Id y Evangelizad 125 «La familia, campo de batalla del imperialismo»

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El principal campo de batalla

La familia es el frente de combate más importante de una guerra antropológica en la que estamos inmersos en este momento. Esta batalla se disputa entre dos antropologías: la antropología reduccionista o individualista, que entiende la persona como individuo desligado, y la antropología de la persona religada, relacionada ontológicamente.

La antropología individualista es constitutivamente materialista, es decir, que niega a Dios al hombre y  a la moral, aunque algunos de sus seguidores se digan creyentes viviendo como si Dios no existiera. Es una antropología que tiende a la voluntad de poder, porque el individuo autónomo, cerrado sobre sí mismo, va a plantearse siempre las relaciones como un pacto, incluida su vida familiar, entendida como una  cooperativa de seres autónomos, de individuos que hacen pacto.

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La familia, campo de batalla del imperialismo

Frente a ella, la antropología religada, para la que nada ni nadie es ajeno, porque cae en la cuenta de que cada vez que se habla del hombre se habla de uno, y de que cada vez que se habla de uno se habla de todo hombre. Por eso, la Iglesia no se cansa de recordar que el futuro de la humanidad se fragua en la familia, que es la fuente de la solidaridad.

La actual situación de la familia en el mundo y en la Iglesia pide familias que se consagren, sacando todo el brillo a la consagración común que es el bautismo, ahondando y ayudándose juntos, cayendo en la cuenta de que un matrimonio es la unión de dos bautizados que quieren ser cada día más pobres, de dos personas que se quieren ayudar a sacrificarse, a ofrecerse, a inmolarse, a favor de los pobres de la tierra.

Para poder vivir ese Don, necesitan permanecer en profunda unión con el Señor, con la Iglesia y en asociación de familias pobres. Solo así serán profetas, es decir, pondrán en medio de la plaza pública existencias que, por sí mismas, además de lo que digan y hagan, estarán anunciando al mundo que otra forma de vivir es posible; estarán anunciando al mundo lo que es la secreta vocación de todos; estarán en medio del mundo, por su forma propia de ser, además de lo que digan y hagan, denunciando asociadamente la mentira, proponiendo la verdad, denunciando la injusticia, proponiendo la justicia. Existencias proféticas, existencias que, desde sus formas de vivir y entender las relaciones con otros y de expresar las relaciones con otros en familia de familias, estén diciendo al mundo: es mentira que el individualismo sea la última palabra, es mentira que la acumulación de bienes, aun a costa de otros, sea la felicidad, es mentira que pueda ser soportable –o sostenible como se dice ahora– un mundo en el que la alegría y el bienestar se pueda hacer con sangre en los zapatos.

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La Iglesia como sacramento, el matrimonio como sacramento, la familia como iglesia doméstica han de ser en medio del mundo, un signo, en la doble dimensión de milagro y profecía, que ayude a nuestros hermanos los hombres, no a mirarnos a nosotros, sino a descubrir el Misterio escondido, el plan de Dios, que quiere que la humanidad sea una familia de hermanos, que quiere que la tierra sea el hogar de esa familia. Para eso nos ha llamado.

Ese es también el llamado del Vaticano II: ‹‹Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos››. Al decir esto, el Concilio tenía muy presente lo que hoy llamamos globalización. Pues bien, ante la globalización los cristianos tenemos una palabra que ofrecer, una palabra no sólo escrita en los papeles, sino escrita en la vida: ‹‹familia, sé lo que eres, célula de la familia humana››.

Editorial Id y Evangelizad 125