Los pequeños esclavos del oro blanco

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Cada otoño, en Uzbekistán, los niños tienen que trabajar en los campos de algodón. De este trabajo forzado se aprovechan ciertas empresas europeas sin que parezca molestar a las autoridades de sus países.

En Uzbekistán, las vacaciones de verano comienzan cuando las temperaturas empiezan a bajar, hacia mediados del mes de septiembre. Entonces, los niños tienen dos meses de vacaciones, pero pocos los disfrutan para ver a sus padres. En lugar de ello, deben servir a su país y trabajar en los campos.

Durante la temporada de cosecha, el presidente Islam Karimov moviliza al pueblo y esta república de Asia central se entrega a un ritual oscuro, digno de los comandos de trabajadores soviéticos. Envían a cerca de dos millones de escolares a los campos para cosechar «el oro blanco», como ya se denominaba al algodón en la época de Stalin.

Las empresas europeas se benefician del trabajo infantil

El algodón es una de las principales fuentes de ingresos de las élites del país, después del gas y del oro. Su precio no ha sido nunca tan elevado como actualmente. Pero los niños uzbekos no se benefician de ello. El año pasado, Nasira tenía 11 años cuando trabajó en la cosecha. Todos los días, durante un mes, salía con su clase a las 7 de la mañana para ir a los campos y recoger el algodón hasta que empezaba a caer la tarde.

Los niños debían recoger diez kilos de algodón por día. «Me costaba incluso recoger 3 kilos», confiesa. Su sueldo: 60 sums por kilo, es decir, a penas 3 céntimos de euro. Para los escolares mayores es aún peor: los profesores simplemente se quedaban con sus sueldos y los que no podían seguir el ritmo sufrían castigos físicos. En octubre de 2008, una joven de 17 años llegó a ahorcarse al borde de un campo. Ya no soportaba la presión de su profesor, según se leía en las nueve líneas que resumían su muerte.

Recogida de algodón en la región de Khorezm, al noroeste de Uzbekistán.

Lo que ocurre en el país es ni más ni menos que «esclavitud infantil», explica Joanna Ewart-James, miembro de la ONG Anti Slavery International. Recientemente asistió a una serie de conferencias internacionales sobre el algodón en Texas y en Liverpool, en las que también estaban presentes grandes representantes del sector, como el grupo suizo Reinhart o la sociedad Otto Stadtlander de Bremen. Pero nadie se tomó en serio sus planteamientos sobre el trabajo forzado de los niños.

Sin embargo, la indiferencia del sector podría cambiar: se han presentado denuncias contra siete negociantes de algodón europeos ante la OCDE. Se acusa a estas empresas de aprovecharse del trabajo forzado de los niños uzbekos, infringiendo así los principios de la OCDE sobre las multinacionales.

En Alemania, el Centro Europeo para los Derechos Humanos y Constitucionales (ECCHR) ha presentado una denuncia contra Stadtlander, una de las principales empresas europeas del sector cuya cifra de negocios supera los cien millones de euros.

La empresa cuenta con una oficina en Taskent [la capital uzbeka] desde hace varios años y mantiene buenas relaciones con el régimen de Karimov. Presuntamente, Stadtlander sería cómplice de las infracciones de los derechos del hombre, informa Miriam Saage-Mass, coordinadora de ECCHR.

El asunto es delicado. La OCDE está repleta de «consignas» que son como leyes de carácter no coercitivo. Las denuncias también tienen como fin sacar a la luz este absurdo vacío jurídico: las empresas que se aprovechan de las violaciones de los derechos del hombre prácticamente no tiene responsabilidad jurídica que asumir. Por lo tanto, convendría complementar estas consigas con sanciones, como por ejemplo, la suspensión de ayudas económicas. No obstante, parece que la mayoría de países miembros de la OCDE no tienen interés sobre la cuestión, explica Saage-Maass: «Por lo general son demasiado apáticos».

Berlín colabora con el régimen de Karimov

Las buenas relaciones de Stadtlander con el régimen de Karimov son similares a las del gobierno alemán. Berlín ha firmado una «nueva colaboración» con el presidente Karimov y los soldados alemanes salen de una base militar de Uzbekistán antes de llegar a Afganistán.

El antiguo dirigente comunista Karimov se ha convertido al capitalismo sin renunciar por ello al estilo estalinista. Sigue siendo reelegido con resultados espectaculares e incluso sus rivales dicen que le apoyan. Aquí, a los oponentes del régimen se les escalda vivos. Otras veces se les mata a disparos. En 2005, más de 700 civiles fueron asesinados tras una manifestación en Andijan.

En Europa, un buen número de países reclaman sanciones contra Uzbekistán, pero Alemania no lo ha hecho. En lugar de ello, los ministros alemanes se han dirigido hasta el país con una delegación de grandes empresas. El gobierno prefiere no hablar de lo que ha podido aportar a los niños uzbekos su colaboración. Una portavoz se conforma con hablar de un «sistema de supervisión» y de «diálogo habitual».

El comercio del algodón también beneficia a los bancos alemanes, como el Commerzbank, en parte nacionalizado, que cuenta con una oficina en Tachkent.

Accidentes de trabajo y condiciones laborales deplorables

No obstante, resulta difícil seguir el recorrido del algodón, pues los negociantes lo mezclan con otros productos. Pero con los ingresos obtenidos del comercio de las materias primas no cambia nada la situación de la población uzbeka. La economía sigue funcionando siguiendo modelos pasados.

La producción de algodón es especialmente nefasta para el medio ambiente. Alrededor del mar de Aral, la tasa de paro llega al 70%. Umida Nijasova, militante uzbeka de los derechos del hombre que ha conocido las prisiones del régimen y documenta la situación desde Berlín, informa de accidentes laborales y de condiciones sanitarias deplorables.

La empresa Stadtlander presenta una imagen del país totalmente distinta. Suele patrocinar la fiesta de la primavera uzbeka, organizada en la bolsa del algodón de Bremen. Se sirve plov, el plato tradicional uzbeko, mientras las bailarinas uzbekas actúan con trajes brillantes. En las paredes, una serie de carteles enormes nos muestran las ciudades del futuro según el presidente Karimov. Podríamos creer perfectamente que estamos en un programa de la televisión uzbeka.