La ciudad de los crios sin nombre

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En Pakistán, ser niño es un infierno. Con apenas siete años pueden ser condenados a muerte o encerrados en cárceles rodeados de adultos. Los más afortunados, son obligados a vivir el resto de su vida en centros donde duermen en el suelo, sólo pueden salir al patio durante una hora al día y son sedados para que no molesten. Son los renglones torcidos de Alá, cientos de niños mentalmente enfermos, drogadictos o víctimas de la esclavitud.

Por DAVID JIMÉNEZ. Pakistán

Nadie sabe cuántos años tiene, cómo llegó hasta aquí, dónde está su familia o por qué no habla. En su primer día de internamiento le asignaron el número 134.354 y le ingresaron en el Módulo 2. Las celdas principales, dos inmensas mazmorras selladas con rejas y muros con pequeños agujeros para dejar pasar el aire, están llenas de simples números como él. Hay números tendidos desnudos sobre el suelo, números cubiertos por un manto de moscas, números llorando en silencio en los rincones y números como 134.354, con la frente pegada a los barrotes, la mirada perdida y las manos estiradas hacia fuera pidiendo ayuda. ‘¿Nombres? Aquí ninguno tiene nombre, todos son iguales, unos más altos que otros, nada más’, dice el doctor Munid Ahmad durante su ronda matutina.

En Pakistán, donde cientos de menores agonizan en corredores de la muerte y pequeños de seis años son adictos a la heroína, esta Ciudad de los Niños sin Nombre es el destino final para los despojos de la infancia. Niños esquizofrénicos y con graves enfermedades mentales se hacinan con otros que fueron recogidos de las calles por su adicción a las drogas, sus problemas con la ley o su comportamiento violento.

Un cartel a la entrada de este centro situado en las afueras de la ciudad de Karachi asegura que se trata de un refugio administrado por Edhi, la mayor organización social del país. Una vez dentro, los pequeños renglones torcidos de Alá son sometidos a un salvaje régimen de internamiento: decenas de niños compartiendo cada celda sin agua corriente o electricidad, 23 horas al día bajo llave y una hora de patio, encerrados con temperaturas de hasta 40 grados, durmiendo a ras de suelo y con unas pocas mantas que les arrojan al anochecer para hacer más llevadero el contacto con el cemento. Y todo, en el que está considerado como el mejor centro de atención para menores con problemas de la ciudad.

‘Algunos llegan con el mono y otros han sido adictos desde los seis o siete años, esto les ha dejado mentalmente tocados. La heroína es muy fácil de conseguir en Karachi’, dice uno de los cuidadores recordando que un 10% de los cuatro millones de drogadictos del país son niños. ‘Aquí, al menos, les damos de comer, les atendemos cuando caen enfermos y les mantenemos limpios de piojos’.

Karachi es uno de los principales centros de comercio de niños esclavos de Asia. Los menores son vendidos como jinetes de camellos a ricos empresarios árabes sin escrúpulos que los utilizan en carreras en los desiertos de Oriente Medio, y como sirvientas o en el tráfico sexual en el caso de las niñas, o incluso para introducirles en las bandas criminales que organizan las redes de mendigos en las grandes ciudades del país.

TULLIDOS DAN MÁS PENA

Sahil, una de las pocas organizaciones locales que tratan de luchar contra el tráfico infantil, asegura que al menos 10.000 menores son obligados a pedir en semáforos y mezquitas de Karachi. ‘Los niños se venden a las bandas por un precio que va desde los siete a los 25 euros’, según Anusheh Hussain, director de la ONG.

Las mafias que se reparten las zonas suelen desfigurar a los chavales para que provoquen más lástima, convirtiéndoles en lo que se conoce como los niños rata, los que alcanzan un precio más alto en el mercado. Su valor reside en que los pequeños con taras físicas pueden llegar a ganar para su patrón hasta 500 rupias (siete euros) al día, el doble de lo que logra un funcionario del Gobierno y tres veces más que un niño normal. Cuando cumplen los 10 años son abandonados, pero en un país con una media de natalidad de cinco hijos por mujer y una de las rentas más pobres del mundo, encontrar nuevas víctimas nunca es un problema.

Muchos de los internos de la Ciudad de los Niños sin Nombre fueron rescatados en los semáforos de la ciudad después de años de abusos y violencia que han dejado en ellos traumas y problemas psicológicos irreversibles.

La alternativa a Villa Edhi son las cárceles en las que 4.500 menores comparten celdas con presos adultos, asesinos o violadores, a la espera de un juicio que suele tardar varios años en llegar. Viejas leyes permiten la detención y condena a partir de los siete años. Ni siquiera la nueva legislación aprobada en 2000, con la que se pretendía aumentar la edad de responsabilidad criminal hasta los 18 años, ha podido cambiar la situación. Amnistía Internacional asegura que los jueces, policías y funcionarios de prisiones no conocen el reglamento o lo ignoran. Aunque el presidente Pervez Musharraf conmutó la pena capital a 125 menores hace tres años, sólo en la provincia de Punjab quedan más de 350 niños en el corredor de la muerte.

Los menores suelen recibir la máxima pena por delitos de sangre, mientras que en el caso de las niñas la ejecución se establece en base a la ley Zina, que prevé la muerte para las mujeres que mantengan ‘relaciones sexuales fuera del matrimonio’. Aunque esa relación haya sido, como sucede en la mayoría de los casos, una violación.

ENCADENADOS

Los juzgados están llenos de niños y niñas que son condenados sin apenas pruebas ni acceso a un abogado, o que permanecen durante años entre rejas porque sus familias no pueden pagar fianzas abusivas. ‘Se les puede ver siendo conducidos fuera de los juzgados con cadenas’, dice Amnistía InternacionaI en su informe Denegación de los Derechos Básicos de los Niños Prisioneros en Pakistán (2003).

La violencia sobre los menores, la adicción a las drogas y el sistema de represión en el que viven han creado una población infantil desquiciada. Un estudio elaborado por psiquiatras paquistaníes asegura que entre el 16% y el 22% de los menores de entre tres y nueve años sufre algún retraso mental. No hay, sin embargo, un solo hospital psiquiátrico infantil en todo el país.

En Peshawar, en la provincia de la Frontera Noroeste, el único centro que admite niños está en condiciones de salubridad tan deficientes que un reciente informe asegura que los pacientes están en grave riesgo de contraer infecciones por la acumulación de basura. La Ciudad de los Niños sin Nombre y las decenas de centros que Edhi mantiene repartidos por todo el país son un mal menor.

La organización fue fundada en 1948 por Abdus Sattar Edhi, considerado un héroe nacional en Pakistán por un trabajo social que comenzó con la creación de un sistema de atención médica con ambulancias y que hoy se ha convertido en la mayor ONG del país, con más de 2.000 personas trabajando en programas de erradicación de la pobreza, atención médica o tratamiento de drogadictos. Cubriendo, en definitiva, la casi inexistente política social del Estado.

Así, la Villa Edhi fue creada hace tres décadas para dar cobijo a los desheredados y hacer un trabajo social al que el Gobierno ha renunciado. Pakistán emplea cerca del 40% de su Producto Interior Bruto en Defensa y, en su obsesión por lograr armas nucleares y un Ejército que pueda competir con su secular enemigo indio, ha abandonado sus sistemas de salud pública o de educación. Problema que se ve agravado por la radicalización de un integrismo islámico al que difícilmente logra poner freno el gobierno de Musharraf.

La ciudad-refugio, mantenida a duras penas con fondos privados, se ha ido deteriorando con el tiempo y sus responsables se limitan hoy a encerrar a los niños con problemas como si fueran un estorbo.’Nos hemos convertido en el vertedero de la sociedad, el lugar al que va a parar lo que mucha gente ve como las sobras’, se lamenta Ghazanfar Karim, el supervisor de Villa Edhi.

Cada mes ingresan entre 50 o 60 nuevos menores, la mayoría de entre cinco y 15 años. Una vez en el centro, sus opciones de futuro son igual a cero. Cuando los internos cumplen 15 años dejan el Módulo 2 y pasan automáticamente al Módulo 3, para mayores de 15 años.

Después, en una especie de cadena perpetua, llegarán a la sección para los más mayores, a quienes se puede ver tendidos desnudos en el gran patio vallado del módulo 1. Algunos niños entraron siendo unos niños hace más de un cuarto de siglo, cuando se inauguró este lugar, y todavía siguen aquí, completamente olvidados.

‘Creo que vine hace más de 15 años, ya no me acuerdo, pero no me dejan salir aunque estoy bien. ¿Podría usted hacer algo?’, pregunta un interno que aparenta estar sano, de entre 20 y 25 años. ‘Agua, agua’, repite otro a su lado, mientras los demás gritan o se pelean entre ellos.

Un psiquiatra visita a los más pequeños una vez a la semana y varios empleados se encargan de suministrar a los niños una dosis diaria de tranquilizantes, la cantidad suficiente para dejarles la mayor parte del día en estado vegetativo y apagar sus gritos por unas horas. Sólo hay 40 trabajadores en tres turnos para cuidar a más de 1.000 pacientes, de los que más de 200 son niños. Los cuidadores aseguran estar desbordados y prefieren mantener a los más conflictivos atados con cadenas durante todo el día.’¿Qué otra cosa podemos hacer? Esto tendría que ser el trabajo del Gobierno’, protesta Abdul.

QUIEREN MORIR

El doctor Ahmad, un joven que llegó hace dos años recién salido de la facultad, asegura que uno de sus principales cometidos es evitar que los niños, todos varones dentro de la política de predominancia masculina de la sociedad paquistaní, se quiten la vida. ‘Lo intentan de todas las maneras y a veces casi lo consiguen. Muchos se abren la cabeza tras darse golpes contra la pared. Sus peleas están motivadas sólo por el deseo de morir, no es fácil controlarlos’, dice.

El fuerte rechazo cultural que existe en Pakistán hacia los niños con deficiencias mentales hace que el personal haya dejado de pensar en los internos como si fueran personas.

A medio kilómetro de los módulos para los pacientes con problemas mentales, Edhi mantiene un centro para los niños considerados normales. Las habitaciones tienen camas y no el frío cemento, alfombras y decoración. Hay salas de televisión y juegos y una escuela, los alumnos son vestidos y alimentados con mimo y, a pesar de necesitar menos ayuda, cuentan con el doble de personal para atenderlos. ‘Estos son niños normales, pueden oír, hablar, comunicarse, se portan bien’, dice uno de los directores, sorprendido de que el periodista extranjero vea algo extraño en esa diferencia de trato. ‘Los otros no son…’, añade buscando la palabra exacta.’…No son como personas’.

El mayor drama de la Ciudad de los Niños sin Nombre es que la línea que separa a los niños sanos de los enfermos se ha hecho prácticamente inexistente en Pakistán. A menudo es difícil diferenciar entre los que nacieron con patologías psíquicas y quienes se encuentran en un estado depresivo causado por los abusos sufridos o simplemente están asilvestrados porque no han conocido más que la calle.

CADENA PERPETUA

Niños declarados ‘agresivos’ son encerrados de por vida en Villa Edhi porque nadie ha querido hacerse cargo de ellos, mientras que otros con graves problemas psiquiátricos agonizan en las cárceles condenados a cadena perpetua. La diferencia es mínima: ambos lugares se basan en regímenes de internamiento brutales y la idea de que sólo hay una puerta de entrada.

Número 134.354 parece, a simple vista, un niño normal. Debe tener entre ocho y 10 años y pasa las horas asustado, tratando de evitar a los más violentos, un objetivo casi imposible en la celda que comparte con cerca de un centenar de niños acostumbrados a utilizar la fuerza para hacerse un sitio.

Los responsables del centro creen recordar que cuando llegó todavía hablaba. ‘Desde hace dos años no le hemos oído decir una palabra’, cuentan. En cierto modo es como si el pequeño, de tez morena y mirada triste, hubiera aceptado dejar de existir más allá de ese número que le han asignado. Un viejo armario junto a la celda guarda su ficha personal entre las del resto de internos. Edad: desconocida. Origen: desconocido. Familia: desconocida. Fecha de Ingreso: 2002. Nombre: 134.354. Fecha de Salida: (en blanco).


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