La humanidad del doctor y pedagogo Janusz Korczak Una experiencia Autogestionaria

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 “Ahora tengo que estar más que nunca con ellos”

Os queremos dar a conocer la vida de un hombre libre hasta la muerte, de una gran coherencia moral. Queremos darla a conocer dentro de las experiencias autogestionarias históricas, por su dedicación a la formación y promoción de niños huérfanos, defendiendo la dignidad inalienable de todos los niños, entregándose  a los más pobres, a los niños huérfanos.

Sus prácticas pedagógicas se basan en el desarrollo, sobre todo, de las facultades como la responsabilidad, honestidad, democracia, trabajo. Él las consideraba capacidades «espirituales». Puso en marcha instituciones protagonizadas por los propios niños: el parlamento, el Tribunal de Justicia, la escuela del perdón… En aquellos años, a primeros del siglo XX, no se hablaba de autogestión, y tampoco Korczak utilizó esta expresión, pero en sentido estricto era lo que se practicaba en los asilos. En ellos, la participación de los niños no fue circunstancial, ellos asumieron un verdadero protagonismo, superando totalmente las meras concesiones formales.

Korczak , un pedagogo escasamente conocido,  defendió hasta su muerte la dignidad de la personas. Revolucionó la pedagogía, el trato a los niños. Podemos decir que representa una pequeña luz en la transformación del mundo.  Vale aclarar que él fue maestro, pedagogo, y médico, entre muchas otras cosas.[1]

Nació en Varsovia en el seno de una familia judía, la cual tuvo  una gran influencia en su formación. Ésta era de clase media, pero la situación de Polonia daba muy poca seguridad para mantener una posición de clase media (fue ocupada por Rusia, por Alemania, viviendo ambos totalitarismos).  Korczak pronto se vio obligado a sustentar a su familia.

En su juventud, se unió al Partido Socialista Polaco, en una época en que los partidos socialistas tenían auge e intentaban revoluciones. Korczak se identificaba con estos ideales, pero criticaba a quienes “se quedaban teorizando”, basándose en información que recibían, sin salir a observar y vivir realmente lo que intentaban cambiar. Esto le llevó a interrumpir sus estudios de Medicina para trabajar de obrero en una fábrica, y vivir la experiencia del proletariado explotado.

Participó como médico en la Guerra Ruso-Japonesa de 1905, en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), e intentó ir como voluntario a la Segunda, pero fue rechazado debido a su avanzada edad. Él consideraba que iba a la guerra a salvar vidas, no a quitarlas. Estaba totalmente en contra del régimen zarista, y en las tiendas de campaña de los heridos, hacía propaganda pacifista, e intentaba conseguirles prolongadas licencias, o incluso los daba de baja. Por esta actitud, tuvo inconvenientes con las autoridades sanitarias del ejército, que veían en él una amenaza.[2] Durante la Primera Guerra Mundial debió ejercer su profesión de médico en circunstancias trágicas. Fue jefe de sala en un hospital de campaña en el frente ucraniano, donde los niños heridos le causaron una honda impresión. En 1917 se ocupó de alojar a los niños sin hogar en Kiev.

Janusz Korczak fue reduciendo gradualmente su actividad de médico y cada vez consagró más tiempo y energías a la educación, tanto en sus aspectos prácticos como teóricos. A partir de aquí, observamos que Korczak daría un nuevo rumbo a su vida, consagrándola a la pedagogía, la educación y el periodismo, todo esto por vocación. Es autor de una impresionante obra periodística y literaria. Inició su actividad con contribuciones a la revista satírica Kolce (Las púas). En sus comentarios sobre las conductas sociales y los temas cotidianos de Varsovia, criticaba la mentalidad tradicional de la gente y, en especial, la moral burguesa, la hipocresía y la presunción.

El programa pedagógico de Korczak se basa en la idea de que es necesario comprender a los niños y compenetrarse con su espíritu y psicología, aunque lo primero ha de ser respetarlos y amarlos. Para decirlo con sus propios términos: “No es correcto decir que los niños llegarán a ser personas: son ya personas…. Son personas cuyas almas contienen la semilla de todas las ideas y emociones que poseemos. Hay que orientar con delicadeza el crecimiento de esas semillas”. Criticó la enseñanza tradicional, el divorcio entre los programas escolares y la vida, así como el formalismo excesivo de la relación entre maestros y alumnos. Subrayó la necesidad de crear un sistema global de educación mediante la cooperación de la escuela, la familia y las diversas instituciones sociales.

Una de las ideas centrales de la pedagogía de Korczak es que hay que proporcionar a los niños, en la medida de lo posible, una atmósfera educativa propicia en el hogar. En el caso de los niños que viven con su familia, la creación de esa atmósfera corresponde a los padres; en el caso de los huérfanos o de los niños que, por uno u otro motivo, carecen de familia, el clima educativo propicio debe ser creado en la  institución-hogar. En estas instituciones, son los propios alumnos quienes deben cumplir las funciones de miembros de la familia. Así, los mayores han de ocuparse de los niños más pequeños y participar en las actividades del hogar. Korczak estimaba que la introducción de los principios de autonomía debía convertirse en una característica importante de la labor pedagógica con los niños. Junto con los adultos, los niños debían elaborar las normas de vida de la institución y ocuparse de que se respetaran. Esta forma auténtica de autonomía, de organización autogestionaria,  fue introducida por Korczak en los orfelinatos donde trabajó.

Estableció:

  • El Parlamento: formado por 22 niños, elegidos por ellos mismos, debían saber leer y escribir y no haber sido sancionado por robo y engaño. Todos los niños podían presentar sus preocupaciones o sus proyectos. Podían ser convertidos en leyes que obligaban a su cumplimiento a todos los integrantes del asilo. El dictado de leyes y reglamentos guiaban las relaciones de los integrantes de los asilos; señalaban las atribuciones y obligaciones de los niños, los docentes y el personal, incluyendo al director. También se otorgaba tarjetas de reconocimiento a los niños de acuerdo con un estatuto acordado y sancionado.
  • El Tribunal de arbitraje: Las relaciones entre los niños y los adultos podían ser gratas y conflictivas y  fueron tratados por el Tribunal, tal vez la máxima expresión de autogobierno concedido por Korczak, como “uno de los más bellos logros del hogar infantil». Las sentencias se podían apelar en una instancia superior que era la “comisión judicial”, también integradas por niños. Había otra instancia: la asamblea. Los acusados tenían derecho a defenderse o a elegir defensores.
    El Código de conducta nada tenía en común con los de su época. Korczak lo estructuró mediante el enunciado de 110 artículos, de los cuales los primeros 99 disculpan y perdonan: “El tribunal renuncia al juicio”: “El Tribunal perdona en razón de la ausencia de premeditación”; “El tribunal decide perdonar en razón de circunstancias atenuantes”: “El tribunal perdona porque el culpable se castigó a sí mismo o porque demostró estar arrepentido”.Jacques Docjuk, fue uno de los niños que estuvieron en el Asilo de huérfanos Judíos de Varsovia y narra “Era la institución más importante, cuyo código había sido redactado por el doctor; delante de aquel tribunal se trataban los principales delitos: injurias, golpes, robos, faltas de disciplina y negligencias en el incumplimiento de las tareas domésticas.”Korczak se autodenunció en varias oportunidades: por haber expulsado a un niño del dormitorio, por haber tirado de las orejas a un chico, por haber puesto a otro en un rincón, por haber ofendido a un juez. Comentó: Declaro con toda firmeza que estos procesos fueron para mí la piedra de toque de mi educación, como un nuevo educador “constitucional”, que no comete injusticias con los niños porque los quiere, sino porque existe una institución que los protege del despotismo y dictadura del educador”.
  • « La caja de las peleas” fue parte de las valiosas ocurrencias de la pedagogía de Janusz Korczak. Dentro del orfanato del Gueto de Varsovia, en 1942, Korczak enseñaba y cuidaba a niños, niñas y adolescentes que, además de su condición de huérfanos, estaban castigados con el encierro, violaciones a todo derecho y libertad, para ser finalmente condenados por el Nazismo al exterminio en el campo de concentración de Treblinka. Allí se producían muchas situaciones de violencia entre los chicos. Fue probando diversas maneras de contrarrestarlas, con más o menos intervención, con mayor o menor flexibilidad, de un modo más o menos punitivo, pero los resultados no se modificaban. Entonces, un día los citó a todos y les dijo: «A partir de mañana, cualquiera puede pegarle una trompada a cualquiera», provocando el asombro y sorpresa de todos. Korczak sacó una caja de cartón, le hizo una ranura convirtiéndola en un buzón, colocó unas hojas con lápices al lado y agregó: “Pero con una sola condición: el que quiera pegarle a alguien tiene que escribir 24 horas antes el motivo por el cual le quiere pegar y meterlo en el buzón”. Aclaró luego a los pequeños, que quien no supiera escribir sería asistido por uno de sus ayudantes para cumplir con la consigna. Así fue que, en pocos días, “La caja de peleas” logró que se redujera la violencia de un modo inimaginable. Janusz Korczak logró reponer la palabra allí donde imperaba el impulso, interrumpir la agresión para tomar distancia, demorar la respuesta y volver a la palabra. 


El Parlamento formado por niños elegidos por ellos mismos, el Tribunal de Arbitraje, que respondió a la misma modalidad representativa; la caja de las peleas; la utilización del diario mural y de la gacetilla periódica para asegurar las comunicaciones entre los integrantes de los asilos y también con el medio exterior, fueron expresiones democráticas auténticas.

Sin embargo, la principal razón de la aceptación, respeto e incluso admiración que por él se siente reside en la excepcional perseverancia con que llevó a cabo este programa en la práctica.

El nazismo avanzaba, y de su mano llegaba a Varsovia el antisemitismo y el fanatismo racial. Los nazis crean el Gueto de Varsovia y a esa barriada judía deciden trasladar también el asilo de niños desamparados a causa de la guerra del que se ocupaba Janusz Korczak. En ese momento,  muchos amigos lo tientan para que se quede en la parte aria, pero Korczak decide seguir con los niños. “Ahora tengo que estar más que nunca con ellos”, es la respuesta que les dice a sus amigos, quienes quieren salvarlo y lloran de tristeza cuando lo ven por las calles  con una bolsa sobre sus hombros en busca de comida. Golpea las puertas de los judíos ricos y les exige que contribuyan con dinero o patatas para alimentar a los niños. Poder alimentarse era muy complicado, ya que el hambre era parte de la estrategia nazi: “matar por el hambre fue premeditada”. Señala que hubo una política de discriminación alimentaria calculada en calorías: en Varsovia los alemanes tenían derecho a 2.310 calorías, los polacos 634 y los judíos 164. Pero había gente del otro lado del muro que pudo conservar su riqueza. Y es a ellos a los que Korczak exige comida o dinero, muchas veces de forma violenta. Pone en claro que muchos de ellos, sobre todo los que pertenecen al Judenrat, ayudan a los nazis. El mismo Korczak cuenta en El diario del gueto: “Yo exijo por comida, no pido”. Pero, aparte del odio de los hebreos acomodados, Korczak se gana el de los nazis que lo detienen una y otra vez por resistirse a llevar el brazalete con la estrella de David, distintivo que debían portar todos los judíos. Korczak responde: “Hay leyes humanas y hay leyes divinas. Las humanas son transitorias, las divinas son eternas. En mi vida sólo obedezco a las leyes divinas, eternas. Y la ley que ordena usar brazalete a los judío, la considero humana, transitoria. Por eso no voy a obedecerla”. En medio de tanta desolación busca pequeñas herramientas que pudieran hacer sobrevivir a los niños en el asilo del gueto, que era una ex fábrica abandonada, totalmente destruida e inhabitable. Korczak pidió a sus amigos de la parte aria que le regalaran reproducciones en colores de pinturas para adornar las paredes del orfanato y brotes de malvones rojos para las ventanas del edificio, que regaba todas las mañanas. A la noche escribe, no para de contar todo lo que pelea y sufre cada día, sabiendo que la muerte iba a llegar. Korczak sabía que lo peor, la muerte, estaba muy cerca, y que llegaría pronto. Pero pensaba la manera de llevar adelante esa situación con los niños, porque deseaba que fuera digna. Entonces, preparó con los chicos una obra de teatro El Correo, del poeta indio Tagore, que estaba prohibida por los nazis. Con esa herramienta Korczak pensó que los chicos podrían tener una visión diferente de la muerte, ya que trataba de la historia de un niño moribundo.

El 5 de agosto los soldados alemanes llegaron al Ghetto para recoger a 192 huérfanos (algunas fuentes mencionan que fueron 196) y a una docena de empleados del orfelinato para llevarlos al campo de exterminio en Treblinka. A Korczak le fue ofrecido  el santuario «Aryan side» de Varsovia pero lo rehusó repetidas veces pues decía que no podía abandonar a sus niños y que sólo aceptaría la oferta si se le permitía llevar consigo a sus niños. De este modo, el día señalado los niños vestidos con sus mejores ropas y cargando su juguete o libro favorito caminaban en procesión junto a Korczak,  rumbo a los campos de la muerte. Joshua Perle, un testigo del hecho describió el evento:
«… había ocurrido un milagro, doscientos niños que no lloraban, doscientas almas puras condenadas a la muerte y no derramaban una lágrima. Ninguno trató de huir, ninguno trató de escapar. Tragando su dolor se aferraban a su maestro y mentor, a su padre y hermano Janusz Korczak, quien los protegería. Janusz Korczak marchaba con la frente en alto, sosteniendo la mano de uno de sus niños, no llevaba sombrero, tenía una correa de cuero alrededor de su cintura y calzaba botas altas. Los doscientos niños meticulosamente vestidos seguían a las enfermeras hacia el altar (…). Por todos lados, los niños estaban rodeados de alemanes, ucranianos, y en ese momento también por la policía judía quienes les lanzaban golpes con las macanas o garrotes y les disparaban con armas de fuego. Las misma piedras de la calle lloraba en silencio al ver la procesión.»
Él sacrificó toda la fama y fortuna que podía conseguir, para  ponerse al servicio de quienes más lo necesitaban. Consagró su vida a sus ideales. Luchó contra la injusticia de la sociedad.

Vidas que marcaron la historia. ¡Sigamos su senda!

por Mª Mar Araus

[1] Janusz Korczak inició sus estudios de medicina en 1898. Sin descuidar sus estudios médicos se dedicó al periodismo, participando en la Sociedad de Higiene de Varsovia. Escribió  obras literarias, trabajó en un hospital y fue también maestro y educador. Entre otras cosas, fue médico y preceptor en colonias veraniegas para niños.

[2] Hay que tener en cuenta que las autoridades de los ejércitos del zar eran nobles, por lo que pertenecían a una clase social diferente de aquellos a quienes dirigía, y, en su mayoría, no sentían la menor compasión, ni se hermanaban con quienes peleaban en el frente por y para ellos.