Lo acusan de ser un apologista del terrorismo islámico, llamó a los Estados Unidos “la principal nación terrorista” y es considerado por muchos como el demonio, el anticristo o, al menos, el ángel negro de la Academia. La revista New Yorker tituló recientemente un artículo sobre su persona “El contador del demonio”. Por eso, cualquier encuentro con este profesor llamado Noam Chomsky, apasionado y feroz ensayista que, incluso, llevó una voz discordante respecto de los ataques del 11 de septiembre, tiene algo de inesperado. No es sorprendente que sus libros Secretos, mentiras y democracia, Estados canallas, 11 de septiembre y el flamante Hegemonía o supervivencia: la búsqueda norteamericana de dominio mundial sean siempre best-sellers. Lo cuenta Juana Libedinsky en el diario La Nación.
Fuente: Diario La Nación
Por Noam Chomsky.
Jueves, 12 Febrero 2004.- Para empezar, habla muy bajito y con voz monocorde. Ni siquiera cuando sostiene que la ocupación norteamericana en Irak es más desafortunada que el régimen de Vichy, que en Estados Unidos «las elecciones se compran» o que Bush «debería ser juzgado a la par de Saddam Hussein» su voz se eleva o sus gestos, de extrema timidez, cambien. Su oficina, en el Massachusetts Institute of Technology, es totalmente convencional, con vista a un pasillo. Chomsky siempre viste jeans, camisa mal planchada y zapatillas blancas, el uniforme oficial del suburbio norteamericano.
En la década del 60, Chomsky era simplemente uno más de los miles de intelectuales de izquierda que protestaban contra Vietnam. En cambio, cuando recientemente se opuso a los bombardeos en Afganistán, quedó prácticamente solo. Por eso no es sorprendente que sus libros Secretos, mentiras y democracia, Estados canallas, 11 de septiembre y el flamante Hegemonía o supervivencia: la búsqueda norteamericana de dominio mundial sean siempre best-sellers. Para aquellos que buscan en Estados Unidos voces que rompan con el consenso respecto de la guerra contra el terrorismo, Chomsky es una de las pocas con peso propio.
En el resto del mundo su importancia es aún mayor. Dondequiera que vaya son multitudes las que se acercan a escucharlo, como a un gurú o a una superestrella, mucho más que a un intelectual. Recientemente Chomsky dio una serie de conferencias en Gran Bretaña, en la Universidad de Londres y en la Catedral de St. Paul. Fueron miles los que no pudieron conseguir entradas, pero se quedaron igual en las inmediaciones, esperando algún eco de su voz. Los organizadores dijeron, en tono de broma, que ningún otro norteamericano, salvo Bruce Springsteen, podría conseguir semejante público.
Más allá de su activismo político, Chomsky es, sobre todo, un lingüista revolucionario. Se considera que el giro que dio a su disciplina a fines de los años 50 fue equivalente a la revolución que Einstein trajo a la física. En un estudio sobre las diez fuentes más frecuentemente citadas (la lista incluye a la Biblia) Chomsky aparece octavo, por encima de Hegel y Cicerón y justo por debajo de Platón y Freud.
-¿Cuánto cambia el panorama en Irak la captura de Saddam Hussein?
-Capturar a Saddam tiene un significado simbólico, pero nada más. La gente no se oponía a una guerra en Irak porque supusiera que Hussein nunca sería capturado. El problema en Irak es otro. Lo que resulta sorprendente es que nos encontramos en un país virtualmente destruido por las sanciones, donde había un tirano, pero el tirano no está más; donde no hay apoyo internacional a cualquier tipo de resistencia a la ocupación norteamericana, donde Estados Unidos controla todos los recursos naturales y donde forzó al nuevo gobierno a aceptar un programa económico que vende el país al capital extranjero, y donde Estados Unidos puede colocar los fondos que quiera para su campaña militar. Parece una ocupación extremadamente fácil. Se requeriría un talento extraordinario para fracasar. Y, sin embargo, Estados Unidos hasta ahora fracasó. Los alemanes fueron mucho mejores para controlar Europa en la Segunda Guerra. Ponían gobiernos locales, como el de Vichy, con fuerzas de seguridad locales. Obviamente, ellos estaban detrás. Lo mismo que Rusia con los países del este europeo. Ponían títeres locales y ellos se mantenían detrás. Y todo esto, en condiciones infinitamente más duras que las que encontraron los norteamericanos en Irak.
-¿A qué se debe este fracaso?
-Justamente venía hablando de eso con un alto funcionario de una de las principales organizaciones de ayuda humanitaria, al que, naturalmente, no puedo nombrar. Es un hombre con tremenda experiencia por todo el mundo, que lo ha visto todo. Venía de pasar unos meses en Bagdad y estaba escandalizado. Dijo que nunca había contemplado semejante combinación de arrogancia, ignorancia e incompetencia. Y probablemente esté en lo correcto. Arrogancia extrema, incompetencia total e ignorancia absoluta son las características de la ocupación en Irak. Si uno tiene un poder como el de Estados Unidos, ¿qué se va a ir preocupando por estas pequeñeces? Pueden aplicar la fuerza bruta tanto como quieran, de lo que deduzco que algún día efectivamente controlarán Irak, cueste lo que cueste.
-¿Cuál es su opinión sobre Saddam?
-Saddam es un monstruo que ya debería haber sido llevado a juicio. Pero en ese mismo juicio, junto a él, deberían estar parados los otros responsables, y con esto me refiero a Bush y a todo el gobierno norteamericano. Ellos apoyaron a Saddam a lo largo de sus peores atrocidades y continuaron proveyéndole de armas. Y esto no tiene nada que ver con la guerra contra Irán. Le hablo de los años posteriores a ella. Como si esto fuese poco, Estados Unidos apoyó al tirano cuando aplastó las rebeliones de 1991, que bien podrían haberlo derrocado. Cuando Bush, Blair y Aznar se encontraron en la base militar norteamericana de las Azores y anunciaron la invasión, dijeron bien clarito que aun si Saddam y sus socios abandonaban el país ellos iban a entrar con sus tropas. Eso muestra cuán poco importante era la captura de Saddam, desde su punto de vista. Lo único que les interesaba era asegurarse de que Irak se mantuviera como un Estado cliente, dócil hacia Estados Unidos y -algo que los argentinos conocen muy bien- que aceptase un programa neoliberal extremo, que dejara todos sus recursos en manos de las corporaciones extranjeras.
-El petróleo quedó para los iraquíes.
-Es la única excepción, porque era demasiado burdo hacerlo de otra manera. Pero dele un tiempo y ya estará en manos norteamericanas. El próximo paso, que ya fue anunciado y que ahora falta llevar a efecto, es un acuerdo (aunque acuerdo es una palabra algo extraña para un tratado tan unilateral) por el cual el único gobierno que Estados Unidos aceptará en Irak será aquel que les permita permanecer allí con bases militares.
-¿Cómo afecta esto al resto del mundo?
-Muy directamente. Que a Estados Unidos le haya ido tan mal en Irak impide a Washington dar el siguiente paso. ¿Cuál es éste? La zona de los Andes, desde Venezuela hasta el límite con la Argentina. Este era uno de los escenarios más importantes que se estaban evaluando, con Colombia como blanco muy claro, para la intervención norteamericana armada. Ahora se dio un paso atrás con este proyecto. El fracaso en Irak lo transformó en una aventura cara y creó demasiada oposición a las intervenciones internacionales armadas, aunque de ninguna manera va a ser el fin de ellas.
-¿Por qué?
-Es muy simple. Hay que recordar que los Estados Unidos ya no son más la principal potencia económica del mundo. Hay tres bloques que están más o menos a la par. Uno está formado por todos los países de América del Norte, otro es Europa y otro es el nordeste asiático, que, claro, es el más dinámico y el que pronto podría convertirse en el centro económico del mundo. Estados Unidos hoy sólo domina en una dimensión, la del poderío militar. El gobierno norteamericano actúa sólo para el beneficio de la gente extremadamente rica. El ejemplo más claro es cómo se está acabando con todos los logros progresistas del último siglo para dejar contentos a los ricos. Por ejemplo, se eliminan los impuestos progresistas y se recortan fondos destinados a la educación, salud y seguridad social para la gente más pobre.
-Este es un año electoral en los Estados Unidos. ¿Cree que puede haber cambios?
-Me parece muy poco probable, y la razón es que en los Estados Unidos las elecciones, básicamente, se compran. Es todo un show para el público, pero de cultura democrática prácticamente no queda nada. Los candidatos que verdaderamente representan a la gente común ni podrían soñar con competir. Nunca podría pasar lo que ocurrió en Brasil, donde ganó un candidato populista a pesar de la oposición del capital concentrado y los medios de comunicación. Para que se dé una idea de lo controladas que están la política interna y la opinión pública por las grandes corporaciones, piense en cuál fue el logro legislativo de las últimas semanas: las leyes del servicio de asistencia Medicare, que dicen proveer de medicamentos a los ancianos. Ahora, si uno mira con detenimiento la nueva legislación, se da cuenta al instante de que la gente común no sólo no obtendrá prácticamente nada de ella, sino que el sistema es muy caro. ¿Los únicos beneficiados? Las corporaciones farmacéuticas. Ejemplos así se multiplican. Elecciones en esas condiciones son prácticamente sin sentido. Hasta que eso no cambie, no serán más que una broma.
-Después del 11 de septiembre usted comparó la acción de Ben Laden con la de los Estados Unidos en el resto del mundo. Muchos interpretaron que sugería que su país «se la estaba buscando». ¿Fue así?
-Por supuesto que no, es increíble que se haya interpretado así. Lo único que dije fue: esto es una atrocidad espantosa. Pero, desafortunadamente, el número de muertos no es inusual. Lo único inusual es la dirección hacia la que apuntaron las armas. Si algo es un crimen cuando es cometido contra nosotros, también lo es cuando nosotros lo cometemos.
-En una reciente entrevista en The New York Times le preguntaron si no consideraba irse a vivir a otra parte y usted respondió que Estados Unidos era «el mejor país del mundo». ¿Verdaderamente lo siente así?
-La entrevista que usted menciona también es muy interesante, porque dice mucho sobre el periodismo norteamericano. Esa entrevista no tuvo lugar. El periodista me hizo una serie de preguntas completamente idiotas. Me tomé el trabajo de explicar en detalle, durante una hora y media, por qué no iba a contestar cada una de ellas. Lo que luego hizo el editor fue extraer una oración de cada una de mis explicaciones y ponerla como respuesta. Como les dije que no contestaría esas preguntas (por ejemplo querían que, como lingüista, ¡explicara por qué hay tantas palabras para decir genitales en inglés!) inventaron una entrevista.
-Pero, a riesgo de también quedar frente a usted como alguien que hace preguntas tontas, verdaderamente me gustaría saber si alguna vez consideró vivir fuera de los Estados Unidos.
-No, ¿por qué habría de hacerlo? Es mi país. Si viviese en otro país también consideraría que es mi deber criticar las cosas que en él no me gustan. Los Estados Unidos son su gente, su cultura, no sólo su política exterior. Tenemos cosas muy admirables, mejores que en el resto del mundo, derechos y garantías constitucionales que fueron el fruto de muchos años de trabajo y de lucha. No lo olvido. Yo no podría vivir bajo una dictadura.