La palabra y la vida (Reflexiones para un arte comprometido contemporáneo)

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De pie, sobre un puente, una figura notablemente distorsionada grita, se ha llevado las manos a la cabeza… Detrás, dos figuras parecen alejarse. El cielo y las aguas, de formas ondulantes, han sido coloreadas intensamente, con violencia…

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De pie, sobre un puente, una figura notablemente distorsionada grita, se ha llevado las manos a la cabeza… Detrás, dos figuras parecen alejarse. El cielo y las aguas, de formas ondulantes, han sido coloreadas intensamente, con violencia…

Es El grito (1893) de E. Munch, con él queremos, pues lo creemos necesario, ahondar juntos en la “relación arte-vida” que “está en el centro de los problemas del pensamiento moderno”, según señaló ya, entre otros, el poeta italiano Salvatore Quasimodo, y observar de qué maneras el arte se ha acercado a la realidad, al hombre.

Puede parecer un disparate traer para ello al más importante precedente del Expresionismo, un estilo “moderno”, y más, si recordamos que El grito se ha convertido en verdadero icono de la angustia existencial.

“Solo, temblando de angustia, sentí el grito vasto, infinito, de la naturaleza.”
E.Munch

Pero ¿quién es ese que grita?, ¿quién sigue aullando a pesar de la lluvia y de los días? No puedo ver casi su rostro, ni siquiera sé si es hombre o mujer. Y ¿por qué grita?

Me acerco más, escucho. ¿Es el grito de Tiresias, o el de Casandra enloquecida? ¿Es el eterno aullido de Sísifo, o es Prometeo revolviéndose encadenado?

Es el grito de Tiresias, sí, y también el de Casandra, pero además el de Sísifo, y el de Prometeo…, en ese grito cabe el grito de todos los hombres, cabe todo el dolor, todo el horror…

Creemos que el cuadro de Munch va más allá de expresar esa angustia del Existencialsmo, ese saberse el hombre simplemente un “ser que camina hacia la muerte”. Si fuera sólo existencial, esa figura quizá nos miraría, con ojos angustiados, alucinados y llenos de horror, sí, pero con las manos en los bolsillos, esperando su destino como quien espera la caída del sol, igual que Meursault, el héroe trágico de El extranjero de Albert Camus, referente obligado junto a La naúsea de Sartre de la literatura existencialista, espera:

“Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me queda esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio.”
El extranjero, de Camus.

Pero esta persona grita, y el grito ya es una rebelión, y además, ese grito, desde la subjetividad y el anonimato, se hace universal. Y un dato curioso es que, tras El grito, la pintura de Munch se acerca al Realismo social, por lo que es posible que tuviera esas preocupaciones entonces.

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Se suele decir que el Realismo es el “arte social” por excelencia. Con el tratamiento que el artista impone a la realidad intenta afirmar con fuerza su rechazo hacia esa realidad. El autor busca la objetividad, y como garantía de ella, busca la impersonalidad e insensibilidad.
“Pero ¿qué es realidad?”- pregunta E. Mounier, y continúa – “¿el mundo objetivo de la percepción inmediata? Hoy se ha demostrado que este mundo está, aún en sus profundidades, cargado de construcciones del espíritu y de la vida social.”

“Realismo” es un término imposible, manifiesta un deseo analógico abocado al fracaso, pues su ingente voluntad se reduce a una elección dentro de la realidad, que normalmente coincide con la captación de lo histórico, lo material y perceptible, lo que el autor rechaza.… Proyecto que nace ya limitado, y que además, en su elección obvia lo bello, lo espiritual, lo atemporal…, por tanto, su visión es fragmentaria. Pensemos en el arte soviético, arquetipo del Realismo, ¿dónde queda el hombre?, incapaz de emocionar, de conmover, ¿consigue su fin de creación de conciencia?, sin hablar de la caducidad hoy de sus obras, llenas de fábricas monstruosas y obreros musculosos, frente a la actualidad, a la vigencia de la simplicidad de El grito, en el que encuentro, por ejemplo, la desesperación del inmigrante perdido en mi ciudad, o la de la madre que se acuesta sin cenar, pensando que dará de comer mañana a sus cuatro o cinco hijos, a miles de kilómetros de mi casa, en Centroamérica.

Pues la obra de Munch es un grito sin tiempo, sin espacio, sin dueño… Se impone una mirada personal sobre la realidad, que llega a deformar los objetos de la naturaleza, pero que consigue ir más allá de lo que se nos aparece a los sentidos. Se hace universal.

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¿Por qué la música si encontramos el eco de las olas? ¿Por qué la danza si la luna se estremece y tiembla dulcemente en las aguas? ¿Por qué la poesía si ya existía el misterio de las estrellas? ¿Por qué el arte? ¿Por qué la voluntad de creación?

Camus hablaba del deseo de unidad del hombre. El arte como rechazo y aceptación de la realidad, y búsqueda de esa unidad perdida, con la naturaleza, consigo mismo, con el otro, con lo transcendente. En el mismo sentido, declara E. Mounier:

“Como la ciencia de las ondas, [el Arte] nos acerca a lo que nuestros sentidos y nuestros pensamientos no captan directamente, tiende a volvernos presente lo infernal y lo sobrehumano. (…) Toda cultura es transcendencia y superación.”

El hombre es sed, deseo, ansia, tierra seca, puñado de polvo, vieja espera de ser inundado, de ser barro, y fundirse con la tierra, con el aire, con el fuego…

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“ No he querido renegar de la luz en que he nacido, tampoco rechazar las servidumbres de estos tiempos.” Camus

Este escritor y pensador francés, no ya el existencial, sino el que evoluciona hacia un humanismo desgarrado, el de La peste, que como Dostoivski se siente responsable de todo el dolor humano, propone un Arte de la Unidad, un arte que es voluntad de vivir, sin rechazar nada de la vida: sufrimiento y dolor, sol y luz, porque renunciar a una parte del mundo, a una parte del hombre, es renunciar a ser.

Es un arte que no renuncia a la belleza, a la exigencia estética, a la búsqueda de un nuevo lenguaje y de técnicas nuevas; es más, cree firmemente que “Todos cuantos luchan hoy por la libertad combaten en último término por la belleza”.

Pero también advierte el autor de la peligrosidad de caer en la búsqueda sólo de la forma, pues el arte, irremediablemente, se convertiría en nihilista, algo que ha ocurrido con frecuencia en el siglo XX y que expresa el dominio de este pensamiento. El caer en este Nihilismo sería tan o más grave quizá que el “error” del Realismo, ya que el artista realista, aunque con sus “equivocaciones” y limitaciones, muchas veces intentó un diálogo con el hombre de su tiempo, comprometiéndose con la realidad. Curiosamente, este arte realista social no sólo no ha sido valorado, sino muy criticado, y con vilurencia, desde las esferas estéticas más “elevadas”, no siendo éstos conscientes de su propio desequilibrio, de su deshumnización.

En este Arte de la Unidad que propone Camus, lo singular y lo universal, lo individual y lo histórico, lo espiritual y lo temporal… se equilibran. Y, por lo tanto, la creación es una lucha constante, una agonía, es rechazo y aceptación del mundo, siempre en la búsqueda de la unidad:

“¿Qué más puedo desear que no excluir nada, aprender a trazar con hilo
blanco y negro una misma cuerda tensa casi hasta romperse?”

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Y estaba allí desde siempre el árbol. El árbol esperando beber del cielo. El árbol hundiendo sus pies en la tierra ajada. El árbol extendiendo sus ramas, abrazando otros cuerpos…
Como expresa Paul Claudel:

“…en lo secreto de mi corazón
esta función doble y recíproca
mediante la cual el hombre absorbe la vida y restituye,
en el acto supremo de la expiración,
una palabra inteligible.”

Cuando nombramos la luna, la despertamos de un dulce letargo, de un sueño que no sabemos cuánto duró… le insuflamos vida. “Escribir es afirmar la vida”, decía Camus, y la palabra es el aceite que alimenta la luz, faro en la noche eterna… En igual sentido se expresa Quasimodo:

“Sus imágenes fuertes, sus auténticas creaciones, golpean el corazón del hombre con mayor intensidad que la Filosofía y la Historia. La Poesía se convierte en ética por su ofrenda de belleza: su responsabilidad está en directa relación con su perfección.(…) Pero un poeta es tal cuando no renuncia a su presencia en un lugar determinado, en un tiempo exacto, políticamente definido. La Poesía es libertad y verdad de su tiempo y no una vaga modulación del sentimiento.”

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Hoy, en el hambre, en la violencia, en la explotación, en la incomunicación, en el paro… en las flores, en las estrellas, en las conchas, en las manzanas… en la muerte, también en la esperanza de la solidaridad que hoy realmente existe, debemos “saludar a la vida”, construirla, desde el arte, desde cualquier creación humana.

El mundo está al revés, démosle la vuelta. Hasta que aquel árbol se haga Dafne, que el laurel se vuelva hombre… como fue al principio.

“Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y con frecuencia, en la noche sagrada, le prometí que la amaría fielmente hasta la muerte, sin temor, con su pesada carga de fatalidad, y que no despreciaría ninguno de sus enigmas. Así me ligué a ella con un lazo mortal.”
Hölderlin. La muerte de Empédocles

Hoy, hay en el mundo más de 400 millones de niños esclavos. Pero también ha amanecido, y en este mundo ha sido realidad, ha existido, un niño como Iqbal Mashib. ¿A qué consagraremos nuestras manos?

Nayra Pérez Hernández

Bibliografía:
– El hombre rebelde, Albert Camus.
– El verano, Albert Camus.
– El personalismo, Emmanuel Mounier.
-Discurso sobre la poesía, Salvatore Quasimodo.