¿Qué Ciudadanía?

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Lo hemos reiterado en muy diversas tribunas: la finalidad última de esta asignatura no es otra que imponer un nuevo sistema de valores, presentándolo como un imperativo moral e imprescindible para la existencia de una sociedad cohesionada. Por supuesto, los artífices del bodrio no desean una sociedad cohesionada, sino por el contrario, desvalida y huérfana de vínculos; una sociedad que, ante la incapacidad para encontrar respuestas a los dilemas morales que se le plantean, recurra a la moral pública que se le enseñó en la escuela.

El real decreto para el desarrollo de la LOE sobre enseñanzas mínimas en educación Secundaria empieza a mostrarnos el rostro verdadero de esa asignatura denominada sarcásticamente «Educación para la Ciudadanía» Una logomaquia de vacuidades pomposas que no logra disimular su tufillo adoctrinador, que no trata tanto de hacer inteligibles los principios que rigen el sistema democrático como de hacer una interpretación ideológica de tales principios, elevada al rango de verdad incontrovertible.

Lo hemos reiterado en muy diversas tribunas: la finalidad última de esta asignatura no es otra que imponer un nuevo sistema de valores, presentándolo como un imperativo moral e imprescindible para la existencia de una sociedad cohesionada. Por supuesto, los artífices del bodrio no desean una sociedad cohesionada, sino por el contrario, desvalida y huérfana de vínculos; una sociedad que, ante la incapacidad para encontrar respuestas a los dilemas morales que se le plantean, recurra a la moral pública que se le enseñó en la escuela. Para ello, se impone una nueva ética basada en los “nuevos paradigmas”: el nuevo paradigma de familia, el nuevo paradigma de derechos humanos, el nuevo paradigma de género, etcétera.

Causa escándalo que a esa masa amorfa y adoctrinada se le otorgue cínicamente la designación de “ciudadanía”. Ciudadano es aquel que ha sido educado para vivir en libertad, sabiendo que existen unas leyes que lo obligan en su convivencia con las personas que comparten su espacio vital; sabiendo también que existe una instancia de poder que se encarga de velar por su libertad y de reprimir aquellas conductas que atenten contra esa pacífica convivencia. Un súbdito, por el contrario, es aquel cuya libertad está constreñida por esa instancia de poder que no sólo establece unos límites para su ejercicio, sino que la configura ideológicamente, que la moldea según sus propósitos, que la dirige y encauza, hasta convertirla en algo demasiado parecido a la esclavitud. Si uno de los fundamentos medulares de una sociedad de ciudadanos es la libertad de conciencia, ¿cómo puede defenderse una disciplina que modela y rectifica conciencias, que propone y vindica modelos de conducta, que trata de confiscar ese ámbito de libertad personal que corresponde en exclusiva al individuo y que el Estado no puede invadir?

El adoctrinamiento de las mentes infantiles produce unos opíparos réditos electorales; todo régimen político que anhela perpetuarse dedica especiales esfuerzos a las tareas de proselitismo y propaganda entre los más jóvenes, pues con ello se asegura un granero de votos. Bajo la apariencia inocua de esta asignatura llamada sarcásticamente Educación para la Ciudadanía se esconde un propósito alevoso de orientar el perfil ideológico de nuestros hijos, para que se acostumbren a considerar como principios intangibles de convivencia algunas decisiones polémicas del Gobierno actual. De lo que se trata, en definitiva, es de garantizarse futuras remesas de votantes: se proporciona un catecismo de dogmas incontrovertibles a los alevines de hombre, y así se asegura que esos alevines de hombres, cuando dejen de serlo, se conviertan en fervorosos seguidores de una doctrina política sectaria.

La formación de nuevas generaciones de esclavos está, de este modo, asegurada. Generaciones de conformistas risueños, incapaces de oponer reparos morales a la ortodoxia del pensamiento único, complacientes y sometiditos con quienes ostentan el poder, orgullosísimos de su condición lacayuna. A eso llaman “ciudadanía” a una sociedad de lacayos que acuden religiosamente a la llamada cuando los convocan a las urnas.
JUAN MANUEL DE PRADA

29 de enero de 2007

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