Injusticia: ¿Cómo se saquea un país como Angola?

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José Eduardo dos Santos «héroe de la independencia angoleña», otorgaba contratos a las empresas de su hija muy por encima del precio de mercado. Así fueron robando cada dólar público de un país que chapotea en petróleo e invirtiéndolo en el extranjero.

Hace ahora tres años, la empresa Mercer hizo su tradicional clasificación de las ciudades más caras del mundo. Para ello se valieron de estas referencias: el precio de una entrada para el cine, un pantalón, un litro de agua, una taza de café, un litro de gasolina, un litro de leche, una barra de pan y una botella de cerveza. Las conclusiones fueron sorprendentes: la capital de Angola, Luanda, número 147 en el índice global de desarrollo humano pero donde un simple yogur se paga a ocho dólares, ocupaba la primera posición de ciudad más cara del mundo por delante de Tokio, Zúrich y Singapur, aunque dos tercios de sus habitantes viven con menos de dos dólares al día.

¿Cómo es posible que un país empobrecido por 27 años de guerra civil (1975-2002) haya ascendido hasta esa posición con un 54% de sus ciudadanos sufriendo pobreza extrema?

¿Qué clase de país chapotea sobre grandes reservas de petróleo (más de 8.400 millones de barriles) pero posee enormes carencias de sanidad, saneamiento, acceso a la educación, agua potable o seguridad en las calles?

Hay un nombre propio que ayuda a responder a esa pregunta: José Eduardo dos Santos, héroe de la independencia angoleña y gran dinosaurio africano con 38 años de gobierno a sus espaldas (1979-2017), sólo superado por el sátrapa Teodoro Obiang, con 40 años en el trono de Guinea Ecuatorial. Durante todos esos años no sólo ha desarrollado un nepotismo que haría sonrojar al Rey Sol, sino un sistema cleptómano que ha saqueado las arcas de un país cuyo PIB ha llegado a crecer al 11% al año. El mejor ejemplo de ese saqueo es su hija, Isabel dos Santos, apodada la «Princesa de África» por ser la mujer más rica del continente, famosa por los abalorios de diamantes que suele llevar encima.

Isabel dos Santos, que estuvo al frente de la empresa petrolera nacional, Sonangol, y es dueña de un entramado empresarial con 423 sociedades en 41 países, muchas de ellas en paraísos fiscales, usó durante años el poder de su padre para conseguir cuanto contrato público ofertó el Gobierno de Angola. Así, con pelotazos a precios desorbitados, Dos Santos fue saqueando sin escrúpulos al estado angoleño e invirtiéndolo en el resto del planeta. En España posee 18 empresas, en Portugal, 142, en Holanda, 32, en Mozambique, 14…

La revista Forbes calcula su fortuna en 2.200 millones de dólares obtenidos en transacciones opacas, reveladas ahora por el Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ), que ha analizado 715.000 documentos que revelan la actividad económica fraudulenta del holding empresarial que mantiene con su marido, el coleccionista de arte congoleño Sindika Dokolo y que comprenden banca y finanzas, petróleo, diamantes, cemento, redes de telecomunicación, supermercados, transporte y grandes mansiones por todo el mundo.

Isabel dos Santos se defendió ayer diciendo que «se trata de una caza de brujas con intencionalidad política». «Lo que me diferencia de otras personas es que yo comunico mis negocios, no me oculto», escribió en su cuenta de Twitter, donde lanzó una andanada de 30 tuits para anunciar que sus ordenadores habían sido hackeados y para criticar a periodistas y enemigos políticos. Nada nuevo bajo el sol.

Tan impune se sentía la familia en el poder que el presidente regaló a su hija una presa de 4.500 millones de dólares en 2017, su último gran pelotazo. Fue el mayor proyecto de obra pública que aprobó el régimen de José Eduardo dos Santos en Angola después de que el país entrara en recesión con la caída en picado del precio del petróleo, el 97% de las exportaciones nacionales. El proyecto, cuyo coste equivale al 5% del PIB total de Angola, fue adjudicado en 2015 a un consorcio liderado por CGGC, una de las mayores constructoras de China. Pero los chinos no ganaron el contrato por sí mismos. La constructora tenía una socia oculta que poseía más del 40% del consorcio: Isabel dos Santos. Gracias a esto, una parte sustancial de los beneficios obtenidos con la construcción de la presa quedó en familia.

Las sospechas de corrupción son un secreto a voces en su país. Hizo falta que su padre dejara el poder para que la justicia decidiera actuar. La fiscalía de Angola congeló el mes pasado las cuentas y los activos de la empresaria. El fiscal general, Helder Pitra Gros, aseguró que está determinado a «usar todos los medios» para llevar a Angola a Dos Santos, que vive a todo tren entre Londres, Monte Carlo y Dubai, donde posee una isla artificial y donde también disfruta de un yate de 35 millones de dólares. «Activaremos todos los mecanismos internacionales para traer de vuelta a Isabel dos Santos al país», declaró Pitra Gros. Su padre vive en una mansión en el barrio de Pedralbes de Barcelona rodeado de escoltas y un séquito a la altura de su fortuna. Ella tampoco pisa su país desde el año 2018.

Mientras tanto, Angola sigue intentando recuperarse de las heridas de su larga guerra civil. Parte de la enorme coste de los productos básicos se explica por la presencia de minas antipersonales sembradas por todo el país, lo que impide cultivar y obliga a importar casi todo el alimento que se consume en un país que es un vergel.

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