Homicidio eutanásico y biopoder capitalista

1922

La eutanasia es un “producto ofertado” por el sistema capitalista que genera una demanda social inducida por el propio sistema mediante la imposición de unas condiciones sociales y culturales radicalmente inhumanas. No es cierto que exista una demanda natural en la sociedad. Las encuestas que sostienen que existe esa demanda están absolutamente dirigidas para falsificar y manipular la opinión pública. Una postura honrada ante esta injusticia exige en primer lugar denunciar y combatir el propio sistema que la provoca.

 La eutanasia es una exigencia del sistema capitalista

Una de las propiedades más importantes del orden institucional de una cultura o de una civilización es estructurar el campo de acción de las personas que viven en ese contexto de tal forma que, de un modo indirecto pero contundente, ciertas acciones se ven legitimadas y otras acciones se ven deslegitimadas social y políticamente. Evidentemente, esta estructuración de la acción puede ser para el bien o para el mal.

Por ejemplo, la civilización romana veía con muy malos ojos el trabajo físico que consideraba ocupación propia de esclavos. Sin embargo, con la civilización judeo-cristiana el trabajo humano alcanzó la máxima dignidad. Jesucristo, el hijo de Dios, se encarna en una familia trabajadora pobre; y es criado y educado en la cultura del trabajo. San Pedro y San Pablo, los dos pilares del cristianismo originario, son trabajadores. Uno pescador, el otro, tejedor de tiendas, llegando a afirmar este último que quien no trabaje que no coma. El lema “Ora et labora” de San Benito, patrón de Europa, sintetiza en dos palabras el fundamento de toda una cultura. Una de ellas, el trabajo.

Actualmente podemos afirmar que el capitalismo, entendido como el predominio del capital sobre el trabajo es más que un sistema económico. Es todo un orden social e institucional, es una cultura, es una civilización en la que el trabajo humano, intrínsecamente vinculado a la persona que lo realiza, está subordinado, supeditado a las exigencias y necesidades del capital, es decir, del dinero. No importa que sea capitalismo liberal, capitalismo de estado -como por ejemplo el potente capitalismo chino- o el narco-capitalismo, etc…

Lo que estructura la mentalidad de nuestra cultura actual son los principios del capitalismo que básicamente no han cambiado en los últimos 300 años pero que han ido adaptándose a las circunstancias de cada época:

  • Una concepción materialista de la realidad. Solo lo material, lo cuantificable es real.
  • Un modelo antropológico reduccionista esencialmente individualista, egoísta y hedonista.
  • Una epistemología tecno-cientifista que descalifica cualquier otro tipo de conocimiento.
  • Una moral relativista-utilitarista que no reconoce principios morales absolutos.
  • Una concepción política no orientada hacia el Bien Común, sino hacia el interés general que es el eufemismo con que se disfraza el interés de los poderosos.
  • Una religiosidad secular que se cree capaz de conseguir el mundo y el hombre perfecto mediante la ciencia y la tecnología.

Pero a estos principios orientadores, el capitalismo añade un dinamismo interior muy fuerte que le hace evolucionar. Es el famoso principio de “destrucción creativa” actualmente en la forma de “disrupción digital” que genera un estado de crisis permanente cuyo “motor de dos tiempos” está constituido por el afán de ganancia exclusiva (lucro) y la sed de poder. Este dinamismo es una auténtica guerra de los poderosos contra los débiles. Guerra que en estos momentos tiene un marcado carácter biopolítico ya que la actual revolución tecnológica se cree capaz de colonizar la propia naturaleza humana hasta poder transformarla de raíz. Todo lo humano se puede reducir a datos y ser gestionado con un algoritmo haciendo predecible cualquier comportamiento humano.

Al final, todo se sintetiza en un concepto amplio de “rentabilidad”. Algo merece la pena si es rentable. Y si no es rentable se puede y se debe eliminar, descartar o suprimir. Así se estructura todo el orden social. Y por ello, las personas que no son rentables desde el punto de vista del capitalismo pueden y deben ser eliminadas porque son “una carga” para ellas mismas, para sus familias, para la sociedad y sobre todo para la economía y para el poder. De este modo, el campo de acción de la civilización capitalista deslegitima y si puede ilegaliza todo aquello que es incompatible con su concepto de “rentabilidad”. Desde aquí se entiende mejor la realidad del aborto, el control de los flujos migratorios, la selección de embriones, el ataque sistemático al matrimonio y a la familia,  la degradación del trabajo humano, etc…

Además, se imponen condiciones socio-económicas que, con fuerza despiadada, empujan a la población a aceptar necesariamente la eutanasia, de tal forma que la “oferta” de la eutanasia por parte del poder, genera la propia “demanda” de la misma. Demanda que no existiría si la cultura y las condiciones sociales fueran diferentes. Familias desestructuradas, precariedad laboral, fracaso escolar, narcisismo patológico, soledad y aislamiento, insolidaridad y desvertebración social, etc… forman un ecosistema propicio para que los más débiles de la sociedad sean suprimidos incluso con su solicitud y consentimiento, y el de sus familias.

El hipercapitalismo digital actualmente hegemónico ha conseguido generar una atmósfera social que convierte, objetivamente, a la legalización de la eutanasia en un genocidio planificado de ancianos, enfermos crónicos, personas sin sentido vital, etc. Son personas que ya no son útiles o no se sienten útiles; que consumen muchos recursos de forma “no sostenible” y suponen una gran carga física, psíquica y moral.

Es evidente, por tanto, que la mentalidad eutanásica ya ha sido sembrada en silencio desde hace mucho tiempo en la conciencia del pueblo. Ahora queda el paso, no menos importante de legalizarla. La legalización, no es un mero formalismo ya que tiene un gran poder conformador de la conciencia moral de la sociedad, especialmente de los más jóvenes. La ecuación es muy sencilla y potente: si algo es legal será porque es bueno. A partir de ese momento va desapareciendo el debate social.

Todo el espectro político parlamentario defiende directamente o indirectamente la eutanasia

Toda la clave de interpretación anterior nos permite enfocar mejor la estructura política real del hipercapitalismo.

Los principales promotores directos de la eutanasia a nivel global son los grandes conglomerados tecno-financieros globales mediante la difusión masiva de la bioideología trans-posthumanista. Esta ideología promueve un mejoramiento humano biotecnológico para una minoría poderosa, en donde se podrían incluir los cuidados paliativos de última generación. Y, al mismo tiempo, impulsa la aceptación y legalización de la eutanasia para la mayoría de la población. La eutanasia, la eugenesia, el aborto son piezas fundamentales del hipercapitalismo de la nueva economía digital que exige un control totalitario de la población a nivel demográfico y psicobiológico.

En este contexto queda evidenciado que la llamada izquierda, promotora de esta legalización, es una mascota domesticada de este sistema hipercapitalista para revestir de progresismo el asesinato de los descartados, de los enfermos crónicos, de los viejos o de los que creen que su vida no merece la pena ser vivida. El papel de esta falsa izquierda sigue siendo, como en los últimos 70 años, hacer socialmente factible la dictadura del capital, en este caso, legalizando el homicidio eutanásico. De esta forma, el progresismo socialdemócrata y el progresismo liberal coinciden en el papel domesticador de la sociedad.

Por otro lado, la derecha política, también defiende la eutanasia, aunque formalmente se pueda oponer. Su estrategia de proponer cuidados paliativos sin modificar en un ápice las condiciones sociales del hipercapitalismo es una falacia política. Los cuidados paliativos universalmente establecidos son una exigencia moral pero no son suficientes por sí mismos contra la mentalidad eutanásica si las condiciones sociales y culturales impuestas por el capital no cambian radicalmente.

Además, proponer los cuidados paliativos especializados como alternativa a la eutanasia es obviar que el final de la vida está determinado por problemas existenciales, culturales, espirituales y sociales que no tienen una respuesta desde la medicina hiperespecializada y hipertecnificada. Los cuidados paliativos corren el riesgo de “intentar sobrevivir” gracias a las propias debilidades del sistema neocapitalista (falta de una asistencia familiar, sanitaria y social digna al final de la vida).

La solución no va por dejar el cuidado de los moribundos en la reserva exclusiva de los especialistas de cuidados paliativos. Los cuidados paliativos no están en posesión exclusiva de “el saber y el hacer” que necesita un enfermo para tener una buena muerte.  Hay que hacer todo lo posible para que el cuidado sea realizado por la familia y su médico de familia, que es el que mejor conoce al enfermo. La sociedad debe actuar de forma subsidiaria, poniendo los medios para que esto sea posible y fomentando una cultura del cuidado integral, donde los más débiles sean el centro tanto del sistema de salud como de la misma sociedad. El cuidado del frágil debe convertirse en un deber ético universal ya que a calidad de una sociedad se mide fundamentalmente por cómo cuida la vida, especialmente de los que más sufren.

Para combatir la eutanasia es evidente que hay que promover en primer lugar y de forma clara una revolución cultural, profesional y social contra la cultura capitalista que siembra injusticia y muerte por doquier.

Consecuencias sociales y culturales de la legalización de la eutanasia

Al “aumentar la realidad” sin manipularla observamos con nitidez que todo el espectro político parlamentario, de una forma o de otra, promueve la eutanasia. Cuando las formas de vida burguesas no se cuestionan se está promoviendo, aunque no se quiera, o aunque no se sea consciente, o aunque se proclame lo contrario, la eliminación de los más débiles.

Por ello, estamos de acuerdo con el concepto-imagen de pendiente resbaladiza que afirma que, aunque la eutanasia se legalice bajo supuestos muy restrictivos, lo normal es que las formas de vida, que son las que más conforman la conciencia, vayan propiciando, incluso bajo la táctica de los hechos consumados, una ampliación de la aplicación del homicidio eutanásico. Se pasará del consentimiento del sujeto a aplicarse sin consentimiento; a incluir a deficientes mentales; a niños enfermos, …etc. Esto afectará fundamentalmente al papel de la familia que dejará de ser guardiana de la vida para convertirse trágicamente en una cooperativa de egoísmos que autorizará, en silencio, la inmensa mayoría de las eutanasias.

Al mismo tiempo, el profesional sanitario, ejecutor del homicidio eutanásico, se convertirá no en un promotor de la salud y de la vida sino en un gestor de la muerte, lo que sin duda afectará a la confianza entre el médico y el paciente, y cambiará radicalmente la cultura sanitaria del mundo de los últimos 2500 años. También se verá afectada la investigación médica. Desde el punto de vista del avance científico, la eutanasia no ha hecho nunca nada por el enfermo que sufre ni por sus enfermedades, ni siquiera por sus cuidados. Así, con la legalización de la eutanasia, los cuidados paliativos, que por ejemplo en España no llegan ni al 60% de la población, se dejarán de investigar y mejorar en la sanidad pública y serán un privilegio de los pudientes económicamente.

Al catalogar a la eutanasia como derecho humano, se desvirtúan y desnaturalizan los derechos auténticos de la persona ya que el concepto de dignidad humana subyacente tras la postura eutanásica es un concepto reducido, utilitarista y materialista que se define por la autonomía cognitiva y física del sujeto y que, por tanto, sostiene que solo algunas vidas humanas merecen ser vividas y otras no. Los seres humanos que carecen de dicha autonomía, se convierten en un fardo insoportable, pierden automáticamente su dignidad personal y como consecuencia son susceptibles de ser eliminados. Aunque la eutanasia se disfrace de acto compasivo, es objetivamente, lo contrario. La eutanasia supone la aceptación de un concepto de dignidad humana relativista, no intrínseco del ser humano, y que por tanto dependerá de la voluntad del más poderoso en cada momento.

¿Qué hemos de hacer?

Sin duda se puede y se debe hacer mucho. Señalamos tres campos:

  1. Defender asociadamente una cultura de la vida y de la solidaridad denunciando públicamente (personal, ambiental e institucionalmente) el sistema neocapitalista actual. La defensa de la vida debe ser integral y por ello debemos combatir las causas políticas del aborto, la eutanasia, el desempleo, la precariedad, el empobrecimiento, el hambre, …
  2. Cambiar nuestras formas de vida burguesas o capitalistas potenciando la familia, la solidaridad con los más empobrecidos, con los inmigrantes; promoviendo el cuidado integral de los enfermos…Debemos evitar toda ideologización progresista y defender la autenticidad.
  3. Poner nuestra vocación profesional al servicio del Bien Común, en asociación con otros profesionales, para ir construyendo proyectos alternativos al capitalismo fundamentados en un concepto intrínseco de la dignidad humana que consiste en que todo ser humano es persona y por tanto tiene una dignidad máxima inalienable desde la concepción hasta la muerte natural independientemente de circunstancias y condiciones.

Profesionales por el Bien Común

Grupo Sanidad y Biopolítica