HAITI: ANTECEDENTES de una BARBARIE ANUNCIADA

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Haití es el país más pobre del hemisferio occidental. Los países de Occidente trataron a Haití como un paria porque había tenido la temeridad de liberarse y nunca le iban a perdonar eso » Ian Thomson, autor del libro ´Bonjour Blanc´. Durante unos 30 años, Estados Unidos apoyó plenamente a la dinastía de los Duvalier, padre e hijo. La elección de Aristide parecía ofrecer una nueva esperanza. Muchos haitianos han pedido la renuncia de Aristide. Aquí no funciona nada, aquí los políticos sólo piensan en enriquecerse, nadie tiene esperanzas de que esto mejore. Faubert Pierre, vendedor ambulante…


HAITÍ: BICENTENARIO Y POBREZA

Por Nick Caistor
Analista de la BBC

A principios de enero del 2004 el presidente sudafricano, Thabo Mbeki, otros líderes africanos y congresistas del «black caucus» de Estados Unidos llegarán a Haití para una celebración inaudita.

Se trata del bicentenario de la independencia de esta nación caribeña.

El 1º de enero de 1804, los haitianos se declararon independientes de Francia, el país que había ocupado su territorio durante más de un siglo y cuyas fuerzas militares habían sido derrotadas por tropas insurgentes integradas por esclavos negros.

De esa manera, Haití se convirtió en la segunda república independiente del hemisferio occidental y en el primer país donde los esclavos negros se liberaron de sus amos blancos.

Cosas distintas

Sin embargo, declarar la independencia y construir una nación libre son dos cosas muy distintas.

Desde la independencia, dos factores han entorpecido el progreso de Haití.

En primer lugar, los demás países -hoy en día «la comunidad internacional»- siempre le tuvieron recelos.

Francia, por ejemplo, no reconoció a la nueva república hasta que ésta se comprometiera a pagar una abultada «compensación» por la pérdida de lo que había sido su colonia más próspera en todo el Caribe, responsable en el siglo XVIII del 75% de la producción mundial de azúcar.

Según el escritor inglés Ian Thomson, autor del libro «Bonjour Blanc», «los países de Occidente trataron a Haití como un paria porque había tenido la temeridad de liberarse y nunca le iban a perdonar eso».

Estados Unidos

La misma actitud parece haber guiado a la política de Estados Unidos hacia Haití, después de que tomara el relevo de Francia como potencia en la zona, en el siglo XX.

A partir de 1915, los infantes de marina estadounidenses ocuparon a Haití durante casi 20 años.

Luego, durante unos 30 años, Estados Unidos apoyó plenamente a la dinastía de los Duvalier, padre e hijo.

Es ahí justamente donde reside el segundo problema para el desarrollo de Haití. Muchas veces, sus propios gobernantes han sido los primeros en saquear las riquezas del país y en reprimir a sus compatriotas.

Además de la familia Duvalier, presidentes civiles y militares corruptos han hecho de Haití el país más pobre del hemisferio, donde la mortalidad infantil, la desnutrición y otros índices de salud y bienestar son cada vez más desastrosos.

Aristide

La elección del sacerdote católico Jean-Bertrand Aristide a la presidencia en 1990 parecía ofrecer una nueva esperanza.

Contaba con el apoyo masivo de los haitianos, no pertenecía a la elite del poder y tenía una reputación intachable.

Desde ese momento, la figura de Aristide y sus aliados en la «Familia Lavalas» ha sido preponderante en la vida política de Haití.

Sin embargo, la pobreza sigue en aumento. La desocupación en el campo ha obligado a miles de haitianos a dejar la agricultura para vivir hacinados en la capital, Puerto Príncipe, u otras ciudades.

Los jóvenes de menos de 21 años, que suman la mitad de la población haitiana, se educan con la única certeza de que no tendrán trabajo.

Y cientos de haitianos siguen tratando de escaparse del país en frágiles embarcaciones.

Oposición

El gobierno de Aristide culpa, como siempre, a la comunidad internacional por su falta de apoyo.

Está reclamando más de US$20.000 millones a Francia, como «compensación» por las ganancias astronómicas que ese país obtuvo durante el periodo colonial.

Por su parte, la oposición política haitiana destaca la responsabilidad del propio gobierno.

Los opositores del llamado Grupo de los 184 acusan a Aristide de haber ganado las elecciones de 2000 de manera fraudulenta y de haber defraudado todas las expectativas del pueblo haitiano, de la misma forma que sus antecesores.

Con esta justificación, buscan aumentar las protestas y presiones al gobierno de Aristide en las semanas anteriores al bicentenario, para denunciar lo que consideran su ilegitimidad e impedir que él se perfile como el heredero auténtico de los héroes de la independencia.

Hasta ahora han muerto por lo menos 20 personas en estas protestas, sin ninguna señal de acercamiento entre ambas partes.

Sufrimiento

Mientras tanto, como siempre, el pueblo haitiano sufre.

Pocas semanas antes del bicentenario, visite Kenscoff, un barrio residencial en las alturas de la capital.

En un edificio cerca de la cumbre, hablé con más de 30 huérfanos, cuyos padres habían muerto de SIDA.

El orfelinato no recibe ninguna ayuda del gobierno y depende de donaciones de afuera.

Frente a este edificio encontré otra casa de campo, que hace años fue de la familia Duvalier y donde ahora viven varias familias campesinas, intentando cultivar verduras en los jardines.

En la cumbre misma, un vendedor ambulante me recibió como al único turista que había visto en toda la semana.

«No viene nadie a Haití», me dijo Faubert Pierre, «y todo el mundo sabe por qué. Aquí no funciona nada, aquí los políticos sólo piensan en enriquecerse, nadie tiene esperanzas de que esto mejore».

A nuestros pies se veía la hermosa bahía de Puerto Príncipe.

El mar Caribe centelleaba a lo lejos, las montañas desnudas y pardas parecían cada vez más resecas y la capital quedaba a oscuras, debajo de una nube de contaminación.


HAITÍ COMO EVIDENCIA

Fuente: AIS
Fecha Publicación: 26/02/2004
Augusto Zamora R.

Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UAM

Ha figurado por décadas como el país más pobre y atrasado del continente americano. Superpoblada, deforestada y sometida a dictaduras y cuartelazos, es la quintaesencia de república bananera. Menos evidentes son las causas de tal situación. Invadido por Estados Unidos en 1915 para proteger los intereses del City Bank y la National Railroad, en 1918 le cambió la Constitución, que prohibía la venta de tierras a extranjeros, para que empresas estadounidenses tomaran las mejores. En 1917, se alzó contra la intervención Charlemagne Peralte, asesinado en 1919. La ocupación acabó en 1934, dejando en su lugar una constabulary, ejército indígena entrenado y armado por Estados Unidos para usarlo como guardián de sus intereses. En ese ejército se apoyó la familia Duvalier, que oprimió y expolió Haití durante décadas con el beneplácito de la Casa Blanca.

En 1990, vio una luz el desolado país cuando un cura católico, al frente del movimiento Lavalás, avalancha en creole, ganó las primeras elecciones libres en cien años. El padre Jean Bertrand Aristide asumió el poder entre grandes expectativas, pero poco duró el sueño. Meses después fue derrocado por el ejército con la venia de Estados Unidos y el país fue otra vez sumido en miseria y desesperanza. De poco sirvieron las sanciones y condenas internacionales. Aristide fue invitado a permanecer en Estados Unidos donde, entre agasajos y francachelas, se operó la transformación. Dejó el sacerdocio, se aficionó a la buena vida y se hizo amigo íntimo de sus anfitriones. En 1994, con un mandato del Consejo de Seguridad, el gobierno Clinton intervino en Haití y restableció en el poder a Aristide. Éste gobernó lo justo para organizar elecciones y traspasar el poder a un candidato único, en unas elecciones en las que apenas participó el 20 por ciento de votantes.

Aristide volvió al gobierno merced al resto de imagen que conservaba de lo que había sido. Los haitianos tardaron poco en descubrir que no era el Dr. Jeckyll sino Mr. Hyde. De su compromiso social y solidario quedaba lo mismo que de su sacerdocio. Gobernó desde la corrupción y el nepotismo, sumándose a la larga lista de gobernantes que estafan a sus pueblos y quieren conservar con balas lo ganado con engaños. La revuelta social que vive Haití se ha convertido en un río revuelto donde medran golpistas desterrados y paramilitares, acentuando la disolución política y social del país.

Aunque mucha culpa tiene, no es Aristide el responsable último. El Haití de hoy es resultado de noventa años de intervenciones extranjeras que han desarticulado el país, saqueado sus riquezas y corrompido a políticos e instituciones. El país antillano ofrece el rostro descarnado del imperialismo y los efectos perversos de la injerencia extranjera, que nunca llega para favorecer un país sino para expoliarlo y no quiere su bienestar sino su sumisión. Las instituciones que crea -ejército, gobierno, parlamento- no quedan para defender el país, sino para servir a los intereses del interventor. La intervención produce traumas y fracturas profundas que el intervenido sufre por décadas. Son tantos los ejemplos que sería gratuito recordarlo de no vislumbrarse una nueva intervención, que no será más útil que la de 1994. Permite ilustrar además, para quien aún albergue dudas, el destino que espera a un país como Iraq, cuya situación es similar a la de Haití en 1915. Para que luego digan que la humanidad progresa o que el imperialismo cambia.


EL SACERDOTE QUE OLVIDÓ SUS PRINCIPIOS PARA CONVERTIRSE AL DESPOTISMO

Diario EL MUNDO

Nadie, en la historia turbulenta de Haití, tuvo nunca tanto apoyo como Jean Bertrand Aristide. Jamás un mandatario llegó al poder con tantos ases en la mano para cambiar de forma radical el triste destino de la isla caribeña. Pero se enloqueció con tanto poder como cualquier dictador bananero, dicen unos; es un psicópata, agregan otros, y prefirió tirar por la borda las esperanzas de su pueblo. Antes de convertirse en enemigo de su propia gente y de sus antiguos socios extranjeros, Aristide era admirado por su larga lucha a favor de los derechos.Estaba investido de una personalidad atractiva, seductora. Orador convincente, luchador incansable por los derechos de un pueblo mísero y reprimido por la dictadura de Duvalier, el sacerdote, firme seguidor de la Teoría de la Liberación, pronto lograría una enorme popularidad entre sus fieles. En 1985 comenzó su vida pública y tres años más tarde, acusado de fomentar el odio de clases, fue expulsado de la Iglesia católica. Inicia entonces, ya casado, su triunfal carrera política que le llevaría a ganar de forma mayoritaria las elecciones de 1991. No estaría entonces mucho tiempo en el Palacio Presidencial. Un golpe de Estado a los ocho meses de iniciar la legislatura, le enviaría al exilio.Desde Estados Unidos, su voz infatigable seguía denunciando los abusos que sufrían sus compatriotas.

EEUU decide entonces invadir la nación para restaurar la democracia.Aristide regresa cuando sólo le queda un año de mandato. Disuelve las Fuerzas Armadas y reforma la policía. Luego, haciendo gala de gran generosidad, decide no presentarse a la reelección porque la Constitución la prohíbe. Fue su último gesto admirable. Cuatro años después gana, pero ya con acusaciones de fraude. Olvida sus principios y protagoniza el gobierno despótico, corrupto y sanguinario que siempre han conocido los haitianos.

Para controlar a sus opositores, creó su propio grupo paramilitar, los chimé (en creole, mercenarios). Responsables de numerosos asesinatos, se convirtieron en el arma más temida del Gobierno.A pesar de sus métodos violentos, Aristide fracasó. Ayer, solo, denostado por todos, tuvo que huir.


DE ´CURA DE LOS POBRES´ A MILLONARIO

Diario EL PAÍS

La peripecia de Jean Bertrand Aristide fue azarosa, casi de superviviente, desde que abandonara los votos salesianos de obediencia, castidad y pobreza, y entrara en política en 1985. Nacido en el seno de una familia pobre, expulsado de la orden porque arengaba desde los púlpitos a la sublevación contra el tirano Jean Claude Duvalier, ganó en 1990 la presidencia de Haití casi por aclamación. Fue idolatrado como el Mesías encarnado, el advenimiento hecho realidad, irrumpió desde los púlpitos como el profeta de las libertades y penetró en la entraña de una sociedad, mayoritariamente negra, que le reconoció como propio: negro y mísero. Su inflamado activismo contra la dictadura del último de los Duvalier y la redención ofrecida por la teología de la liberación, prendieron como teas en las paupérrimas barriadas de Puerto Príncipe, Gonaives o Cabo Haitiano.

Pero, ocho meses después de su victoria en las primeras elecciones democráticas de su país, el 30 de septiembre de 1991, ocurrió su primer derrocamiento. «Casi fue un niño de la calle», recuerdan algunos periodistas locales.

Dejó de serlo pronto porque su activismo y vocación de mando, y también su apetencia por las comodidades mundanas, le depararon un destino casi tan incierto como la mendicidad en un país de golpes, contragolpes y sarracinas. Siendo ya presidente, un cuartelazo del general Raoul Cedrás (1991-1994) lo empujó hacia el exilio en Estados Unidos, donde permaneció hasta ser reinstalado en el poder por una invasión de 20.000 marines norteamericanos. Desde entonces, desde hace 10 años, su mandato no ha tenido tregua ni tampoco él la dio a sus opositores, decenas de los cuales perdieron la vida a manos de asesinos oficialistas o huyeron al extranjero.

Casado en el año 1996 con una abogada de origen haitiano y nacionalidad norteamericana, a la que conoció durante su exilio en Estados Unidos (1991-1994), y con la que tiene dos hijas, su descalabro político comenzó en 2000.
Su partido, denominado Familia Lavalas, copó el Parlamento en las elecciones legislativas de mayo de ese año, y la oposición arrancó entonces una sublevación contra su presidencia denunciando tongo en los comicios. La Organización de Estados Americanos (OEA) y observadores internacionales llegaron a la conclusión de que se registraron numerosas irregularidades.

La oposición boicoteó las presidenciales de ese año, ganadas por Aristide en disputa con varios candidatos títeres, y el 17 de diciembre de 2001, un sospechoso ataque al palacio presidencial, presentado por el Gobierno como un intento de golpe de Estado, causó 13 muertos, y una salvaje represión de la disidencia. La comunidad internacional, poco después, congeló 600 millones de dólares destinados a Haití. La huelga general lanzada en enero del año 2003 por los partidos y una plataforma de organizaciones sociales precedió a otras movilizaciones. El ex sacerdote disolvió el Ejército a finales del año 1994, pero no pudo impedir que sus restos, en la soldadesca de Guy Philippe, se agruparan en hordas incontenibles. El 5 de febrero, comenzaron los tiros, que ayer proseguían en un país sin sosiego desde hace siglo.
Aristide, el cura de los pobres, se fue ayer con riquezas suficientes para un exilio dorado.