Infanticidio y aborto: Morir por nacer niña

3984

Salem, en el sur de la India, es el lugar del mundo donde una niña tiene menos opciones de sobrevivir. El 60% muere en el vientre materno por aborto o tras nacer. El periodista observa, incrédulo, el método utilizado en la capital del infanticidio: el líquido de «la flor del mal». Ellas son vistas como una carga inasumible.

DAVID JIMÉNEZ. Enviado especial a Salem (India)

En el orfanato Bebés de Cuna llevan nueve días sin ingresos. Mala señal, dice su encargada: si no llegan bebés, ¿qué ha sido de ellos?

Hay muchas formas de matar a una hija en la India, pero las mujeres de Pudhupalayam siempre han utilizado el «beso de la flor del mal». Los campos de esta zona remota del sureño Estado de Tamil Nadu están cubiertos por adelfas que mezclan la belleza de sus colores rosado y blanco con el líquido lechoso y altamente tóxico de su tallo. Bastan unas gotas de su veneno para acabar con la vida del bebé.

Es mediodía y las mujeres de la aldea han dejado sus trabajos en el campo para resguardarse bajo los cocoteros y discutir abiertamente la desaparición de las niñas en el pueblo, las razones de los infanticidios y las posibles soluciones. No hay falsas pretensiones de inocencia ni excusas. Las madres de Pudhupalayam admiten haber dado el «beso de la flor del mal» a decenas de sus hijas y se preguntan en voz alta qué otra cosa pueden hacer. Durante años han celebrado ceremonias, sacrificado animales y rezado a los dioses para que no les traigan más niñas. «Pero siguen viniendo», protesta Pavayee, una campesina de 40 años que fue abandonada por su marido porque ninguno de sus dos primeros hijos fue varón.

Tradiciones centenarias, pobreza y presión social han convertido el distrito indio de Salem en el lugar del mundo donde una niña tiene menos posibilidades de llegar a cumplir los cinco años. Las autoridades locales aseguran que al menos un 60% de las hijas son abortadas antes de nacer o asesinadas en sus primeros tres días de vida. El problema se extiende a toda la India y ha sido declarado una emergencia nacional después de que se hayan publicado estadísticas que aseguran que el país tiene un déficit de 50 millones de niñas y mujeres, según datos de UNICEF.

La llegada de una hija es recibida en la capital del infanticidio con el pesimismo de un monzón sin lluvias o la muerte del ser más querido. Para los lugareños no hay duda de que las mujeres ponen en peligro el futuro familiar: la discriminación que sufren les impide heredar propiedades, no pueden trabajar el campo como los hombres y, cuando llega el momento de casarlas, sus padres deben pagar dotes que les obligan a endeudarse de por vida. Un cartel a la entrada de un pueblo de Salem resume hasta qué punto está arraigada la idea de que las niñas son una carga. «Paga 500 rupias ahora y ahórrate 50.000 después», se lee en el mensaje que alienta a las familias a abortar y evitar así tener que hacer frente a la dote en el futuro.

G. George, director de Community Services Trust, una de las pocas ONG que luchan contra el infanticidio en esta zona del sur de la India, asegura que la preferencia por el varón ha ido imponiéndose con el tiempo hasta convertir en cotidiano lo que en cualquier otro sitio sería moralmente inaceptable. «Esta zona vivió siglos de invasiones y guerras. Sus comunidades necesitaban hombres para formar sus ejércitos y defenderse. La llegada de una mujer era vista como un soldado menos», dice G. George señalando el origen histórico del problema.

El veterano activista cuenta cómo meses atrás reunió a todos los habitantes de una aldea y organizó una ceremonia hindú en la que las familias debían comprometerse a no matar a sus hijas. Se pidió a un centenar de futuras madres que dieran un paso al frente si estaban dispuestas a sellar la promesa de dejar vivir a la próxima niña que tuvieran. La mayoría se quedaron sentadas.

Punida, dos años, se ha salvado de la flor de la muerte.

Punida, una pequeña de grandes ojos negros, pelo rizado y piel tostada por el sol, ha vivido provisionalmente a la espera de que se cumpla la sentencia de muerte que se le impuso nada más nacer hace dos años en la aldea de Pudhupalayam. Sus padres, Chinna Ponnu y Chinnaraj, decidieron que le darían «el beso de la muerte» en cuanto la madre quedara embarazada de nuevo, sin esperar siquiera a saber si el segundo sería niño. Pero el embarazo no termina de llegar y los padres de la pequeña temen ahora que su hija se esté haciendo demasiado mayor. «Ya no puede hacerse. No lo permitiremos», confirman las ancianas del pueblo, aupando a la niña en brazos y posando sus manos sobre su cabeza en señal de que cuenta con la protección de los dioses.

El futuro de Punida está lejos de haber quedado garantizado. En Salem se han dado infanticidios de niñas de hasta siete años e incluso se conocen casos de familias que mataron a sus hijas al alcanzar la pubertad para evitar la vergüenza pública de no poder satisfacer la dote. Si finalmente decidieran matar a su hija, los padres de Punida saben que sólo tendrían que lidiar con su conciencia. Las leyes aprobadas en los años 90 para castigar con más dureza los infanticidios rara vez se cumplen.

La muerte de más de 5.000 niñas en Salem -algo más de tres millones de habitantes- en los últimos años sólo ha provocado dos detenciones. En las aldeas impera la ley del silencio y el único castigo suele estar reservado para quienes rompen ese código. Papathy, una madre de siete hijos de la aldea de Kottamettupatty, dejó de lado todas las tradiciones y hace dos años denunció que una vecina había envenenado a su hija. La policía decidió actuar: esto es, deteniéndola a ella durante dos meses. Cuando fue puesta en libertad, los habitantes del pueblo trataron de lincharla y forzaron su destierro. «Nuestras madres y las madres de nuestras madres han matado a sus hijas. Para la gente no hay nada malo en hacerlo porque siempre se ha hecho», dice Papathy, hoy convertida en una activista antiinfanticidio que recorre los pueblos de Salem investigando casos y fomentando la denuncia.

La policía carece de medios o interés para investigar. Las muertes de niñas ahogadas en estanques son sistemáticamente descritas como accidentes y las palabras «enfermedad natural» acompañan a los certificados de defunción de las que perecen porque sus madres han dejado de alimentarlas. Las víctimas de «la flor del mal», conocida entre los lugareños como erukku, jamás son identificadas porque no hay médicos capaces de realizar un análisis que detecte la presencia del veneno y los cadáveres se incineran poco después de la muerte.

ENTRE LA CLASE MEDIA

El infanticidio no se limita a las zonas rurales o pobres. Salem es, a pesar de las privaciones de muchos de sus habitantes, el quinto distrito más próspero del Estado de Tamil Nadu. La preferencia por el varón está igualmente arraigada entre las poblaciones urbanas y entre las clases medias y altas de la India, donde el fácil acceso a máquinas de ultrasonido hace que las parejas opten por abortar al conocer el sexo del bebé. El rechazo a las niñas es el mismo, sólo cambia el método, y el infanticidio se ha convertido en la opción de los pobres que no tienen acceso a las ecografías o el dinero para pagar un aborto.

La sociedad india está empezando a despertar ante la realidad de la situación gracias a la publicación en la prensa de impactantes noticias como el descubrimiento el pasado mes de febrero de una fosa común con los restos de cerca de 400 bebés en el jardín de una clínica de Ratlam, en el Estado de Madhya Pradesh. Los cadáveres habían sido triturados y bañados en ácido para ocultar el hecho de que todos ellos pertenecían a fetos femeninos o niñas recién nacidas del departamento de maternidad del hospital. Poco antes la cadena de televisión Sahara Samay había grabado con cámaras ocultas a doctores de 36 ciudades llevando a cabo abortos en los últimos meses de gestación. Uno de ellos aconsejaba a las parejas que arrojaran los fetos al río Yamuna que rodea el Taj Mahal. «Coges un rickshaw y lo tiras por el río», indicaba el médico a la pareja de reporteros, que se habían hecho pasar por un matrimonio deseando deshacerse de su futura hija.

La India, con un 8% más de varones que hembras, tiene ya el mayor desequilibrio de población por sexo del mundo después de China. La policía asegura haber detectado un aumento de crímenes sexuales, tráfico de personas y violencia en regiones donde los jóvenes no pueden encontrar suficientes mujeres. El secuestro de novias se ha generalizado y se han dado casos de hermanos que comparten esposa. La situación es lo suficientemente seria como para que en las últimas elecciones locales en Punjab y Haryana, dos de las zonas más afectadas, los políticos dejaron de prometer empleos o viviendas para asegurar que si ganaban habría «esposas para todos».

Algunos políticos y ONG han tratado de buscar responsabilidades lejos del país, centrando su ira en la multinacional estadounidense General Electric (GE), a la que acusan de genocidio por haber introducido máquinas de ultrasonido que han permitido a millones de padres abortar a sus hijas tras conocer el sexo del bebé. «¿Cuántos millones de niñas más deben morir antes de que compañías como GE acepten su responsabilidad?», se preguntaba el activista Sabu George. La empresa ha tenido que lanzar una campaña de relaciones públicas y recordar que ellos sólo han creado la tecnología y que depende de autoridades y usuarios hacer buen uso de ella.

Detrás de la polémica se esconde la impotencia de unas autoridades que admiten haber perdido la batalla contra los abortos ilegales y el infanticidio. Ni las leyes que desde hace 12 años prohíben el aborto selectivo ni la norma que impide a los médicos anunciar a los padres el sexo de su futuro bebé han logrado reducir el problema. El Ministerio de la Mujer y el Desarrollo Infantil ha empezado a habilitar miles de cestas por todo el país para que las parejas puedan abandonar a sus hijas en el anonimato y sin temor a represalias. El plan de choque de las autoridades incluye la supresión de trabas a las adopciones en un intento de que miles de parejas de dentro y fuera del país puedan hacerse cargo de las niñas que se prevé colapsen los servicios sociales.

EL PEOR PRESAGIO

«Lo que estamos diciendo es que tengas a tus hijos, que no los mates. Y si no quieres una niña, entréganosla a nosotros. Pero no las matéis porque estamos ante una situación de crisis», decía semanas atrás la ministra de la Infancia Renuka Chowdhury en un emotivo mensaje a la nación.

Los programas de abandono de bebés que ahora se van a aplicar en toda la India no son nuevos en el distrito de Salem. El Gobierno local los ha aplicado de forma intermitente desde hace años con resultados mixtos. El día que Crónica visitó el centro Bebés de Cuna habilitado en Salem, dos cuidadoras se encontraban cruzadas de brazos ante una larga hilera de cunas vacías. Pushparani, la encargada, había anotado el último ingreso nueve días atrás. «Bebé 834», se podía leer en el registro de entradas. Lo que en cualquier parte del mundo sería una buena noticia -un orfanato sin bebés abandonados-, está considerado aquí como el peor de los presagios. «Si no tenemos bebés, ¿qué ha sido de ellos?», se preguntaba Pushparani. «O han muerto en el vientre de sus madres o han sido asesinados. Ésas siguen siendo las opciones más utilizadas para deshacerse de una hija».

La solución a los infanticidios de la India pasa por romper el ciclo de pobreza y tradiciones que han hecho que tener una hija sea una carga a menudo insoportable. Mientras llega ese día, un grupo de ONG locales ha tomado la iniciativa con programas de educación, la creación de una línea de teléfono de emergencia para denunciar infanticidios y la organización de comités de vigilancia en las aldeas. Voluntarios reclutados entre los propios habitantes de cada pueblo hacen un registro y seguimiento de los embarazos, se aseguran de que el bebé nace y lo protegen durante sus primeros dos años de vida. A cambio, la madre recibe ayudas para hacer económicamente viable la manutención de la hija.

Los programas sociales han empezado a dar resultados en aldeas como Pudhupalayam, donde Sevandhi Ammal destaca sobre el resto de las mujeres. Tiene tres hijas, el mismo número de veces que ha resistido la presión social para que hiciera lo que se espera de las mujeres de Salem. «¿Cuándo lo harás?», es lo único que preguntó su suegra cuando supo que había tenido una nieta. «¿Cuándo lo harás?», insistió su marido, suponiendo que alguna culpa pesa sobre las mujeres que dan a luz una niña y, por tanto, son ellas las que deben solucionar el problema. «¿Cuándo lo harás?», preguntaron sus vecinas, recelosas de que alguien pudiera contrariar la idea de que ellas habían hecho lo correcto cuando mataron a sus propias hijas.

«Todo el mundo me decía que debía matarlas. Tuve tentación de darles el veneno. Estuve a punto de hacerlo con cada una de ellas. Rompí el tallo y puse el veneno en un cazo, pero no pude dárselo», recuerda Sevandhi, que hoy tiene 40 años y el rostro arrugado por lustros de trabajo en el campo.

Sevandhi había roto el ciclo que siempre ha condenado a las niñas de Pudhupalayam y, sin saberlo, había dado fuerzas a otras mujeres que deseaban decir que no y nunca se habían atrevido. Su ejemplo fue imitado por otras mujeres de Pudhupalayam y los resultados corretean hoy medio desnudas y sin zapatos entre las casas de barro y los campos resecos que aguardan la llegada de las primeras lluvias. Una veintena de niñas han nacido en la aldea en los últimos tres años y el número de infanticidios se ha reducido drásticamente.

¿Significa eso que las madres de Pudhupalayam han decidido dejar vivir a todas las niñas que les traigan los dioses? «No», responden al unísono las mujeres sentadas en un gran círculo. Días de discusiones y debate bajo los cocoteros han llevado a la mayoría a comprometerse a que en ningún caso darán el «beso de la flor del mal» a las hijas primerizas. Pero, ¿y si vienen más hijas? «Nadie puede pedirnos que tengamos más niñas sin ofrecernos con qué mantenerlas», dice una de las mujeres alzando la voz. «Matarlas es la única solución».

LA FLOR DEL MAL

La erukku o flor del mal es a la vez vida y muerte en La India. Los habitantes del Estado de Tamil Nadu usan su líquido lechoso para sanar heridas y sus propiedades medicinales se siguen utilizando para tratar la lepra en humanos y enfermedades diversas en los elefantes. Pero su veneno es mortal cuando se ingiere directamente, sobre todo si son bebés y niños. Las madres que quieren matar a una hija suelen abrirle la boca, romper el tallo y dejar caer unas gotas. En minutos se producen convulsiones y la niña suele morir antes del amanecer. La muerte, que no siempre es rápida y puede ser dolorosa, apenas deja rastro.