La única voluntad política real es la que sigue levantando muros y vallas

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En esta jornada donde la Iglesia católica celebra la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, recordamos que hoy en día más de 70 millones de personas han sido obligadas a abandonar sus hogares en todo el mundo. Es la cifra más alta de la historia moderna.

“PARA QUE EL INFIERNO SEA NOTICIA TIENE QUE ARDER”[0]

En este momento, tenemos en la mirada imágenes del INFIERNO que viven muchos de estos migrantes y refugiados, y en el corazón un sentimiento de auténtica VERGÜENZA por la falta de una voluntad política que ponga la situación de los más débiles y necesitados en primer lugar.

MORIA en llamas 

De INFIERNO puede calificarse la situación que se está viviendo en el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos. Este campo ya había sido denominado como “la vergüenza de Europa”.  La imagen de las llamas que han destruido el mayor campo de refugiados de la Unión Europea, ha hecho brilla con una luz infernal toda la situación previa y posterior que sufren las más de 13.000 personas que vivían allí en condiciones insalubres. Lo que se ha quemado no eran sus hogares, eran sus celdas. Sus voces, quebradas, no hacían más que repetir que “para que el infierno sea noticia tiene que arder” …

Su situación se debe a una decisión política de la Unión Europea. Que nadie se engañe, esto no ha sido un desastre natural.

En 2016, la Unión Europea firmó un acuerdo con Turquía y cerró sus fronteras a los solicitantes de asilo provocando que alrededor de 65.000 personas quedasen atrapadas en territorio griego. Se pactó que los refugiados que llegasen a las islas permanecerían en ellas hasta que se aprobase su solicitud de asilo o fueran devueltos a Turquía. La Europa, que se jacta de solidaria, quiso enviar un mensaje rotundo: todo aquel migrante que lograra llegar a las islas griegas no conseguiría ir más allá.

La situación, no por invisibilizada en los medios, dejó de ser insostenible. En un campo –o, mejor dicho, en un centro de detención- con capacidad para 3.000 personas residían 13.000. Y antes de la pandemia, más de 26.000. Un 40% de estos refugiados son niños, de los cuales más de 400 son menores sin sus familias. El 80% de las personas de este campo procede de Afganistán, muchos otros de Siria. Otros tanto de diversas regiones de África. La inmensa mayoría es demandante de asilo.  ¿Están ahí por su voluntad? No, están ahí porque la guerra les ha expulsado de sus países. Familias al completo arrastran sus hogares en un palé de madera, tratando de esquivar una violencia y una muerte no ha dejado de estar pegada a sus talones. La violencia no es puntual, es estructural.

Hay muchos ‘otros Moria’ fuera de las fronteras de la UE. 

No nos olvidamos de otros muchos campos de iniquidad, otros infiernos.

En Dadaab (Este de Kenia) malviven más de 200.000 personas. Es uno de los “territorios” de refugiados más grandes y más longevos del mundo. Muchos de sus pobladores han vivido en este campamento tanto tiempo que no conocen ningún otro lugar al que llamar hogar.

En Cox’s Bazar (Bangladesh) malviven unos 738.000 miembros del grupo étnico de los rohinyás, principalmente musulmanes, expulsados de Birmania por una ola de violencia que la ONU calificó de posible genocidio.

El campo de Zaatari (Jordania) fue levantado en 2012 cerca de la frontera con Siria y se considera el más grande de Oriente Medio. Actualmente alberga a unos 80.000 sirios expulsados de su país por la guerra, aunque han llegado a residir en él hasta 150.000.

El círculo de abuso de Libia

La Unión Europea, en coordinación con las autoridades libias, es cómplice de que miles de migrantes y solicitantes de asilo sigan atrapados en Libia, expuestos cada día a abusos, torturas, esclavitud laboral y xenofobia. Las opciones para escapar, cruzando el mar, con vida, son mínimas.

La pandemia no hace más que avivar las llagas del hambre entre los migrantes forzosos

Tres de cada cuatro refugiados y desplazados forzados a dejar sus hogares debido a la violencia en el mundo han perdido el empleo en la pandemia, según un estudio del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC) publicado este 21 de septiembre. Los resultados también revelan que un 70% de los sondeados se vieron obligados a reducir las comidas diarias durante la pandemia, y que un 73% tienen dificultades para escolarizar a sus hijos.

A la huida y a la pérdida de todo, le sucede el rechazo. 

Según una encuesta de Gallup nos encontramos con que crece la intolerancia hacia los inmigrantes en todo el mundo.

Perú, Ecuador y Colombia lideran la lista de Estados que más rechaza a los extranjeros por la llegada masiva de venezolanos expulsados por la violencia en su país en los últimos años.

La llegada de refugiados hacia Europa por Turquía y por las diferentes rutas del Mediterráneo ha hecho que la actitud de los europeos hacia los inmigrantes también haya empeorado. Macedonia del Norte, Hungría, Serbia y Croacia se mantienen en los primeros puestos de rechazo hacia los migrantes. Y esto, en un momento donde las entradas de migrantes se han hundido un 92%  respecto a las de 2015 que alcanzaron un récord de 1,8 millones frente a las 139.000 del año pasado, según las cifras de Frontex[1].

Esto no es por casualidad, es también fruto de decisiones políticas: Entre 2002 y 2017 se firmaron contratos con 350 empresas por un valor total de 610 millones de euros para la vigilancia de las fronteras. Muchas de ellas (Indra, Telefónica Española, Dragados o Siemens…) vinculadas al desarrollo tecnológico, a la contratación de vuelos de deportación y a la gestión de los CIE. Este verano, según publicó ‘El País’, el Ministerio del Interior anunció la donación de 1,5 millones de euros en material policial a siete países, entre ellos Mauritania, para «frenar la inmigración irregular». Algunos de los recursos son equipos informáticos, cámaras, teléfonos o todoterrenos… Europa se lava las manos y continúa su proceso de externalización de la gestión migratoria con los países de origen y tránsito.

NUEVO PACTO MIGRATORIO en la UNIÓN EUROPEA

Con las imágenes de estos infiernos en nuestras retinas, recordamos que justo en estos momentos la Unión Europea quiere alcanzar un nuevo pacto migratorio antes de que acabe este año, el ‘Pacto Europeo de Migración y Asilo’.

Visto el rechazo frontal al reparto de cuotas de refugiados tras la crisis de 2015[2], se está proponiendo una “solidaridad obligatoria”. Pero no se trata de una solidaridad con estos refugiados, sino de una solidaridad con los países de la Frontera Sur europea que reciben a los solicitantes de asilo.

Detrás de este nuevo pacto, lo que Bruselas quiere son más repatriaciones, y más rápidas, de migrantes a los que no se les otorgue el estatus de refugiados. Así lo ha expuesto la comisaria de Interior, Ylva Johansson, explicando que la propuesta es poner el foco en los acuerdos con terceros países y en la política de retorno/devolución. Con ello se pretende aumentar y acelerar la expulsión de inmigrantes irregulares junto con el control de las fronteras exteriores, “porque- según sus propias palabras- los que no son elegibles para quedarse, deben ser devueltos” ha manifestado la Comisaria de Interior.

Para ello se militarizará la frontera. La Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) debe convertirse en una auténtica policía de fronteras y de devoluciones, desplegando una red para examinar a todo aquel que entre a la UE sin autorización. Frontex, con más medios y poderes, y procedimientos más efectivos y rápidos, determinará quién puede quedarse en el continente europeo y quién debe ser expulsado. Bajo la nueva normativa, todas las personas que lleguen sin autorización, ya sean rescatadas en alta mar, pidan protección internacional o sean detenidos dentro del territorio tras eludir los controles en las fronteras exteriores, serán objeto de un examen acelerado sanitario y de seguridad. Este examen incluye la toma de huellas y el registro en la base de Eurodac,  para determinar su identidad en un plazo máximo de cinco días  y para determinar si constituyen una amenaza para la seguridad o salud pública.

Se crea también el concepto de “patrocinio de devolución” o “retornos patrocinados”. También lo denominan “solidaridad flexible” o “solidaridad a la carta” (pervirtiendo una vez más la palabra “solidaridad”). Ese engendro de “solidaridad flexible” consiste en que los países que no quieran acoger migrantes y refugiados en su territorio pueden dedicarse a ayudar a expulsarlos, o con logística o con apoyo financiero en los puntos de llegada. Esto incluye organizar vuelos de retorno y hasta llevar a cabo los contactos diplomáticos necesarios para facilitar las devoluciones de estos migrantes. Porque todo el procedimiento corre a cargo de los Estados y no precisa la intervención de la Comisión.

¿ACASO NO TENEMOS UNA DEUDA CON LOS INMIGRANTES Y REFUGIADOS?

Hablar de solidaridad hacia los migrantes es irrisorio. Europa sigue dando pasos acelerados para convertirse en una fortaleza militarizada.

Si este pacto migratorio sale adelante, no evitará los dramas que la migración supone para decenas de miles de personas, ni la existencia de los vergonzantes campos de refugiados. Se sigue concibiendo la migración como una auténtica amenaza y se sigue concibiendo a los migrantes como “materia de negociación”.

Nuestra deuda con los refugiados y con los migrantes empobrecidos -expulsados por el hambre y la violencia también- sigue pendiente, a la espera de una muestra de justicia de los países de la Unión Europea.

Nuestra deuda con los refugiados y con los migrantes empobrecidos -expulsados por el hambre y la violencia también- sigue pendiente, a la espera de una muestra de justicia de los países de la Unión Europea.

No entendemos cómo no se dialoga a fondo el establecimiento de un pacto que trate a fondo propuestas para atacar la raíz del problema. Lo primero que habría que hablar es cómo vamos a dejar de robar a los países de origen. Lo justo en este momento es acometer una RESTITUCIÓN urgente hacia los países empobrecidos. No se puede hablar de cooperación si unos siguen robando y otros son robados. Abogamos por la cooperación. Pero eso exige relaciones recíprocas justas.

Una forma de restitución podría ser modificar la ley de asilo. Se debería plantear seriamente dar la categoría de refugiado -para que pueda estudiarse su situación- a todos a los que lleguen a Europa expulsados por razón del hambre y el paro estructural originado en su país de origen con la clara complicidad de la propia Unión Europea.  Son los mal llamados “inmigrantes económicos” que también tienen en riesgo su propia vida y la de su familia al ser víctimas de un sistema económico mundial que los descarta de poderse ganar el pan en su tierra y que los empuja a soportar una violencia estructural.

Es necesario también que hoy Europa, enraizada en sus valores fundacionales, esté a la altura de las circunstancias y trabaje unida, con respuestas comunes y de verdadera solidaridad, por un modelo de integración y arraigo en nuestras sociedades diversas y, sobre todo, respetando el derecho fundamental y universal de las personas que solicitan asilo.

Una vez más, exigimos una defensa honrada de los verdaderos derechos humanos, siendo el primero de ellos, el derecho a la vida, también de los que son expulsados de sus países por el hambre, la violencia y el paro estructural.

Si Europa quiere ser algo más que una región envejecida, que se regocija en un quehacer de «fronteras seguras», debe mirar a los hermanos del sur empobrecido, y restituir lo robado, política y económicamente hablando.

Europa será solidaria o no será…

Por Solidaridadnet

[0] https://www.lamarea.com/2020/09/10/moria-para-que-el-infierno-sea-noticia-tiene-que-arder/
[1] 142.000 en 2019, según la Comisión Europea. Según la Comisión, los flujos migratorios ya se habían reducido antes de la pandemia en un 92%, en especial por el Mediterráneo central y el occidental. En cambio, siguió creciendo por la parte oriental y de los Balcanes.

[2]El mecanismo de cuotas obligatorio se fijó con el objetivo de redistribuir a miles de refugiados entre los distintos Estados miembros y aliviar así a los países en primera línea en el Mediterráneo. Un parche que no solo no funcionó: de los 160.000 refugiados que se comprometieron a reubicar solo llegaron a 29.000.