Los pobres pagan la transición energética impuesta por el capitalismo verde

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Editorial de la revista Autogestión

La economía verde neocapitalista está cumpliendo la máxima que dice “la banca nunca pierde”, o corroborando otro principio materialista que reza “el fin justifica los medios”. Las corrientes ideológicas impuestas y anexas a este capitalismo no tienen otro objetivo que el de sacar provecho económico de un proceso donde los más débiles y empobrecidos siguen siendo los grandes perdedores.

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Podemos señalar algunos hechos que validan estos juicios. En primer lugar, se han establecido impuestos crecientes sobre las emisiones de CO2, convirtiendo los derechos de emisión en un mercado especulativo al alza que acaba perjudicando al consumidor final (Europa), y demonizando a los países empobrecidos que necesitan crecer económicamente, igual que Europa lo hizo en la primera y segunda mitad del siglo XX.

En segundo lugar, se planificó una transición a la energía verde con unas desorbitadas primas a las renovables cuando todavía eran poco eficientes. Es claro el ejemplo de España, desde el 2004. Estas primas generaron un gran déficit de tarifa que se cargó sobre la factura. Además se generó una burbuja que explotó con la crisis financiera de 2008- 2015, pero que seguimos pagando en la factura de la luz. Además, en España (y en otros países) sigue habiendo un oligopolio de facto tanto en la producción como en la distribución eléctrica. En España son en la práctica cinco compañías las que controlan el mercado eléctrico. Por si fuera poco, se culminó este dislate con el precipitado impuesto al diésel y el destierro del carbón, haciéndonos depender mucho más del gas en el mix energético, cuando no hay viento, ni agua en los pantanos. No es extraño que nos vuelvan a plantear volver al carbón.

El contexto mundial dibuja, a su vez, una situación de cuellos de botella energéticos: se alcanzó el pico de capacidad producción en 2005; se recortaron las inversiones en prospección; aumentó la demanda en Asia; se disparó un proceso de especulación con las reservas, producción y suministro y, para más inri, surgen complicaciones en el transporte. La influencia de estos factores ha añadido una presión inusitada sobre los hombros de todos los hogares más humildes. Pero esta presión se ha notado sobre todo en los países más empobrecidos. El impacto de la descarbonización, implementada con estas decisiones, se extendió a todos los eslabones de la economía, inflando los precios finales en la cesta de la compra.

Un informe señala que, en Europa, las familias de bajos ingresos gastan de media un 9,5 % de su renta en energía, frente al 7 % de la clase media o el 5 % de las rentas más altas.
Las instancias macroeconómicas y macropolíticas dónde se toman estas decisiones carecen de toda consideración moral que les impida cumplir con su agenda. No tienen en cuenta que las transiciones deben de respetar la vida, que la actividad económica debiera sostenerse con un trabajo y un salario digno que permitiera a las familias acceder a su cesta de la compra.

Y la guerra en Ucrania ha venido a multiplicar y a acelerar estos procesos. No entramos en las consideraciones geopolíticas de la misma guerra, pero lo que parece claro es que tanto EEUU como China están siendo los grandes beneficiados de este río revuelto. Los primeros como los principales exportadores mundiales de gas licuado, y los segundos, porque podrán negociar precios más bajos con Rusia.

La transición energética obligará también a un incremento de los acumuladores eléctricos. Los próximos 30 años, se estima hasta 2050, en Europa y en el resto del mundo enriquecido, se necesitará incrementar el parque de baterías para almacenar la energía verde. En esta carrera se necesitarán litio, cobalto, manganeso, aluminio, coltán, tierras raras…minerales críticos y estratégicos para esta transición. Muchos de estos elementos están en los países empobrecidos, otros en China, y otros en los fondos marinos. Ninguna publicidad “verde” de productos que llevan baterías ha expuesto los daños ecológicos que supone la extracción de estos minerales. Habrá otras consecuencias, de momento inimaginables.

Todos queremos para la humanidad una energía generada por fuentes no contaminantes, todos deseamos unas ciudades con vehículos sin emisión de CO2, además de unas viviendas adecuadas para todos, … Pero para todo esto, se requieren decisiones políticas donde los “sin poder” y los “sin voz” no tengan que pagar el peaje que los más enriquecidos imponen. Un peaje que no es sólo de dinero, sino de vidas humanas. Eliminar y descartar a los más débiles sigue pareciendo su solución más eficiente. Para eso están los otros Objetivos de Desarrollo Sostenible.

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