Los contemplativos en la Iglesia: El «cantus firmus» polifónico

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Como ejemplo de vida contemplativa señalamos en primer lugar al beato Carlos de Foucauld, que concreta sus claves de espiritualidad, como un modo de estar en el mundo, evangelizándolo a través de una presencia escondida y sencilla. Esto implica la imitación de Jesús como Modelo Único.

Este foco cristológico, que se realiza en el diario de Nazaret, desarrolla la imitación a través de una relación interpersonal, afectiva e intensa con el Señor. Fraternidad y adoración. Factores de esa intensa relación que van desarrollando el cantus firmus de la imitación a través de la polifonía de las cuatro voces que remiten siempre al mismo Señor y su tarea:

Jesús presente en el Evangelio. Jesús presente en la Eucaristía. Jesús Salvador de todos los hombres y Jesús presente en el hermano. Esa armonía polifónica canta la gloria de Dios en su vida.

LOS CONTEMPLATIVOS

En la Iglesia, como cantus firmus, los hermanos y las hermanas exclusivamente contemplativos son «signo de la unión exclusiva de la Iglesia, Esposa, con su Señor, profundamente amado», pero esta carta no está dedicada exclusivamente a ellos Invitamos a profundizar juntos la dimensión contemplativa en el corazón del mundo, fundamento de toda vida consagrada y verdadera fuente de fecundidad eclesial.

La contemplación pide a la persona consagrada proceder con nuevas modalidades del espíritu:

Un nuevo modo de entrar en relación con Dios, consigo mismos, con los otros y con la creación, que de Él lleva significación.  La  persona  contemplativa  atraviesa  todas  las barreras hasta llegar a la fuente, a Dios; abre los ojos del corazón para poder mirar, considerar y contemplar la presencia de Dios en las personas, en la historia y en los acontecimientos.

Un encuentro personal con el Dios de la historia, que en la persona de su Hijo vino a habitar en medio de nosotros (cf Jn 1,14), y se hace presente en la historia de cada persona, en los acontecimientos cotidianos y en la obra admirable de la creación. La persona contemplativa no ve la vida como un obstáculo, sino como un espejo que refleja místicamente el Espejo.

-Una experiencia de fe que supera la proclamación oral del credo, dejando que las verdades contenidas en él se conviertan en práctica de vida. La persona contemplativa es ante todo una persona creyente, de fe, de una fe encarnada y no de una fe de laboratorio.

Una relación de amistad , un tratar de amistad, como afirma la primera mujer doctora de la Iglesia, santa Teresa de Jesús; don de un Dios que desea comunicarse en profundidad con el hombre, como verdadero amigo (cf Jn 15,15) Contemplar es gozar de la amistad del Señor en la intimidad de un Amigo.

Una inmersión en la búsqueda apasionada de un Dios que habita en nosotros y se pone en continua búsqueda en el camino de los hombres.

La persona contemplativa comprende que el yo personal registra la distancia entre Dios y ella misma, y por eso no cesa de ser mendicante del Amado, buscándolo en el lugar justo, en lo profundo de sí misma, santuario donde Dios habita.

Una apertura a la revelación y a la comunión con el Dios vivo por Cristo en el Espíritu Santo.

La persona contemplativa se deja colmar por la revelación y transformar por la comunión, se convierte en el icono luminoso de la Trinidad y deja transparentar en la fragilidad humana «el atractivo y la nostalgia de la belleza divina».

Esto se desarrolla en el silencio de la vida, donde callan las palabras dejando que hable la mirada, llena del estupor del niño; que hablen las manos abiertas que comparten en el gesto de la madre que no espera nada a cambio; que hablen los pies del mensajero (Is 52,7), capaces de atravesar fronteras para anunciar el Evangelio.


La contemplación no justifica, pues, una vida mediocre, repetitiva, tediosa «Solo Dios basta» para aquellos que siguen a Jesús: es la dimensión intrínseca e indispensable de esta elección.


La contemplación no justifica, pues, una vida mediocre, repetitiva, tediosa «Solo Dios basta» para aquellos que siguen a Jesús: es la dimensión intrínseca e indispensable de esta elección. Con «el corazón vuelto hacia el Señor» han caminado los contemplativos y los místicos de la historia del cristianismo Para las personas consagradas el seguimiento de Cristo es siempre un seguimiento contemplativo, y la contemplación es plenitud de un seguimiento que transfigura.

La oración de entrega de Carlos de Foucauld 

“Padre mío,
Me entrego a ti, haz de mí como mejor dispongas,
Hagas lo que hagas conmigo, te estoy agradecido por ello. 
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. 
Siempre que tu voluntad se haga en mí, en todas tus criaturas, no deseo nada diferente, mi Dios. 
Pongo mi alma entre tus manos. 
Te la entrego mi Dios, con todo el amor de mi corazón, 
porque te amo y me es una necesidad de amor, entregarme a ti, 
ponerme entre tus manos, sin medidas, con una confianza infinita, porque tú eres mi Padre.”  

Fuentes del artículo:

Contemplad. Carta a los consagrados y consagradas tras las huellas de la Belleza.

Obras espirituales de Carlos de Foucauld