La histeria del calentamiento global

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Los aliados de la cruzada del calentamiento global no admiten disensiones ni toleran a los escépticos.

Algunos ecologistas y columnistas han llegado incluso a sugerir que la negación del calentamiento global debería ser considerada una violación de la ley, del mismo modo que en algunos países se penaliza a quienes defienden la inexistencia del holocausto judío. Otros han propuesto que los disidentes del cambio climático antropogénico sean procesados en juicios al estilo del de Núremberg. En el concierto Live Earth de Nueva Jersey, organizado por Al Gore en julio de 2007, el político y ecologista Robert F. Kennedy Jr. calificó a los escépticos del cambio climático de «bufones corporativos» de los «bellacos» enemigos de Estados Unidos y de la raza humana. «Esto es traición —gritaba—, tenemos que comenzar a tratarlos ya como traidores».

David Suzuki, considerado en Canadá un gurú del ecologismo, ha pedido en varias ocasiones que se encarcele a los políticos que nieguen el cambio climático antropogénico. Rajendra Pachauri, presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU, declaró al periódico El País que «los escépticos deben irse del planeta».

A pesar de estas grandilocuentes declaraciones (hechas por personas de relevancia política, pero sin ninguna capacitación científica probada en climatología), lo cierto es que los expertos en ciencias de la atmósfera y afines no se ponen de acuerdo sobre si las variaciones de las temperaturas de las últimas décadas tienen o no un origen humano. El supuesto consenso científico no existe. Los climatólogos tampoco se ponen de acuerdo sobre si los datos de que se dispone en la actualidad son suficientes para hacer predicciones fiables sobre los niveles futuros de las temperaturas. Y, por supuesto, no hay consenso en el nivel de temperatura que pudiera ser más perjudicial que beneficioso para la vida sobre la Tierra.

Pero de lo que no cabe duda es que todo este asunto del cambio climático está sirviendo para que no pocos se aprovechen de él y obtengan pingües beneficios. En primer lugar, a los medios de comunicación, que viven del sensacionalismo, les interesa difundir la idea de que nos abocamos a una gran catástrofe para así captar la atención de sus potenciales lectores o teleespectadores. Lo que vende periódicos, lo que genera atractivos titulares de prensa o portadas en los informativos de televisión y radio es decir que los casquetes polares se van a derretir en unas pocas décadas y que la subida del nivel del mar provocará que grandes áreas pobladas queden anegadas.

Qué más da si este tipo de profecías tienen o no una sólida base científica, lo importante es hacerse eco de visiones catastrofistas para provocar inquietud y zozobra en la población. Esta es una técnica que funciona muy bien, puesto que ayuda a vender periódicos.

En noviembre de 2009 estalló lo que algunos no dudaron en calificar como «el mayor escándalo científico del siglo» al hacerse público en Internet una serie de documentos muy comprometedores pertenecientes a la cúpula científica defensora de la teoría del calentamiento global antropogénico. El conocido como Watergate climático (climategate) sacó a la luz documentos y correos electrónicos de la elite científica vinculada al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (GIECC) donde se admitía que se habían manipulado datos, destruido pruebas y ejercido fuertes presiones para acallar a los científicos escépticos.

Un hacker externo o una fuente anónima interna desveló documentos y correos electrónicos de uno de los centros de investigación más activos en sus esfuerzos por demostrar la teoría del calentamiento global antropogénico: la Unidad de Investigación del Clima de la Universidad de East Anglia (Reino Unido). La documentación privada de los científicos que trabajaban en este centro reveló, entre otras cosas, acuerdos para manipular datos, destruir pruebas, ocultar el Período Cálido Medieval y conspirar para evitar que los científicos escépticos pudieran publicar los resultados de sus investigaciones en revistas especializadas.

Uno de los correos de los científicos de este centro reconocía: «No podemos explicar la falta de calentamiento en estos momentos […]. Nuestro sistema de observación es inadecuado». Como consecuencia de este gravísimo escándalo, el director de la Unidad de Investigación del Clima de la Universidad británica de East Anglia, Phil Jones, presentó su dimisión.

Unas pocas semanas después de estallar este gran escándalo, técnicos rusos del Instituto de Análisis Económicos publicaron un completo informe en el que daban cuenta pormenorizada de las mentiras del GIECC. Demostraron mediante datos probados que las estaciones meteorológicas rusas no estaban verificando la teoría del calentamiento global. Pero lo más significativo de este informe son las imputaciones a las técnicas de medición de temperaturas utilizadas por los científicos del GIECC. Según se denuncia en dicho documento, los científicos del GIECC recabaron datos de apenas un 25% de las estaciones meteorológicas ubicadas en Rusia. No solo dejaron sin medir el 40% del territorio de este vasto país sino que, curiosamente, usaron los datos de las estaciones meteorológicas próximas a las grandes poblaciones (que como es bien sabido se ven influidas por el efecto del calentamiento urbano) en lugar de utilizar los de las estaciones alejadas, que es lo que debía haberse hecho.
El propio Phil Jones, cuando semanas después de dimitir de su cargo en la Universidad de East Anglia tuvo que comparecer ante la comisión del Parlamento británico encargada de investigar el escándalo conocido como Climagate, admitió que había escrito «algunos correos electrónicos horribles» y que el «40% del calentamiento observado» podría deberse a problemas de observación debido al «efecto isla urbana de calor» (por el cual la temperatura de las ciudades es mucho mayor que la del campo que les rodea). En una entrevista concedida a la BBC llegó a reconocer que no existía «consenso científico» sobre el calentamiento global antropogénico y que las temperaturas no habían subido en los últimos 15 años.

El borrador sobre el que trabajaron las principales potencias mundiales en la cumbre de Copenhague para llegar a un acuerdo sobre el cambio climático preveía crear un gobierno mundial con competencias de corte tributario, financiero y regulatorio en el ámbito internacional.

El mecanismo financiero incluía la creación de un «fondo multilateral de cambio climático» de unos 200.000 millones de dólares anuales que tendría que ser sufragado por los contribuyentes de países desarrollados. Un Consejo Ejecutivo se encargaría de gestionar y distribuir esta ingente cantidad de dinero. Los organismos internacionales, como Naciones Unidas, están muy interesados en que se apoye este tipo de propuestas porque serían ellos precisamente los encargados de gestionar esas colosales cifras millonarias.

Algunos líderes internacionales como el presidente francés Jacques Chirac ya habían abogado años antes por la creación de un «gobierno mundial del medio ambiente».
El ecologista James Lovelock, autor de la teoría de la Gaia y referente del catastrofismo climático propuso incluso «suspender la democracia» para frenar el calentamiento global. Según él, «necesitamos un mundo más autoritario» donde haya un pequeño grupo de personas que adopten las decisiones precisas oportunas para salvar el planeta.
Que abrazar el lema del calentamiento global antropogénico es un buen negocio para algunos políticos tiene su mejor prueba en la persona de Al Gore. El ex vicepresidente de Estados Unidos se ha convertido en el primer supermillonario del cambio climático. Sus documentales, conferencias y negocios en diversas empresas le han hecho muy rico, hasta el punto de que multiplicó por cincuenta su fortuna en tan solo siete años. En octubre de 2009, una de sus compañías en California consiguió un contrato valorado en 560 millones de dólares para construir dispositivos ahorradores de energía. Todos estos importantes ingresos le permiten a Al Gore disfrutar de una mansión de 930 metros cuadrados con 20 habitaciones y piscina, un jet privado y un yate. El consumo energético de Al Gore es veinte veces superior al de una familia media estadounidense.

Este político estadounidense del Partido Demócrata, que se ha convertido en un auténtico profeta de una «nueva religión» (el ecologismo), no predica con el ejemplo. Es propietario de un complejo minero en Carthage (Tennessee) que emitió 1.800 toneladas de vertidos tóxicos al aire y al agua entre 1998 y 2003. En las tres décadas que ha sido explotada esta mina, se estima que Al Gore se ha embolsado más de 500.000 dólares en concepto de arrendamiento. A pesar de su elevadísimo derroche energético y el importante impacto medioambiental de sus negocios, Al Gore no tiene ningún reparo en recorrer el mundo entero pidiendo a la gente que reduzca el consumo de energía para salvar el planeta.

El presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC), el indio Rajendra Pachauri, fue acusado de conflicto de intereses, por ganar dinero gracias a sus vínculos empresariales con el denominado «comercio de emisiones». No resulta sorprendente que The Energy Research Institute, una de las entidades que preside Pachauri, reciba financiación de la ONU o del grupo ecologista WWF, así como de empresas vinculadas al mercado internacional del carbono. Pachauri, además, fue consejero en materia energética de una de las fundaciones que más dinero ha donado a campañas antinatalistas internacionales: la Fundación Rockefeller.

En España también hay científicos que han mostrado su escepticismo con la idea de que las emisiones de dióxido de carbono como consecuencia de las actividades humanas sean realmente las causantes del actual incremento de las temperaturas. Antón Uriarte Cantolla, catedrático de la Universidad del País Vasco y experto en climatología, desconfía de la teoría oficial del cambio climático y asegura que no está demostrado que las actividades humanas estén en el origen del calentamiento global. Para este experto, no está claro cuál es la influencia del dióxido de carbono sobre el calentamiento de la atmósfera:

Hay dos hechos muy contradictorios con respecto al dióxido de carbono. Por un lado, el dióxido de carbono se reparte homogéneamente en toda la atmósfera y, por ello, hay prácticamente la misma cantidad en el Polo Norte que en el Polo Sur […]. Pero en los últimos cincuenta años […] el Polo Sur no se ha calentado. Incluso se ha enfriado un poquito.

Otro experto español en temas meteorológicos que ha criticado el alarmismo sobre el cambio climático es Manuel Toharia, actual director del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia (España). Toharia considera que la estrategia medioambiental desarrollada por «telepredicadores a la americana» al estilo de Al Gore está «llena de falsedades y exageraciones que crean un ambiente político de crispación». José Antonio Maldonado, presidente de la Asociación Meteorológica Española, piensa que hay «demasiado tremendismo con el cambio climático». Para Maldonado, el clima de la Tierra ha estado cambiando siempre y duda de la raíz antropogénica del calentamiento global. Y Luis Balairón, miembro de la Agencia Estatal de Meteorología e integrante del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, valora que «los efectos del hombre sobre el clima son, por ahora, nimios.

Selección del libro Socioeconomía de las migraciones en un mundo globalizado de Jesús J. Sánchez Barricarte