Los esclavos madrileños del siglo XXI

2679

Unos llegan a cobrar 15 euros al día por trabajar como mulos. Otros no tienen tanta suerte: ni cobran, les engañan. Se lanzan sobre las furgonetas, pelean entre ellos. Es el mercado ‘esclavista’ de Plaza Elíptica

Quince euros al día. Ése puede llegar a ser su mísero sueldo. Por desescombrar un terreno. O por cargar durante un día entero cachivaches.

O por trabajar como negros (con perdón, algunos son auténticos subsaharianos). A dos euros la hora.

Eso si tienen suerte y cobran. Porque muchos contratistas, que aparecen en coches o furgonetas sorpresivamente, «intentan engañarte, te pagan con cheques sin fondos, te hacen la pirula», dicen.

¿Recuerdan Espartaco, la de Kirk Douglas y Kubrick? Pues a ellos, muchas veces, también les eligen por los brazos, por el músculo. Sólo les falta mirarles los dientes como a los caballos.

Se ven obligados a lanzarse sobre cualquier coche que aparezca por Plaza Elíptica –al de este mismo redactor, al aparcar, se le acerca un magrebí al que hay que explicarle que no, que no necesitamos manos–.

«A veces incluso hay peleas», dice un marroquí que no quiere identificarse. «La gente se pone nerviosa y se arma la gorda». Mientras hablamos, llega un coche y una treintena de presentes se lanza sobre él, como si de maná se tratara.

«Y lo peor no es todo esto», dice Vicente, el encargado de la cafetería Yakarta, «sino que ya casi no viene nadie a contratarles, apenas aparecen dos o tres coches en todo el día, la crisis les ha llegado incluso aquí».

La nueva esclavitud madrileña se concentra en Plaza Elíptica, en torno al Yakarta, en un pico en la Vía Lusitana, muy cerca de la A-42. El esquinazo, de unos 100 metros cuadrados, se llena cada día, a partir de las 7.00 horas, de unas 50 o 60 personas. En un 95%, inmigrantes marroquíes, subsaharianos, peruanos, ecuatorianos… Y algún español.

Vicente: «Hace cinco años, los de Agromán y otras empresas grandes citaban aquí a sus trabajadores, y siempre venían algunos más, por si quedaba algún hueco libre. Con el tiempo, esas empresas están hundidas, pero estos siguen viniendo a ver si pillan… nada».

Testimonios recogidos allí una mañana cualquiera.

Edmundo, 44 años, ecuatoriano.

«Un empleador me entregó el otro día un cheque sin fondos. A ése lo tengo en busca y captura (ríe; es un tipo bajito, de sonrisa bonachona, va bien vestido y permanece tranquilo, al contrario que la mayor parte de buscaempleos de Plaza Elíptica hoy). Muchos no pagan y vuelven a buscar trabajadores al mes siguiente. Pero todos les conocemos (…). Aquí suele haber mucha pelea por trabajar, el otro día peleaban dos rumanos y vino la Policía. Pero yo soy oficial, yo no mendigo trabajos. Llevo viniendo dos años. Al principio éramos 10 o 20 personas. De lo que ves aquí, en realidad, trabajan cada día cuatro o cinco, no más (…). Yo aguanto esto por mi mujer solamente. Ella trabaja en una casa en Aravaca, gente de mucho dinero, catedráticos. Para las mujeres sí hay trabajo, para nosotros no (…). Yo me voy ahora a trabajar a El Pardo, que tengo una obra allí, pero estoy aquí por si puedo pillar algo para después (…). ¿Papeles? No, no tengo. Tengo una carta de expulsión, que te dura por seis meses. Si no consigues trabajo, te pueden meter al CIE preso, pero lo más probable es que te den otra y tiras otros seis meses (…). Por cierto, el que me dejó de pagar era ecuatoriano. Por lo general, los españoles no te engañan, es mi experiencia».

Mohamed, 41 años, marroquí.

«Los indignados no sólo están en Sol: yo llevo viniendo aquí dos meses y no he conseguido trabajar ni un solo día. Pagan muy poco, lo mínimo: a veces, hasta 15 o 20 euros. Y es verdad que muchos te intentan engañar, pero otros no (Mohamed es alto y delgado, habla con desconfianza, mira a los lados). A mí, uno me llegó a mandar el dinero a mi país para pagarme, y era rumano, con toda la mala fama que tienen (…). Aquí sólo vienen empresarios que quieren abusar de la gente. Yo llevo 23 años en España, y como oficial he llegado a cobrar 100 euros al día. Aquí ni siquiera puedes preguntar cuánto te quieren pagar: tienes que cogerlo corriendo, porque si no lo coge otro. Tengo 12 años cotizados, pero ni con ésas».

Camerunés de 35 años.

«Yo he cobrado entre 30 y 40 euros al día aquí por bajar escombros. Llevo un año viniendo, y a veces trabajo tres días por semana. Tengo que decir que engañado, no me han engañado (los de al lado ríen: es alto y fuerte; difícil tomarle el pelo).

Llevo en España siete años. El peor sitio fue en un edificio del centro, bajando escombros de un quinto piso. A veces aparece gente que quiere llevarnos a trabajar a otras ciudades: a mí me llevaron una vez a Valencia. La semana pasada llegó uno que te llevaba a Bilbao».

Daniel, 50 años, peruano.

«Fíjate que estoy pensando en la posibilidad de volverme a Perú… Pero dejando aquí a mi mujer y mis hijos… ¿Doble exilio? Sí, eso mismo. Ella tiene la nacionalidad aquí, pero yo no. Mi padre tiene un taller en Perú y cuando nos vinimos, hace siete años, no había trabajo, pero ahora la cosa está muy bien, mejor que aquí. Si gano algo allá, al menos me llegará para vivir y enviarles algo… Pero mi mujer está cansada de verme en paro, yo pienso en ella, ¡y ella está pensando en quitarme del mapa [ríe con ganas, y también ríen sus compatriotas, en torno a él; Daniel es un tipo muy afable y hablador, casi cariñoso; muy bien vestido, no encaja en este panorama]. Un amigo dice que somos demasiados ya en este mundo; hace falta una guerrita. Así, los autónomos no pueden mantenerse. Es verdad que a veces los chicos se tiran encima de los coches, pero también es cierto que a veces hay solidaridad: alguien viene pidiendo un ebanista y se corre la voz, y avisan al tipo que está tomando un café. Al final, somos todos currantes y hemos estado siempre en crisis»•