Las niñas son obligadas a huir y son vendidas como esposas. Pertenecen a una comunidad que no es reconocida en Birmania con unos mínimos derechos; una minoría musulmana en un país de mayoría budista
Cientos de niñas rohingya están siendo raptadas y vendidas como esposas en Malasia, después de haber tenido que huir del estado de Rajine en Birmania debido a la persecución que sufre su comunidad, ya que son considerados un colectivo apátrida sin derechos.
La agencia de noticias Reuters ha entrevistado a una de estas víctimas, que con tan sólo 13 años ya ha sufrido el trauma de ser vendida a un hombre décadas mayor que ella.
La menor es una más de los miles de rohingya que se han visto forzados a huir del estado de Rajine, en el norte de Birmania, debido a la violencia y a la persecución que sufren por parte de las fuerzas de seguridad birmanas.
El pasado mes de octubre el Ejército birmano puso en marcha una operación militar en Rajine, motivada por un ataque contra un puesto fronterizo en la región que causó la muerte de nueve agentes. Desde entonces, más de 100.000 rohingya han huido a Bangladesh y a países como Malasia y Tailandia.
Alrededor de 1,1 millones de rohingya viven en el norte de Birmania, en condiciones muy similares al Apartheid que sufrieron los negros en Sudáfrica. La inmensa mayoría de los birmanos son budistas y de la etnia burma, por lo que consideran que los rohingya, que profesan la fe musulmana, son inmigrantes ilegales procedentes de Bangladesh, a pesar de que son un colectivo originario de Rajine.
La semana pasada, el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Zeid Raad al Husein, acusó sin paliativos al Ejército de Birmania de cometer “espantosas atrocidades” contra la población rohingya, desde violaciones en masa hasta la ejecución de bebés, alegando que la campaña militar podría tratarse sencillamente de un “crimen contra la Humanidad”.
Raptadas y vendidas en matrimonio
Después de semanas de viaje desde Rajine, donde huyó con toda su familia para evitar la violencia del Ejército birmano, la joven fue raptada por traficantes y separada de sus padres. Según ha explicado entre lágrimas, la retuvieron durante semanas en una celda en medio de la jungla, cerca de la frontera con Tailandia, con decenas de niñas como ella.
Después de retenerla sin apenas comida, sus captores la chantajearon diciéndole que sólo si aceptaba contraer matrimonio con un hombre rohingya podría quedar en libertad. “El traficante me dijo que me había vendido a un hombre y yo le pregunté que cómo podía haber hecho eso. Me acuerdo que durante semanas estuve muy asustada cada día”, ha contado la menor.
Después de ser forzada a contraer matrimonio, la joven fue trasladada a Kuatan, en la costa este de Malasia. De acuerdo con su testimonio, no tardó en darse cuenta de que su nuevo esposo era una persona muy abusiva, controladora y agresiva. Le quitó el teléfono móvil del que disponía y le prohibió por completo contactar con su familia. Cuando se enfadaba con ella, llegó a encerrarla durante días en la casa, sola.
Ocho meses después de contraer matrimonio, logró hablar con sus padres. A los pocos días su padre acudió a la casa donde vivía para rescatarla. Hoy en día vive con sus padres y sus cuatro hermanos pequeños en una habitación en las afueras de Kuala Lumpur.
Según ha explicado, aunque ahora se siente mucho más segura, todavía teme que algún día vuelva su marido a buscarla. El hombre se ha negado por completo a concederle el divorcio.
En Malasia, donde la inmensa mayoría de la población es musulmana, se permite el matrimonio infantil. De acuerdo con la legislación del país, las jóvenes menores de 16 años pueden contraer matrimonio de manera legal siempre y cuando cuente con el permiso de un tribunal islámico.
No obstante, en el caso de los matrimonios entre rohingya no hay ningún tipo de tribunal implicado, ya que se realizan de forma extrajudicial. Los realizan imanes rohingya sin autorización y aunque llegan a imprimir un certificado, es un documento que la ley malasia no reconoce.
Fuente: Mohammad Ponir Hossain / Reuters