Nigeria: envenenando la religión

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Aunque la intolerancia religiosa está en el origen de atroces matanzas en África, otras, sin embargo, tienen su causa en la salvaje depredación de fuertes contra débiles que tiene lugar en el marco de estados dominados por élites corruptas al servicio del neocapitalismo multinacional e indiferentes al sufrimiento de sus ciudadanos. Las fronteras entre uno y otro tipo de violencia, sin embargo, son porosas, pues la codicia y la violencia del poderoso –pero también la miseria, el miedo y la desesperación de sus víctimas–, corrompen la religión, que, una vez envenenada, se convierte en bandera de guerra e inicia una espiral que lleva al genocidio. Paradójicamente, solo la religión, a condición de ser verdadera, puede ofrecer una salida.

por Miguel Ángel Ruiz

‹‹Los milicianos fulani atacaron la cabeza [de Philippe, 8 años, en la imagen] con un machete. Levantó la mano para bloquear el ataque y le cortaron la mano. Mis dos hijas empezaron a gritar y también las atacaron con machetes›› (testimonio de Yakubu, marzo de 2022, en Miango, estado de Plateau, Cinturón Central de Nigeria)
Las masacres de cristianos en Nigeria

La censura informativa de hecho que practican habitualmente nuestros medios de comunicación hace que pocas veces nos lleguen noticias de la realidad trágica de los cristianos en África y, en general, de los empobrecidos. Una de tales ocasiones tuvo lugar el 22 de marzo de 2022, cuando unos asesinos atacaron a los fieles al terminar la misa de Pentecostés en la Iglesia de San Francisco Javier en la localidad de Owo, diócesis de Ondo, al sur de Nigeria, causando, literalmente, un baño de sangre: más de 40 muertos (cifra reducida por las autoridades a solo 20) y varias decenas de heridos graves. Se conoce ya como la masacre de Owo o de Pentecostés. Owo es una localidad mayoritariamente cristiana (aunque con solo un 5% de católicos) donde el terrorismo islamista tiene poco arraigo.

Para los medios, eran sospechosos tanto los terroristas del autodenominado Estado Islámico de la Provincia de África Occidental –ISWAP, por sus siglas en inglés–, grupo escindido en 2016 de Boko Haram, como el propio Boko Haram –nombre que significa algo así como ‹‹La cultura occidental es pecado››–, grupo yihadista creado en 2009, pero también conocido, desde la escisión, por su nombre originario: Grupo de Gente de la Sunna para la Predicación y la Jihad –JAS, por sus siglas en árabe–. Según el gobierno, la matanza fue reivindicada por el primer grupo citado, si bien el obispo de la diócesis de Ondo –Mons. Jude Arogundade– se mostró escéptico sobre las declaraciones del gobierno, pues hay fuentes que apuntan a milicias fulani.

Los medios occidentales, dando el caso por cerrado una vez ‹‹identificados›› los autores, han vuelto a la indiferencia tras su apariencia de interés. Las matanzas en Nigeria alcanzan dimensiones cuantitativas y cualitativas aterradoras, a las que las noticias no hacen nunca justicia al centrarse solo en episodios aislados y pronto olvidados. Pero nosotros no podemos olvidarnos de Nigeria, un país con más de 210 millones de habitantes, de los cuales, según las estadísticas publicadas por la Santa Sede en 2021, más de 33 millones son católicos (el 15,9% de la población).

La religión corrompida: Boko Haram (JAS) e ISWAP

JAS e ISWAP tienen sus bases en el norte de Nigeria, de mayoría musulmana. Según el Nigeria Security Tracker observatorio del Consejo de Relaciones Exteriores (entidad privada norteamericana editora de la revista Foreign Affairs), entre 2011 y 2022 se han producido más de 80.000 muertes en Nigeria por la violencia. Más de la mitad a consecuencia del conflicto desatado por Boko Haram (JAS-ISWAP), sobre todo en el norte del país, de las cuales una gran mayoría (35.000 muertos) en el estado de Borno, en el noreste, donde tienen su base estas organizaciones terroristas, en las fronteras con Níger y Chad.

No puede dudarse de que esta violencia tiene motivación ‹‹religiosa››, ni de que el gobierno de Nigeria –cuyo presidente Muhammadu Buhari es musulmán, como la mayoría del ejército federal– la combate. Los ataques del JAS son dirigidos indiscriminadamente contra civiles –sean musulmanes o cristianos– y contra las fuerzas de seguridad. Los ataques del ISWAP respetan a los civiles musulmanes a los que pretenden ganar para su causa. Sin embargo, hay que recordar también que la mayoría de los Estados del norte de Nigeria están regidos por la Sharia –ley islámica– que prohíbe el proselitismo de los cristianos, los somete al pago de impuestos especiales, los excluye de la función pública, limita su acceso a las universidades, etc.

La violencia de las milicias fulani: ¿genocidio por razones religiosas?

En el centro de Nigeria (el llamado Cinturón Central), son las milicias fulani las responsables de las matanzas y sus víctimas son mayoritariamente cristianos. Los fulani (también conocidos en África como fula, peul o fulbe, según las zonas) son una etnia de más de 20 millones de personas que se extiende por toda África central. En su mayoría son pastores musulmanes más o menos pacíficos. En el noreste de Nigeria ellos mismos son víctimas de la violencia de Boko Haram. En el noroeste, en cambio, han formado bandas de ladrones que aterrorizan a sus vecinos Hausa (también musulmanes). En el Cinturón Central han vivido tradicionalmente en armonía con sus vecinos dedicados a la agricultura y en su mayoría cristianos. Pero desde 2009 milicias fulani, armadas con AK 47 y machetes, procedentes de los estados musulmanes del norte (aunque tomando como base de operaciones aldeas fulani locales) se dedican a matar y expulsar de sus tierras a los agricultores. En el Estado de Kaduna han ocupado ya un 10% de las tierras. Entre 2009 y 2021 se les atribuyen entre 13.000 y 19.000 asesinatos (15.000 según el Centro Africano de Estudios Estratégicos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos).

Aunque algunos ataques afectan también a musulmanes, más de un 70% de estos agricultores son cristianos y son los más afectados. El 16 de marzo de 2020, la ONG nigeriana International Society for Civil Liberties and Rule of Law (Intersociety) publicó un informe en el que calculaba que desde junio de 2015, cuando el actual Gobierno tomó el poder, en Nigeria se ha secuestrado al menos a 70 sacerdotes, seminaristas y religiosos católicos y han muerto entre 11.500 y 12.000 cristianos. Según este estudio, los combatientes yihadistas fulani son los responsables de la muerte de 7.400 cristianos, Boko Haram de 4.000 y los «salteadores de caminos» de otros 150 o 200. El informe también apunta que la mayoría de las víctimas de los ataques cometidos en el nordeste de Nigeria por JAS e ISWAP eran cristianos. En esta línea se sitúa también la ‹‹Lista Mundial de Persecución›› para 2022, de la ONG de confesión protestante Puertas Abiertas, afirmando que sólo con los casos acreditados documentalmente (los casos reales deben ser muchos más) los cristianos asesinados en Nigeria entre el periodo que abarca el informe (de octubre de 2020 a septiembre de 2021) fueron 4.650 (el 79% de los casos mundiales, más que en Paquistán, el siguiente país en la lista con 620 víctimas); se secuestró a 2.510 cristianos (el 66% mundial, por delante también de Pakistán) y se cerraron 470 iglesias (cifra solo por detrás de China). A ello hay que sumar violaciones, palizas, ataques armados a escuelas y aldeas y la destrucción de infraestructuras y medios de vida como tiendas, ganado o cosechas. Por ello, esta ONG sitúa a Nigeria entre los diez países con menor libertad religiosa del mundo (ocupando, concretamente, la séptima posición). Para la ONG no hay diferencia entre los ataques de Boko Haram y el ISWAP y los ataques fulani en cuanto a su motivación religiosa se refiere, por ello sus cifras no distinguen.

¿Realmente tiene motivos religiosos esta violencia? Si los tiene y las milicias fulani atacan a los cristianos en cuanto que cristianos, estamos ante un genocidio por razón de religión. Así lo sugieren diversos informes de ONGs europeas y nigerianas. Un informe de junio de 2020, elaborado por el Grupo Parlamentario para la libertad internacional de religión y creencias –formado por representantes de todos los partidos del Parlamento inglés–, plantea la incógnita ya en su título: ‹‹Nigeria: ¿Genocidio en marcha?››. Un segundo informe, también de junio de 2020, de la ONG nigeriana Organización Internacional para la Construcción de la Paz y la Justicia es aún más categórico: ‹‹La matanza silenciosa de Nigeria. Genocidio en Nigeria y sus implicaciones para la comunidad internacional››. Un tercer informe, de marzo de 2022, elaborado conjuntamente por tres ONGs de Reino Unido, deja también entrever su valoración: ‹‹¿Punto de no retorno en Nigeria? Terror y desplazamientos de masas en el Cinturón Central››. El Informe Truro, elaborado en 2018 por el obispo anglicano de esta localidad nigeriana para la Oficina de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth del Reino Unido, tras analizar detalladamente los ataques de las milicias fulani en el Cinturón Central de Nigeria, concluyó que ‹‹la dimensión religiosa es un factor significativamente exacerbador›› en los enfrentamientos entre agricultores y pastores.

Los informes recogen testimonios de que en sus ataques los milicianos fulani suelen respetar las propiedades musulmanas, invocan el Islam en sus gritos de guerra, destruyen símbolos cristianos, atacan templos y matan con preferencia a los ministros religiosos; algunos ataques están desvinculados del pastoreo de ganados; también se han identificado entre las milicias fulani a miembros de Boko Haram.

En agosto de 2020, tras la ejecución de varios cooperantes por el ISWAP, el obispo católico de Sokoto, al noroeste del país, monseñor Matthew Hassan Kukah, preguntado por la organización Ayuda a la Iglesia Necesitada –ACN por sus siglas en inglés– sobre si creía que la violencia de las milicias fulani podrían ser caracterizada como genocidio, respondió afirmativamente (sin embargo, matizó que los musulmanes también sufren la violencia fulani, sobre todo en estados del noroeste como Katsina, Sokoto y Zamfara).

¿Complicidad del gobierno?

Algunos de los informes citados consideran plausible que los políticos en el gobierno estén dejando que se altere el equilibrio demográfico en la región, con la finalidad de hacerse con ese voto en las elecciones regionales o federales. En el Cinturón Central de Nigeria los márgenes electorales son los más estrechos del país. Alegan como prueba la, de otro modo inexplicable, pasividad del ejército ante los ataques.

En marzo de 2018, el antiguo Jefe del Estado Mayor del Ejército y Ministro de Defensa, el teniente general Theophilus Danjuma, advirtió en declaraciones al periódico nigeriano The cable que las fuerzas armadas no son neutrales, sino que están en connivencia con la limpieza étnica por parte de las milicias fulani. El 6 de enero de 2018, la Asociación Cristiana de Nigeria (CAN), acusó al Gobierno federal de complicidad en los ataques de los grupos armados fulani por proteger a los culpables. También el padre Paulinus Ezeokafor, obispo católico de la diócesis de Awka, se preguntaba en abril de 2018: «¿Por qué nuestro Gobierno no puede poner fin a estas matanzas que se producen por doquier? ¿No es obvio que alguien está llevando a cabo un proyecto particular? Es algo que salta a la vista». El padre Kukah es de la misma opinión.

Con todo, tras la masacre de Owo, el cardenal John Olorunfemi Onaiyekan –arzobispo de Abuya, la capital del país–, afirmó rotundo: ‹‹el Islam no está en guerra con nosotros››. Distinguir la religión islámica y el fanatismo yihadista, que bebe de una corrupción de la religión, es esencial para enfocar adecuadamente el problema. Las autoridades religiosas musulmanas suelen condenar los ataques a cristianos manifestando su repulsión. El informe de ACN ofrece el testimonio del imán Abubakar Abdullahi, de 83 años, quien recibió el Premio Internacional de Libertad Religiosa 201,  otorgado por el gobierno de EE. UU., por haber ocultado en su casa y en su mezquita a 262 cristianos que huían de agresores musulmanes; luego salió a la puerta y confrontó a los agresores, pidiéndoles que respetaran la vida de los cristianos que protegía, llegando a ofrecer a cambio su propia vida.

La violencia predatoria

Para otras entidades, es un error considerar que en el Cinturón Central de Nigeria haya una persecución religiosa. Se trata, antes bien, de enfrentamientos por la tierra. Un informe de 26 de julio de 2018 elaborado por International Crisis Group, ONG con sede en Bélgica, se titulaba ‹‹Deteniendo la espiral de violencia entre granjeros y pastores en Nigeria››; igualmente, Amnistía Internacional, tituló su informe de diciembre de 2018 ‹‹La cosecha de la muerte. Tres años de sangrientos enfrentamientos entre agricultores y pastores en Nigeria››. Tampoco para el Centro Africano de Estudios Estratégicos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos existe un genocidio sino un fenómeno de violencia multifactorial (véanse, entre otros, el informe de julio de 2021 titulado La creciente complejidad del conflicto entre agricultores y pastores en Africa Central y Occidental). Chema Caballero, periodista de Mundo Negro  (revista de los misioneros combonianos) es también de esta opinión. En un artículo publicado en julio de 2018 (tras la masacre de Plateau en la que murieron 200 agricultores), afirmaba: ‹‹los medios de comunicación españoles reducen los conflictos africanos a enfrentamientos étnicos o religiosos. Esta es la mayor mentira que se puede decir sobre ellos. Esos elementos pueden estar presentes en la superficie y suelen ser agitados por las partes interesadas en que las disputas se eternicen en el tiempo, pero nunca se encuentran en ellos las causas profundas de estos conflictos. Esta tesis se comprueba muy bien en el que tiene lugar en el centro de Nigeria en la actualidad››

Según los informes que maneja el Centro Africano de Estudios Estratégicos, la tierra de pastoreo se redujo en el Norte de Nigeria un 38% entre 1975 y 2013. En parte, por el agravamiento de las sequías y, en parte, por la ocupación de tierras de pastoreo por el gobierno. También influyen el incremento de la población nómada y la buena cotización del precio de la carne que incentiva la ganadería, agudizando la necesidad de pastos. La prueba de que no hay un genocidio (sin negar las matanzas) es que las milicias fulani atacan en el noroeste sobre todo a los Hausa, musulmanes como ellos, y que en el Cinturón Central sus ataques también afectan a los agricultores musulmanes, y si lo hacen en menor medida que a cristianos es porque demográfícamente son minoría. Además, los mismos fulani son víctimas de los musulmanes yihadistas de Boko Haram en el nordeste del país. Es decir, la mayoría de los fulani son solo pastores en busca de pastos. Para Chema Caballero, ‹‹el crecimiento de los asentamientos humanos, la expansión de las infraestructuras públicas y las adquisiciones de tierras por parte de granjeros o grandes corporaciones agroindrustriales y otros intereses comerciales privados han usurpado a los pastores cientos de hectáreas de tierras de pastos que el Gobierno nigeriano les había asignado tras la independencia››.

Es más, el citado Centro Africano de Estudios Estratégicos advierte de que la versión del genocidio puede ser peligrosa y actuar como ‹‹profecía autocumplida››: las represalias que los agricultores puedan tomar contra los pastores fulani en general –identificándolos con el yihadismo– puede llevar a muchos de los pastores aun pacíficos a los brazos de Boko Haram convirtiendo, ahora sí, a los cristianos en el blanco de sus venganzas. Consideran que la tesis del genocidio se hace eco –aun de buena fe– de teorías conspiratorias alentadas por políticos del sur cristiano a quienes interesa tener un enemigo común para unificar el voto a su favor, así como de terratenientes que quieren detener a los pastores fulani (sean o no violentos) que penetran en sus tierras. En este contexto, las elecciones generales previstas para enero-febrero de 2023 en Nigeria pueden ser la chispa que encienda la mecha de las tensiones religiosas, con el riesgo de una violencia desatada y genocida.

Con estos informes, no es extraño que en noviembre de 2021, justo antes de que Open Doors subiera a Nigeria al n.º 7 de su ranking de países perseguidores de cristianos, el Departamento de Estado de los EE. UU. eliminara a Nigeria de su ‹‹lista CPC›› –por Country of Particular Concern–, es decir, de la lista de países que ‹‹preocupan›› a los EE. UU. por su vulneración de la libertad religiosa. En abril de 2022 el gobierno de Biden autorizó la venta a Nigeria, por parte de la empresa estadounidense Bell, de 12 helicópteros de combate para contener el avance de Boko Haram y el ISWAP por un valor de casi 1.000 millones de dólares.

Gobierno corrupto y multinacionales corruptoras: ¿responsables últimos?

Pero tanto si la violencia del Cinturón Central es predatoria como si es religiosa, lo cierto es que sus víctimas son mayoritariamente cristianos pacíficos y que el gobierno de Nigeria es indiferente (como lo es el ejército y la plutocracia nigeriana con la que hacen piña) a la suerte de las víctimas. Su pasividad lo convierte en cómplice. Más aún, este entramado de poder, vinculado al neocapitalismo mundial, es el responsable último de una violencia que tiene mucho que ver con la miseria que esta cleptocracia ha originado y con la perversión de la religión que es también su fruto.

El llamado estado nigeriano es, en realidad, un entramado de intereses creado para apropiarse de la riqueza del país, pero ajeno a la gestión adecuada del bien común: su función no es hacer frente a la pobreza de la mayoría de su población, como tampoco lo es hacer frente a la violencia (sea o no genocida) de las milicias fulani. Esa impunidad es un gran acicate para seguir ejerciéndola. Si el gobierno combate al terrorismo islamista de Boko Haram es únicamente porque este pretende arrebatarle el poder.

Se trata de una élite, en gran parte de extracción militar, pero muy vinculada a la plutocracia, que ha hecho su fortuna con los royalties del petróleo (de los que se han apropiado); con el dinero procedente del endeudamiento del Estado (cuyos intereses, en cambio, son carga para todos los Nigerianos); con los sobornos que reciben por las concesiones de recursos y la protección a las empresas multinacionales extractoras. Han hecho grandes fortunas que han exportado a paraísos fiscales o han empleado en apropiarse de las industrias extractivas locales para explotarlas directamente (no siempre con éxito). Todo ello a la sombra y con la complicidad de la antigua metrópoli, Reino Unido –a cuya Commowealth pertenece Nigeria–, de EE. UU. y de otros países occidentales. Así lo ha denunciado en numerosas ocasiones Mons. Mathew Hassan Kukah, obispo de Sokoto (véase el número 121 de nuestra revista).

Este Estado cleptocrático y corrupto está engrasado para repartir la riqueza petrolífera entre las élites (incluidas las multinacionales) manteniendo el aparato productivo y las concesiones de explotación de recursos naturales a su servicio, así como para mantener a raya al resto de la población, sea con los excedentes que a ellos les rebosan (forma de control de la clase media), sea con la violencia o la manipulación, incluida la manipulación de la religión (forma de control de proletarios y descartados).

El demonio se ha valido en Nigeria (como en tantos países africanos) de la codicia y de la voluntad de poder para llevar a su terreno a las élites militares y económicas del país en colusión con el capitalismo internacional, pero se ha valido de la miseria, la desesperación y la consiguiente ira –causada por la codicia de las primeras– para convertir en sus adoradores a millares de empobrecidos: los crueles matarifes de Boko Haram o de las milicias fulani, ante cuyas salvajadas los poderosos  miran hacia otro lado o incluso las fomentan cínicamente al servicio de sus intereses.

En junio de 2022, el vicario general, de la Archidiócesis católica de Lagos y vicario episcopal de la región de Ikeja, Monseñor John Aniagwu, denunció que los políticos solo se preocupan de sí mismos y no del bien común. Monseñor Kukah en esa misma ocasión denunció la política tóxica que está envenenando la religión en Nigeria, pues los políticos y el gobierno ejecutan políticas y programas que dividen el país según líneas étnicas y sectarias, al tiempo que no tienen la capacidad ni el deseo de poner fin a la violencia.

Pese a todo, la religión como esperanza

Los diferentes informes elaborados por ONGs e instituciones sin fines de lucro analizan con rigor descarnado la situación de los cristianos en Nigeria y hacen propuestas a los gobiernos y organizaciones internacionales para frenar el genocidio: fortalecer el imperio de la ley, acabando con la impunidad, dar a los pobres acceso a recursos necesarios para su supervivencia, acabar con la corrupción, fomentar el diálogo interreligioso…

Propuestas todas ellas sensatas, pero que requieren un cambio profundo de mentalidad en los numerosos actores implicados… ¿Cuál será la palanca para ese cambio? Con una mirada de fe, esta solo puede venir del encuentro religante del ser humano, de cada ser humano, con su creador y, a través de Él, con sus hermanos, en la caridad. Este encuentro precisa de la gracia que nos ayude a levantarnos de nuestra condición mísera y nos permita descubrirlo en la buena noticia del acontecimiento histórico de un Cristo encarnado, muerto y resucitado. Solo así las estructuras de pecado se transformarán en estructuras de gracia mediante la caridad política. Por ello, la libertad religiosa, exigencia de la caridad para buscar la verdad, no puede ser el resultado de unas recetas bien intencionadas, sino que debe ser, por el contrario, el punto de partida (otorgado o conquistado con el martirio) para algún día poder aplicarlas.

Publicado en Id y Evangelizad