ampliamente la ficción.

Los Grandes Lagos, años 90:
Un combate de titanes enfrenta a EEUU y a sus aliados contra Francia. El objetivo era rediseñar la carta geopolítica de África central y controlar militar y económicamente la región. Los actores de este plan no sólo sabían perfectamente las consecuencias, sino que las tenían previstas. Contaban con los muertos. Con los muertos negros.

En uno de los escenarios, Ruanda, EEUU apoyó al bando tutsi del sanguinario FPR de Kagame, mientras que Francia hacía lo propio con el dictador hutu Habyarimana.

El 6 de abril de 1994 se produce un hecho único en la historia, el doble magnicidio de los presidentes ruandés y burundés. Este asesinato es otro de los acontecimientos sobre los que se ha instalado el silencio. ¿Quién disparó el misil? ¿tentáculos norteamericanos? ¿incluso franceses?

Hay periodistas que afirman que el entonces secretario general de la ONU Boutros Ghali aseguraba que la CIA estaba implicada en el asesinato; otro punto más que demuestra, como poco, la inutilidad de esta organización porque no hizo nada para impedir la tragedia, aún más, algunos sus organismos tomaron parte activa en las masacres. Quienquiera que fuera sabía lo que estaba haciendo y sabía lo que iba a provocar a corto y a medio plazo: un rastro de sangre sin fin. Bastaba con remover las aguas ya revueltas, con azuzar odios, con enviar armas, con mirar hacia otro lado, con mentir al mundo entero, para provocar que ellos mismos se mataran. El caos, la tragedia, el éxodo, la muerte, la huida hacia otros lugares, la invasión oportuna de la RDC, y los ricos territorios mineros en manos de compañías occidentales, bajo el control-terror del señor de la guerra de turno que les sirve fielmente.

Mobutu, Kabila, Bemba, títeres del imperialismo de unos y otros. Quien te puso, hoy te quita, quien te apoyó y te defendió, hoy te abandona. Quien te alabó y te llamó ejemplo de demócrata hoy te llama tirano. Simples piezas de este ajedrez gigante en el que los hilos los mueven desde despachos con aire acondicionado.

El silencio se ha instalado en esta guerra. No ocupa las portadas de los periódicos, ni de los noticiarios, ni de nuestras conciencias, ni de nuestras vidas. En casi 20 años de horror el 85% de los congoleños ha sido víctima de la violencia. Y el drama continua: unos 1.000 muertos diarios directamente a causa de esta guerra, cientos de desplazados también diarios, violaciones que ya han dejado de ser un arma de guerra para convertirse en rutina, y la escalada de violencia que sigue en aumento.

Pero el grito de desgarro y dolor empapa la zona de Los Grandes Lagos desde hace demasiados años, aunque nosotros nos empeñemos en cerrar los ojos, y los oídos a ese grito que atraviesa todo el continente, cruza el estrecho y se instala, aquí, en nuestras cómodas vidas. Sin tregua la guerra se apodera de la vida de los congoleños. Mientras que aquí seguiremos diciendo que es una crisis, un conflicto, o una guerra tribal. Pero la verdad es otra, y es que el duelo continua, los gigantes norteamericano y francés se siguen disputando el botín; a ellos se ha unido otro gigante, China, que llevaba años planeando el asalto (en Ruanda los machetes eran chinos).

Coltán, oro, petróleo, diamantes, riquezas en disputa por los grandes de la tierra, que empobrecen y masacran a sus legítimos dueños. Nuestra riqueza se cimenta en el robo, en el expolio, en la sangre derramada.

Y en medio las gentes, con sus vidas de guerra y sus muertos de guerra. ¿Cómo sobrevivir? ¿Qué fuerza oculta los mantiene vivos cada día, y con esperanza? ¿Cómo sobreponerse cada mañana al hambre, a la violación, al recuerdo amargo, al exilio, al miedo, a la muerte? No llegamos a entenderlo desde nuestros cómodos sillones, pero en todos los países nos salvan los empobrecidos, como decía aquel. El protagonismo de los pueblos es, sin lugar a dudas, el verdadero motor de la historia. Con esa certeza continuamos.